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El «Viaje del mundo» (1614) de Pedro Ordóñez de Ceballos o cómo modelar una autobiografía épica

Miguel Zugasti


Universidad de Navarra



En 1614 la imprenta madrileña de Luis Sánchez saca a luz un curioso libro, en tamaño cuarto, titulado Viaje del mundo. Hecho y compuesto por el licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos, natural de la insigne ciudad de Jaén1. El autor era un total desconocido en la república de las letras, pero no debió venderse mal su obra, pues en 1616 y en la misma librería sale la segunda edición2. Su impacto trascendería las fronteras españolas y poco después, en el taller antuerpiense de Michel Colin, se publicaron traducciones parciales al holandés (1621), al latín (1622) y al francés (1622), a modo de opúsculo de la Descriptio Indiae Occidentalis de Antonio de Herrera. Otro extracto se tradujo al inglés junto a la obra Pilgrimes de Samuel Purchas (Londres, W. Stansley, 1625). Más tarde, a fines del siglo XVII, se tiró una tercera edición íntegra en Madrid, por Juan García Infanzón, 16913. El texto, escrito en primera persona, resulta muy atractivo, pues es un resumen de las peregrinaciones de Ordóñez alrededor del mundo: él calcula que anduvo más de treinta mil leguas -unas cuatro veces el perímetro ecuatorial terrestre- visitando casi toda Europa, norte y sur de África, Oriente Medio, América, Filipinas, Japón, China, Cochinchina, India, Persia, etc.4

Si retrocedemos a 1614 y a las prensas del citado Luis Sánchez, todavía hallamos que este mismo Ordóñez de Ceballos firma una nueva obra intitulada Cuarenta triunfos de la santísima Cruz de Cristo nuestro Señor y Maestro5. Las conexiones entre el Viaje y los Cuarenta triunfos son muy estrechas: éste está dedicado a D. Sancho Dávila y Toledo, obispo de Jaén, y aquél a su sobrino D. Antonio Dávila y Toledo, «marqués de San Román, sucesor y mayorazgo en la casa de Velada». Como suele ser normal en la época, algún tipo de patronazgo se suele obtener de estas dedicatorias: en la del Viaje se cita por ejemplo a D.ª Constanza Osorio, esposa de D. Antonio, «de la ilustrísima prosapia de Astorga», y precisamente el autor será nombrado en breve canónigo de la catedral de Astorga, oficio que, por cierto, nunca llegaría a desempeñar6. El cruce de referencias entre el Viaje del mundo y los Cuarenta triunfos es constante, indicación clara de que se redactaron de modo simultáneo: en el «Prólogo al letor» [sic] de este último se lee: «Este libro lo tenía para cuarto libro del de mi Viaje, y por parecerme cosas tan distintas lo aparté, y traté las materias y historias que en él verás, todo para aficionarte a la devoción de la santísima Cruz, y por tu provecho»; de modo reflejo, en varios pasajes del Viaje se remite al libro de la Cruz7. Aquí concluyen las semejanzas, pues mientras que Ordóñez de Ceballos escribe el Viaje del mundo en clave autobiográfica, con profusión de detalles sobre los itinerarios que siguió por todos los mares y continentes conocidos en la época, los Cuarenta triunfos de la santísima Cruz es un libro de carácter devoto, erudito, compuesto en alabanza de la cruz como símbolo del triunfo y la redención del hombre. Pese a esta primacía de lo libresco y la colación de autoridades ajenas, la personalidad del autor aflora en ciertos comentarios y observaciones extraídos de su propia experiencia: véanse al efecto los triunfos 10, 37, 38 y 39, cuando habla de portentos o milagros de la cruz que él vivió de cerca en sus viajes por la Cochinchina (triunfos 37, 38 y 39), América (triunfos 10 y 39) y la India (triunfos 10 y 39).




Pedro Ordóñez de Ceballos: bio-bibliografía elemental

¿Quién es este Ordóñez de Ceballos que como colofón a sus andanzas se anima a dar a la estampa dos títulos a la vez, conectados entre sí y al mismo tiempo tan dispares? Dado el carácter autobiográfico del Viaje del mundo, esta obra será nuestra principal fuente de información, si bien los datos cronológicos siguen siendo hoy en día bastante imprecisos. El repaso a dedicatorias varias, cartas y otros escritos breves suyos, revela nuevos detalles de su persona, los cuales han de completarse con los dos capítulos (37 repetido y 38) que Bartolomé Jiménez Patón le dedica en la Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén8, libro que en una primera instancia fue proyectado por el propio Ordóñez de Ceballos9.

