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  —212→  

ArribaAbajoCapítulo XXI

De la exhortacion del obispo de Barcelona, y de la muerte de Guillermo y Raimundo de Moncada, y de la victoria obtenida contra los sarracenos


Al asomar el alba se levantaron todos, en el pabellon del rey cantóse misa con gran de devocion de los nobles, y el obispo de Barcelona púsose de pié y habló en esta forma: «O barones, no permite la situacion presente deteneros con largos discursos ni amonestaros con verbosas exhortaciones; estas palabras fijad tan solo en el pensamiento y en el corazon, que el negocio de que se trata y el derecho presente en cuya defensa aquí estamos es de Dios nuestro Señor, no nuestro. Aquellos pues que en la batalla que á darse vá mueran al filo de la espada de los malvados, derramaran su sangre y darán la vida para sostener la causa de Dios, y serán verdaderos mártires por mérito y por oficio, y ante los moradores del cielo y de la tierra aparecerán dignos   —213→   de escelso honor, coronados en la gloria con la auréola de su propia sangre. A Cristo confesamos, á Cristo traemos, á Cristo rogamos en este sitio, por Cristo padecemos. ¿Qué importa pues que el caballero de Cristo espire en las llamas, en el agua ó al rigor de los azotes, ó bien á filo de espada? Qué diferencia vá de sufrir diversos tormentos durante algunos dias, á sufrirlos todos en un dia mismo hasta morir? Nada pues amedrentarnos debe, pues si en esta demanda morimos, al reino celestial seremos trasportados; si quedamos con vida vencedores, conseguimos mérito para con Dios, conseguimos honor y fama para con el mundo. Nadie se turbe ni vacile; uno sea el corazon de todos, y una y firme la fé en Jesucristo, no siendo de creer que el rey y la reina de los cielos cuyas armas revestimos, á cuyas filas pertenecemos, por cuya honra y acrecentamiento militamos, esta vez nos desamparen; sino que con nosotros estarán, á nuestro lado asistirán en el combate, y con la bienaventuranza premiarán á los que mueran. Confortaos pues y andad pujantes, que vencedores sereis en Cristo vencedor, y vuestras cervices estarán bajo el amparo y defensa de la Virgen su madre. Tened en vuestros corazones contricion de los pecados, tened en vuestros labios la confesion de ellos, dad de hecho ó con propósito firme satisfaccion cumplida; y fortaleced vuestras almas y vuestros cuerpos con el sacratisimo cuerpo del Señor»246.

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Mandó luego el católico obispo que hicieran todos confesion general, y levantó las sagradas manos, y los absolvió plenariamente en virtud del que fue crucificado, con la cruz fortaleció á la muchedumbre; inclináronse el rey y los nobles bajando sus cabezas hasta el suelo, y aquí lágrimas, allí suspiros, allá sollozos se percibian: y ya el temor estaba desvanecido, y el deseo y presentimiento se anticipaban á la victoria. Poca solicitud habia por la vida corporal; y con voz trémula de la misma emocion, al darles el obispo la bendicion postrera, «nobles barones, dijo, hoy es el dia del combate; regocijaos de la próxima victoria por el cielo otorgada, confortaos con la presencia de este nobilísimo rey y señor vuestro natural, y venced a los enemigos».

Concluida la misa acerróse al altar Guillermo de Moncada, doblando las rodillas; los ojos enternecidos bailaban en lágrimas el semblante del baron, y recibió muy fervorosamente el verdadero cuerpo de Jesucristo y con devocion profunda se le encomendó. El rey y la mayor parte de la gente habian ya comulgado antes de partir de Salou; pero Guillermo de Moncada lo habia diferido hasta aquel dia, como si previera que habia de ceñir en él la corona del martirio. Y dijo el rey: «quién formará la vanguardia en la batalla?» y Guillermo de Moncada respondió: «ocupadla vos, Nuño»; y respondió Nuño: «Ocupadla mas bien vos, Guillermo». Y replicó Raimundo de Moncada: «Ya conocemos, ó Nuño, porque os resistís, y es para acometer   —215→   mañana a aquellos sarracenos que estén acampados en la Porrasa». Y dijo Guillermo: «sea por lo que fuere, no cuidemos de esto»247. «Concertaron pues Guillermo y Raimundo de Moncada de no parar hasta venir a las manos con los sarracenos».

Llegó entretanto uno de los nuestros y dijo al rey: «He aquí que los peones se nos marchan, salido han de las tiendas y siguen su camino. El rey desde luego montando en su rocin, y á su lado Rocafort248; montado en una yegua que encontró pues su caballo aun no habia desembarcado, corrieron hasta los peones delanteros:, y no bajaban todos de cinco mil. «Traidores, les dijo el rey, ¿cómo podeis marchar allá solos, pues que si caeis sin caballería   —216→   en manos de los sarracenos, ni el mas minimo escapará de vosotros?». Detúvoles el rey hasta que hubieron llegado Guillermo de Moncada, Raimundo, el conde de Ampurias y los demás de su linaje, y la gente de á pie enfrenada y retenida marchó y siguió tras de ellos249. Y como se hubiesen alejado un poro, el rey y los que con él estaban, oyeron grande estrépito, y dijo el rey á un correo: «vuela á Nuño, y dile que se apresure á venir y no tarde, porque grande estrépito oimos». Y como Nuño no pareciese, ni tornase el correo despachado, dijo el rey: «id vos allá, Riocafort, y llamadlos á toda prisa, y decid á Nuño que esta su tardanza de hoy podria perjudicar demasiado y que podria hacernos real provecho su comida; que el lance es muy de peligro, y no conviene que la retaguardia pierda de vista á la vanguardia, sino que verse deben   —[217-218]→     —219→   á toda prisa, que nuestra vanguardia habia ya empeñado la accion. Llegó el rey al sitio donde esta se había encontrado al principio con los sarracenos, y halló á un caballero á quien preguntó: «¿qué ha sido eso, y que han hecho los nuestros?». Y dijo el otro: «el conde de Ampurias con los templarios ha invadido el campamento, y Guillermo y Ramon de Moncada se han metido atacando por el flanco izquierdo». «¿Y no sabeis mas?» insistió el rey, y replicó aquel: «sé que tres veces han salido vencedores los cristianos, y tres vencidos. «¿Y donde están, dijo el rey, si es que lo sabeis?». «En aquel collado», respondió el caballero. Y subió el rey al collado por el camino, y topó á Guillermo de Mediona, que era valiente caballero y famoso en Cataluña sobre todo como justador, que se acercaba precipitadamente y venia del combate; salíale sangre del labio superior goteando por la boca y por el pecho, y el rey le dijo: «¿cómo podeis salir de la batalla antes de estar concluida?», y él respondió: «porque estoy herido». De qué manera y en qué parte?», preguntó el rey, y   —220→   contestó Mediona: «de una gran pedrada que me dió en la boca». Y en seguida el rey le tiró por las riendas, diciendo: «creíamos que herido estabais de mortal herida; volved al combate, que un caballero de pro con semejante herida ó golpe mas bien debe estimularse y embravecerse que abandonar el campo». Y cuando creyó el rey traerle en su compañía, no volvió á verle mas250.

Habiendo subido el rey y llegado:; la cima de aquel cerro con doce caballeros únicamente, ved ahí que el pendon de Nuño y Rolando Lay251 que lo llevaba, y Guillermo hijo del rey de Navarra y setenta caballeros con ellos, le ganaron la delantera. En un alto collado habia sarracenos y gran golpe de infantería, y tremolaba allí una bandera de encarnado y blanco partida por medio, y en   —221→   el hierro del asta habia una cabeza humana esculpida ó verdadera252. Y dijo el rey á Nuño: «subamos á su encuentro con esta division que ahora allí se encamina, pues vencidos son y no pueden resistir; tropa es sin resistencia que confusamente se mueve y no tiene quien la acometa, y si lo hay al momento cederá». Y habiendo el rey dicho esto, cogieron de las riendas á su caballo Nuño, Pedro de Pomar y Lope Jiménez, clamando: «hoy moriremos todos por vuestro brio precipitado». Y deteniéndole tiraban de las riendas sin cesar y con furia, hasta que el rey indignado dijo: «No es menester, no, tanta violencia; no leon ni leopardo, y ya que tanto os empeñais, tambien iré de espacio. Pero recordad lo que os digo, quiera Dios que tamañas dilaciones no resulten en grave daño nuestro».

Vino mientras tanto Gisperto de Barbará, y díjole Nuño que tomase la delantera, y él respondió que de muy buena gana. Y dijo el rey: «pues que va Gisperto, yo tambien voy». Y respondió Nuño: «así es, ya dicen las gentes   —222→   que sois leon en los combates. y si tal creéis ser, leones hallareis tambien». Pero antes que Gisperto hubiese alcanzado a los setenta caballeros, gritaron fuertemente los sarracenos segun su costumbre, y tiraban piedras allá y acullá, y en parte se restablecian; y el pendon de Nuño y los que lo seguian fingieron huir. Con esto bajaron los sarracenos ácia el rey á un tiro de piedra, y entonces clamaron algunos: «vergüenza de caballeros! vergüenza! vergüenza!». Lo cual oido por los sarracenos, se detuvieron y cesaron de perseguirles, y los nuestros igualmente hicieran alto allí; y llegó por fin el estandarte real y en pós de él unos cien caballeros, y levantóse entre todos una voz unánime: «he aquí el estandarte del rey». Entonces este bajó del cerro y reunióse á la muchedumbre, y subieron todos juntos ácia el collado, y aterrados con maravilloso espanto huyeron los sarracenos253. Los cristianos empero por nuestro Señor fortalecidos pasaban aquellos á cuchillo y los esterminaban, para que allí la fuerza de Dios manifiestamente se demostrara. Mas antes de su llegada habian huido ya dos mil peones, y el rey no podia irles al alcance por estar cansado y rendido su caballo, y estábanlo asimismo los caballos de los demás caballeros; así que la fuga aprovechó á los vencidos para salvarse.

Ganado el combate, y puesto en alto en la cima del collado   —223→   el estandarte real, acercóse Nuño al rey diciéndole: «señor rey, muy precioso para nosotros y para vos es este dia, pues una vez ganada esta accion, paréceme que todo el reino nos está abierto y despejado». «Vamos, Nuño, dijo el rey, ácia la ciudad de Mallorca, que en las montañas está el rey de la isla, y cortarle hemos la retirada á la capital cogiéndole de sorpresa: helo allí en medio de aquel escuadron cubierto con manto blanco254. Y siguiendo asi el rey la pendiente de la colina y queriendo bajar al llano por donde se vá á la ciudad, acercósele Raimundo Alamany diciendo: ¿qué intentais hacer, señor». Y declarando el rey su propósito, constestó Raimundo Alamany: «ó señor, ¿hareis lo que no ha hecho nadie que vencedor haya salido? que un rey allí debe pernoctar donde combatió , para ver é inquirir lo que ha perdido y lo que ha ganado, y dar descanso á las fatigadas tropas»255. Y replicó el rey: «lo que hacemos mejor nos parece». Y mientras iba   —224→   el rey por el camino que á la ciudad conduce, andado ya una milla, llegó el obispo de Barcelona y dijo: «por Dios, señor, no apresurarse tanto»; y el rey contestó: «¿porqué no, obispo? lo mejor es esto»; y repuso el obispo: «tengo que hablaros, señor». Y llamó al rey aparte, y dijole: «ó señor, vos ignorais esta pérdida tan grave; hoy han muerto Guillermo y Raimundo de Montada y muchos de los suyos»256. «Muertos!», dijo el rey casi atónito, y lloró amargamente, y con él lloraba el obispo la muerte de aquellos nobles tal como llorarse merecia.




ArribaAbajoCapítulo XXII

Del lamento sobre la muerte de los nobles de Moncada fenecidos en el combate257


O piedad divina que en todo tiempo estás presente y asistes á las cosas criadas y todo lo conservas, ¿en dónde estabas   —225→   cuando estos dos nobles campeones tuyos y proclamadores por manos de tantos infieles, cual uva en lagar. cruelmente son comprimidos? Mira, sometidos á ignominia se ven tus nobles, tus fieles son vencidos por los infieles, y bajo el casco de los caballos pisoteados tus aclamadores! La cristiana y preciosa sangre copiosamente es derramada, y las cabezas con el crisma ungidas, en familia nobles, en autoridad poderosas, cortadas son por la cuchilla de hombres inmundos que á Dios desconocen. O hueste, puesto que formas un solo cuerpo con un mismo rey por cabeza, mas dolorosamente debes sentir la mutilacion de tus miembros tan principales, la separacion y apartamiento de tan insignes compañeros, la muerte de consejeros tan prudentes, la caida de tan ilustres precursores. Penetrad ya en la isla, ó vendedores cristianos, que aquellos gloriosos nobles han quebrantado los muros, han inmolado los cuerpos, han despreciado los peligros, ejemplo han dado de fortaleza, y este reino á Jesucristo y á sus siervos con viva sangre han consagrado. Derrocados fueron para que subais vosotros, inclináronse para que paseis, murieron para que vivais.

O fuertísimos caballeros;y qué pronto os abrió paso el mundanal combate! y qué pronto os salió al encuentro la abundancia deseada! y qué pronto ha llenado cielos y tierra vuestro bendecido renombre! Reino pediais, y reino hallasteis desde el primer dia: serviais á un soberano, y otro soberano os ha acogido; perseguiais humana hueste al frente de otra hueste, y os habeis reunido con las angélicas legiones. Verdaderamente os fué hoy la eucaristía en la muerte viático, en los sufrimientos alivio, en el temor refugio, en el dolor remedio, en el juicio pase, en el reino galardon. De Seguro habeis sido mas fuertes que los   —226→   contrarios, mas vistosos y resplandecientes que cuantos derriban, mas nobles que cuantos os conculcan. En el acto de dar fin al servicio humano, os juntais con Cristo y enclavais con él en su propia cruz, redimís con sangre pecados, defendeis la fé con martirio, y pasais á cobrar estipendio de celestial milicia.

¡Qué haceis, ó miserables sarracenos, poniendo sobre vuestro pendon la truncada cabeza! En verdad que haceis injuria á vuestro rey, mientras os procurais gloria con espada material. ¿No sabéis, perros, cuán cierto es que una rosa se hace y otra muy diversa por los hechos es significada? Nuestro era aquel cuya cabeza separasteis del cuerpo, y al plantarla sobre vuestra bandera significais y anunciais lo glorioso de nuestra próxima victoria, y en el hecho de enarbolarla al cielo mostrais que nosotros adquirimos hoy en el alcázar del cielo camaradas y abogados; que muchas veces lo que la figura indica, el éxito al realizare lo manifiesta. Pues hoy, cuando hubo recibido Guillermo el cuerpo del Señor, tomó en seguida las armas y descubrió el escudo partido por medio, que á un lado tiene becerros rojos en campo de oro, y en el otro doradas roscas en campo rojo; en lo cual bien declarado veo que ello, hoy debian ser becerros destinados al sacrificio y enrojecidos con su propia sangre, guarnecidos de caridad acendrada corno el oro; y que por la constancia en padecer debian llegar á lo representado en las doradas roscas, á los gozos interminables de la eternidad. O almas dignas acompañadas de angelical escolta! ó preciosos cuerpos llorados con regias lágrimas! pues la historia dice que el rey lloraba amargamente y con él lloraba el obispo.



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ArribaAbajoCapítulo XXIII

Del entierro de Guillermo y de Raimundo de Moncado, y del razonamiento del rey en elogio de ellos y para consuelo de los suyos


El rey atento al bien general y escusando y temiendo mas el daño comun que el particular, dijo al obispo: «basta, obispo, basta, que el lugar no admite ni requiere copiosas lágrimas por los muertos, ni por los que han de morir. vayan empero algunos á levantar los cuerpos difuntos». Volvió atrás el obispo á buscar quien lo hiciera, y el rey acortando el paso le aguardaba, y así llegó al collado de Portopi258, y vió desde aquel punto la ciudad que   —`228→   gustó á sus ojos y á los de la comitiva mas que cualesquiera otras ciudades que antes hubiese visto. Encontró el rey á Pelegrin de Atrosillo259, y preguntóle si por aquel contorno habia agua para poder hacer alto allí aquella noche. «Sí, dijo aquel, que yo he visto al anciano de Mallorca260 penetrar por aquí con veinte ginetes y abrevar sus caballos, y hallándome solo con tres hombres mas, no me atreví á acometerlos». Marcharon pues allá, y fijando las tiendas descansaron. El rey todavía en ayunas fué al pabellon de Oliverio que á sus espensas habia preparado cena, y cenó con él261; y despues de comer fué á visitar   —229→   los cadáveres de dichos nobles con muchas antorchas, brillando ya las estrellas. Y halló en la tienda el cadáver de Guillermo cubierto con un paño, y á su lado se puso el rey, y con los ojos. en él clavados lloró; y en seguida se volvió ácia el cadáver de Raimundo y dobló sus lágrimas. Pero arrancándole de allí los caballeros y obligándole á salir, regresó al pabellon de Oliverio y durmió. Mas como recelasen muchos y tuviesen miedo do que los sarracenos de noche no sitiaran el campamento, revistiendo el rey su coraza, colocó á un lado los aragoneses y á otro los catalanes, y por medio corria el agua: y apiñó tanto las tiendas que no pareciesen habitar en ellas arriba de cien caballeros, y habia cuerdas atadas y entortijadas acá y allá, para que en ocho días no pudiera abrirse paso á las tiendas262.

