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ArribaAbajo Ilustración XXII

Traductores de La Araucana


Es un hecho digno de notarse, como observaba ya un literato español hacia el fin del siglo XVIII, que «ninguno de ellos [los poemas nacionales] ha traspasado los límites del país y logrado celebridad por los extranjeros, si se exceptúa La Araucana1355 celebridad justamente merecida, no necesitamos repetirlo, que se impuso al buen gusto de los que fuera de España sabían apreciar las bellezas del poema y que, por tal causa, en forma más o menos amplia, procuraron divulgar en sus propias lenguas.

Bien se deja comprender, nos imaginamos, que, al tratar de las traducciones de La Araucana hemos de referirnos sólo a las que con tal propósito fueron emprendidas, sin hacer caudal de aquellas obras en que por incidencia se encuentran vertidos a extraños idiomas pasajes del poema1356, con una sola excepción, que justifican el universal renombre de quien tal hizo y la influencia que sus dictados   —500→   ejercieron respecto de aquel en Francia y aun fuera de ese país: ya se adivinará que queremos aludir a Voltaire.

Tampoco ha entrado en nuestro plan juzgar las traducciones mismas, que poco interés pueden ofrecer a los lectores del habla castellana: juicio que, en gran parte, resulta suplido por las críticas de los literatos que se sucedieron en esa tarea, o por otros de la misma nacionalidad de los traductores, que eran, en verdad, los llamados a decidir del mérito de tales versiones. En este terreno, hemos de ver con sorpresa que la primera traducción de La Araucana se hizo al holandés, y, con no menor, acaso, cómo ese hecho tardó tanto en producirse allende los Pirineos; para darnos en desquite, es cierto, a la postre obras como las de Nicolas y Ducamin, que por su erudición, la seriedad de sus investigaciones y lo acertado de su crítica constituyen trabajos de tal mérito, que tenemos no poco que aprender en ellos; y, por fin, ver que en Inglaterra y Alemania, naciones de las que no pudiéramos sospecharlo, surgieron poetas tan admiradores de la epopeya de Ercilla que, junto con aplaudirla, la vertieron a sus nativos idiomas en estrofas que merecieron y conservan el aprecio de sus connacionales.

A las lenguas principales de Europa quedó, así, traducida La Araucana, a contar desde 1619 hasta 1869, en que salieron, respectivamente, la holandesa y la francesa completa, -al menos la que se ha conservado-, y aunque no falta quienes hablen de haber sido vertida también al italiano, tales asertos, según tenemos entendido, carecen de base1357.

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En verdad que sorprende y resulta digno de estudio el hecho de que la primera versión que se hizo de La Araucana a un idioma europeo, lo fuese al holandés, y en una fecha tan remota como la de 1619 a los treinta años cabales de haber sido dada a luz, cuando, según hemos de verlo, una tentativa semejante vino a producirse en países mucho más inmediatos e identificados por su comunidad de razas y por sus relaciones literarias o comerciales con la España, sólo en los fines del siglo XVIII, después también que en Inglaterra fue dada a conocer por el poeta Hayley; que en Francia, tal cosa aconteció muchos años más tarde, puesto que no debemos considerar como traducción la que Voltaire hizo de un reducidísimo fragmento en 1733. ¿A qué se debió este hecho dos veces anormal? Sin pretender acertar con la causa precisa, no faltan antecedentes que contribuyan a explicarlo. Desde luego, los ejemplares de la obra de Ercilla debieron de ser abundantes en Holanda, ya que, a medida que sus diversas Partes se publicaban en España, iban repitiéndose sus ediciones en Amberes, tanto, que cuando en Madrid aparecía la de 1587, en ese mismo año salía allí a luz otra, que, aunque no con las agregaciones con que hoy la conocemos, abarcaba la totalidad del poema según había salido en vida de su autor. La vecindad de lo que hoy llamamos la Bélgica con la Holanda y las relaciones comerciales entre ambas naciones, fue causa de que llegaran a ser también abundantes en esta última los ejemplares del poema castellano.

Por otra parte, corría, como expresábamos, el año de 1619, fecha en la que precisamente veía la luz pública la relación del viaje de que hacía poco acababa de regresar a Amsterdam Guillermo Cornelio Schouten, después de desembocar al Pacífico por el Cabo de Hornos, por primera vez avistado, dando por ese camino la vuelta al mundo. La guerra entre España y las Provincias Unidas subsistía de hecho y las naves de estas últimas recorrían las costas de los dominios portugueses y españoles de América, sino con intentos de conquista, -que luego habían de surgir con respecto a Chile-, por lo menos tras de las naves enemigas que pudieran apresar o de las desprevenidas ciudades coloniales españolas que les fuera dado saquear, como ya había acontecido también con alguna de las muy australes de este país. Convenía, pues, que el pueblo holandés tuviese alguna noticia de las regiones a que por entonces extendía su actividad marítima, de las cuales muy poco o casi nada se conocía, por el secreto y aislamiento absolutos en que los reyes de España se empeñaban en rodear cuanto tocaba a sus colonias de América.