Nació en Jaén hacia 1553-1555. Empezó sus estudios en las escuelas de la Santa Capilla de S. Andrés, en su ciudad natal, como discípulo de Juan de Icíar (pedagogo y calígrafo durangués que fue preceptor del príncipe Carlos, hijo de Felipe II): «Nací en la ciudad de Jaén, hijo de padres cristianos, y crieme debajo de su amparo, estudiando en la iglesia del señor San Andrés. Fue mi maestro Juan Diciar» (Viaje, I, 1, p. 18). Sobre su padre nos dice más tarde que fue regidor de Jaén, por lo que cabe deducir cierto grado de nobleza en su linaje10. En otro pasaje cita a una buena mujer que lo crió durante su más tierna niñez:

Siempre pedía a Dios lo que el rey Salomón, que no me diese riqueza ni pobreza y me dejase volver a Jaén y estar en un rincón sin que me conociesen los prelados y en compañía de una santa beata llamada Ana Gutiérrez (que por ser una sierva de Dios digo su nombre), que me crió siendo niño. Su Divina Majestad me lo ha concedido.


(Viaje, II, 38, p. 370)                


A los nueve años pasó de Jaén a Sevilla, donde estudió en la Compañía de Jesús y colegio de maese Rodrigo:

De nueve años, cuando aún los niños no saben salir de los regazos de sus madres, comencé yo a peregrinar, y así de esa edad fui a Sevilla, donde acudí a la Compañía de Jesús y colegio de maese Rodrigo y estudié hasta edad de diecisiete años.


(Viaje, I, 1, pp. 18-19)                


En Sevilla gozó de la protección y amparo de don Alonso de Andrade de Avendaño, al cual cita agradecido repetidas veces, apuntando «que a mí me crió, que me llamaba sobrino» (Viaje, I, 4, p. 30)11. Al decir de Jiménez Patón, aquí se graduó en latinidad y artes12. Ordóñez no ofrece más detalles de su fase como estudiante, aunque hemos de recordar que firma sus escritos como licenciado. Es posible que tuviera intención de proseguir la carrera de las letras, pero cierto incidente con un marido celoso -un ramillete de flores que se le cayó a una dama y Ordóñez lo recogió- le obligó a dejar los libros y salir en busca de ventura: «Me fue forzoso el dejar mis estudios, ponerme espada y aun irme de Sevilla» (Viaje, I, 1, p. 19)13. De este modo principian sus andanzas por el mundo entero, que se prolongan durante más de treinta años y constituyen la materia prima de su relato:

Desde edad de nueve años [...] hasta los cuarenta y siete años anduve peregrinando y viendo el mundo.


(Viaje, I, Prólogo, p. 10)                


Vine a la ciudad de Jaén, de donde partí de nueve años y gasté treinta y nueve en estas peregrinaciones, dando vuelta y media al mundo.


(Viaje, III, 15, p. 435)                


Así que sus nueve primeros años los vivió en Jaén, luego estuvo hasta los diecisiete en Sevilla y por fin recorriendo el mundo hasta que cumplió los cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. Hay que decir que inicia los viajes como seglar y los concluye como clérigo, tras su ordenación sacerdotal en Santa Fe de Bogotá. Desconocemos la fecha exacta de su regreso a España (de donde no volvió a salir), pero debió ser a principios del siglo XVII, entre 1602 y 1604. Con la salud muy quebrantada, se establece en su Jaén natal y se dedica a escribir el Viaje del mundo (así como los Cuarenta triunfos) y darlo a la estampa, cobrando gran reputación: «Diez años ha que llegué a esta ciudad y, por huir de la ociosidad, me he ocupado en el trabajo de estos tratados» (Viaje, II, 38, p. 370). Si recordamos que el Viaje se imprimió en 1614, esta aseveración nos llevaría a suponer que se estableció en Jaén en 1604, pero otros indicios sugieren que pudo haber sido uno o dos años antes:

  • La aprobación o licencia concedida por el obispo de Jaén para imprimir el Viaje del mundo data del 7 de septiembre de 1613;
  • La aprobación del Dr. Gaspar de Salcedo a los Cuarenta triunfos se firmó tres días antes, el 4 de septiembre de 1613, repitiéndose en el prólogo una frase casi idéntica a la que acabamos de citar: «Por huir la ociosidad me he ocupado diez años en escribir este libro y el otro de mi Viaje y Grandezas de Jaén».
    • La fecha a deducir variará, pues, según interpretemos que los libros se concluyeron en 1613 ó 1614;
  • En la dedicatoria que antepone a la Primera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido (1629), de Alonso Remón, dice: «Habrá veinte y siete años que llegué a esta ciudad, habiendo peregrinado por todo el mundo más de treinta»14.

Según esto, tampoco es descartable 1602 como data de su retorno a España.