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Llegada empero la mañana, los nobles y los barones trataron del entierro de aquellos insignes, y opinó el rey que mas natural y mejor era que á la mañana siguiente al amanecer fueran sepultados, para que mejor se ocultara la ceremonia á los sarracenos y á la ciudad. Entretanto se procuraron paños de varios colores, y tendiéronlos en alto por el lado de la ciudad para que nada pudiera verse desde allí de lo que se disponía acerca de los próximos entierros.   —231→   Y cuando hubo llegado la hora de arrebatar los señores a los vasallos que en derredor estaban, y hubieron de entregarse á la tierra los cadáveres segun deuda y obligacion de nuestra naturaleza, tau fuerte clamor sobrevino mezclado con lágrimas, preñado de suspiros, que á cuantos lo veían ó de lejos lo escuchaban constreñíalos al llanto.

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Pero el rey haciendose violencia, obtenido apenas silencio, habló de esta suerte: «A Dios ponemos por testigo, á Dios que aquí nos ha traído y en cuyo servicio estamos, que si la muerte de estos nobles con material precio redimir pudiéramos, tanto daríamos de lo nuestro que el decirlo seria lisonja y el hacerlo les pareceria á muchos locura. Llorar empero á los que en servicio de Dios su vida tan bizarramente han fenecido, si la fragilidad de nuestra carne y la tierna amistad no lo escusaran, pareciera derogar en algo á la fé; porque ¿qué católico duda que hombres confesados y comulgados no sean acogidos por   —233→   la misericordia divina? y quién no cree que reine con Dios un hombre católico arrepentido, privado de la vida temporal por los tormentos en defensa de la fé? Y nosotros espuestos al peligro lloraremos á los ya salvados? El llanto es muy perjudicial al ejército; pues si la ciudad con nuestros alaridos llegara á entender la pérdida y golpe que hemos sufrido, mostraríase mas hostil y obstinada sabiendo nuestro daño. Por tanto os mandamos dar fin al llanto, adormecer los clamores, y ahogar los suspiros. Nos en lugar de ellos seremos vuestro señor, y á vosotros y á los vuestros haremos bien por respeto á vosotros y á tan queridos difuntos; y si perdiereis el caballo os lo indemnizaremos, y os daremos todas las cosas que os sean necesarias; y de vosotros con especialidad tendremos tal cuidado, que quitada la presencia de vuestros señores, la cual es siempre muy tierna para buenos vasallos y muy para echar de menos, pero que ya no admite reparacion, en todo lo detrás no aparecerá que os halleis huérfanos de señor. Solo os añadiré, y á todos los que me oís en nombre de vuestro llanto y del padecimiento de los difuntos os lo impongo, que llevando su muerte en la memoria la vengueis con multiplicados daños y muertes de los enemigos, y sirvais á Dios fielmente para que en este lugar sea siempre alabado su santo y maravilloso nombre»263. Y así suavizadas   —234→   en algun modo las penas, sepultados fueron por los prelados los dichos nobles, cuyas almas viven para Dios.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Del sitio de la ciudad y del aprontamiento de las máquinas de guerra, y de la predicacion de dos dominicos


Aconsejaron al rey los nobles y prelados que, á la mañana siguiente264 descargaran las embarcaciones, donde habia dos máquinas, la una llamada almayanet y trabuco   —235→   la otra; lo cual recelando y temiendo los sarracenos que veian desembarcar y traer tanto maderaje, aparejaron asimismo sus máquinas, pues en la ciudad tenían dos pequeños trabucos y algarradas. Pero los patrones de las naves y capitanes de las galeras provenzales, que eran en número de cinco, ofrecieron y prometieron por sí y por los hombres de Marsella construir una gran máquina de las antenas y maderos de sus barcos y navíos para honor de Dios y del rey y á espensas de este. Así todos, los de dentro y los de fuera, prepararon sus ingenios de batir, cuyo numero era el siguiente: tenia el rey dos trabucos, un fonecol265 y un manganel, y la ciudad dos trabucos y catorce algarradas. Pero los sitiadores fueron mas prontos y ligeros en armar sus máquinas que en aprestar las suyas los sitiados. Arrástranlas pues los nuestros esforzadamente,   —236→   y saludan de lejos y á los contrarios; y á dentro se fatigan las manos de los maestros en despachar las obras hasta que por fin las concluyen y arman y vuelven terriblemente el saludo á los de fuera. Apareció entre las de dentro una algarrada cual no se habia visto hasta entonces otra mejor, pues alcanzaba con las piedras al ejército y aun atravesaba cinco ó seis tiendas; pero un trabuco del rey aventajaba á los de la ciudad.

En medio de esto dijo Gisperto, y cumplió lo que dijo, que haria un mantelete, llamado al presente gata, que alcanzaria hasta la orilla del foso y no temería á las máquinas de adentro ni á las ballestas. Fabricólo sobre ruedas de fuertes y escogidos maderos que eran de tres gruesos, y estaba cubierto á manera de casa de dos vertientes, y encima hahía ramas de árboles y sobre los árboles tierra, para que no pudiesen causar daño las algarradas que en él dieran; y así se avanzó el mantelete, y los hombros su abrigo clavaban estacas de hierro para servir de muro al campamento. El conde de Ampurias hizo otro mantelete ó gata y colocólo junto al foso, y dentro de él habia una buena compañía y zapadores para cavar y llegar por bajo de tierra hasta lo mas hondo del foso. Otro mantelete hilo el rey, y de esta suerte empezaron á abrir minas subterráneas; lo cual viéndolo los que en el ejército estaban, y que los tres manteletes abrian á la vez tres minas, moviéndose ó rodando sobre la tierra el mantelete ó gata de Gisperto, y los otros dos subterránea é invisiblemente, tuvieron gran contento y portentosamente cobraron ánimo, viendo enderezarse y tratarse el negocio con mucho tino y maestría.

Obedecían todos los del ejército a las palabras y amonestaciones   —237→   de un fraile dominico llamado fray Miguel, castellano de nacion266, primer lector que fué en la órden de dominicos y á quien el bienaventurado Santo Domingo habia admitido en Tolosa á su religion; era este muy hábil predicador, y se le habia dado por compañero un religioso catalan que se llamaba fray Berenguer de Castelbisbal. Era este fray Miguel tan querido, tan nombrado, tan solicitado en el ejército, que su nombre despues del nombre de Dios y de Santa María era muchas veces pronunciado; de suerte que algun tiempo despues los viejos sarracenos cautivos y muchos de los primeros que se habian bautizado y que continuaron permaneciendo en la isla, á quienes nosotros hemos visto é interrogado acerca de la conquista del país267, acostumbraban decir «que María y Miguel habian tomado á Mallorca». Este mas adelante siguió al rey á Valencia, ganada la cual y establecido allí un convento de la órden, terminó en paz sus dias. Enterrado afuera en el cementerio comun de los frailes, aparecian   —238→   allí tan brillantes y tan frecuentes señales de celestes luminarias, que los ciudadanos obligaron á fray Andres, obispo de Valencia de feliz memoria á trasladarlo a iglesia de los frailes; y á presencia de toda la comunidad, de clérigos y con asistencia del pueblo, honradamente fue colocado en una tumba abierta en el muro en sitio donde resplandeció con grandes portentos y maravillas. Ahora empero de resultas de las obras posteriores yace en la capilla de San Pedro Mártir con su honroso epitafio. Y su compañero fray Berenguer fué varon de tanta autoridad que llegó mas tarde á obispo de Gerona268, y fué sepultado   —239→   en la iglesia de religiosos dominicos de Barcelona con humilde y devoto aparato.

Clamando así dicho fray Miguel, en gracia del cual esta digresion hemos hecho, y prometiendo perdones y añadiendo el ejemplo, hacíanse todas las cosas muy rápida y alegremente. Nadie desdeñaba al otro por de baja condicion nadie hurtaba el cuerpo ni se escusaba por abundancia, por opulencia ó por nobleza de linaje; corrian unos á cortar leña, otros á traer piedras, y los caballeros las llevaban   —240→   cavalgando en su silla; los señores ofrecían sus criados para la maniobra de las máquinas, y hombres respetables con sogas al cuello tiraban de un artificio de madera en el cual para uso de las máquinas acarreábase municion de piedras. Así cuando el rey mandaba disponer cincuenta con caballos armados, de noche para hacer la ronda ó guardar las máquinas, de dia para escolta y defensa de los zapadores que trabajaban en dichas gatas, acudían allí un centenar269, y como rogando se metian en las maniobras en que no se necesitaba de tanta gente.

Si alguno que leyere el presente libro se hubiese encontrado en algun sitio de ciudad, recuerde lo que en él haya visto, y juzgará evidentemente que aquel ejército obraba por gracia divina, contemplando aquella hazaña como inspirada por mayor entusiasmo, como digna de mayor asombro, reconociendo en su comparacion los defectos de otras empresas. Cosa cierta es, y el rey mismo de feliz memoria acostumbraba referirlo repetidas veces, que ningun peon, marinero ú otro alguno pasó la noche en las tiendas por espacio de tres semanas, esceptuando unicamente el rey, los caballeros y los escuderos que les servian270; sino que todos dormian en las embarcaciones, y por la mañana volvian al campamento, y trabajaban todo el dia en algun menester; y esto lo hacia el mismo paborde de Tarragona.   —241→   Cerró por tanto el rey su campamento con estacada y foso, y habia en él dos puertas, y nadie salia que no trajese licencia especial del soberano.




ArribaAbajoCapítulo XXV

Del combate tenido junto a la fuente y del recobro del agua


Levantóse un hijo del diablo llamado Ifantilla271, y reunió á todos los que andaban por los montes, que llegaron bien á cinco mil infantes y á cien ginetes; y acudieron   —242→   á un cerro bastante fuerte que cae encima de la fuente que entra en la ciudad; y allí, queriendo hacerse un nombre, formó hasta cuarenta tiendas, y rompió el conducto por donde corria el agua, y la hizo desviar de los sitiadores, perdiéndose por enmedio de un torrente. Pero como la carencia y diminucion de aquella agua era inaguantable para los cristianos, conocida la ocasion del daño, deliberó el rey enviar contra el que lo causaba un   —243→   gefe ó dos con trecientos caballeros para combatir con los enemigos y recuperar el agua tan indispensable. Hízose el encargo á Nuño que fué nombrado caudillo y guia de los espedicionarios, y fueron puestos á sus órdenes tresientos caballeros, no todos de su mesnada, sino aumentados con algunos de otras filas. Púsose en marcha, y los sarracenos quisieron defender el cerro que habian tornado; pero los cristianos subieron contra ellos á galope con ímpetu admirable, y derrotáronlos en su misma posicion. Cayó en manos de los vencedores Ifantilla cabeza y adalid de los sarracenos, y fué muerto sin piedad, y con él fueron privados de vida mas de quinientos. Escaparon los otros desbandándose por los montes, y sus tiendas fueron entregadas al saqueo y repartido su botin. En testimonio de la hazaña hecha llevaron al rey la cabeza de Ifantilla, que hizo colocar el rey en la honda de la máquina y dispararla y lanzar dentro de la ciudad para terror y espanto de los sarracenos. De esta suerte fué devuelta al ejército el agua272,   —244→   de cuyo recobro todos se alegraron morbo, pues era grande la penuria que sufrian.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

De las comarcas de la isla que se entregaron al rey de grado, y de la abundancia de víveres


Inspiró nuestro Señor Dios la mente de un poderoso sarraceno llamado Benahabet, y despachó este al rey un mensajero musulman con carta en que decia: que de buena gana iria á ver al rey, y lo haria y gobernaría de suerte que de las doce partes de la isla la una abasteciese de víveres al rey y á los suyos, opinando que si los cristianos se portaban benignamente principiando por aquella comarca, harian lo mismo las once restantes273. Propúsolo el rey   —245→   á los nobles que tuvieron la propuesta por muy grata y provechosa; el enviado solicitó que algunos caballeros se adelantasen una legua, prometiéndoles que Benahabet con salvo conducto del rey les saldría al encuentro para establecer pactos con el monarca, y que en adelante le servíria leal y no fingidamente, y que prestaría á todos gran servicio, y que el rey y los suyos quedarían para siempre obligados á él y á su familia. Envidie el rey veinte caballeros, y presentósele Benahabet llevando consigo veinte acémilas cargadas de harina, cabritos, gallinas y uvas, con la circunstancia muy nueva entre nosotros de que las uvas iban en sacos y no se estrujaban ni echaban a perder; el rey repartió entre los nobles este presente. Apareció este infiel entre los nuestros cual ángel de Dios instrumento de sus beneficios, y empezó á ser querido y amado universalmente; y al despedirse del rey le pidió un pendon para que sus gentes al acercarse al campamento estuviesen bajo la proteccion y seguro real, y así le fué concedido. Pasados algunos días envió segundo mensaje de que tres distritos   —246→   mas de la isla querian seguir su ejemplo; y sucedio de modo que disponiéndolo Dios y procurándolo Benahabet, todas las comarcas de la isla que son camino recto desde la capital hasta la estremidad de la costa que mira en frente de Menorca, entraron en el servicio del rey y le obedecieron en todos sus actos. Cada semana traian al campamento harina, sémola, uvas, cabritos, gallinas y carneros y otros muchos comestibles, tanto que todos se tenian por afortunados.

Presentóse nuevamente al rey dicho Benababet, y pidióle dos bailes cristianos que gobernasen los distritos sometidos; y así por su consejo el rey nombró bailes de aquellas comarcas á Berenguer Durfort de Barcelona y á Jaime Sans para regirlas, defenderlas y guardarlas274. Estaba entonces la isla dividida en las siguientes comarcas:   —247→   en el país de las montañas Andraig, Calviá, Puigpuñent, Espolias, Valldemosa, Soller, Escorca, Pollensa, Bellver; en la porcion situada al pié de los montes Marratxí, el Camino, Rubines, inca, Selva, Campanet; y en el llano Llucmayor, Castelitx, Montueri, Campos, Porreras, Felanitx, Manacor, Artá, Petra, Muro, Sineu, Canarrossa. Y de estas comarcas algunas estaban unidas á las otras, de suerte que solo podian llamarse quince275.



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ArribaAbajoCapítulo XXVII

De las minas y hoyas abiertas debajo la tierra, y de las torres destruidas


Trabajábase incesantemente en las minas y hoyas que bajo de tierra habían de practicarse por tres lados, la una por la parte superior, las otras dos por la inferior, hasta llegar al foso276. Acudieron al foso los sarracenos, es decir á la embocadura de las minas, y los cristianos las amparaban briosamente, estos saliendo de lo interior de   —249→   aquellas hoyas, aquellos defendiéndose desde arriba, tanto que los sarracenos se enseñorearon repetidas veces del foso y los zapadores armados, provistos de piquetas, pasaron á las torres, y empezaron á socavarlas por la raíz, sin que los sarracenos pudieran ofenderles; é hincaron maderos en una de las torres, y pusieron fuego á los maderos, y hendióse por medio la torre, y los sarracenos que sobre ella estaban hubieron de abandonarla y bajar277. Desde allí pasaron adelante á hacer lo mismo contra las demás, y cayeron tres de ellas á un tiempo. En seguida acercáronse al rey dos hombres de Lérida, llamados el uno Prohet y el otro Juan Chico278, trayendo á otro en su compañía, y   —250→   dijeron: «si vos, señor, lo teneis á bien, llenaremos el foso, y á pié llano podrán entrar los caballos armados, cuando nuestra obra esté concluida». «¿Y estais seguros, dijo el rey, de poder hacerlo?». «Señor, respondieron, seguros de ello estamos con el favor divino, siempre que vos nos hagais escoltar con la debida diligencia». «Gracias os damos, repuso el rey; por buena tenemos la obra proyectada; empezad pues, y os proveeremos de guardas». Empiezan aquellos su obra, y lanzan al foso ordenadamente grandes montones de leña, y sobre la leña mucha tierra, y así alternando, hasta llegar á la cima del foso.