Esto es lo que bien claro se desprende de los propósitos que el traductor manifestaba al publicar su versión de Ercilla, que dedicaba a Mauricio, príncipe de Nassau. El título mismo que dio a su trabajo así lo deja comprender: «Descripciones históricas de los pueblos de Chile y Arauco y de otras provincias abundantes de oro, como también las guerras que sus habitantes han sostenido contra los españoles». En el facsímil adjunto se verá la portada del libro, y al pie su descripción.

No se trataba, en realidad, de una traducción completa, -bien lo deja ya ver su corta extensión-, sino de breves extractos, hechos canto por canto, y cuyas deficiencias se hallaba el lector en situación de suplir en parte con los sumarios de todos ellos, que había cuidado de conservar en su texto íntegro; ni comprendía tampoco más de treinta y tres, demostrando así, que el original que tuvo a la vista fue algún ejemplar de la última edición de Amberes, que salió sin las agregaciones hechas a la obra primitiva   —502→   del poeta por el editor Várez de Castro en la que, después de muerto aquel, sacó a luz en Madrid en el año ya indicado de 1597.

Imagen portada

4.º, de 118 por 170 milímetros. -Port. -v. en bl. -Dedicatoria al Príncipe Mauricio de Orange, suscrita por el traductor, 1 hoja s. f. -Voorreden (prólogo), 1 hoja s. f. -Texto, pp. 3-58. -La página 59 con la explicación de algunos vocablos araucanos: Chili, Arauco, caciques, palla, Mapocho, Penco, Angol, Cautén y Valdivia. -Página s. f. con la advertencia que insertamos más abajo. -Register (índice de capítulos), 3 pp. s. f. -Pág. final. s. f. -Signaturas: A-H, todas de 4 hojas. -Con excepción de la dedicatoria, los títulos de los capítulos, los de los folios, el índice y los nombres araucanos que se encuentran en el texto, todo en letra gótica. -En los títulos de los folios se lee: Descripción de las tierras abundantes en oro de Arauco y Chile.
Citado por Sabin, t. VI, p. 220.
Ha dado descripción y publicado un facsímil de la portada John Russell Bartlett, A Catalogue of Books, de la Biblioteca Browniana, t. II, p. 91.
El abate don Juan Ignacio Molina, en el catálogo de libros referentes a Chile que insertó al fin de su Historia civil de Chile apuntó, calificándola con ese título, la obra de Byl, sin sospechar que se trataba de una traducción de La Araucana.

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Del traductor Isaac Iansz Byl no hemos logrado adquirir noticia alguna, a no ser la de que era holandés. Su nombre y el perfecto conocimiento que manifiesta del castellano, permiten sospechar que era algún judío de familia de origen español radicada en Holanda.

Veamos cuáles habían sido sus propósitos. He aquí lo que a ese respecto dice en su dedicatoria al Príncipe de Orange:

«En todos los tiempos y entre todas las naciones del mundo se han encontrado siempre amantes de la ciencia (Dios los tenga en su felicidad), que se han esforzado, sobre todo, en procurar el bien de su patria y cuanto a ella pertenece. Pues yo también, que soy nacido en esta señorial, poderosa y marítima provincia de Holanda, tan grandemente renombrada en todo el universo, me siento incitado a procurar hacer más y más florecientes las Provincias Unidas. Tal es el motivo que he tenido al traducir de la lengua española en esta breve prosa la presente descripción (que estaba en rima o poema) de las fértiles tierras de Chile, ricas en oro, vecinas de Arauco, que han llegado a ser provincia de aquel país, descritas por Ercilla y Zúñiga, caballero de la Orden de Santiago, noble de la Cámara de la Imperial Majestad de Carlos V, quien estuvo en aquellas regiones de las Indias Occidentales sirviendo como capitán en las tropas que han llegado hasta allá.



«Pues bien: el provecho que pueden ir a buscar estas poderosas Provincias en aquellas tierras aparecerá, tal vez, del presente tratado, que, aunque breve, está ampliamente documentado y se comprueba con la muy clara descripción del célebre y fidedigno cronista Emanuel van Meteren, en su segundo libro; desmostrando, tanto las utilidades como los medios adecuados para ir en busca de esos países de las Indias, ya Orientales, ya Occidentales, y también para tomar posesión de las tierras hasta ahora no ocupadas, sobre las cuales los españoles no han ejercido su poder ni dominación...»