Antes hemos visto que el autor dudaba entre si volvió a Jaén con 47 o con 48 años, dando por bueno que estudió hasta los 17, cifra que repite dos veces y que la tiene por «de edad mayor» (Viaje, I, 1, p. 19), pero en el «Prólogo al letor» de los Cuarenta triunfos se resta un par de años: «Fui a Sevilla, donde estudié hasta los quince; desta edad comencé a peregrinar». Estas oscilaciones ponen en evidencia uno de los mayores problemas con que se va a enfrentar el lector del Viaje del mundo: la enorme vaguedad cronológica en la que se suceden los episodios, fruto seguramente de que es una autobiografía basada en la ejercitación de la memoria, a varias décadas de distancia de los acontecimientos que se narran15.

Retomando la fecha clave de 1614, sabemos que se desplaza a Madrid para gestionar la publicación de sus libros. Jiménez Patón, en el capítulo 38 de la Historia de Jaén, apunta que en agosto de ese año viajó al Escorial a pedir mercedes al rey y que, debido al excesivo calor, su cuerpo se llenó de llagas, las cuales no sanaron hasta enero de 1615. Esta cura se atribuye a la mediación de la Virgen del Buen Suceso, cuya imagen estaba en el Hospital Real de Madrid. Ordóñez, agradecido, costeó la copia de otra imagen similar de la Virgen y la colocó en el Hospital de la Santa Misericordia de Jaén. Ese mismo año de 1614 estuvo presente «el día que en la güerta del de Lerma se hicieron las fiestas y torneos por los casamientos venturosos de la serenísima reina de Francia y príncipe nuestro señor»16, noticia que se refiere a las dobles bodas franco-españolas entre el infante Felipe e Isabel de Borbón y entre Luis XIII y Ana de Austria. Jiménez Patón recoge la anécdota del hundimiento de un tablado donde se apostaba la gente y cómo hubo un muerto y varios heridos, saliendo Ordóñez indemne del percance de modo milagroso (vuelve a ligarse su buena suerte con la protección de la Virgen del Buen Suceso).

Fruto de sus gestiones en la corte recibió algunos cargos (un canonicato en la iglesia de Astorga, chantre de la iglesia de Huamanga en el Perú), de los que nunca tomó posesión por su deteriorada salud. En este apartado destaca la obtención del título de provisor, juez y vicario general de los reinos de Cochinchina, Champáa, Cicir y Laos, que colmaba todas sus aspiraciones, habida cuenta del impacto obtenido tras su exitoso paso por Cochinchina. En la dedicatoria que compuso para la comedia de La nueva legisladora (1628), explica cómo el obispo de la China, fray Juan de la Piedad, le dio la patente de tales oficios, pero «por mis graves enfermedades no pude ir»17. Al final del Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China, Cochinchina y Champáa (también de 1628), puntualiza algún detalle más:

Por los años de mil y seiscientos y diez y seis vino de la China el reverendísimo señor obispo de Macao, don fray Juan de la Piedad. Y estando yo en Madrid en mis pretensiones me envió a llamar y me enseñó una carta del tuquín y dos de la reina María, monja, donde le envía a pedir predicadores. Y en la una dice: «Mi Padre Pedro quedó de volver; la obediencia no le habrá dado lugar». Su señoría le envió tres religiosos descalzos y pidió por un memorial al rey nuestro señor me enviase a aquellos reinos, y me nombró por provisor, juez y vicario general de aquellos reinos. Vine a esta ciudad de Jaén para volver a aquella misión. Fue Dios servido, por no merecerlo yo, de tullirme18.


Los últimos años de su vida los pasó postrado en la cama, lo cual no le impidió seguir redactando y publicando distintos textos. En otra dedicatoria, esta vez para el Tratado de los reinos orientales (1629), habla de «enfermedades de doce años cumplidos sin poder andar y mal en la cabeza hasta perder un ojo». Ese mismo año, al dedicar a D. Andrés de Godoy y Ponce de León la Primera parte del español entre todas las naciones (de Alonso Remón), dice que se ha quedado ciego. No hay fecha exacta de su muerte, aunque todavía en 1634 y 1635 aparece firmando sus últimos escritos, lo que significa que a treinta años de viaje y peregrinaciones le sucedieron al menos otros tantos de relativa quietud en Jaén (con el paréntesis madrileño de 1614-1616), consagrado a la actividad literaria. En el Viaje expresó su deseo de ser enterrado en la iglesia de S. Pedro, pero no hay constancia de tal hecho19. El edificio estaba en ruinas a mediados del siglo XX y resulta imposible ubicar su tumba20.