Un domingo empero presentóse allí el rey, en tanto que se le preparaba la comida, vestido con insigne pompa, con él estaban el obispo de Barcelona, Carroz y otros caballeros, contemplando cuan gentil y diestramente disparaban las máquinas sus piedras; cuando el rey mirando por casualidad vió salir humo de la boca de una mina que habian hecho los sarracenos contra los sitiadores, y creyó; que se habria prendido fuego á la madera que se habia tirado para llenar el foso. Turbóse en gran manera el rey viendo perdidos los gastos y sobre todo el perjuicio de la dilacion alargada tan sin provecho; pues aquella tarea y gasto habian durado quince dias, sin que hubieran podido estorbárselo los sarracenos, tal habia sido la diligencia en los guardas; persuadido el rey de que con este estratagema adquiriria mas pronto la ciudad y la ganaria con menos pérdida. Recogióse en su interior entristecido, y callaban todos turbados con este incidente. Luego dijo: «ármense en seguida cien hombres, y tomen lanzas y escudos, y vayan ocultos para no ser vistos absolutamente, y cambien el curso del agua que pasa por su acostumbrado   —251→   conducto, y échenla desde lo mas alto dentro del foso para empapar y salvar de este modo la tierra y la madera, apagando el incendio. Y este, añadió, es el único eficaz remedio contra el presente daño». Hízose así, y apagóse el fuego, y no volvieron los sarracenos desde aquel dia á intentar semejante cosa.

Acordaron sin embargo hacer una mina contra una de las minas subterráneas, y encontráronse en ella con los sitiadores, y los nuestros fueron echados ignominiosamente de la mina que habian hecho279. Lo cual habiéndolo algunos referido al rey diciendo: «arrojados han sido los nuestros de la mina, y ocúpanla los sarracenos», mandó el rey su ballesta de tornillo por medio de Gisperto de Barbará, é hirió á dos sarracenos con adargas, y uno tras otro los atravesó de un golpe, y murieron; y con el terror de este golpe todos despavoridos abandonaron la mina.



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ArribaAbajoCapítulo XXVIII

De los tratos movidos por Gil de Alagon, y de la respuesta negativa del rey, y de la conferencia con el rey de Mallorca


Viendo los sarracenos con evidente certidumbre que no podian defender la ciudad, despacharon al rey un mensaje para que les mandara un enviado fiel, aquel en quien tuviese mayor contianza, pues habian deliberado y acordado tener con él una conferencia. Y habido consejo sobre la materia, les envió el rey á Nuño con diez caballeros y un judío de Zaragoza llamado Baylén280 versado en el idioma arábigo; los cuales introducidos á presencia del rey sarraceno, fueron preguntados acerca de lo que buscaban y de lo que tenian que decir. Y respondió Nuño que para oir habian venido, pues los de la ciudad eran quienes habian pedido un mensaje al soberano. Replicó el rey de Mallorca: «volveos allá de donde habeis venido, que nada tengo que departir con vosotros281». Volvió Nuño al rey, y   —253→   delante de los barones y prelados le contó de que manera se habia visto escarnecido; é indignándose mucho el rey con semejante relacion, dijole el consejo: «dejad, señor, tiempo vendrá en que hablaria de buena gana, y por ningun término será escuchado».

Pasado algun tiempo Pedro Cornel que habia asistido al consejo, dijo al monarca: «señor, Gil de Alagon, que fué cristiano y caballero y ahora es sarraceno y renegado de la fé bajo el nombre de Mahomet282, me ha enviado ya   —254→   dos recados de que deseaba conmigo hablar; así que, si vos me dais lieencia hablaré con él, pues acaso quiere decirme y revelarme alguna cosa de provecho». Consintióselo el rey, y fué Cornel allá, y al otro dia estando de vuelta dijo al rey que saliesen á fuera cavalgando por via de paseo pues queria hablarle, y díjole: «estas son las proposiciones de Gil de Alagon: trataré con el rey de Mallorca y con los ancianos de la ciudad y de la isla283 de quedén y paguen al rey de Aragon todos los gastos que él y sus nobles hayan hecho en la espedicion presente y que salvos y seguros se retiren; y estas condiciones se asegurarian en tal forma, que todos con ellas pudieran quedar bien satisfechos». A cuyas palabras el rey al instante lleno de enojo respondió: «de vos nos admiramos mucho, ó Pedro Cornel, que semejantes pactos hayais oido con paciencia de boca de aquel renegado ó de cualquier otro; pues á Dios prometemos por la fé que nos dió y en que vivimos y por cuyo medio esperamos salvarnos, que si se nos diera cuanta plata puede caber desde el lugar del campamento hasta los montes, nos no acogeríamos ni admitiéramos pacto ó transaccion alguna por lisonjera que nos fuese, mientras no ganemos de esta vez la ciudad y el reino; antes bien oid lo que os decimos, que jamás volveremos   —255→   á Cataluña, si no nos abrimos paso por medio de la ciudad. Y ahora desde el momento os mandamos só pena de nuestro amor y gracia, que en adelante no nos propongais semejantes especies que no son de nuestro agrado».

Otra vez despachó el rey de Mallorca un mensaje al rey para que le enviase á Nuño de quien habia oido decir que era íntimo del rey y de una misma sangre ó parentesco284. Fué allá Nuño, y á la salida de la puerta de Portopí alzóse una suntuosa y magnífica tienda, dentro de la cual habia muy bellas y blandísimas almohadas. Toda la hueste suspendió los trabajos, y ningun daño se intentaba por ninguna de las partes mientras que se trataban estas conferencias. Tomó asiento el rey de Mallorca con dos ancianos únicamente, y tomólo Nuño y algo mas lejos el judio enviado en calidad de intérprete; y quedaron afuera los caballeros de Nuño y algunos sarracenos. Empezó Nuño diciendo: «porqué razon habeis pedido al rey que me enviase á mí a hablar con vos?» Respondió el rey de Mallorca: «No habiendo yo en ningun tiempo de palabra ni de obra hecho injuria á vuestro soberano, maravillome mucho de que tan cruelmente esté dispuesto contra mí, que se esfuerce por todos medios en arrebatarme el reino que me ha dado la divina Providencia; por tanto á vos y á los demás nobles ruégoos le aconsejeis que abandone la empresa injustamente principiada,   —256→   y nos le resarciremos todos los gastos, y vosotros todos salvos y seguros os retirareis en paz, y todo lo que prometemos pagar se despachará dentro de cinco dias. Y en esto no hay que sospechar ni creer que temamos el último trance de esterminio, pues que por gracia de Dios tenemos acopio de armas y de víveres y de todas las cosas que para defensa de una ciudad se juzgan necesarias; sino que procuramos únicamente redimir y terminar molestias. Y para que tengais estas palabras por verdaderas, mandad bajo nuestra salvaguardia dos hombres dignos de fé que dén testimonio de verdad acerca de nuestra abundancia de armas y de comestibles. Ni nos asusta el que las torres hayan sido derrocadas, pues juzgamos imposible, ni tememos ó creemos que pueda suceder, el penetrar vosotros por aquel punto285».




ArribaAbajoCapítulo XXIX

De la contestacion dada al rey de Mallorca por Nuño, e indicacion del agravio que el rey de Mallorca habia hecho al de Aragon, y de la réplica del de Mallorca


Acabada la plática del rey de los sarracenos, respondió Nuño y dijo: «Que no habeis ofendido, decís, al rey nuestro   —257→   señor, y que por lo mismo no tiene razon alguna para venir á hostilizaros; y por cierto que dos ofensas ocurren de pronto bien manifiestas. La primera es en asunto de fé, pues segun nuestra creencia Jesucristo Dios y hombre redimió con su sangre todo el linage humano, y el mundo entero le está perpetuamente obligado; y como vos no profesais esta fé, sino que la perseguís y molestais, es menester que á la llegada del rey católico, ó abraceis la fé católica, ó á él y á sus creyentes de grado ó por fuerza abandoneis el reino. La segunda razon es temporal injuria; pues habiendo vos apresado una tarida de vasallos suyos llena de considerables riquezas en que mercaderes de paz navegaban, el rey os despachó un enviado de su casa llamado Jaime Sans, para rogaros de su parte que os dignaseis entregarle aquella nave con los hombres y efectos en ella contenidos; y vos movido de un vehemente espíritu de arrogancia le preguntasteis ¿quién era aquel rey que tal cosa solicitaba? y él os repitió que era el rey de Aragon. Ciertamente que no estabais tan fuera de nuestros confines ni de las regiones habitables, que distando apenas el rey de Aragon docientas millas de esta isla, así pudierais ignorarle ó desconocerle; y como vos tan altiva y desdeñosamente replicaseis quién era, viendo y escuchando el mensajero un desprecio de su señor tan manifiesto, movido de su adhesion respondió: hijo es de aquel monarca que ganó la batalla de Úbeda286 . Y vos lleno de   —258→   enojo quisisteis matarle, pero os contuvo su calidad dc embajador, y no el ser enviado del rey de Aragon, sino el no irrogar perjuicio á la comun indemnidad de los mensajeros que gozan de seguridad en todas partes. Y el enviado os respondió: bajo vuestra salvaguardia he venido, y en poder vuestro estoy, hacer podeis lo que se os antoje; pero no debiais ciertamente hacer mofa ni fingir ignorancia acerca del nombre y soberanía de mi señor; así que si con alguna dureza os he hablado, vos me habeis dado motivo para ello287».

«Este es, continuó Nuño, el monarca cuyo nombre no conociais, por cuyos estados preguntabais, cuyo poder despreciasteis, cuya demanda vacía y sin efecto devolvisteis. Al otro punto os contestamos que nuestro rey es jóven de 21 año, que este es su estreno en el ejercicio de las armas, que es de gran fortaleza y de elevado corazon, y que ha concebido el firme propósito de no marchar jamás de aquí antes de haber obtenido todo el reino segun desea. Y si le persuadiera lo contrario el consejo de sus nobles, rechazaria tal consejo absolutamente; y por tanto no hay que alargarse en palabras sobre el asunto, porque ni podreis inclinar á ello el ánimo del rey, ni torcer á los que lealmente le aconsejan». Y replicó el rey sarraceno: «Puesto que no os place lo que os hemos propuesto, todavía ofrecemos   —259→   mas. Darémosle cinco besantes por persona288, comprendiendo á hombres, mugeres y niños, y cederémosle la villa, y dénos el rey embarcaciones en que podamos seguramente pasar al África, y permítase quedar á los que quieran». Sobre estos ofrecimientos dijo Nuño que carecia de poderes, por lo cual le parecia ser indispensable contestacion directa del rey.




ArribaAbajoCapítulo XXX

De la contestacion dada al rey de Mallorca, y de la resolucion de tomar la ciudad por fuerza de armas sin pacto alguno


Volvióse Nuño al rey, satisfecho como portador de ventajosas condiciones, y el rey no queriendo tener oculto lo que en el consejo debia revelarse, refirio á presencia de los prelados y barones cuanto habia oido289. Pero el conde de Ampurias no quiso asistir á este consejo ni á otro cualquiera   —260→   en que se tratase de transaccion alguna con los sarracenos; sino que continuamente estaba en la mina que mandaba abrir, diciendo, cuando era citado á consejo, que no saldria jamás de allí hasta que la ciudad fuese tomada290; pues de tantos primos de Guillermo de Moncada tan solo ¡cosa de gran lástima! habian quedado vivos el conde de Ampurias, Raimundo Alamany, Gerardo de Cervellon hijo de Guillermo de Cervellon y sobrino de Raimundo Alamany, Guillermo de Clarmunt, el obispo de Barcelona, el obispo de Gerona, el paborde de Tarragona y el abad de San Felío. Todos estos encargaron al obispo de Barcelona hablar primero, y dijo: «Grave é inestimable es la pérdida á nosotros irrogada con la muerte de tan insignes nobles, y paréceme que es honra y provecho de los que sobreviven sirviendo á Dios aspirar y animarse á la venganza de tan ilustre sangre; pero conozco que la propuesta es aceptable. Sin embargo los barones y caballeros mas esperimentados en armas y mas duchos en semejantes cosas, elegirán con vos lo que mas sea de elegir».

En seguida respondió Nuño inducido por los que entorno   —261→   de él estaban. «El rey, dijo, y todos los que aquí nos hallamos hemos venido para servir á Dios y conquistar la isla; con que si el rey consiente en este pacto ó convenio que propone el rey de Mallorca, manifiestamente habrá logrado el objeto que á todos nosotros nos trajo aquí. No añado á lo dicho una palabra por ser yo el agente y medianero, y así dejo al rey y á vosotros el cuidado de decidirlo mejor».

Tras este habló Raimundo Alamany: «Señor rey, vos aquí venisteis y nosotros con vos para servir al Altísimo, y en el comienzo de este servicio os arrebató la muerte tan nobles vasallos que ningun otro rey podia jactarse de tenerlos mejores; y Dios que tiene la venganza en su poder os ha dado ocasion oportuna de vengaros, y vengándoos conquistareis y poseereis este país. Y no es saludable este pacto, segun á primera vista aparece; por lo cual no solo á causa del presente riesgo, sí que tambien del que pudiera sobrevenir, debe mas prudentemente considerarse. El rey de Mallorca es hombre maduro y entrado en años, es discreto en obras, segun dicen, y elocuente arengador en su idioma: si en paz se le deja ¿cuántos corazones de reyes y pueblos coreligionarios suyos os parece que se atraerá con su maestría? cuántos quebrantará con su destierro? á cuántos conmoverá con su pobreza? á cuántos aguijoneará con la pérdida de su reino? Y volverá algun dia con porcion de los suyos que conocen á ciegas toda la isla, y sorprenderá el país en ausencia vuestra con pocos y dispersos pobladores, y podrá recobrar facilmente con su espada lo que con tanta dificultad y dolor de su corazon tiene ahora que abandonar. Pero obtenida con el hierro plena venganza de su malicia y de la ciudad perversa,   —262→   con sangre indemnizais la sangre, y coronais con perdurable paz vuestras fatigas».

En pós de él levantándose Gerardo de Cervellon y Guillermo de Clarmunt dijeron á una voz: «Por Dios, señor, os pedimos y humildemente suplicamos que en esta ocasion os acordeis de Guillermo de Moncada, cuya sangre bebe esta malvada y descreida tierra. No querais, señor, olvidar la adhesion tan estrecha que os profesaba, y no sea vendida su muerte á los matadores á precio de pactos y conferencias. Con muertes vengada sea la muerte, y reparen espadas centelleantes la estincion de aquella tan noble espada. Acordaros debeis asimismo de Raimundo de Moncada y de los demás nobles que con ellos fenecieron en el campo, cuya muerte parecierais olvidar si los que la causaron escapasen vivos de vuestras manos».

Oidas por el rey estas tiernas palabras, respondió: «La muerte de aquellos nobles á nos tan dolorosa á ningun precio podemos redimirla ni por medio alguno revocarla; pero á ellos les aconteció lo que la divina Providencia ha dispuesto por mejor: en breve tiempo hiciéronse mas ricos que nosotros que sudamos por esta tierra mortal; ellos son los que pueden entrar en la region de los vivientes que reinan con Dios. Pero si consideramos sencillamente el negocio de que ahora tratamos, parécenos que con este pacto que se nos propone logramos el primer designio por el cual aquí venimos, pues conquistamos el país para Dios y para nosotros, y obtenemos buena porcion del tesoro de los habitantes; cuyas dos condiciones á nosotros ofrecidas no se deben así despreciar. Y cuando así con buena intencion os manifestamos nuestro parecer, no despreciamos el consejo que podreis darnos ni nos apartaremos   —263→   de vuestra voluntad291». Y en continente todos los que eran de la familia de Moncada y los prelados dijeron á una voz y con clamor unánime que fuera tomada la ciudad á viva fuerza, y que en adelante no se atendiera ni se diese oidos á pacto alguno. Plugo al rey lo que mas habia sido del agrado del consejo, y envió al rey de Mallorca la respuesta de que no se admitia convenio, anunciándole que por mas que se resistiera cuanto pudiese, la ciudad se tomaria á viva fuerza292.