«He sido impulsado igualmente, añade, por las reiteradas peticiones de varias personas, que manifestaban cuán de sentir sería que todo esto, por negligencia, quedara sepultado en perpetuo olvido. Y no se trata, en verdad, de una cosa insignificante de por sí, sino muy de oportunidad, por las sorprendentes y grandes minas de oro de ese país, que es el último que los españoles han descubierto a continuación del Perú...»



«Así es, expresa luego en el prólogo, cómo he sido llevado a ejecutar este trabajo»: cuya veracidad histórica trata de poner de relieve en honor del pueblo araucano, que sería más provechoso a su alabanza, que lo que hubiera podido escribir de propio dictado. Observa, por último, volviendo a su primer propósito, cuán digno de notarse y de admirar es, que en todo el territorio araucano, que apenas abarca unas veinte leguas, no existan plazas amuralladas, ni fuertes, ni sitios adecuados para defenderse. Y ya en el epílogo, dice, dirigiéndose al «amado lector»: «en la precedente narración histórica se hallan bien descritos los modos de vida, las costumbres y la religión del país de Chile, Arauco y otras provincias comprendidas en la de Chile, como también las guerras entre españoles y chilenos de las Indias Occidentales en tiempo del grande y victorioso emperador Carlos V, bajo el mando de varios generales y capitanes, aunque no de la manera corriente, según la cual los españoles han aplastado y expulsado de sus provincias a sus primitivos habitadores, que vivían entonces en libertad bajo el gobierno de sus príncipes y caciques, lo que ha hecho omitir al autor (al menos así lo creo), siendo español, cuanto pudiera redundar en deshonor suyo, afectado por las primeras guerras y las que se siguieron; y, por tal motivo, no he querido añadir cosa alguna a lo que contiene el original»; remitiendo a los   —504→   que desearan alguna mayor información al respecto, a las obras del P. José de Acosta, Meteren y otros.

Creemos que con esto el lector tendrá alguna noción de la importancia y alcance que reviste la traducción holandesa de La Araucana1358.

Pasose más de un siglo desde que se dio a luz este compendio de La Araucana antes de que algunas de sus estrofas fueran vertidas al francés. Y henos así en presencia de otro hecho literario extraordinario, pues no otra cosa importa el que en Francia, que por su situación limítrofe de la España, por la semejanza de sus respectivos idiomas, por sus relaciones comerciales y hasta por sus dinastías entonces reinantes, tardara tanto tiempo en que allí fuera dado a conocer el poema castellano. Los dramaturgos franceses hasta se habían aprovechado de las producciones castellanas, pero la obra de Ercilla permanecía, al parecer, ignorada para todos. Tan tardía noticia tuvo sí, alguna compensación en haber procedido nada menos que de Voltaire, quien en su Essai sur la Poésie épique, insertó, como apéndice a su Henriade, que salió a luz, corregido por él, en 1733, una versión de la arenga de Colocolo que se halla en el canto II. ¿Era, realmente, obra suya? Difícil se hace creerlo. Si Voltaire, observaba ya Hayley1359, hubiese leído La Araucana, no habría podido incurrir en el error de decir que Ercilla peleó en San Quintín; y el juicio crítico que sobre ella da, manifiesta de manera que no deja lugar a duda, que no la conoció. Más aún: no falta compatriota suyo que expresamente afirme que no poseía el castellano1360.

Pero si es, por lo menos, discutible que fuera el poeta francés el traductor, suyo es el juicio crítico que consagra a La Araucana en aquella su obra, en el cual, al par que discute y se pronuncia de la manera más formal entre el mérito de aquel fragmento, comparándolo con la arenga de Néstor en La Ilíada, anteponiéndolo en mucho, critica duramente a Cervantes, al que supone guiado por un mal entendido espíritu nacional, cuando compara el poema de su compatriota con los mejores de Italia, y concluye por afirmar que, si en ese trozo Ercilla supera a Homero, en todo el resto de su obra queda muy por abajo del más insignificante de los poetas. ¿No basta esta sola afirmación para mostrar que no había leído La Araucana, como decíamos?1361

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Mucho más conocida que la de Voltaire fue la versión del mismo trozo de La Araucana que se insertó en un libro destinado a andar en manos de todos: nos referimos   —506→   a la Ecole de Littérature, que salió a luz treinta años después de aquella1362. Fue su autor el abate José de la Porte, nacido en Belfort en 1713 y fallecido en 1779. Muy joven había entrado en la Compañía de Jesús, de la cual salió luego para dirigirse a París en busca de hacer fortuna por medio de las letras, y, en efecto, escribió numerosas obras y llegó a ser muy conocido por su Voyageur français, colección de 42 pequeños volúmenes.