El conjunto de su obra, aparte de los dos libros mayores ya comentados del Viaje del mundo y los Cuarenta triunfos de la santísima Cruz, puede resumirse así21:

  • Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China, Cochinchina y Champáa, y otras cosas notables y varios sucesos, sacadas de sus originales, Jaén, Pedro de la Cuesta, 162822;
  • Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, Jaén, Pedro de la Cuesta, 1628. (Ya se ha dicho que aunque la obra sale a nombre de Jiménez Patón, la autoría ha de compartirse con Ordóñez de Ceballos);
  • Tratado de los reinos orientales y hechos de la reina María y de sus antecesores, y tres comedias famosas, una de: «La mejor legisladora y triunfo de la santísima Cruz», y dos del «Español entre todas las naciones». Compuestas por dos aficionados religiosos, Jaén, Pedro de la Cuesta, 1629. Libro misceláneo que recoge obras propias y ajenas, siempre con la figura de Ordóñez -y sus viajes y observaciones geográficas- como eje central. Bibliográficamente es un libro difícil de catalogar, pues por su naturaleza heterogénea está sujeto a variaciones (agregados u omisiones) de contenido. El ejemplar más completo es el de la Hispanic Society of America (101 Or 2), el cual contiene los tratados, los entremeses y las cinco comedias existentes sobre Ordóñez de que hablaremos más abajo23. Por su parte el volumen de la British Library (11728 e 79) aglutina cuatro comedias: dos de Alonso Remón y sus prolongaciones anónimas de las partes Tercera y Cuarta. El ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid que venimos manejando (R 6219) tan solo reúne tres comedias: las dos de Alonso Remón y otra de fray Francisco de Guadarrama24;
  • Tres entremeses famosos a modo de comedia de entretenimiento, Baeza, Pedro de la Cuesta, 1634. Los títulos son: Entremés del rufián, Entremés del astrólogo médico y Entremés del emperador y damas25;
  • Cartas y escritos varios: carta a Jiménez Patón del 30 de septiembre de 1616 donde le pide que continúe su tratado sobre Jaén (incluida en el prólogo al lector de la Historia de Jaén); un elogio de D. Luis Merlo de la Fuente y familia (en los preliminares del libro de Jiménez Patón, Decente colocación de la santa Cruz, Cuenca, Julián de la Iglesia, 163526); cinco dedicatorias diferentes a otras tantas comedias inspiradas en sus peregrinaciones alrededor del mundo (ver infra)27.



Pedro Ordóñez de Ceballos como modelo dramático

No es de extrañar que un personaje con este perfil biográfico sirviera de inspiración dramática en el siglo XVII, aunque sorprende un poco que se hayan compuesto nada menos que cinco comedias sobre sus hazañas: compárese con lo sucedido a algunos famosos conquistadores de la época -de mucho más fuste que Ordóñez- como los hermanos Pizarro (hay otras cinco comedias dedicadas a ensalzar sus hechos), García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (cuatro piezas), Hernán Cortés (dos) y Cristóbal Colón (una sola comedia aborda como tema nuclear el descubrimiento del continente americano)28. Ciñéndonos a las cinco piezas consagradas a Ordóñez, lo poco que sabemos sobre su génesis se concentra en los prólogos-dedicatoria que él mismo antepuso a cada uno de los textos. Muy valiosa es la referencia del prólogo al lector (escrito en verso) del Tratado de los reinos orientales, donde se insiste en que el P. Alonso Remón, mercedario, compuso las dos primeras contribuciones al ciclo (Primera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido, con su continuación en la Segunda parte) inspirándose en su libro del Viaje del mundo. Se transcriben incluso unos versos de Alonso Remón donde indica que escribió su díptico por encargo expreso de algún superior, práctica muy común en la época, y más cuando se trata de comedias heroicas que buscan enaltecer a algún personaje famoso:


La obediencia mandó que yo hiciese
aquestas dos comedias y escribiese
esta dedicatoria al propio dueño.



Concluida la carta de Remón, reaparece la voz de Ordóñez de Ceballos anunciando la composición de una tercera comedia (esta vez del trinitario fray Francisco de Guadarrama), basada asimismo en sus viajes y aventuras: La nueva legisladora y triunfo de la Cruz, ya citada. El ciclo dramático sobre la vida de nuestro personaje se cierra con dos textos más, anónimos, intitulados Tercera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido (Jaén, Pedro de la Cuesta, 1628) y su culminación con la Cuarta parte (Baeza, Pedro de la Cuesta, 1634). Ambas piezas prosiguen la acción dramática iniciada en las tres anteriores. La presencia constante del mismo librero (Pedro de la Cuesta) y la relativa cercanía de las fechas en las cinco obras (1628-1634), inducen a pensar que no se trata de un hecho casual, sino de una especie de campaña de promoción orquestada alrededor de Ordóñez de Ceballos, ya sea por él mismo o por alguno de sus benefactores. Podría decirse, pues, que estamos ante un ejemplo claro de teatro escrito por encargo, que tiene por objeto ensalzar a una persona o un linaje concretos glorificando al máximo sus hazañas29.