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ArribaAbajoCapítulo XXXI

De la arenga hecha al pueblo sarraceno por Jeque Abu Yahie293 rey de Mallorca


Recibido el anuncio de la cruel noticia, los ánimos de los sarracenos hasta entonces acostumbrados á mostrarse fuertes comenzaron á desmayar, aborreciendo con desesperacion suma   —265→   sus personas é intereses, como si ya fueran victimas de enemiga pujanza; pues el temor de la cercana muerte y la consideracion de tanta muchedumbre que fenecer debia, postraban y enflaquecian á todo esforzado, y trocaban el juvenil vigor en abatimiento de vejez. Lo cual observado y visto con tristes ojos por el rey sarraceno, convocó el pueblo entero á general asamblea queriéndolos distraer del previsto riesgo y alentar su fortaleza; y como era hombre de agudo ingenio, de atractiva elocuencia, de   —266→   discretos pareceres, presentóse en medio de ellos vestido de blanco, y no pareció turbado en lo mas mínimo; y espiaron todos su semblante, y los que ya sabian lo que iba á declarar de puro dolor guardaban silencio, y los que lo ignoraban creian ser llamados para oir alegres nuevas; é impacientes de ver revelado el objeto de aquella convocatoria, no tomaban en boca ni sospechaban siquiera su inminente destino, ni podian responder á las preguntas que se les hacian. Era pues general y profundo el silencio, así por la grave angustia y cuidado, como por respeto a   —267→   la presencia de su rey. Mirólos este, y con la madurez de su edad, comprimiendo en su mente el quebranto, abrió los labios, y para encaminar su discurso nombró é invocó a Dios, y con voz mas apacible mezcló en la invocacion á Mahoma; y en seguida toda aquella muchedumbre, cual si fuera un hombre solo, se arrodilló segun su rito acostumbrado, y hundidas sus caras en el suelo y estendidas ambas manos, grave y asombrosamente con fuerte clamor á nuestro Señor invocaron, y todos á la vez pronunciaron con mas intensa devocion el nombre aquel de su profeta como si por sus méritos hubiesen de ser libertados294 .

Cumplida la ceremonia de su inicua secta, volvió á sentarse todo el pueblo, y el rey declarando el objeto que allí le traía, dijo de esta suerte: «¡Bendito sea el Dios único en quien creemos y de quien damos testimonio, que   —268→   ha ensanchado los confines de nuestra nacion desde oriente hasta occidente, y nos ha dado el mediodia en honorífica prenda de proteccion y otorgamiento de nuestras súplicas; el que del seno de su pueblo ha escogido los príncipes y los soberanos, el que nos ha sometido la gloria de las demás gentes y tendídola bajo nuestras plantas! Bendito sea un solo Dios, en virtud de cuya diestra nuestro emperador el Miramolin ha poseido y dominado por cien años295 esta isla, alegre espectáculo y joya en el seno de las aguas, y admirable refugio de navegantes, tierra por solo   —269→   Dios amurallada, de infinitas bendiciones llena, para mayor tormento de nuestros envidiosos enemigos! Bendito sea Dios que me hizo rey y á vosotros pobladores de este país, comiendo y bebiendo de sus producciones, proveyendo y atendiendo á vuestras casas, engendrando de vuestras mugeres hijos, acumulando riquezas para los que han de sucederos, y sustentando con vuestros beneficios á los ancianos!

«O hijos del Profeta! qué dulce vida hasta aquí pasasteis! No apareció estrangero entre vosotros, no traspasó vuestros límites invasor estraño, no conocisteis yugo ni dominacion de ageno señorío; inicua mano no escudriñó vuestras casas, vuestras mugeres no han conocido raptores, vuestras consortes ignoran lo que es fuerza ó violacion. No registró exactor alguno los rincones de vuestros secretos, vuestras se conservaron las cosas que día por dia fuisteis guardando; no hubo enemigo que espantara á vuestros pequeñuelos, ni adversario que os disminuyera el número de vuestros hijos; no hubo madre que á impulsos del terror ocultara y retirara los pechos al niño que criaba. Hasta el presente los envidiosos cristianos no se habian atrevido á invadir este suelo. O barones, ved ahí el fuego en el regazo, ved al asesino en la alcoba, ved el veneno en la taza, ved la muerte en casa en días de paz! Pueblo estraño ha caido sobre nosotros, que nos llama á cautiva servidumbre, exige todos nuestros bienes, fuérzanos á salir y abandonar la ciudad, reclama vuestras mugeres para que le sirvan, y quiere la femenil belleza privar de libertad; esperan y pretenden, de toda humanidad desnudos, esterminar á vuestros tiernos infantes; pretenden esponer en venta por el mundo vuestros mancebos cargados de cadenas, y entregar este país, así los vivos como los difuntos,   —270→   á oprobio perdurable. Y yo, que he envejecido para ser testigo de tamaños males, prefiero morir que sufrir tal cosa contra mi ley, y esta mi cabeza de tantas canas salpicada consagro á la muerte en defensa de esta mi ciudad muy amada. Hombre soy semejante á cada uno de vosotros, ni en fuerzas igual ni en brios superior; decidme pues vosotros el partido á que os ateneis». Y todo el pueblo bramando de furor, rabioso en su desesperacion, clamó que mucho mejor era morir que aguardar tantos males como á ellos y á sus familias amenazaban. Y respondió el rey: «Voz de victoria es semejante voz, y casi nunca fué vencida en combate muchedumbre que llevara á cabo lo que acabais de decir. Hacedlo pues así, defendámonos bizarramente, y teniendo á la vista los males ya probados, doblemos nuestro esfuerzo; labrémonos perdurable fama, venciendo cuando los enemigos piensan ya blasonar de incruenta victoria».

Disuelto el consejo, volvieron al muro y renovaron el combate. Apareció en ellos redoblado esfuerzo, y con mucho mayor empeño continuaron sus trabajos; lo cual se debió á la profunda huella que imprimió en su memoria el discurso de su rey, pareciendo que nuevamente habian acudido de refresco á las trincheras valientes lidiadores. Y habiendo nuestro rey observado todo esto durante algunos dias, habló á Nuño: «juzgamos, dijo, que nuestros nobles se arrepienten del acuerdo tomado el otro dia, y que ahora aceptaran el convenio que entonces todos á una voz rechazaron». Y á ellos les dijo: «¿qué os parece? hubiera sido ó no mejor aceptar el convenio? veis lo que hacen desesperados!» Callaron los nobles, pero aquella noche se presentaron al rey el obispo de Barcelona y Raimundo   —271→   Alamany diciendo: «¿porqué no se renuevan los términos del convenio?» Contestó el rey: «no es de vuestro carácter entablar lo que rechazamos, mas puesto que os place, si vuelven á proponerlo, lo admitiremos».

Mientras tanto los cristianos, siendo que los sarracenos parecian mas animosos que de costumbre y causaban graves pérdidas, recibiendo fortaleza como á porfía, con mas valor tambien combatian los muros; y así se contrapuso esfuerzo á esfuerzo. Y observóse que los de dentro manifiestamente desmayaban, y los nuestros activaban las minas con la rapidez posible; pero al fin abandonaron las otras, y con la ayuda de Dios, á pesar de cualesquiera hostilidades, concluyeron la subterránea296.



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ArribaAbajoCapítulo XXII

Del juramento que todos prestaron para el asalto de la ciudad


Acercándose el dia del Señor prefijado para la toma de la ciudad, juntó el rey á general consejo, y fueron presentados   —273→   y delante de todos honrosamente espuestos la cruz de Jesucristo y los cuatro santos evangelios, y juraron todos, á escepcion del rey únicamente, cumplir y observar las prevenciones que siguen297. Quiso el rey prestar el   —274→   juramento mismo, mas estorbáronselo los nobles diciendo que palabra de rey en público pronunciada debia tenerse por la mas firme. He aquí los artículos que juraron, sin que nadie se eximiera de semejante juramento: «En el asalto que contra la ciudad de Mallorca debe intentarse, y que precediéndonos nuestro Señor Dios Jesucristo, hemos de efectuar de aquí á cuatro dias, no haya noble, caballero, infante ú hombre del pueblo, que despues de haberse puesto en marcha para entrar en la ciudad, se atreva á   —275→   volver atrás, y el que lo haga sea en todo tiempo tenido por traidor, como el homicida de su señor natural. Además ninguno de los arriba dichos se atreva á quedarse despues de emprendida la marcha, mientras que no sé halle mortalmente herido, só pena de traicion y de perjurio. Nadie tampoco se quede á guardar los heridos, sino que si ve á alguien herido de muerte, sea primo suyo sea estraño, póngalo separado allí mismo; y encomiéndelo á Dios por quien está sufriendo el paciente, y siga él adelante con los demás, y no vuelva atrás ni el cuerpo ni la cara. Y de todos y de cada uno, ó quienes Dios preservará de morir, sea unánime y solo empeño, sin vacilacion acometer, acometiendo avanzar, avanzando pasarlo todo á cuchillo sin reserva alguna».

Terminado el consejo en esta forma y prestado el juramento, apartóse el rey con los nobles y prelados al sitio de descanso, y dijo uno de ellos: «Si nuevos combatientes se añadieran á los de dentro, con harto trabajo seria entrada la ciudad; pues veo que facilmente pudiera acontecer lo que temo, si los sarracenos forenses, arrepentidos de las promesas que al rey hicieron y compadecidos de sus amigos que van á ser acometidos, penetran en la ciudad unidos á ellos en vida y en muerte. Y no bajarán de cinco mil los que puedan reforzarles, y cuentan dentro con suficientes víveres: con lo cual nuestro designio hubiera de aplazarse. Por tanto aconsejo para que no se atraviese semejante estorbo, que se dispongan diligentes guardas á fin de que los de dentro no sean ausiliados por los de fuera». Aprobaron y confirmaron todos el parecer de este, y se mandó que así se hiciera puntualmente.

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Al siguiente día volvieron á la presencia del rey los bailes que habia nombrado para gobernar á los de fuera, á saber Jaime y Berenguer Durfort, temiendo á los sarracenos que murmuraban del asalto de la capital; cuya retirada manifestó mejor la sensatez del consejo arriba indicado. Y así fueron dispuestas tres compañias de ronda, una ácia las minas, otra ácia la puerta de Marmelet298 que está junto al castillo del Temple, otra ácia la puerta por donde se va á Portopí; y cada compañia constaba de cien caballeros armados. Sucedió esto dentro de la octava de Navidad299, y hacia muy gran frio, tanto que   —277→   los enviados á alguna espedicion se veian á menudo obligados á volver al campamento para calentarse. Continuóse dicha ronda durante cinco dias; y los tres últimos los pasó el rey sin dormir de dia ni de noche, pues dia y noche acudia gente á consultarle acerca de las prevenciones necesarias para el asalto de la ciudad, y nada se adelantaba aunque solo valiese un maravedí sin que el rey lo supiera. Y cuando daba treguas el referido preguntar, y trataba el rey de dormir, inflamado su cérebro con los cuidados repelia el sueño300, y corria penosamente el tiempo mientras no adelantaran los negocios y se consumaran; de suerte que no habia diferencia de las horas de trabajo á las de reposo, y no habia reposo sin trabajo. Y como se aproximaba   —278→   la toma de la ciudad, y se necesitaban muchas cosas para la empresa, tomó el rey 60000 besantes á préstamo de unos mercaderes301, prometiéndoles seguro reembolso cuando Dios omnipotente fuera servido de entregarle la ciudad.



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ArribaAbajoCapítulo XXXIII

Del asalto de la ciudad, y de la aparicion del bienaventurado san Jorge mártir


Llegada la noche, á la cual sigue el último dia del año que se titula vigilia de Circuncision y fiesta del bienaventurado San Silvestre, mandóse que á la siguiente aurora se celebraran misas muy devotamente, y que se diese la santa comunion á los que se hallasen dispuestos y preparados á recibirla, y que se armaran todos para combatir. Pero aquella misma noche á hora del primer sueño llegóse á la cama del rey Lope Jimenez de Lusia, y dijo: «Vengo, señor, de las minas subterráneas, y he mandado á dos escuderos mios que entrasen en la ciudad, y habiéndolo hecho así, cuentan haber encontrado muchos cadáveres que yacian por las plazas, y desde la quinta torre hasta la sesta no han topado centinela alguno. Por tanto, continuó, aconséjoos, señor, que tomen todos las armas y que entren en la ciudad, pues no aparecerá ningun defensor á estas horas en que menos recelan del peligro». «O soldado envejecido302, contestóle el rey sonriéndose, ¿y este es el consejo que dais, entrar de noche en la ciudad, y que   —280→   sea la noche bien oscura? Y si de dia muchos se portan cobardemente en los hechos de armas sin que les contenga el pundonor, ¿cómo se portarán ahora cuando el uno no puede divisar al otro? Y si los nuestros, una vez introducidos en la ciudad, á causa de algun desastre se ven obligados por los de dentro á salir fuera, nunca en adelante volverán á entrar, y perderemos á Mallorca. No se hará de esta suerte, no».

A la siguiente madrugada celebráronse brevemente los divinos oficios, y dióse la santa comunion á los que la quisieron303; y tomadas las armas necesarias, salieron todos del campamento y llegaron á la esplanada intermedia que habia entre las tiendas y la ciudad, y empezaba ya á ser dia claro. Acercóse el rey á la infantería que precedia á los caballeros, y dijo: «id, animosos varones, en nombre de nuestro Señor Dios Jesucristo, id, entrad en la ciudad que Dios nuestro Señor os ha otorgado». Y nadie se movió con estas palabras, aunque todos así peones como caballeros habian oido lo que se les mandaba; con lo cual el rey se contristó mucho á vista de la dureza de los suyos, y levantando los ojos al cielo esclamó: «O Madre de Dios piadosa, para servir á ti y á tu hijo acá venimos, á fin de que sean aquí ensalzados tu nombre y tu virtud; ruega á tu hijo amado que me libre de tan grave ignominia y sonrojo, y que infunda á los nuestros espíritu de fortaleza». Y de nuevo clamó el rey en voz muy alta diciendo: «id, animosos y fuertes varones, en nombre de nuestro Señor Dios Jesucristo, ¿porqué los temeis?» Y habiéndolo por   —281→   tres veces repetido, comenzaron á moverse de buen paso; y cuando todos, caballeros y peones, hubieron llegado al sitio donde estaba el rey, es decir á la brecha por donde convenia entrar, todo el ejército como la voz de un hombre solo gritó hasta las nubes: Santa María! Santa María!304 Y esta palabra no se apartaba de sus labios, sino que dicha una vez, era muchas veces repetida; y cuanto mas se reiteraba, subian mas alto los clamores, y treinta veces por lo menos este bendito nombre fué repetido.

Y como hubiesen empezado á entrar los caballeros armados, callaron; y habia ya dentro mas de quinientos infantes305. Habia acudido precipitadamente el rey de Mallorca con todas las fuerzas de la ciudad, y acosaban   —282→   tan viva y cruelmente á los peones delanteros, que si los caballeros no hubieran desde luego sobrevenido, morian todos sin remedio alguno. Y segun la relacion que hemos oido á muchos sarracenos, y el rey lo averiguó á su tiempo con mayor diligencia, precedia á los hombres armados un caballero sobre blanco alazan, cubierto de blancas armas y de blanquísimas vestiduras, y este caballero fué muy terrible para los sarracenos y el primero que penetró en la ciudad; el cual piadosamente creemos seria el bienaventurado san Jorge enviado por la bienaventurada Virgen santa María tantas veces rogada é invocada, así como ya en otro tiempo envió contra Juliano apóstata un mártir difunto306.

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El primero que entró de los caballeros fué Juan Martínez de Eslava de la mesnada del rey, y tras él fué el segundo Bernardo de Gurb, el tercero un caballero llamado Sirot de la familia de sir Guillermo, el cuarto Fernan Perez de Pina307; los demás penetraban por donde mas pronto y mejor podian. Y aunque á los cuatro arriba dichos concedió Dios el singular honor de entrar los primeros, habia mas de cien caballeros en la hueste que de buena gana hubieran tomado la delantera, y hecho valerosamente lo que aquellos hicieron, si la condicion estrecha del lugar no lo hubiese estorbado.