Al par que Voltaire, acompaña a la traducción de aquel fragmento, una breve noticia biográfica de Ercilla y un juicio crítico de su poema: cosas ambas que no hizo sino copiar, sin decirlo, y plagiándolas así de la manera más descarada, de la obra del poeta su compatriota: en la biografía, el mismo yerro de suponer a Ercilla peleando en San Quintín; en la crítica, conceptos tras conceptos, sin la menor variante siquiera1363.

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El primer ensayo formal de traducir La Araucana al francés se debió a Juan Bautista Cristóbal Grainville, poeta nacido en Lisieux, en 1760, fallecido en 1805. Ejerció durante algún tiempo su profesión de abobado en Rouen y se entregó después por completo al cultivo de las letras, llegando a ser miembro de algunas Academias de Francia y de otras naciones. Autor de varias obras literarias, emprendió también una traducción, acaso mejor dicho, una imitación del poema de Ercilla, de la cual sólo se ha impreso, después de sus días y por los cuidados de su hijo, el episodio de Glaura1364.

Se asegura que Luis Matthieu Langles, orientalista, autor de algunas obras de su afición, nacido en 1763 y muerto en 1824, emprendió, asimismo, una traducción francesa de la epopeya de Ercilla, que, concluida o no, nunca llegó a publicarse1365.

Como impresa se señala una de M. Lavallée, que se dice haber salido a luz en París en 1824, pero que seguramente se confunde con la de que vamos a dar cuenta, publicada, en efecto, allí en aquel año1366.

Era su autor el caballero María Martín Guillermo de Gilibert de Merlhiac, oriun de Brive-la-Gaillarde (limousin), donde nació el 7 de Septiembre de 1789, habiendo muerto hacia los años de 1830. Después de haber hecho buenos estudios, entró como oficial en la marina de guerra, retirándose del servicio con el grado de teniente de navío. Dedicose desde entonces a los estudios literarios, dando a luz, a contar desde 1816, varias piezas dramáticas, algunos opúsculos políticos e históricos y aun otros sobre materias científicas y de derecho. Dejó también varios trabajos inéditos1367.

No se trataba, en realidad, de una traducción completa del poema, sino de un simple compendio, que iba precedido de una breve reseña biográfica de Ercilla, no exenta, por supuesto, de algunos errores de consideración1368, y de un discurso preliminar en que discute y condena la crítica de Voltaire y formula por su parte la suya1369,   —508→   y que extiende aún hasta emprender un paralelo entre Camoens, el Tasso, el Ariosto y el poeta español, pintándonos, a la vez, el medio en que se desarrollaron sus obras y los propósitos que sus autores persiguieron con ellas. Estaba esa traducción destinada, de tal manera, a prestar un doble servicio a las letras españolas y francesas: dar a conocer, aunque en rasgos generales, es cierto, pero siempre en mucho mayor escala de lo que hasta entonces se conocía por las pocas líneas vulgarizadas por Voltaire, y, en seguida, a poner de manifiesto que Ercilla no era aquel poeta insignificante y que por rara casualidad superaba en un solo pasaje al creador de la epopeya. Observa, con razón, a este respecto, que la omnipotente autoridad del filósofo de Ferney había ejercido grandísima influencia en la suerte de La Araucana.

Para realizar su propósito de hacer sólo un compendio del poema ercillano, puesto que, en su concepto, no era posible presentar la obra entera a los lectores franceses, hubo de tropezar con una dificultad mucho mayor que la que significaba el verterla página por página y estrofa por estrofa, a saber, qué era lo que debía tomar en cuenta y cuál lo que hubiera de desechar. En todo caso, parecía elemental que en momento alguno no debía prescindir del original; pero, desgraciadamente, no sucedió así, pues, como él mismo lo confiesa, en ciertas ocasiones se permitió añadir párrafos, algunos de ellos extensos, de su propia cosecha1370. En otras, alteró aun lo dicho por el poeta, verbigracia, cuando supone que Guacolda escapó del desastre en que pereció Lautaro en Mataquito. En cuanto a la parte verdaderamente capital de su tarea, cómo se haya desempeñado el traductor nos lo va a decir un compatriota suyo, juez competentísimo en la materia, a quien oiremos también pronunciarse acerca de las comparaciones críticas que formulaba entre la obra de Ercilla y las de los épicos que recordábamos.