El retrato de Pedro Ordóñez de Ceballos

Lo primero casi con que se topa el lector cuando maneja cualquiera de sus obras es un elaborado retrato del autor, reflejo y cifra de sus hazañas. Aparece Ordóñez vestido de clérigo, con loba de raja, tocado con un bonete de considerables dimensiones, al estilo quiteño30. Está sentado ante una mesa o escritorio, con un libro abierto entre las manos, el cual va escribiendo con una pluma sujeta en su diestra. Sobre la mesa hay un tintero y una carpeta con dos emblemas regios: cetro y corona. La primera impresión, pues, es que estamos ante un clérigo erudito que escribe, lo que nos remite al Viaje del mundo y sus repetidos avisos sobre tal actividad: «Yo tenía papel y escribanías en mi escritorillo, y en un arca del contador y en otras dos había papel blanco y escrito harto» (I, 10, p. 55); «Escribí seis cartas a la señora María en respuesta de otras seis suyas, cuatro a los padres, al rey dos, a los otros padres a cada uno una, y asimismo a otros, que debieron de pasar todas de ochenta» (II, 24, pp. 284-85)31. Aparece flanqueado, a su espalda, por cañones, banderas y lanzas que sugieren su época de soldado. Mayor relevancia adquiere la parte inferior del dibujo, donde se ha colocado un magno escudo formado por dos campos superpuestos: en el de arriba están las armas de los Ordóñez, que son diez roeles rojos en campo de plata y orla azul con cinco leones y cinco coronas de oro; el de abajo recoge el momento cumbre de su vida: en el centro, arrodillada, la reina de la Cochinchina es bautizada por Ordóñez (de pie, vestido de clérigo y con su peculiar bonete) y recibe el nombre de María; a la izquierda hay una mesa donde están la jarra con el agua y los óleos, y a la derecha un grupo de damas de la corte presencian la escena, damas que, como se dice en el Viaje, pronto serán también convertidas. Todo esto orlado por dos soles o estrellas, una lanza, una bandera y un pequeño grupo de chozas que evocan su paso por las Indias Orientales y Occidentales. Abrazando el conjunto, una gran inscripción de trazo oval reza lo siguiente: «El licenciado Pedro Ordoñes de Ceballos, presbítero, floreció en la navegación dando vuelta al mundo».

Es seguro que a él le satisfizo esta composición, tan barroca y recargada, pues desde 1614 la repite en la práctica totalidad de sus escritos. Examinando su rostro, un caricaturista como Vázquez de la Torre lo describe así: «cara alargada; nariz prominente, algo acaballada; ojos grandes, de mirar intenso; barba escasamente poblada; cejas grandes, espesas; gruesos labios, y aire melancólico, nos hace recordar algunas figuras popularizadas por el genial pincel del autor del Entierro del Conde de Orgaz»32. Tal detallismo contrasta con los escasos rasgos externos que desvela Ordóñez sobre su persona; en el Viaje no hay un retrato literario suyo y apenas si nos debemos conformar con pinceladas sueltas tipo «entonces era muy cenceño» (I, 16, p. 81), o «no es muy blanco» (II, 11, p. 199, aludiendo al color de su tez, curtida por los vientos de todos los mares), o algún otro detalle menor: «He tenido siempre un sueño ligerísimo» (I, 8, p. 48).




El Viaje del mundo: estructura y contenido

Y porque en mi vida las cosas y sucesos prodigiosos que me han pasado han sido mientras seglar y, después, de clérigo, me pareció (discreto lector) referirlo en dos libros; y, así, trata el primero de los sucesos mientras seglar y el segundo de lo que me pasó después de clérigo. Y por no interrumpir la historia y para dar noticia y conocimiento de las tierras, reinos y provincias, hice por tercer libro un itinerario o viaje por donde se camina y sus descubridores, y por donde yo lo caminé y cosas famosas de los reinos en general y particular.


(Viaje, I, Prólogo, p. 11)                


Este aviso del prólogo anticipa al lector la estructura externa del Viaje. Ordóñez escinde el relato de su vida en tres libros: los dos primeros son netamente autobiográficos, ubicando la frontera entre ellos cuando es ordenado sacerdote; el tercero es un compendio de las tierras, mares y cosas notables del mundo, según él las vio o según eran interpretadas en la época. No es novedosa la presencia de este tercer libro o itinerario: años atrás el P. Martín Ignacio de Loyola había publicado su particular Itinerario, también tras haber dado la vuelta al mundo, lo cual en esa época se hacía necesario ante la escasez de noticias geográficas33.