He aquí que el rey de Mallorca llamado Jeque Abu Yahie vino cavalgando en su caballo blanco, y gritó á los suyos diciéndoles; «á pié quedo, á pié quedo»308. Y   —284→   mantuviéronse los sarracenos con las adargas de que usan en vez de escudos, y del opuesto lado apercibiéronse con sus escudos treinta cristianos; y sobrevinieron allí muchos, y empuñaban todos espadas desnudas, y ninguna de las dos partes osaba acometer. Pero acudieron caballeros armados, y los cristianos entonces cayeron sobre el enemigo; y al instante apiñóse corno un ovillo toda la muchedumbre de sarracenos, y opusieron á los que entrar querian tal espesura de lanzas, que los caballos de modo alguno se resolvian á pasar adelante. Los ginetes concitaban á sus caballos, los aguijoneaban y despertaban á espolazos, y ellos bien querian obedecer, mas no podian ante aquella muralla de hierro contrapuesta, y empinábanse sobre sus piés traseros; y no habia remedio de avanzar, antes retrocedian algun tanto los caballeros tirando atrás los caballos. Poco á poco iban llegando otros caballeros hasta que fueron casi cincuenta; y los caballeros y peones con sus escudos habíanse ya acercado tanto á los sarracenos, que podian tocarse con las espadas: nadie empero se atrevia á estender el brazo contra el enemigo, temiendo mientras hiriese al otro sacar roto su propio brazo de enmedio del tropel.

Al fin los cincuenta caballeros en nombre de Dios lanzaron sus caballos contra los sarracenos, y en alta voz gritaron, ayudadnos, santa María madre de nuestro Señor; y clamaron otra vez vergüenza, caballeros, vergüenza! y espolearon los caballos, y embistieron con ímpetu á los sarracenos, y con el ausilio de nuestro Señor los atropellaron. Y los que se habian quedado en la ciudad, sabiendo que ya estaban dentro los cristianos, salieron por dos puertas, á saber por la de Marmelet y de Portopí, arriba   —285→   de treinta mil personas huyendo á las montañas309; y los sarracenos que debian contrarestar á los cristianos, viendo esta avenida, buscaban escondrijos para salvar en ellos sus vidas. El último que se apartó del teatro del combate fué el animosísimo rey de Mallorca. Era tan copioso el tesoro y botin que veian dentro de la ciudad los caballeros é infantes, que no se cuidaban de seguir al alcance de los fugitivos.

Al llegar nuestro rey á la puerta llamada de la Almudaina310 , se encontraron allí unos trecientos cadáveres de sarracenos, que mientras se esforzaban en guarecerse dentro y no habiéndolo podido conseguir por haber cerrado las puertas los que dentro estaban, fueron sorprendidos y pasados todos á cuchillo por los cristianos que en pós   —286→   de ellos iban. Fueron en número de veinte mil los sarracenos que murieron el dia de la toma de la ciudad311. Y los sarracenos que guarnecian la Almudaina enviaron á decir al rey por medio de uno que sabia la lengua catalana, que les diese una escolta para sustraerlos de la mu e r. t e, y le rendirian la Almudaina.



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ArribaAbajoCapítulo XXXIV

De la prision del rey de Mallorca y toma de la Almudaina


Presurosamente se acercaron al rey dos hombres de Tortosa, mientras capitulaban los de la Almudaina segun arriba dijimos, y llamando al rey aparte propusiéronle, si les daba joyas y presentes, que le entregarian el rey de Mallorca: pedían dos mil besantes, pero el rey no les prometió sino mil312. Envió el rey á un noble que hiciera sus veces mandando que no fuese combatida la Almudaina, y tomó consigo á Nuño, y fuése adonde estaba el de Mallorca, y apeáronse armados el rey y Nuño, y entraron en la casa; y en la estremidad de ella estaba sentado el infeliz anciano vestido con su loriga y sobreveste de seda blanca, y traia encima manto blanco, y á sus piés sentábanse cuatro satélites con lanzas africanas llamadas por otro nombre azagayas. E informado de que era el rey quien se le acercaba, púsose de pié; y el rey por medio de intérprete le dijo que no tuviese miedo, que no moriria, y dejó en su compañía dos caballeros y otros hombres para defenderle y guardarle de los que en pós vinieran313.   —288→   Volvióse el rey á la puerta de la Almudaina, y pidió rehenes y seguridades de que se cumpliria lo prometido; y los sarracenos, asomándose al muro viejo, sacaron al hijo del rey de Mallorca que llegaba casi á los trece   —289→   años, y presentáronlo al rey para que en cierto modo les sirviese de fianza, ofreciendo abrir la puerta con tal que el rey atendiera diligentemente á los que entrasen. Y como el sol estaba ya en su ocaso, cansado el rey de tanto como habia hecho y ansioso de descanso, mandó entrar alli á fray Miguel y á su compañero de la órden de Predicadores á fin de guardar el tesoro y las casas del rey, y les dió diez caballeros prudentes y algunos escuderos que custodiasen con gran diligencia la Almudaina y la casa real314.

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ArribaAbajoCapítulo XXXV

Del saqueo de las casas, de la abundancia del botin y de su pública venta, y de la sublevación del pueblo


Llegada la mañana, corren todos por las calles, registran las casas, encuentran abundancia de despojos, toman, ocultan; y por disposicion de nuestro Señor origen y engendrador de paz, no hubo riña ni discordia sembrada de   —290→   resultas del botin, pues cada cual creia ser mas rico que el otro, y encerrando dentro de sí su secreto pensaba haber hecho mejor hallazgo que los demás. Y segun solía referirnos Arnaldo de Castelvell315, que despues fué religioso de la órden de Predicadores, los saqueadores escudriñando por las casas encontraban bellísimas mugeres y muy agradables doncellas que tenian en su regazo monedas de oro y plata, margaritas y piedras preciosas, brazaletes de oro y plata, collares y toda suerte de preciosas alhajas; y ostentaban estas cosas á los ojos de los soldados que iban entrando, y llorando amarguísimamente les decian en arábigo: «tuyas sean estas riquezas, y concédeme la vida». Con la gran codicia del lucro y de puro alborozo ninguno de la servidumbre real se presentó al rey en ocho dias, pues iban en busca de despojos que apañar, ó trataban de conservar los adquiridos; de suerte que aquella mañana no pareciendo el cocinero del rey y desaparecida   —291→   la comitiva de su casa, Ladron noble aragonés dijo al soberano: «yo os comido, señor, que yo he dispuesto bien de comer, pues segun me han informado tengo en casa una buena vaca, y allí comereis y dormireis esta noche». Y el rey hubo gran contento, y siguió al citado noble316.

Tomada así la ciudad y totalmente saqueada, dijeron los prelados y nobles que fuesen puestas en pública venta personas y cosas, arbitrio que no gustó al rey, antes dijo: «Harto tiempo requirirá esta pública venta; partamos pues los efectos y despojos, y vamos en seguida contra los sarracenos que en los morates se ocultan y que avasallados por el terror serán de allí con menor dificultad desalojados.- Y de qué manera, dijeron los prelados y nobles, podrian repartirse los despojos?- Por suertes y cuadrillas respondió el rey; y si desde luego repartimos los cautivos y los haberes, las gentes quedarán satisfechas, y esto no durará mas de ocho días, y al momento saldremos contra los sarracenos de fuera, y obtendremos y guardaremos el dinero para galeras. Esta es la única determinacion aceptable, pues ¿cómo han de aguardar las gentes tanlento y prolongado remate del botin?». Pero Nuño y Bernardo de Santa Eugenia y el obispo de Barcelona y el sacrista querian   —292→   esta subasta de la presa para engañar á los demás317; pues en esto eran mas duchos y sutiles. Y el rey dijo: «esto no es venta, sino decepcion ó engaño; y tememos que los sarracenos de fuera no se reanimen entretanto, y que no sea funesta esa tardanza». Pero insistiendo aquellos, cedió el rey á su importunidad, y verificóse la venta de los despojos desde la dominica de quincuagésima hasta pascuas.

Los caballeros y hombres del pueblo creian tener parte en las cosas puestas así en venta, y compraban por valor de lo que les parecia deber tocarles por su porcion318;   —293→   pero hecha la venta se resistian á pagar los efectos ya comprados. Juntáronse con el pueblo los caballeros, y tumultuosamente iban por la ciudad gritando: «mal vá eso, mal vá». Y súbitamente levantóse de entre ellos una voz: «saqueemos la casa de Gil de Alagon»319, y fueron allá, y lo efectuaron. Y habiendo acudido el rey corriendo, cuando hablan despojado ya del todo la casa, dijoles: «¿quién os ha dado licencia para devastar así la casa de ningun noble, estando nos presente, y no habiéndose hecho á nos instancia alguna?». Y dijeron á gritos: «debemos tener parte nosotros como los demás de toda la presa, y no la tenemos, sino que morimos de hambre, y así queremos volver á nuestra tierra; por esto las gentes han hecho lo que han hecho». Díjoles el rey: «arrepentiros y enmendaron debeis de estas cosas y absteneros absolutamente de tales fechorías, sino nos veríamos precisados á hacer de vosotros justicia, y tendríamos sentimiento de vuestro mal, y harto hubierais de lamentar el castigo».

Dos dias despues subleváronse nuevamente, y tomaron cuanto se les vino á las manos en la casa del paborde de Tarragona, y nada quedó en ella sino dos caballerías que estaban en casa del rey. Con esto se presentaron al rey los nobles y prelados quejándosele mucho y temiendo por sí ra gra n manera; v se acordó que en el primer alboroto ó riña que se suscitara, montasen todos en sus caballos armados y cogiesen veinte de los sediciosos, los cuales sin misericordia fuesen ahorcados. Y el mismo rey temiendo que su casa no fuera entregada á saqueo por el pueblo, sacó de ella todo lo mejor del botin, y él mismo lo acompañó en   —294→   su traslacion al Temple. Y en seguida convocando al pueblo reprendiólo duramente, y los comunicó y reveló lo que se habia resuelto sobre ahorrar á los díscolos, y añadió: «¿porqué á mortandad y á confusion os entregais? voluntad nuestra es y de los nobles que os quepa vuestra porcion así de los bienes muebles como de las tierras»320. Oidas estas últimas palabras, sosegóse la multitud y desistió de la maldad principiada. De esta manera tranquilizó el rey al pueblo, y volvieron los nobles á sus propias casas, pues con el naciente tumulto se escondían ya por apartados y agenos albergues321.



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ArribaAbajoCapítulo XXXVI

De la muerte del conde de Ampurias y de muchos nobles por enfermedad, y de la salida del rey ácia las montañas


Decretado estaba que al contento sucediera el llanto; y para despues de la pascua armaba Nuño una nave y dos galeras para visitar los mares de África, á fin de que las gentes de mediodia á cuya noticia habian llegado los agenos daños esperimentaran el ardor del rey á costa de los propios322. Mientras que la espedicion se preparaba, cayó enfermo Guillermo de Clarmunt, y al octavo día pasó á reunirse con sus padres. En seguida enfermó Raimundo Alamany, y al octavo dia terminó su carrera. Después de él enfermó Garcia Perez de Meytats aragonés de buen linaje y de la mesnada del rey, y murió al octavo dia. Despues de estos enfermó Gerardo de Cervellon, hijo de Guillermo de Cervellon el mayor que era hermano de Raimundo Alamany, y al octavo dia entregó su espiritu al Señor. Cuyas pérdidas considerando y recapacitando el conde de Ampurias con ánimo doliente y lloroso, dijo: «con qué! ¿todos los de la familia de Guillermo de Moncada   —296→   le seguirán falleciendo así? seguro es». Y el conde de Ampurias enfermó tambien, y dentro de ocho dias pago el tributo de la naturaleza. Todos estos nobles murieron dentro de un mes323; y el rey viendo privado su ejército de tales campeones, entristecióse justamente.

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En seguida Pedro Cornel fue enviado por el rey á Aragon para sacar de allí ciento y cincuenta caballeros, y para los ciento le dió el rey cien mil sueldos324, pues los cincuenta mil restantes los debía Cornel al rey por los feudos que á su nombre tenia. Y puesto que habian muerto los caballeros de Guillermo y de Raimundo de Moncada y de los nobles arriba citados, el rey por consejo del obispo de Barcelona hizo llamar á Ato de Foces y á Rodrigo de Lizana325 que estaban en Aragon, para que vinieran y sirviesen al rey por los feudos que tenian; y contestaron al rey que irian de muy buena gana.

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El rey mientras tanto326 quiso salir de la ciudad contra los sarracenos que habian ocupado los montes de Soller, de Bañalbufar y de Almalutx; y se habian hecho tan poderosos que los cristianos no podian hostigarlos. Hizo el rey su salida por el valle de Buñola con la gente que pudo juntar á pié y á caballo, pues casi todos habian regresado ya, cuales á Aragon, cuales á Cataluña327. Subiendo   —299→   ácia la montaña dejó el rey á mano derecha el muy fuerte castillo de Alaró; y el gefe de la vanguardia hizo avisarle de que la infanteria se negaba á permanecer en el puesto que el rey les habia designado, sino que se encaminaba ácia Inca328. Y el rey, dejando la retaguardia del ejército al cuidado de Guillermo de Moncada hijo de Raimundo329, marchó ácia aquellos, y llegado al pié de la subida vióles que se dirigian á una villa que Inca se llama, y dejóles ir adelante y quedóse con su comitiva. Dijose y manifestóse al rey que los sarracenos habian causado daño á su tropa, y que por fuerza le habian quitado dos caballerías; y corriendo á toda prisa con dos hombres mas á reunirse con la retaguardia del ejército halló que los nuestros habian ido en persecucion de los enemigos y obligádoles á huir por una pendiente de montes y peñascos, y que habian recobrado las caballerías. Vino el rey, y encontró á los suyos en la calzada, y vió á unos   —300→   seiscientos sarracenos que desde un collado observaban á los nuestros desde arriba, y calculaban su número con intencion y ánimo de ofender.

El rey empero con toda su escolta fué al sitio donde habia determinado dormir aquella noche330; mas Guillermo de Moncada hijo de Raimundo, y Nuño, y Pedro Cornel que habia ya llegado331, y otros prudentes caballeros dijeron que no convenia al rey descansar ni dormir en aquel lugar, pues los enemigos estaban bastante cerca en número de tres mil, y la mayor parte de los bagages y gente á pié habia ido en direccion á Inca. Y así bajó el rey y fué á Inca,   —301→   desde alli regresó á la ciudad, y los sarracenos volvieron a sus montañas.




ArribaAbajoCapítulo XXXVII

De la llegada del maestre del hospital, y de la heredad dada por gracia á la órden de los Hospitalarios


Fué desde Cataluña á ver al rey con quince caballeros freyles del Hospital el maestre de dicha órden llamado Hugo Fuyalalquer332, á quien amaba el rey y tenia por especial amigo y habia hecho nombrar maestre en su reino y dominios por el maestre general de la órden; y pidió hablar al rey á solas en presencia de sus compañeros. «Señor, dijo, pues Dios ha sembrado vuestro camino   —302→   de tantas desdichas y prosperidades, vuestra piedad imploramos para que recabeis á favor nuestro de los nobles y prelados que nuestra órden obtenga alguna cosa en Mallorca, aunque no sea de justicia sino por gracia meramente, para escusar á nuestra órden la confusion presente y mucho mas la que en lo venidero nos aguarda; pues las generaciones que nos sucedan maravillarse han y nos imputarán á gran maldad é ignominia, el que en nuestros dias vos y los vuestros hayais consumado obra tan grandiosa y tan admirable para todo el mundo, sin que nuestra órden haya cooperado ni contribuido en cosa alguna. Y así como semejante proeza á vuestro nombre dará gloria, así en aprobio del nuestro redundará nuestra ausencia». Respondió el rey y dijo: «En todo tiempo esperimentasteis nuestro cariño que tanto á vos como á vuestra órden profesamos, y en lo que pedís obtendreis el favor nuestro. Tenemos empero que nos ponga obstáculo el estar la tierra dividida ya en porciones, y haberse ya marchado muchos de los que han recibido las suyas; haremos sin embargo lo que podamos para quede nos quedeis satisfechos».