«Merlhiac ha creído, con razón, que sería fatigosa la traducción del poema y resolvió condensar y abreviar el original; pero me parece que ha llevado demasiado lejos su sistema. En efecto, ha suprimido la división de cantos y los prólogos, etc.

Cita en comprobante el nombramiento de jefe, y cuando llega el momento de entrar a su vez Caupolicán a la prueba, se limita a decir: «Pendant trois jours et deux nuits qu'il soutin l'enorme masse, on le vit déployer la même viguer...»

«Podría recordar muchos otros pasajes en los que la extrema concisión del traductor, deja que desear el conocimiento de detalles e imágenes que hubieran dado una idea más feliz del talento de Ercilla».

«El traductor ha tratado de establecer comparaciones entre la manera del autor español y las de Tasso y de Camoens. Creo que habría encontrado afinidades más directas entre las formas de Ercilla y las del Ariosto; y es evidente que el poeta español ha imitado a menudo al cantor de Rolando, sobre todo en el arte de comenzar y de concluir sus cantos. Como el Ariosto, Ercilla comienza cada uno de sus cantos, sin excepción, por un prólogo bastante largo, con reflexiones morales, que le sirven de transiciones para volver a tomar el hilo de los sucesos interrumpidos al fin del canto precedente, o para iniciar uno nuevo. Estos prólogos son, en general, tan notables por los pensamientos que encierran como por la forma de la expresión. El traductor los ha omitido por completo...»

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Después de algunas observaciones propias acerca del valor literario del poema castellano, vuelve de nuevo a tratar del traductor, y añade: «Sin duda que habría podido sin inconveniente no abreviar tanto el texto, como lo ha hecho; habría debido conservar un gran número de detalles característicos, que he lamentado no hallar, tanto más, cuanto que la traducción ocupa apenas un delgado volumen de menos de 200 páginas; habría sido de desear que los pasajes que ha traducido lo hubiesen sido más literalmente... Debo declarar, sin embargo, que su trabajo, tal como se nos presenta, da una idea bastante de La Araucana para quienes no tienen tiempo o voluntad de estudiar este poema a fondo, y que la lectura del compendio, en que el interés está más condensado, o los nobles y atrevidos sentimientos de los araucanos y aun los del poeta mismo, se hallan bien expresados, no pueden menos de agradar y atraer...»1371

No trascurrieron, sin embargo, muchos años desde que Gilibert de Merlhiac publicó su compendio sin que otro literato francés, Mr. Jacinto Vinson acometiera la empresa de verter a su idioma la obra completa de Ercilla; mas, por un conjunto de circunstancias que ignoramos, de esa traducción sólo vieron la luz pública en Burdeos, en 1846, los ocho primeros cantos, y en Pondichery, diez años después, el IX y el XXXVII1372.

Pero el considerable esfuerzo del literato francés iba a resultar, en realidad, perdido, por las especialísimas circunstancias que mediaron en la publicación de su traducción, a tal punto, que aun los mismos que posteriormente siguieron sus huellas manifiestan desconocerla por completo y que, si no hubiese sido por la noticia que de ella estampó un amigo cuidadoso de su fama, sería hoy totalmente ignorada.

Estaba reservado a Mr. Alexandre Nicolás, profesor de literatura extranjera en la Facultad de Rennes, presentar, por fin, al público francés una traducción completa del poema de Ercilla1373. Humanista versadísimo y del todo encariñado con su tema, realizó   —510→   una obra que supera en mucho a lo que hubiera podido esperarse de un simple traductor. Comienza, en efecto, por estudiar en un largo prólogo el camino que siguió en su desarrollo la unidad literaria en Europa, pintando, de paso, como ligado con su propósito, las reminiscencias que de Ercilla y su poema se encontraban en Francia, a partir desde Racine, que había nombrado La Araucana; recuerda «los sobrios elogios», -son sus palabras-, que le dedicó Voltaire, y concluye con decirnos que una pluma francesa, aludiendo a Gilibert de Merlhiac, le había traducido y «mutilado»: hechos todos que califica de «recuerdos casi furtivos, relámpagos, pues que en todas partes, fuera de la Península, puede afirmarse que el público, el grande y vasto auditorio europeo había olvidado el poema de Ercilla, olvido que implica un error».