He aquí un apretado resumen de las andanzas de Ordóñez de Ceballos (señalo primero el libro y luego los capítulos pertinentes):

  • I, 1-4: Alguacil real en las galeras de Juan de Cardona (uno de los héroes de Lepanto) a través del Mediterráneo. Entrada en corso contra los turcos en dos galeras comandadas por Francisco de Benavides (sobrino de Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz), tocando en Creta, Mar Egeo, Mar Negro, península de Crimea... y al regreso pasando por Creta, Venecia y Mesina hasta parar en Túnez. Se detallan incidentes varios con la flota turca, hundimientos de barcos, toma de riquezas, tormentas, rescate de cautivos cristianos, etc. Se citan los nombres de Marcos Ortiz (de Jerez) y Pedro de Lomelín, compañeros casi inseparables de Ordóñez en los años siguientes. La estadía en Túnez fue en son de paz, pues el bajá tenía una deuda de amistad con Juan de Cardona y fueron tratados como amigos.
  • I, 4-7: Viaje a Tierra Santa (dos meses, con salida y llegada en Túnez) junto al gobernador Cáceres, el capitán de Cali Francisco Redondo y el bachiller Francisco Galavis (futuro arcediano y deán de la catedral de Quito), amigos todos ellos que Ordóñez rescató del cautiverio en Túnez y con los que pasaría futuras aventuras en América. El viaje lo hicieron con la compañía y protección del bajá de Siria, Alí Erbago.
  • I, 7-8: Viaje a Marruecos, con el capitán Felipe de Andrade, para rescatar más cautivos. Regreso a Sevilla y disensiones con el capitán que le obligan a dejar la flota34.
  • I, 9: Breve actividad como proveedor general del ejército que se aprestaba para la guerra de África, bajo el mando del rey don Sebastián de Portugal.
  • I, 10-11: Primer viaje a Indias, tocando en Santo Domingo y Cartagena. Inmediato regreso por La Habana y naufragio en Bahamas, donde roban cinco piraguas a unos indios y retornan a La Habana. Allí se prosigue la navegación hasta España. Viaje a Madrid. Dos viajes a Francia por trigo35.
  • I, 12-13: Viajes a Europa con el marqués de Peñafiel (D. Juan Téllez Girón y Guzmán, 1554-1594, que a partir de 1590 sería sexto conde de Ureña y segundo duque de Osuna), pisando en Ginebra, Calais, Flandes, Dover, Londres, Dinamarca, Alemania, Letonia, Finlandia, Suecia, Noruega, Groenlandia...
  • I, 13-14: Viaje a Guinea para capturar esclavos y venderlos en Sevilla. Alférez en la jornada de Portugal, en las luchas del prior de Crato por acceder al trono lusitano, de nuevo a las órdenes del marqués de Peñafiel.
  • I, 14: Segundo viaje a Indias, arribando a Cartagena con el oficio de veedor.
  • I, 15-16: Jornada contra el alzamiento de los negros cimarrones, los cuales fueron reducidos y vendidos36.
  • I, 17: Jornada en busca de El Dorado comandada por D. García de Serpa, en la cual Ordóñez, a última hora, no pudo participar. Problemas con Lope de Orozco, gobernador de Santa Marta; Ordóñez tiene que huir por el Río Grande en una balsa hecha de palos.
  • I, 18: Excurso sobre la vida y hechos de fray Luis Beltrán durante su estancia en Indias.
  • I, 19-23: Jornadas de Urabá y Caribana contra el alzamiento de los indios taironas. Ordóñez cree haber descubierto la mítica Casa del Sol, con tres ídolos de oro que desvalijó en parte.
  • I, 24: Población de las ciudades de Altagracia de Suma Paz y Santiago de los Caballeros. Visitador de las gobernaciones de Antioquia (a cargo de Juan de Rodas) y Popayán. En esta última tiene graves conflictos con el gobernador Jerónimo Tuesta de Salazar, quien le hace prisionero y le remite al puerto de Buenaventura.
  • I, 25: Se soluciona el conflicto y navega a la isla de Cocos, donde, tras una pendencia entre marineros, es abandonado solo en la isla. Sus compañeros se arrepienten del hecho y vuelven a por él. Retorno a Popayán y nombramiento de gobernador interino.
  • I, 26-30: Exitosa jornada contra los indios pijaos y paeces. Regreso de Tuesta de Salazar, gobernador titular de Popayán, y consiguiente salida de allí de Ordóñez. Va a Santa Fe de Bogotá y decide hacerse sacerdote.

Con tan sorprendente e inexplicada decisión concluye el libro primero del Viaje, en el cual no se hace precisión cronológica alguna que ayude a ubicar sus pasos en el tiempo. Sí sabemos, gracias al prólogo de los Cuarenta triunfos, que tomó las órdenes clericales de manos de don Luis Zapata de Cárdenas, quien fue obispo de Bogotá entre 1573 y 1590. Los hechos narrados en el libro segundo pueden compendiarse así:

  • II, 1: Detalles sobre la ordenación sacerdotal.
  • II, 2-4: Visitador de la Audiencia de Quito. Cura vicario de Pamplona. Viaje hasta los confines de Chile. Vuelta a Quito y proyecto de regresar a España, abortado al encallar su barco en La Habana.
  • II, 5: Viaje a México y Guatemala, donde mercadea con añil y hace dineros. En Acapulco compra un galeón para retornar a Quito (con la compañía, entre otros, de sus inseparables Pedro de Lomelín y Marcos Ortiz), pero fuertes tormentas los internan en el Pacífico arrastrándolos hasta las inmediaciones de las Islas Marianas, adonde llegan en Navidad de 158937.
  • II, 6: La mayor parte del año 1590 lo pasan tocando en diversas partes del Pacífico: Cebú, Macao, Nagasaki...
  • II, 7-24: Momento cumbre del Viaje del mundo: llegada a Cochinchina (diciembre de 1590) y contacto directo con la reina y el tunquín, su hermano. Trato familiar con la reina, la cual se enamora de Ordóñez y le propone matrimonio. Él, como clérigo que es, no puede aceptarlo, pero la acaba convirtiendo al cristianismo y bautizándola con el nombre de María. Esta conversión es la primera de muchas otras que irán sucediéndose en cadena, hasta el punto de que la reina María funda un convento y se hace monja de clausura. Una antigua ley le obliga a Ordóñez a salir desterrado de la Cochinchina, por haber rechazado la mano de la reina (20 de enero de 1592, día de S. Sebastián).
  • II, 25: Breve retención en una isla de Camboya, bajo el chantaje del capitán portugués Diego Belloso, que les saca sus dineros. Prosiguen la navegación tocando en Malaca, Sumatra y archipiélago de Nicobar.
  • II, 25-28: Llegada al Golfo de Bengala y recorrido por la costa de la India: Orissa, Madrás (entrada en Ceilán, hoy Sri Lanka), Cabo Comorín, Goa y fortaleza de Diu (Gujarat), de donde parten Ordóñez y los suyos el 23 de agosto de 159238.
  • II, 28: Navegación por el estrecho de Ormuz, Arabia, islas de Socotora y Comores, hasta Cabo de Buena Esperanza. Una próspera travesía les conduce a Pernambuco (noviembre de 1592), desde donde siguen a Buenos Aires y Estrecho de Magallanes con ánimo de ir al Perú. Fracasan en su intento de cruzar el Estrecho y regresan a Buenos Aires; de allí, por tierra, pasando por Tucumán, Paraguay, Potosí, Charcas, Arequipa, Lima y Guayaquil, llegan a Quito. En tres años, han completado la vuelta al mundo.
  • II, 29-35: Alzamiento de los indios quijos, omaguas, cofanes... que Ordóñez pacifica sin necesidad de recurrir a la fuerza, firmando capitulaciones entre españoles y aborígenes.
  • II, 36-37: Intervención de Ordóñez en la rebelión de las alcabalas de Quito (julio de 1592-abril de 1593). Si la cronología no falla, él solo pudo estar presente en los episodios finales.
  • II, 37-38: Estancia de Ordóñez como cura de Pimampiro durante ocho años (hacia 1595-1603). Regreso a Jaén y fin de sus peregrinaciones.

Llegamos así al libro tercero del Viaje («En que se contiene el itinerario y camino de todo el mundo y navegación de todo él»), que lo estructura así:

  • «Primeramente pondré el camino derecho por donde se ha de andar» (III, Prólogo, p. 375): son los capítulos 1-3.
  • «Después por donde lo anduve yo» (III, Prólogo, p. 375): capítulos 4-15.
  • Añadidos varios: misioneros que han ido a las Indias Orientales (cap. 16); sobre la diversidad de los reinos de Asia (cap. 17), África y Europa (cap. 18); relación de algunas cosas maravillosas del mundo (cap. 19), con variedad de peces y animales (cap. 20); descripción de las Indias Occidentales (caps. 21-24).



El Viaje del mundo: intenciones y objetivos

Al empezar a leer el Viaje del mundo, nos topamos con una referencia de S. Juan Crisóstomo donde se recomienda que todo escrito se sujete a dos objetivos básicos: glorificar a Dios y servir de ejemplo o consuelo al lector. Ordóñez de Ceballos hace suya la idea y trata de ponerla en efecto: «Con estos dos fines, prudente lector, me atreví a escribir esta historia, para gloria de Dios [...] y para que en tus peregrinaciones y trabajos te animes» (I, Prólogo, p. 9). Poco después se apresura a aclarar que «mi celo de escribir esta historia no es en mi propia alabanza» (I, Prólogo, p. 12), lo cual será matizado y ampliado en el capítulo inicial:

Bien sé que a algunos se les puede hacer cosa muy nueva el ser historiador de mi propia vida, parece que yendo contra el consejo del sapientísimo Salomón, que dice que nadie quiera ser alabado de su propia boca. A eso responderé que no es mi intento hacer tal, sino dar un desengaño particular de la variedad que este mundo tiene [...]. Me ha parecido a mí el poner aquí los varios sucesos que me han acontecido: lo uno, para que sirvan de nota para otros y, lo otro, para que, haciéndolo, cumpla con mi debido agradecimiento.