Convocados para este asunto el obispo de Barcelona, Nuño, Guillermo de Moncada y cuantos pudieron haberse á la mano entre los que allí permanecian, rogóles el rey buenamente y con instancia que hiciesen parte al maestre del Hospital y á la órden de los bienes que ganado habian. Y ellos malcontentos contestaron diciendo: «y que razon hay para que ahora quieran tener parte en las ventajas los que no quisieron tenerla en el trabajo? Porqué temen ahora ese oprobio perdurable á que no atendieron cuando habia de ser por medio muchos peligros? Qué pueden   —303→   pedir pues, estando ya repartidas las heredades, y habiendo ya marchado ó fallecido los que las recibieron?» Mas el rey compadeciéndose del sonrojo y detrimento de los freyles, dijo: «ó barones, y si en ello buenamente pudiera hallarse remedio, cortesia será y provecho conservar la amistad de la órden y del maestre. El remedio vedlo ahí: nos poseemos la mitad de las tierras, y darémosles por nuestra parte una alquería buena y suficiente; y venga acá Ramon de Ampurias que tiene conocimiento de vuestras porciones, y como de ellas no pudiera dársele al maestre una finca sin que uno de vosotros la perdiese, desmembraremos un poco de vuestras tierras en proporcion á la parte que os ha cabido, y lo agregaremos á nuestra alquería, y resultará una porcion regular». Y tras de repetidas instancias del rey, otorgaron esto.

Llamado pues el maestre á presencia de todos los mencionados, contestó el rey y repitió cuanto se ha dicho arriba, y luego concluyó en esta forma: «pero no obstante todas estas cosas, os señalamos porcion á razon de treinta caballeros, y os haremos escribir en el libro con los demás333, y no os daremos una buena y pingüe alquería, y los otros os darán parte de las tierras que poseen por el número de treinta caballeros armados: y en esto os hacemos insigne honor, pues os damos igual porcion á la   —304→   que han obtenido asistiendo á la espedicion los Templarios». Y en seguida el maestre levantándose con los freyles se acercó al rey para besarle la mano y darle gracias, lo cual el rey no se lo consintió al maestre por deferencia. «Señor, dijo otra vez el maestre, ya que tanta gracia nos otorgais á mí y á la órden, dignaos concedernos parte de los bienes muebles y algunas casas en que habitemos para residir personalmente en este punto». Y el rey sonriéndose volvióse á los circunstantes, y dijo: «¿qué os parece de estas cosas que se piden?» Y respondieron: «señor, no puede ser, pues el que tiene su dinero y sus haberes, ¿cómo los devolverá restituyéndolos al cúmulo? En cuanto a casas, que se les provea de ellas ó de sitio en que puedan edificar». Insistió el rey: «y si se hallara medio para una y otra cosa, y que nada os costara, ¿lo consintierais?» Y replicaron: «con mucho gusto, pero ¿de qué manera?» Y el rey dijo: «démosles el sitio en que suelen custodiarse las galeras sacadas á tierra, que se llama Atarazana, donde hay paredes ya á uno y otro lado, y allí podrán construir hermosas casas334 ; y de los bienes muebles les daremos cuatro galeras que allí están y fueron del rey de Mallorca». Y alegráronse los nobles todos y los prelados de que se hubiese socorrido á dichos freyles sin perjuicio de ninguno de ellos; y los freyles lloraron de gozo sabida la bondad de tan escelso príncipe.



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ArribaAbajoCapítulo XXXVIII

De la segunda salida del rey contra los sarracenos que se abrigaba en las montañas


Estinguirse no podia el gusano roedor en el solícito pecho del soberano á causa de los sarracenos refugiados en las montañas. Hallábanse en la isla todavía Nuño y el obispo de Barcelona y Jimenez de Urrea; y salio el rey ácia los montes á caza de los fugitivos bandoleros. Llegó á Inca, y juntósele el maestre del Hospital; y pidió consejo el rey á los nobles y á los adalides335 que ya tenian conocidos los puntos fuertes y débiles de la isla, acerca de lo qué y cómo debia practicarse. El parecer de los nobles y del maestre fué que no convenia con tan poca gente internarse en las montañas, donde estaba Xuaip natural de Xiverto336 teniendo consigo unos treinta caballeros y mas de tres mil peones escogidos, por lo que era muy peligrosa la entrada. Accedió el rey á la mas sana opinion de sus consejeros aunque con mucho sentimiento   —306→   de tener que volver á la ciudad con las manos vacias.

De noche, mientras todos descansaban, llamó el rey á los adalides, y reservadamente les previno que si sabian que hubiera sarracenos en otro punto que en los montes indicados, se obligaran á revelárselo só pena de perder su amor y gracia; «pues aquella sierra, dijo el rey, es alta en demasia337 , y queremos saber si alguno de vosotros ha estado allá». «Yo, señor, respondió uno de ellos, estuve allí con mi gente apenas habrá ocho dias, y por poco no cogimos á los sarracenos en un escondrijo que hay en aquella sierra que en frente de vos está, y cuando creíamos echarles el guante, salieron de aquel punto mas de sesenta sarracenos con sus armas, y sustrayéndose á nuestras manos volvieron á su madriguera». Alegróse el rey de las nuevas que oia, y convocadas otra vez todas las personas arriba dichas, les dijo: «un medio hemos hallado para librarnos de la confusion presente y para no volver con ignominia á la ciudad, donde habiéndose divulgado dentro y fuera que salimos á someter las montañas, y que nada   —307→   alcanzamos la primera vez ni la segunda, cederá en oprobio nuestro». Refirióles el rey cuanto había oido, y todo lo contó el mismo adalid mas circunstancialmente é indicó que dicha montaña formaba parte de las de Artá, y agradó á todos la noticia.

Á la mañana siguiente plegaron las tiendas, y enviaron delante á algunos hombres de á pie y de á caballo para contener á los que acaso quisieran salirles al encuentro antes de presentarse el señor rey. Á hora de vísperas llegó el rey á aquel parage, y dijéronle los que habian predecido: «no os canseis en buscarlos, que han escaramuceado ya con nosotros; vedlos, allí están». Y apenas hubieron conocido los sarracenos las tropas del rey, hicieron señas con leas y fogatas á los que estaban en los montes338, como solicitando su ausilio; y aquella noche el rey, viendo su gente fatigada, durmió junto á una fuente al pié de la subida. Al amanecer armáronse los caballeros con sus caballos, y mientras los infantes combatian la montaña donde estaba el escondrijo ó cueva339, subieron ellos   —308→   al pico que dominaba la montaña á fin de cerrar toda salida á los refugiados, y eran los caballeros armados treinta y cinco. Era la montaña tan alta é inespugnable que remataba en punta, y de la montaña sobresalia un peñasco, en medio del cual estaban aquellas hoyas ó madrigueras que se buscaban; y la piedra que desde arriba se arrojaba no podia ofender á las cuevas, sino por casualidad á algunas enramadas que fuera de las cuevas habia. Pero como los nuestros de cada lado los batian, al salir ellos á resistirles y á defenderse eran abrumados por las piedras que se les tiraban; y duró buen rato esta porfía, y daba gusto el verla.

Al fin dijo Nuño: «Señor, ¿porqué nos detenemos aquí inutilmente sin lograr nada? Pues los de abajo no alcanzan á herirlos con sus piedras, y por muchas que lancen los de arriba poco ó ningun daño causarles pueden. Bajad, señor, que es ya mediodia, y hoy es dia de ayuno; comed, y luego volvereis y dispondreis lo que hacerse deba por otro camino». «O Nuño, dijo el rey, no seais tan impaciente y vivo, que los cogeremos de seguro». Y respondió el maestre del Hospital: «verdad es, ó Nuño, lo que dice el rey en mi concepto; pero hágase así, baje el rey á comer y vos juntamente, y yo me quedaré, y cuando hayais comido enviadnos gente, y entonces se verá lo que hemos de hacer».

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Gustóles la propuesta, y bajaron á comer el rey y Nuño, y mientras comian el maestre formó cadena de las caballerías, y ató una con otra, y encendió fuego en la caldera, y con cuerda soltó un hombre que sostuviese la caldera340, y puso fuego á los matorrales, y soplando el viento ardian y se consumieron veinte de aquellas enramadas de las cuales á guisa de tiendas se servian; cuyo espectáculo viendo y contemplando el rey desde la mesa le causó gran placer. Y el maestre envió á decir á los sarracenos que se rindieran, porque de otro modo habian de morir todos ellos; y respondieron que si dentro de ocho dias, contando desde aquel que era dominica de la Pasion de Jesucristo, no les había llegado socorro de los que estaban en las montañas, se rendirian ellos y la fortaleza, si bien no como cautivos. Fué el maestre al rey y contóle la avenencia, pero le avisó que no les admitiera sino bajo   —310→   vínculo de servidumbre, «porque, dijo, cansados están y abatidos y medio muertos»; y aprobólo el rey, y respondió que no les acogeria sino só condicion de cautiverio.

El octavo dia del término perentorio era domingo de Ramos, y los infelices aceptaron al fin los pactos, y en prenda y rehenes de su cumplimiento entregaron diez hijos de los mas distinguidos que en las cuevas se abrigaban; y permaneció allí el rey hasta el octavo dia. En estos dias padeció el rey buena falta de pan; tanto que el ultimo dia habia solo siete panes341 para el rey, para Nuño y para cien bocas que comian. Carecian de pan los del ejército, y comian del trigo que podian encontrar en las casas de los sarracenos, por lo qual quiso el rey que comiesen carne por la gran necesidad que allí corria342. Y Pedro Maza se internó con una buena compañia de hombres á pié y á caballo y con almogávares de la hueste343, y   —311→   halló una cueva donde se ocultaban muchos sarracenos, y envió á pedir al rey ballestas y saetas é instrumentos de hierro, y combatió el lugar por espacio de dos dias, y sacó de la cueva hasta quinientos sarracenos, diez mil bueyes y treinta mil ovejas344. Llegó entretanto el octavo   —312→   dia, y pidió el rey el cumplimiento de la promesa; y dijéronle que debia aguardar hasta hora de tercia, la cual ya casi trascurrida, empezaron á bajar con sus vestiduras, dejando en el monte una cantidad considerable de trigo y cebada, y entregáronse cautivos al rey en número de mil y quinientos. Así el rey despues del domingo de Ramos volvió gloriosamente á la ciudad con dos mil cautivos y tanta muchedumbre de ganados mayores y menores que ocupaban por sí solos el espacio de una legua.




ArribaAbajoCapítulo XXXIX

De la llegada de la caballería de Aragon á Mallorca en ausilio del rey


Anuncióse al rey que Ato de Foces y Rodrigo de Lizana acudian á reunírsele desde Aragon segun se les habia requirido; y el rey tuvo de esto gran contento, porque esperimentaba grandísima falta de su asistencia, pues entre los que ya se habian ausentado y los que aquí fenecieron quedaban con el rey harto pocos. Alquiló Rodrigo para trasporte de caballos una tarida de las que ya habian servido en la espedicion y dos barcas para conduccion de víveres, y aportó á Pollensa; y presentóse al rey con treinta caballeros debidamente aviados y con los víveres que para largo tiempo pudieran necesitar, de suerte que los otros se maravillaron. Pero Ato de Foces alquiló una coca, en la cual apenas se hubieron embarcado él y los que en su compañia navegaban, por dos ó tres partes entraba   —313→   en ella el agua tan copiosamente, que algunos trabajaban continuamente en sacarla, y los demás empleaban todas sus fuerzas en meter estopa por las aberturas; y así espuestos á tan grave riesgo, deseaban coger puerto en alguna costa. Proveyóles Dios del remedio que convenia; y teniendo viento contrario para Mallorca, aportaron cansados á Tarragona, y atropelladamente sacaron de la coca cuanto habia, y en seguida á vista de ellos y por sí misma abrióse por medio la quilla, y luego horriblemente se partió en diversos trozos. Y de este modo quedáronse allá Ato de Foces y Blasco de Maza345 y un buen escuadron de caballeros que con ellos habian determinado pasar á la isla.




ArribaAbajoCapítulo XL

De la arenga del rey al pueblo, y su partida de la isla de Mallorca


Trascurrido ya el verano, queriendo el rey volverse á Cataluña llamó á Bernardo de Santa Eugenia señor de Torrella, y le reveló su propósito, y le invitó y le rogó   —314→   encarecidamente que se quedase en la isla en lugar suyo desempeñando sus veces. Accedió á ello dicho baron y suplicó al rey que se dignara concederle el castillo de Pals que está junto á Torrella y junto á Palafurgell, y otorgóselo el rey á modo de violario346 para que conocieran las gentes cuan ganado le tenia el corazon y le prestaran mayor obsequio y reverencia. Además le firmó obligacion de indemnizarle todos los gastos que en Mallorca hiciese en el desempeño de dicho oficio. En seguida hizo juntar el rey general consejo, y todos al par acudieron caballeros y pobladores para oir lo que diria el rey, aunque ignorando del todo su voluntad.

«O barones, dijo el rey , por disposicion de Dios y con su bendito ausilio hemos obtenido con mano fuerte esta ciudad y la isla; y mientras que han vuelto á sus casas muchos nobles y prelados, nos permanecemos aquí con vosotros catorce meses hace, porque temíamos que corsarios sarracenos ó los fugitivos de las montañas os causaran daños que luego fuese dificil vengar y reparar. Ahora estamos ya en el principio del invierno, y con el favor de Dios no tendreis que temer. Así pues os decimos que hemos decidido marcharnos, y no os sea sensible esta determinacion, porque bajo muchos conceptos os seremos mas útiles en Cataluña juntando y enviándoos gente y comestibles, de lo que podríamos seros permaneciendo aquí con vosotros; y si ocurriera novedad alguna, volveríamos   —315→   en persona. Además os prometemos bajo nuestra palabra, que despues de separados de vosotros no habrá hora del dia ni de la noche en que no tengamos de vosotros la mayor solicitud y cuidado. Y puesto que Dios nos hizo gracia tan singular de concedernos el dominio de estas islas que nunca pudo lograr ningun rey de España, y que hemos edificado aquí una iglesia dedicada á nombre y honor de nuestra Señora la Virgen Santa María347, y otras muchas que por tiempo aquí serán, creed firmemente que no os olvidaremos, antes me vereis aquí muchas veces y amenudo, y á medida de vuestra necesidad esperimentareis nuestro beneficio».

  —316→  

Muchas cosas queria decir el rey, pero ahogaron su voz las copiosas lágrimas; y lloró el pueblo con la novedad enternecido y mirábale al rostro, amándole cada cual mas que su propia vida. Y mediando gran rato de silencio por el llanto que de uno y otro lado corria, tomó el rey otra vez la palabra, y dijo que en lugar suyo quedaria entre ellos Bernardo de Santa Eugenia, encargóles que le obedeciesen, y mandó que si recelaran alguna incursion de enemigos, lo que á Dios no plugiera, se lo hicieran participar desde luego á fin de poder él acudir en persona y proveer   —317→   de socorro; y con esto se despidió. Dejó el rey los caballos y armas á los que quedaban, y marchó ácia la Palomera donde le aguardaban dos galeras, una de las cuales era de Raimundo Canet348, y la otra de los hombres de Tarragona. Embarcóse en la de Canet el dia de los santos apóstoles Simon y Judas, y llegó al tercer dia, y aportó á aquella marina que hay entre Tarragona y Tamarit; y era ya la media noche, y el tiempo bueno y en estremo apacible. Allí encontró el rey á Raimundo de Plegamans que le saludó y besó las manos y lloró de puro contento.

Sabia dicho Raimundo los tratos que mediaban entre su soberano y el rey de Leon que habia prometido dar su hija por esposa á nuestro rey con su reino en dote, y contóle por cosa cierta que aquel rey habia muerto, segun relacion de unos castellanos que vinieron á Barcelona349. Mucho desagradaron al rey estas noticias por la pérdida   —318→   del citado reino, pero juzgó que de mayor gusto para Dios y de mayor honra ante el mundo y de mas alto mérito habia sido haber ganado el reino de Mallorca, que sin este haber obtenido únicamente el de Leon. Detúvose allí el rey hasta aclarar el dia y volvió á las galeras, y á vista de la ciudad y con regocijo de toda ella entró al remo en la playa de Tarragona. Y todo el clero y el pueblo le salieron al encuentro con cruces y pendones, y recibieron con grande alborozo al rey vencedor, dando gracias y bendiciendo á Dios que le habia restituido á su pueblo con tan insigne victoria. Aquel mismo dia despues de comer, salidos ya todos de las galeras, sopló viento Lebeche tan fuerte y violento que las galeras ancladas junto á la iglesia de san Miguel, que acababa de edificar el arzobispo Espargo, se estrellaron y perecieron, y de tres hombres que en cada galera habian quedado murieron cuatro entre todos. Y el rey rindió gracias á Dios que de este peligro le habia librado.