En una introducción, aun más extensa, formula el programa y límite del estudio que se propuso emprender, que, por lo que se ve, debía abarcar un tercer volumen dedicado a un examen general de la epopeya española, que no llegó a publicarse; consagra algunas páginas a presentar a varios de los principales precursores que había tenido, contando entre ellos a Nicolás Antonio, a Quintana, a Ternaux-Compans (por su catálogo cronológico de los poemas españoles1374), y a Rosell; estudia lo que es una epopeya y si en España existe realmente alguna; afirma, con los dictados del propio Ercilla, la verdad histórica de La Araucana, como tendencia general de los épicos españoles y que seguirían, no sólo los que cantaban las glorias de las armas, sino también los que celebraron dogmas de la religión, como huella imborrable que en el espíritu de todos les infundiera el ejemplo de Lucano; para llegar a la conclusión de que, «a pesar de ciertos defectos, que no niega, La Araucana le parece reunir todas las condiciones de la verdadera epopeya», y en la prueba de cuyo aserto se extiende en largas páginas.

Y después de esto, entra ya en la traducción, en que va siguiendo línea por línea al original1375, con abundantísimas notas, algunas ciertamente llevadas hasta el exceso1376, pero todas eruditas y que para los lectores del habla castellana son, como se deja fácilmente comprender, las que le interesan y puede aprovechar. Las hay históricas, literarias, lexicográficas, críticas, comparativas y no poco frecuentes con referencia a la otra traducción francesa y especialmente a la del alemán Winterling, que manifiesta haber leído con detenimiento y que a veces aplaude o censura.

Todavía, al final del texto ha insertado un suplemento geográfico aclaratorio de los nombres de esa índole que se hallan en el poema, y otro que llama histórico, formado con largos extractos de La Araucanía y sus habitantes, de Domeyko, y de algunas relaciones del aventurero M. de Tounens, más conocido entre nosotros con su pomposo título de Orlie Antoine I; y, por fin, con algunas nociones etnográficas sacadas del Voyage de D'Orbigny.

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Bien se deja comprender por este ligero resumen que damos de la obra del traductor francés, que a toda costa quiso adornarla e ilustrarla con cuantos elementos tuvo para ello a su alcance, que nosotros debemos con especialidad agradecerle, anticipándose así a los que por su nacionalidad de españoles o chilenos debieron de ser los primeros en emprender semejante tarea. Es de extrañar sí, que no consignara las noticias biográficas de Ercilla como complemento indispensable a su tarea de ilustrador de La Araucana, y que ya en su tiempo habría podido encontrar abundantísimas en el prólogo que Ferrer del Río puso a la edición académica del poema, pero que no vio, según parece.

Royer, muy conocedor del castellano, estaba, como pocos de sus compatriotas, en situación de apreciar y juzgar la obra de Ercilla1377. En efecto, en 1879 publicó un estudio literario acerca de ella1378, al cual puso a modo de encabezamiento bien sugestivo las palabras del Cura en el escrutinio de la librería de Don Quijote al apreciar los tres mejores poemas épicos españoles. Tomando, en seguida, por punto de partida el idealismo del héroe de Cervantes, en contraposición al realismo del Cautivo en Argel, -¿porqué no a Sancho, diríamos nosotros?, que lo habría encontrado allí tan a mano y tan a propósito para el contraste que buscaba-, divide las escuelas literarias, afiliando a Ercilla entre los poetas de la última; estudia luego las influencias que en el desenvolvimiento de su estro poético ejerció el Ariosto, estimando que se producen en él a cada paso, y le sigue, contra sus propios propósitos, cual acontece, verbigracia, en su decisión de no tratar de amores, a la que bien pronto, sin embargo, tiene que faltar; estimando, por otra parte, cuan débiles fueron las del cantor de la Farsalia en el poeta que solía llamarse el Lucano español. Y con esto da remate a la primera parte de su estudio.

En la segunda, dilucida el tema de La Araucana para manifestar las ventajas e inconvenientes que ofrecía para la epopeya; en la tercera, el interés que tiene que producirse alrededor de las muchedumbres que forman los pueblos y los ejércitos; las asambleas de los araucanos, y cómo las simpatías se inclinan a favor de éstos, con desmedro de los propios compatriotas del poeta. Luego entra a tratar del plan del poema, estimándolo correcto; del carácter general de los hechos que en él se refieren; la contraposición que se ofrece entre los dos bandos que combaten y de entre ellos, los héroes que en particular se distinguen; los resultados de las batallas; las crueldades y juegos de los araucanos: tal es el análisis que dedica a la Primera Parte de La Araucana, cuyos defectos resume en la falta de ideal que en ella se nota y la ninguna   —512→   cohesión en el relato, que acarrea la desigualdad en la inspiración del poeta. «Se siente que Ercilla era joven cuando la compuso, observa, pero, con todo, le hizo sobresalir de entre los poetas mediocres que habían tratado temas análogos. Y, en efecto, las bellezas abundan en sus diez y seis primeros cantos; bellezas que se originan de la historia, que brindaba al poeta materiales nuevos y originales, y del genio de Ercilla, admirablemente modelado para tratarlos. Español por su alma y su corazón, y, como tal, amante del movimiento, del colorido de todas las manifestaciones materiales de la vida, y la principal de todas ellas, la fuerza muscular, encontró en La Araucana asunto que le cuadraba perfectamente. De esta conformidad entre el genio del poeta y el asunto que trata, resultó una obra en la que falta, a menudo, la elevación, pero en la que rebosa la vida».