ArribaAbajoCapítulo XLI

De los rumores acerca de la venida del rey de Tunez á Mallorca, y vuelta del rey de Aragon á la citada isla


Al partir el rey de allí pasó por Montblanc y fuése á Lérida, y de allí pasó á Aragon; y en todos puntos salíale al encuentro el clero y el pueblo con procesiones, regocijos y estandartes dando gracias á Dios por la victoria que le habia concedido. Y habiendo invernado en   —319→   Aragon350, se vino á Cataluña; y halló en Barcelona que corrian voces de que el rey de Tunez hacia grandes aprestos para pasar á Mallorca, y que con singular violencia apresaba las naves de genoveses y pisanos, y por fuerza embargaba gente para la espedicion. Con estos rumores fueron requeridos en confianza por el rey los consejos, los prohombres de la ciudad y además los nobles, acerca de lo que debia hacer en semejante caso. Y la respuesta fué que como de lejas tierras acostumbran venir luengas mentiras, no debia moverse el rey tan precipitadamente, sino aguardar un poco en Barcelona ó por sus contornos. Salió de Barcelona el rey, y subió á Vich para terminar una desavenencia que habia entre los hombres de aquel lugar y Guillermo de Moncada351; y habiéndose detenido allí un dia, al siguiente ácia media hora de tercia presentóse al rey un mensajero que habia andado toda la noche, y venia de parte de Raimundo de Plegamans, refiriendo que las noticias corrientes por Barcelona eran que á aquellas horas el rey de Tunez debia ya estar en Mallorca. Cuyo   —320→   anuncio conmovió estraordinariamente al rey, temiendo que la tierra planta, que con tanto afan sembrado habia, y regado con sangre de tantos nobles, y asegurado con guarnicion de tan insignes barones, fuese arrancada por el rey invasor en daño de Jesucristo y en menosprecio de sí propio. Y tomados con angustia los informes, llegó cavalgando á Barcelona ácia hora de vísperas, y el descanso se le trocó en grave inquietud aquella noche.

De mañana salió el rey á la ribera, y en alta mar apareció una vela que con próspero viento venia del lado de la isla de Mallorca, y habiendo llegado salió de ella un hombre de un esquife, á quien preguntó el rey sobre la situacion de la tierra y de la isla; y aquel hombre mirando al rey con el color demudado y anublándose súbitamente su semblante, respondió diciendo: «señor, creemos que el rey de Tunez ya esté allá á estas horas». «Malas nuevas traeis, dijo el monarca, pero en nuestro Señor confiamos que primero que él estaremos allá». Y luego dijo á los suyos: «No fué bueno el consejo que en Barcelona recibimos, ni se miró en él por nuestro honor ni por el bien de la tierra de Mallorca. De cien años acá no se hizo hazaña semejante á la que nuestro Señor quiso obrar por nuestro medio: y no es bien que una vez que por donacion verdadera de Dios poseemos á Mallorca, por temor ó por desidia la perdamos, y así es menester ausiliarla con nuestra presencia. He aquí pues mi designio; señalemos dia á todos los que con nos se hallaron á la conquista del pais, y escribamos á Aragon á todos los que por nos tienen feudos y que son de nuestra mesnada, que vengan a socorrer la tierra con todo cuanto puedan haber sin tardanza alguna, y que se reunan en Salou con nos dentro   —321→   de tres semanas, que de mayor gloria nos es sufrir la muerte defendiendo á Mallorca que de ella ser despojados por inaccion ó por culpa nuestra. Y grabad en vuestros corazones, que ó bien no la perderemos, ó ante Dios y los hombres será manifiesto que nada restó que hacer para salvarla».

En el dia para ello señalado, y aun antes, vino el rey á Tarragona, fletadas naves y taridas y una galera para tomar noticias, y aprestáronse entre todas á recibir trecientos caballeros, pero no acudieron sino doscientos cincuenta, que con otros cincuenta que habia ya en la isla, cumplieron á su tiempo el número de trescientos. Y al querer el rey meterse en la nave, llegaron el arzobispo Espargo y Guillermo de Cervera monge de Poblet352, rogando al rey, y conjurándole altamente, y con muchas razones exhortándole á no pasar en persona á la isla, sino á enviar allá á los caballeros presentes nombrando á Nuño por gefe de aquella division353: temian pues,   —322→   segun era el arrojo del rey, que en los peligros no le ocurriese algun daño, y lloraban á su presencia amarga y sinceramente. Mas no pudieron aquellas lágrimas tan acerbas quebrantar ó mover el corazon del rey, ni hacerle siquiera vacilar un poco; solo les dijo brevemente: «cesad de fatigaros en semejante empeño, que este viaje hacerse ha, y de ningun modo podemos quedarnos». Ellos empero abrazados con el rey porfiaban en retenerlo, mas el rey atropellando su importunidad separóse de ellos, y marchando ácia Salou aguardó allí á los que debian presentarse.

Habia llamado el rey una y dos veces á Pedro infante de Portugal, con quien habia ya hecho trueque de la isla de Mallorca354, para que acudiese á defender la isla; y   —323→   respondia con buenas palabras, pero nada ponia por obra. Á media noche hizo el rey levar áncoras á la galera en que se habia embarcado, y lo mismo practicó el resto de la armada, cuando se oyó una voz: «¡Ha de la galera! Esperaos un poco, os dice Nuño, porque el infante de Portugal quiere hablar con el rey». Á duras penas quiso el rey aguardarle; y cuando el infante acompañado de Nuño estuvo en su presencia, el rey indignado le preguntó qué queria. «He venido, respondió, para ir á Mallorca». É insistió el rey: «¿qué tal os habeis preparado, y cuántos   —324→   caballeros traeis? -Cuatro ó cinco, dijo355 . -Así Dios me ayude, replicó el rey, que mal preparado venís á defender á Mallorca; pero venid mañana, porque nos en este momento partimos, y embarcaos en una de aquellas taridas ó naves; que nos traemos prisa de saber si por casualidad está ya allí el rey de Tunez». Pero con grandes instancias logró el infante quedarse en la galera con un caballero y dos escuderos, y no traia mas caballeros que aquellos cuatro que habia dicho, á quienes Nuño hizo recoger en la tarida.

Llevadas las áncoras, á fuerza de remo y vela llegaron á Soller el segundo dia despues de medio dia, y allí encontraron una nave de genoveses que divisando la galera temieron harto; pero reconociendo la bandera real, entraron en un esquife, y con gran placer hicieron al rey acatamiento, é interrogados respondieron á todo cuanto se les preguntó. Díjoles el rey: «¿qué noticias teneis de Mallorca? -Buenas, señor, dijeron. -¿Está aquí, dijo el rey, el   —325→   ejército del rey de Tunez? -No hay en la isla, contestaron, ejército ninguno de sarracenos». Oido esto, no podia el rey caber en sí de gozo, tanto por ser fábula lo que se decia, como porque en caso de venir el enemigo siquiera se hallaria frente á frente con los defensores de la isla. Enviaron al rey los genoveses un presente de gallinas y dos marineros356 á Mallorca para que participaran la llegada del rey; y los de la ciudad, regocijándose en estremo, le remitieron caballerías para montar, y saliéronle al encuentro, y recibiéronle con honores y alegrías.




ArribaAbajoCapítulo XLII

De las disposiciones tomadas por el rey y los caballeros contra el ejército del rey de Tunez


Aquel dia los prohombres de la ciudad visitando al rey de parte de los moradores, á Dios y á él rindieron gracias por su venida, confesando todos conocer entonces plenamente el amor del príncipe y la solicitud que tenia de su isla, pues en la incertidumbre de tales nuevas quiso acudir en persona tan bien pertrechado; y lloraban mientras estas cosas le decian, y hacían llorar al rey de gozo de su   —326→   venida y del socorro tan oportuno. Al tercer dia de su arribo llegaron á la ciudad las naves las taridas que traian caballos y todo lo que necesario parecia; y el rey llamando á sus consejeros, empezó á tratar de la defensa del país caso de venir el rey de Tunez, y se dispuso colocar vigías en determinados puntos de la isla que descubrieran de lejos las velas, á fin de que la ciudad no pudiera ser sorprendida y ganada. «Hágase lo siguiente, dijo el rey: los caballeros y soldados escogidos no se acerquen á la costa adonde parecerá que se dirijan ó pretendan aportar las naves, sino quédense en oculto sitio á manera de emboscada ácia aquel punto por donde quieran desembarcar; y algunos sin caballos armados357, y dos mil peones con ellos, preséntense á orillas del mar y aparenten disputarles el desembarco. Y cuando haya salido gran multitud de los contrarios, finjan los nuestros huir ligeramente y corran hácia la emboscada; y seguirlos han los sarracenos creyendo que allí está la fuerza y nervio de la isla, y los acometerán, y caerán en la emboscada, y los perseguiremos hasta la estremidad de la costa; y viendo sus naves la suerte que haya cabido á los primeros, no entregarán á voluntaria muerte los restantes». Segun esto se pusieron vigías en diversos puntos al rededor de la isla, y abría los oidos toda la tierra: pero como las atalayas hubiesen trabajado en vano durante quince dias, cercioróse el rey de que no se acordaba el de Tunez ni de venir á Mallorca ni de enviar armada358.



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ArribaAbajoCapítulo XLIII

De la avenencia del rey con Xuaip señor de las montañas y de los pactos que se le aseguraron


Gozado algun reposo tras de fatiga y solicitud tanta, empezó el rey á obrar contra los sarracenos de las montañas, que no bajaban de tres mil combatientes y otra muchedumbre que entre mugeres y niños llegaban, segun se decia, á quince mil personas; y combatió particularmente y al fin ganó tres castillos que hay en la isla, á saber, Alaró, Pollensa y Santueri359. Aconteció que Xuaip, á quien   —328→   reconocian todos por su gefe y señor, y era natural de Xivertro, hizo saber al rey que haria paces con él bajo las siguientes condiciones: que el rey le perdonase como tambien á los suyos, que favoreciese á cuatro individuos de su familia y les diese heredades, caballos y armas, y á cada cual su rocin competente ó siquiera mulo ó mula, que los sarracenos tuvieran en el pais poblaciones donde establecerse los que lo desearan, y respecto de aquellos que rehusaran entrar en esta avenencia los abandonaba simplemente Xuaip á merced del soberano360. Propuso   —329→   el rey al consejo la peticion hecha por Xuaip, y pareciéronles ventajosas las condiciones y útiles al pais; pues mientras los insurgentes permanecieran en sus reductos, no podia la isla aquietarse ni prosperar. Accedióse por tanto á la avenencia, y fué continuada en escritura pública, y autorizada con el sello mayor del rey colgante de ella; y de esta suerte satisfízose á Xuaip segun su deseo, quedando todavía en las montañas unos dos mil hombres que no quisieron acceder en ningun punto á este convenio ni adherirse siquiera al mismo Xuaip. Desvanecida ya toda alarma, volvió el rey á Cataluña361, y dejó en la isla á Bernardo de Santa Eugenia y á Pedro Maza señor de San-Gairen mesnadero del rey, con unos quince caballeros y escuderos que quisieron quedarse por consideracion y afecto á Pedro Maza.



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ArribaAbajoCapítulo XLIV

De la capitulacion definitiva de todos los sarracenos que habia en las montañas, y de la tercera venida del rey á la isla de Mallorca


Durante el invierno hasta el mes de mayo acosaron los cristianos con cruda guerra á los sarracenos que andaban por los montes, y que se guarecian en tan encumbradas asperezas que no era dable ofenderles corporalmente; pero en cuanto á víveres podian recoger poquísimo trigo, y el que cogian era casi nada respecto de su muchedumbre, tanto que de hambre pacian yerba por las montañas á guisa de rebaños. Con este motivo invitáronles á rendirse Bernardo de Santa Eugenia y Pedro Maza por medio de cartas que por un enviado sarraceno les mandaron, y respondieron ellos que jamás se rendirian sino á aquel rey en persona á quien Dios habia dado la isla. En vista de ello, habida gran deliberacion sobre el negocio, por consejo de los caballeros embarcáronse y fueron en busca del rey Bernardo de Santa Eugenia y Pedro Maza para inducirle á volver á Mallorca y acoger á los sarracenos que le aguardaban, dando por consiguiente perpetua paz al país entero362. Y hallaron al rey en Barcelona que los recibió muy   —331→   alegremente, y le regocijaron contándole las novedades que allá les traian; y consintió el rey en volver á Mallorca, y por consejo de ellos no quiso traer consigo otros caballeros363: pero hizo armar tres galeras que se prepararon á partir desde Salou en su compañía.

Al décimo quinto dia de la llegada de los mensajeros, embarcóse el rey en la galera y con él aquellos dos; y rehusaban salir del puerto los marinos, porque la noche era oscura y nada á propósito para navegar; pero obligados por el rey y soplando un ligero vientecillo, diéronse á la vela364. Y habiendo navegado con caras mas sombrías   —332→   que alas de cuervo y con gran murmullo por espacio de diez millas, la noche se tornó serena y lograron el consuelo de la claridad de la luna y del sosiego de la mar. Y volviéndose al rey Bernardo Sesposas esclamó: «¡tanto es, señor, lo que Dios os quiere, que en un zapato pudierais navegar! En verdad temíamos todos que fuera tempestuosa la noche que sobrevenia, y desmintiendo nuestros temores os dá Dios el tiempo que necesitan y pudieran desear las galeras armadas; en verdad, señor, que no parece sino que Dios por vos obra y con vos está». «Sabemos, contestó el rey, que el Señor á quien servimos y en quien no tememos ser confundidos, nos encamina en lo que por él y en su nombre hacemos, y por ello damos á Dios repetidas gracias tanto como sabemos y podemos, y en él fijamos perpetuamente nuestra esperanza».

Navegando de esta suerte llegaron á Portopí el tercer dia á hora de tercia, y ataviadas las galeras con banderas y gallardetes, al son de trompetas aportaron á la ribera de la ciudad, y todos los hombres, mugeres y niños de la poblacion salieron al encuentro del rey alborozados. Al cabo de pocos dias atendiendo el rey á los sarracenos por cuya causa habia venido, logró cumplidamente su intento; y dejó algunos para poblar la tierra aunque en calidad de cautivos del soberano, dispersó á otros poniéndolos en pública venta, los otros los cedió su real munificencia á los que habian ganado su aprecio por servicios ó hechos de armas365.



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ArribaAbajoCapítulo XLV

Del proyecto contra la isla de Menorca


Abrió el Espíritu santo los labios de Raimundo de Serra el mozo, comendador del Temple en la isla de Mallorca, y decimos el mozo para distinguirle de su tio el comendador de Monzon que llevaba igual nombre y apellido; y acercóse al rey el dia en que este entró en la ciudad, segun hemos referido arriba366, y díjole: «señor ¿quereis intentar un bello simulacro de guerra? Enviad á Menorca las tres galeras armadas en que acabais de llegar, y hacedles saber vuestra venida á esta isla, y requeridles á que se os entreguen; pues de otra manera, por mucho sentimiento que tengais de su muerte, tendrán que morir por culpa suya y por su dura pertinacia. Y yo no dudo que los amedrentareis, y que harán por temor lo que pide   —334→   vuestro honor y provecho». Manifestó el rey la propuesta del comendador á Bernardo de Santa Eugenia367 y á Pedro Maza en presencia del que la habia hecho, y ambos admirablemente la aprobaron y aplaudieron. Y en seguida mandó el rey que los tres fuesen mensajeros en dicha embajada y que cada uno tomase su galera para que el acto fuera mas solemne y autorizado; é hízoles estender cartas credenciales en lengua arábiga, que escribió un tal Salomon judío de Zaragoza y hermano de Bahiel. Dijo el rey á los mensajeros que él iria en persona al estremo de la isla de Mallorca al punto que se llama cabo de la Piedra, el mas inmediato á la isla de Menorca de la cual solo dista treinta millas; y allí aguardaria la contestacion de ellos, fuese buena ó mala.