Sería, acaso, extendernos demasiado en el detalle del estudio de Royer, ya que nuestro propósito ha sido sólo el de llamar la atención sobre él, por ser tan poco conocido. Bástenos, pues, con agregar que las secciones siguientes están dedicadas a manifestar cómo se observa una tendencia diferente en la Segunda Parte del poema hasta que los españoles alcanzan el triunfo; y, por fin, cómo llega la catástrofe con la traición que lleva a Caupolicán al suplicio. Por último, nos describe los defectos del poema y los esfuerzos de Ercilla para salvarlos. No diremos que en las páginas del libro del crítico francés haya gran profundidad, ni puntos de vista nuevos y originales, pero seguramente bastante método en el análisis, claridad indudable en la exposición y manifiesta imparcialidad en sus juicios y apreciaciones: cualidades todas que le hacen por extremo recomendable y su lectura tan agradable como provechosa y que enseña mucho más que las apreciaciones adocenadas de literatos de fama. Es libro que, como los de Nicolás y Ducamin, no debe faltar en ninguna biblioteca chilena.

La traducción de La Araucana al inglés se debió a William Hayley, fue el segundo hijo de Tomás Hayley y María Yates, y vio la luz el 29 de Octubre de 1745. Hizo sus primeros estudios en el antiguo y celebrado colegio de Eton, al cual ingresó en 1757, para pasar en seguida a la Universidad de Cambridge, en la cual se dedicó a estudiar castellano. Salido de ella sin graduarse, en 1767, se estableció con su madre en Londres. En 1769 se casó con Elisa Ball, de quien no tuvo hijos. En 1781, después de haber dado a luz otros trabajos poéticos, apareció su poema The triumphs of Temper, que alcanzó tal éxito, que llegó a contar 14 ediciones. Al año siguiente aparecían sus «Epístolas poéticas sobre la poesía épica», en las cuales se hallan los fragmentos que tradujo de La Araucana1379. Por causa de haber caído su mujer en principios de demencia en 1786, se separaron amistosamente en 1789; al año siguiente hizo un viaje a París, donde escribió una comedia Les préjugés abolis, que no llegó a representarse. Muerta su mujer en 1800, se casó en 1809 con María Welford, de la cual se separó tres años más tarde. En sus últimos meses se retiró a Felpham, donde vivió en gran alejamiento, aunque visitado siempre por muchos de sus amigos. Murió allí el 12 de   —513→   Noviembre de 1820. El Dr. J. Johnson, editor de sus Memoirs (1823), le pinta como hombre alegre y simpático y como hábil conversador. Entre aquellos se contaba Southey, quien le calificaba, diciendo que «todo era bueno en él, excepto sus poesías».

La afición a Ercilla logró inspirársela en su juventud un amigo suyo, a quien no nombra, y esa afición se transformó con los años en verdadera admiración, sin cegarle hasta no advertir lo que pudiera criticarse en la obra del cantor de Arauco. He aquí, por ejemplo, algunos de los juicios que le merece. «Ercilla inicia sus cantos, observa, muy a la manera del Ariosto, con alguna reflexión moral, a veces un tanto extensa, pero expresada generalmente en versos fáciles, elegantes e inspirados». «Ercilla es, ciertamente, desigual, dice en otra parte, aunque, con todos sus defectos, aparece ante mí como uno de los caracteres más extraordinarios y atrayentes, en el mundo poético». «Me iba alargando, agrega después, en estos extractos por el deseo de no desvirtuar las peculiares excelencias de tan asombroso poeta... Muy fácilmente nos unimos a Voltaire en el ridículo que hace de Ercilla por haber dado lugar en su poema al episodio de Dido, si bien no olvidemos que posee infinitamente más entonación homérica y que su poema encierra bellezas épicas más genuinas que las que pueden hallarse en Voltaire».

Véase ahora cómo le celebra, quitadas a sus palabras el encanto poético, de que apenas puede ser trasunto la traducción literal que de ellas nos vemos obligados a dar en prosa:


   Con calor más templado, y en notas más claras
que con homérica riqueza llena el oído,
el bravo Ercilla hace sonar con potente aliento
su épica trompa en los campos de la muerte,
en escenas de bárbara guerra, cuando España desplegó
sus sangrientos pendones sobre el Mundo Occidental,
con todas las virtudes de su nación en su persona,
sin la baja aleación que manchó su nombre,
en el campo del peligro este bardo militar,
a quien Cintia vio en su guardia nocturna.
Celebró en su valiente canto descriptivo
los varios sucesos del día terminado,
tomando la pluma cuando las horas tranquilas de la noche permite
un momentáneo descanso a su espada saciada:
con noble justicia su generosa mano concede
el premio del honor a sus valientes enemigos.
Aunque impedido por su generoso designio
de grandes pretensiones a famosas fábulas,
sus vividas escenas de sanguinaria lucha,
sus más suaves cuadros tomados de la vida indígena
sobre las imaginarias formas del arte
enciende la despertada mente y enternece el corazón.



Southey, su amigo, le calificaba, con todo, de poeta mediocre, y más tarde un crítico de su país juzgaba así su trabajo sobre Ercilla: «En sus traducciones no fue tan feliz: su estilo prosaico era inadecuado para dar una idea justa del tenor de la composición del poeta español, y le faltaba esa fuerza de expresión que constituye la recomendación más alta del estro poético de Ercilla. El traductor, además, adoptó el "complet", medio del todo inadecuado para transmitir al lector inglés noción cabal de una obra escrita originalmente en octavas»1380.

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Otro poeta inglés que acometió la tarea de traducir en verso La Araucana fue Henry Boyd, irlandés, que en 1785 había dado a luz la de El Infierno del Dante, que completó, en 1802, con la de toda La Divina Comedia. «En 1805, refiere Nicholls, andaba en demanda de un editor para la traducción de La Araucana, largo poema, que era empresa demasiado grande para un editor de Edimburgo, y para la cual buscó inútilmente comprador en Londres»1381. Boyd falleció el 18 de Septiembre de 18321382 y sólo logró ver impresa parte de su obra, que salió al final del apéndice de la traducción inglesa de la Historia de Chile del abate Molina, hecha en una ciudad norteamericana, en 1808, y en el cual se insertó también gran parte de la de Hayley1383.

Cuál de las dos sea superior es cosa que no nos atrevemos a resolver.

La Araucana fue conocida en Alemania ya en tiempos del poeta Chretien-Hofmann de Hofmannswaldau, nacido en Breslau en 1618, fallecido en 1679, quien la recuerda en el prólogo de una colección de poesías suyas impresa seis años antes de su muerte1384. Un análisis de la obra de Ercilla se había dado también en un libro que salió a luz en Leipzig en 17931385, y Bouterwek le consagró una crítica de cierta extensión en su Historia de la literatura española, y, sin duda, que deben haber existido otras fuentes de información literaria a su respecto, que se nos escapan1386. El hecho fue que en 1830 se publicaron en Nuremberg dos de los cantos del poema, traducidos en versos alemanes por E. M. Winterling, y que en el año siguiente apareció la versión de toda la obra1387, precedida de dos sonetos en elogio del poeta español1388.

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Al principio de cada canto el traductor ha puesto un índice de su contenido, pero como la versión no es completa y no ha cuidado de dar extractos de las partes omitidas en cada uno de ellos, no podríamos decir hasta qué punto el lector alemán echará de menos la hilación en el relato de los sucesos. Nicolás, en su traducción, ha tenido ocasión de apuntar en muchos casos cuales han sido esas omisiones, algunas que no debieron de haberse hecho, evidentemente.

En sus noticias biográficas del poeta, Winterlingha seguido de cerca las que aparecen en la edición madrileña de Sancha, y ha utilizado también en alguna parte los datos que se encuentran en el poema respecto de Ercilla. En cuanto a las bibliográficas de La Araucana, incurre en el error de afirmar que la más antigua edición es la de Madrid de 1578. Ha conocido la traducción francesa de Gilibert de Merlhiac y la inglesa de Hayley, de quien trascribe la estrofa que dedica a pintar el carácter poético de Ercilla, y concluye con la advertencia respecto a lo que se sabía hasta su tiempo en Alemania tocante al poeta y a su obra, a que hemos hecho ya mención.

Sentimos tener que privarnos de dar alguna noticia biográfica del poeta alemán traductor de La Araucana, porque no la hemos podido hallar, y es lástima, porque ciertamente que su persona merece ser conocida, y mucho más de los chilenos, para quienes resulta, por aquella causa, bien simpática.