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ArribaAbajoCapítulo XLVI

De la llegada de los enviados del rey á Menorca y de la propuesta de dichos enviados


Pernoctaron con este objeto en el mar las galeras en que iban los mensajeros, y al dia siguiente llegaron á Menorca entre nona y vísperas, y arribaron al puerto situado enfrente de Mallorca, en el fondo del cual está la villa principal llamada Ciudadela368. Y entrando en dicho puerto las galeras, resonaron por la poblacion grandes alaridos y acometió á todos cruel temblor y espanto; y salieron contra ellas corriendo á la ribera el alcaide y los ancianos y todo el pueblo que allí se encontraba, y dijeron: «¿de quién son las galeras?» y se les contestó que «del rey de Aragon, de Mallorca y de Cataluña». Y acercáronse   —336→   á la orilla el alcaide y los ancianos, y con ruegos les convidaron á saltar á tierra y á entrar en la villa donde todos estaban dispuestos á servirles en honor y obsequio del señor á quien pertenecian. Respondieron los enviados: «el rey nuestro señor nos manda á vosotros en embajada; saltaremos á tierra, pero ni en vuestra villa ni en otro sitio alguno entraremos hasta que nos hayais escuchado y dado contestacion». Y en seguida el alcaide mandó á los suyos que depusiesen todos las armas, y respetuosamente saludó otra vez á los embajadores, y en union con los ancianos les rogó que bajo la seguridad de su palabra y con sus cabezas por fiadoras desembarcasen y admitiesen los obsequios y honores que les rindiera. Y al momento las galeras presentaron la popa á tierra, y dispusieron los sarracenos un local magnífico con bellos y singulares ornamentos, con colchones y almohadas y escelentes tapices como mejor pudieron.

Preparado el lugar segun se debia, salieron de sus galeras los mensajeros junto con el intérprete judío, y con humilde y alegre semblante recibiéronles el alcaide y su hermano y el almojarife natural de Sevilla á quien el rey hizo despues señor de la isla369, y todos los ancianos con ellos, y escucharon respetuosamente. Leyóse desde   —337→   luego la carta credencial, y en seguida se espuso verbalmente la embajada de esta manera. «He aquí lo que os dice nuestro señor el rey de Mallorca: con vuestros ojos estais viendo que Dios omnipotente desde el cielo nos ha concedido la isla y reino de Mallorca; y queriendo los que la poseian resistirnos con todo su poder, no hallaron en nos misericordia alguna, sino que la ciudad y casi todos sus moradores perecieron á filo de espada. Y tanta sangre humana derramada no debe hacernos pasar por crueles y bárbaros ante los hombres; pues no era voluntad nuestra esponerlos á todos ellos á trance de muerte, si no nos hiciera frente su inicua soberbia. Ahora empero os declaramos y aseguramos nuestro designio de pasar á Menorca, y que traemos el intento de dominar é imponer la mano sobre vosotros y sobre vuestras tierras y sobre los demás que igualmente pertenezcan al reino de Mallorca, á fin de que el que posee la cabeza del reino posea tambien sus demás partes370; y esto queremos que sepais, y protestamos ante Dios omnipotente en cuya virtud reinamos, que no queremos vuestra muerte, ni tenemos sed de vuestra sangre ni de la de vuestros hijos y mugeres, sino que reclamamos el dominio sobre vuestras personas y tierras segun   —338→   Dios lo ha decretado371. Si quereis pues pacificamente admitirnos por rey de Mallorca y señor vuestro, y prestrarnos lo que hasta aquí acostumbrareis prestar al anciano de Mallorca, os recibiremos bajo nuestro dominio y tutela sin engaño alguno. Si preferís empero morir ó caer cautivos, toda vez que no podeis escapar de nuestras manos, vuestro sea todo el cargo».

Oidas dichas razones, rogó el alcaide á los enviados que aguardaran un poco hasta el otro dia, y circularian el mensaje á los ancianos de la isla, para deliberar todos juntos y dar así mas segura contestacion. Gustó la propuesta á los mensajeros, y otra vez fueron invitados á entrar en la villa; mas ellos lo rehusaron diciendo que no entrarian en ella hasta ver el éxito de su embajada caso de salir conforme á los deseos del rey, pues tales eran las instrucciones que del rey habian recibido. Los oficiales de la villa enviaron á los mensajeros diez vacas y cien carneros y cien pares de gallinas y pan y vino tanto como quisieron; y ofreciéronles salvaguardia hasta el anochecer, y cuando los sarracenos hubieron entrado en la poblacion, volvieron los enviados á sus galeras.

Aquel dia á hora de vísperas estuvo el rey en el cabo   —339→   de la Piedra desde donde se divisa claramente á Menorca, y solo traia consigo seis caballeros y cuatro caballos, un escudo y cinco escuderos de servicio, y diez de los criados de su palacio y algunos correos372. A puesta de sol antes de comer llamólos el rey á todos, y pusieron fuego á las matas por mas de trecientos puntos para que de lejos pareciera acampar allí un formidable ejército: lo cual viendo los sarracenos de Menorca, asombráronse y enviaron dos ancianos á los mensajeros con encargo de preguntarles el objeto y significado de aquellos fuegos y quién los hacia.

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«Allí, contestaron los mensageros, esperan nuestra llegada y vuestra respuesta el rey con todo su ejército, á fin de que sabida vuestra intencion se despache desde luego el negocio para el cual nos ha enviado». Con esto que oyeron los sarracenos, quebrantáronse sus brios y tuvieron buen cuidado de contestar á toda prisa, para que no se les echara encima tan grande ejército como el que hacia aquellos fuegos, y los pasara á cuchillo y los hiciera perecer á todos. Y á la mañana siguiente, hecha su oracion, parecieron el alcaide, el almojarife y los ancianos y trecientos de los mas honrados de la isla, y dijeron: «Mucho agradecemos á Dios y al señor rey el beneficio y la gracia que ha hecho á nosotros estensiva, de vivir bajo su sombra, ya que no podemos defendernos».




ArribaAbajoCapítulo XLVII

De la humilde respuesta de los sarracenos y de las condiciones escritas, y de los mensajes despachados al rey


«Consintiendo pues con todo rendimiento en obedecer las órdenes del rey, pedimos condiciones seguras y que se escriban, á fin de que con el trascurso del tiempo no puedan olvidarse, ni aumentar ni disminuir las obligaciones que contraemos. Porque si bien este país, decían ellos, es árido y poco á propósito para sementeras373   —341→   , y no abunda en bienes ni en cosa alguna; nosotros sin embargo, reconociendo al señor rey por verdadero dueño darémosle tres mil cuarteras de trigo y cien vacas y quinientas entre ovejas y cabras anualmente; y el rey y sus sucesores oblíguense á defendernos». Respondieron los enviados diciendo: «bien nos parece lo que decís; solo una cosa falta que absolutamente exigimos, sin la cual nada es todo cuanto prometeis, ni apareceria asegurado el dominio del rey sobre vosotros; dareis poder al rey sobre Ciudadela y sobre el castillo de santa Águeda374 y sobre los demás castillos que podais con el tiempo fabricar aquí». Disgustó tal demanda á los sarracenos, pero temerosos al cabo del rey que cerca estaba y de aquel tan numeroso ejército cuyos   —342→   fuegos habian visto, accedieron y dijeron que el rey era bueno y de suave índole, y le llamaban señor benigno375, y así se recomendaban á su piedad y misericordia. Y con esto hízose escritura de dicha sujecion y promesas, y como todas las personas mas notables hubieron de jurarla sobre el Alcorán, los mensajes tuvieron que permanecer allí tres dias: y mientras que se estendian las escrituras, Asaldo hizo añadir á las citadas obligaciones dos quintales de manteca, y doscientos besantes de flete para embarcar el ganado.

El rey mientras tanto no se apartaba del cabo de la Piedra, y cada noche hacíanse aquellos fuegos pavorosos por el método indicado. Al cuarto dia despues de misa376 llegó al rey un mensagero precursor que le anunció la llegada de las galeras y de los enviados de parte de la isla de Menorca que venian á besar al rey las manos.

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Hizo el rey adornar pomposamente la casa y cubrir las paredes de ricas telas y regios tapices, y cubrir de hinojo el pavimento de las habitaciones, ya que carecian de rosas y de yerbas odoríferas, y la real silla fué magestuosamente colocada, y el rey se vistió de muy insignes y solemnes vestiduras. Envió caballos á unos y otros embajadores que al fin llegaron, y se alegró. Y parecieron ante él los enviados por parte de la isla, á saber, el hermano del alcaide y el almojarife y cinco ancianos los mas poderosos de la isla, é hincadas las rodillas saludaron al rey humildemente y de parte del alcaide y del país entero á él se encomendaron como á su señor, en quien desde allí en adelante para siempre tenian puesta su confianza. «Seais muy bien venidos, díjoles el rey, mucho nos place vuestra venida; pues para poder recibiros mejor y oiros sosegadamente nos apartamos de nuestras tropas y hemos venido á este lugar solitario, como estais viendo». Y besando ellos la tierra rindiéronle gracias; y entonces los mensajeros del rey empezaron á relatar todo lo que habian acordado, y manifestaron las escrituras del convenio, preguntando al rey si daba por valedero y firme lo que en nombre suyo obraron. Y el rey declaró querer deliberar sobre el asunto.

Mas apenas hubieron salido de la estancia los sarracenos, esclamó: «¡cuán obligados á Dios estamos, que nos dá lo que no teníamos y lo que sin gran trabajo y peligro no podíamos adquirir! Ved ahí que nuestra es con honra y provecho aquella tierra; y este no es asunto ni ocasion de pedir consejo, sino de aceptar lo que ofreceis y de confirmar lo que habeis hecho, y de dar gracias á Dios por la misericordia de que con nosotros usa». Y llamando á los enviados de la isla de Menorca, contestó el rey que   —344→   era de su agrado cuanto sus mensajeros habian hecho y establecido con ellos; otorgóles escrituras é hízolas sellar con su sello, y por este camino mas pacífico siguió Menorca la suerte de Mallorca377.




ArribaAbajoCapítulo XLVIII

De la empresa contra la isla de Iviza, y de la toma del castillo y villa por el sacrista de Gerona


Trascurridos dos años y estando el rey en Alcañiz, presentóse el sacrista de Gerona llamado Guillermo de Montgrí   —345→   en quien habia sido proveido el arzobispado de Tarragona378, y con él vinieron Bernardo de Santa Eugenia y su hermano, y fueron por el rey acogidos con gran placer. Y   —346→   díjole el sacrista: «dignaos, señor, darme la tercera isla balear que llaman Iviza, y yo con mi linaje la arrancaré del poder de sarracenos; y puesto que vos no la poseeis, ni pensais por ahora poseerla ni tomarla, dignaos consentir que lo haga yo para que perpetuamente resulte esta gloria mas para la silla de Tarragona, de suerte empero que por vos y bajo vuestra soberanía yo y dicha silla obtengamos la isla citada». Quiso el rey deliberar sobre esta demanda, y porque al cabo parecia interesante su honor en otorgarla, y mayormente á gente suya que bajo su autoridad conquistara el país y por él lo poseyera, se la concedió plenamente á todo su alvedrío.

Con este objeto dispúsose el sacrista con los suyos á emprender dicho viaje, y mandó hacer dos máquinas ó trabucos contra el castillo; y el infante de Portugal y Nuño ofreciéronse al sacrista para seguirle y ausiliarle, y solicitaron que á ellos y á los caballeros é infantes que trajeran á sus órdenes se les asignaran porciones correspondientes, y parecióle bien al sacrista. Aprestáronse todos, y haciéndose á la vela arribaron las naves y barcas al puerto del castillo sin que nadie les opusiese resistencia; y desembarcaron y fijaron sus tiendas y armaron sus máquinas379. La mayor batia el castillo, y la menor la poblacion que está dentro del castillo incorporada, y su triple muro no alcanzaba á defenderles. Y ya el muro de la villa se quebrantaba, y los cristianos los provocaban á combates parciales; mas cuando   —347→   llegó la hora de hacerse general el asalto, tomaron las armas todos, y peleando derribaron el muro de la villa; y el primero que penetró en ella fué Juan Chico de Lérida. Viendo esto los sarracenos se entregaron; y de esta suerte se apoderaron los cristianos de la villa y del castillo, sin que la máquina hubiera lanzado contra este diez disparos. Despues de tomada Iviza, volvieron allí todavía muchas veces los sarracenos, y sufrieron siempre mucho daño.




ArribaCapítulo XLIX

Escusa de haber designado los vientos con su nombre vulgar en todo este libro segundo


Recuerdo que en todo este libro en que se trata de islas y navegaciones he dicho y espresado los nombres de los vientos con vulgares y rudas palabras; lo que parecerá á los lectores una grosería si no atienden al motivo. Y aunque se hagan cargo de la razon, no por esto cesarán de criticar, porque tal es la humana naturaleza que á manera de las bestias tiene su deleite en morder; por lo cual si hacerse puede, me conviene salir al encuentro de las objeciones. Sepan pues los benévolos y reconozcan los envidiosos que he usado de los nombres vulgares de los vientos para que los vientos y sus nombres no se ocultaran á la comprension de muchos lectores; pues pocos me hubieran entendido si hubiese dicho que el Áfrico que significa Lebeche habia detenido al rey al partir de Salou, y que línea recta se contrapone al Vulturno   —348→   es decir Griego. Y si con estos nombres que indico los hubiese designado, hubiera tenido que meterme en la gran controversia que hay entre los naturalistas y los marinos, si bien de parte de los primeros se consideran las relaciones y los círculos segun la disposicion de los vientos, y por parte de los marinos ó navegantes se determinan únicamente por la esperiencia y á simple vista380.

Porque los filósofos considerando sutilmente los puntos de los círculos de la esfera, cuentan doce vientos; y los   —349→   marinos cuentan diez y seis distribuyéndolos en iguales distancias, á lo cual no se avienen los naturalistas, y así ni en el número ni en el sitio concuerdan. Los marinos dividen por arte de visuales toda la tierra que baña el Mediterráneo desde el cabo de Ceuta hasta Trípoli, desde cuyos centros y por los espacios de su circumferencia describen diez y seis vientos, ocho de los cuales se llaman grandes comunmente, é intermedios los ocho restantes. El primer círculo tiene su lugar ó centro entre el cabo de Aiguafreda y San Felío, por cuyo centro pasa una línea de Septentrion ó Tramontana á Mediodia, y el meridiano pasa entre Brisch y Acor, ó sea entre nordeste y nordoeste. Y así teneis ya dos vientos á la vista, esto es, el Septentrion ó Tramontana ó viento de la Estrella, y enfrente teneis al Mediodia que se denomina Austro ó Noto. Además sobre dicho centro ó punto pasa otra línea saliendo de oriente y corriendo hácia el ocaso; y salir de oriente pasa por el cabo de Capri y por Isela y vá á parar al rio de Bayona; y así resultan otros dos vientos, á saber el Subsolano que llaman Levante, y el Flavonio que apellidan Poniente y asímismo se llama Céfiro. Además por el indicado centro pasa una línea rompiendo y dividiendo el espacio que hay entre el Subsolano ó Levante y el Septentrion ó Tramontana, y cortando tambien la distancia que media entre el Austro ó Mediodia y el Flavonio ó Poniente, y al salir pasa por el golfo de Bona y pasa por el golfo Malo; y así resultan dos vientos mas, á saber el Vulturno ó Griego, y el Áfrico que apellidan Lebeche. Además por el centro mencionado pasa una línea cortando y dividiendo el espacio entre el Subsolano ó Levante y el Austro ó Mediodia, y el que hay entre el Septentrion ó Tramontana y el   —350→   Flavonio ó Poniente, y pasa por cima del cabo de Apulia y se dirige al condado de Marsella; y así teneis otros dos vientos, á saber, el Euro que significa Jaloque, y el Corum que equivale á Maestre, y es viento intermedio entre Poniente y Cierzo.

Así pues, dejados á un lado todos los puntos en que aparece visiblemente que los naturalistas irrogan agravio á los marinos, tanto disminuyendo el número de los vientos, como alterando su posicion y su espacio ó recíproca distancia, los navegantes cuentan diez y seis, y á cada uno de los ocho principales asignan dos cuartas, una á cada uno de los ocho principales asignan dos cuartas, una á la derecha y otra á la izquierda. Los naturalistas empero cuentan doce, á saber, Subsolano ó Levante y á su derecha el Vulturno equivalente á Griego, y á distancia casi doble de Levante y Griego colocan al Aquilon. Y á una distancia igual á la de los primeros despues de Aquilon colocan al Septentrion, y despues en igual distancia á Cierzo, y en seguida en la distancia mayor á Maestre, luego al Poniente, luego al Lebeche en iguales distancias menores; en seguida al Leucónoto á mayor distancia; luego en iguales distancias menores al Noto y al Eurónoto, y tras de ellos á mayor distancia al Jaloque puesto á menor distancia respecto del Levante. La distancia de los vientos que se corresponden, mayor y menor, facilmente se puede comprender en los círculos de la esfera, si no lo estorbara la práctica de los navegantes. Por esto lo que se ha hecho en este libro para facilitar su inteligencia á los lectores, no se nos impute á ignorancia.






 
 
FIN
 
 


 
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