(Viaje, I, 1, p. 18)                


Al final del libro segundo volverá sobre lo mismo: «Sólo mi blanco y deseo ha sido acertar en algo del servicio de Dios y provecho de mis prójimos» (II, 38, p. 370). Unido a estos dos objetivos mayores, hay un tercer elemento -agradar al lector- que aparece citado como rasgo importante, en perfecta consonancia con la fórmula horaciana de mezclar lo útil con lo dulce («miscere utile dulce», De arte poetica, 343), resumida en la sentencia barroca deleitar aprovechando: «Todo, lo uno y lo otro, es para los fines referidos, la gloria y honra de Dios y ejemplo para el prójimo, y también para dar algún gusto, pues se dice en general de las historias que lo dan, y que son grandes los provechos que de ellas resultan» (I, Prólogo, p. 11); «Suplicando humildemente al Señor sea para gloria y honra suya, gusto y aprovechamiento del discreto y prudente lector» (II, Prólogo, p. 153). Además de estas declaraciones de principios, en otros pasajes del Viaje se reitera el mismo concepto del gusto o pasatiempo, amparándose el autor en la variedad de lances vividos: «Pasáronme allí cosas notables y, así por serlo y de gusto para el que las leyere, me ha parecido no dejarlas de referir» (II, 7, p. 176); «Haré aquí relación breve de muchas [cosas maravillosas] que hay, y he visto algunas de ellas, y ofrezco esto, lo uno para que sirva así de desengaño como de entretenimiento o deleite, lo otro para que se vean cuán grandes son las maravillas de Dios» (III, 19, p. 453).

Los lectores de la época percibieron muy bien este equilibrio de fuerzas y la difusión de que gozó el Viaje en el siglo XVII es buena prueba de ello. Un testimonio que podemos aducir es el del «arzobispo y conde de Tarantasia, embajador del gran duque de Saboya en la corte de Felipe cuarto», quien escribe una carta a Ordóñez con sus impresiones de lectura:

Sus libros de vuestra merced leí con mucho gusto y atención, por campear en ellos con igual paralelo la piedad y la erudición, el menosprecio de las cosas del mundo y la elegancia del estilo, y haber mezclado lo dulce y lo provechoso39.





La construcción épica del «yo»

Cuando Ordóñez publica su Viaje del mundo, ya disponía de algún modelo autobiográfico como el Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache o La pícara Justina, con la salvedad de que son novelas picarescas adscritas al mundo de la ficción. No pudo disponer de las autobiografías reales de algunos eclesiásticos (Martín Pérez de Ayala, Diego de Simancas, Ignacio de Loyola) o soldados de la época (García de Paredes, Pedro Gaytán, Jerónimo de Pasamonte, Miguel de Castro...), por la sencilla razón de que permanecían inéditas. Un antecedente digno de ser mencionado es la Vida de Santa Teresa de Jesús, editada por fray Luis de León en 1588 (Obras de la Madre Teresa), pero que no deja huellas evidentes en el jiennense. De tal falta de modelos reales nacen las supuestas reticencias a la hora de narrar su vida («a algunos se les puede hacer cosa muy nueva el ser historiador de mi propia vida», I, 1, p. 18) y su énfasis de que no lo hace en alabanza propia sino para utilidad de los lectores. Pero lo cierto es que la presencia del «yo» preside todo el texto, alzándolo hasta límites de lo que damos en llamar una autobiografía épica.

Igual que hiciera el pícaro de Alfarache, Ordóñez escribe desde la atalaya de su vida, rememorando sus tres décadas de viajes. Como ocurre en el género autobiográfico, dicho ejercicio de retrospección resulta decisivo, debiendo atribuirse algunos desajustes o incoherencias del relato a fallos de memoria40: tal por ejemplo en lo atañadero a la sucesión cronológica de los hechos. Pero Ordóñez no lo fía todo a la memoria; ya hemos mencionado antes su afición a escribir y tomar relación de las cosas sobre la marcha, de modo que cuando regresó a Jaén lo hizo cargado con sus apuntes. En el capítulo inicial del Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China, Cochinchina y Champáa, sugiere que mata la ociosidad «mirando para entretenerme los papeles y memoriales que escribí andando por el mundo», y que «hallé muchas cosas dignas de saberse»41. Este auxilio a notas guardadas tras sus peregrinaciones, se trasluce en dos momentos puntuales del Viaje del mundo:

Luego me fui a los aposentos de los compañeros y, estándoles contando lo que me había pasado en la sala, lo iban ellos escribiendo, que después de sus memoriales saqué yo lo que tengo dicho.


(Viaje, II, 9, p. 190)                


Lo que yo no he visto lo preguntaba en las provincias y reinos por donde pasaba de ellos y de los comarcanos, y si hubiera de decir todo lo que escribía, así de las cosas tocadas como de otras de leyes, costumbres, hierbas medicinales, minerales, ríos, plantas y demás cosas, pudiera hacer otros muchos libros de mayor volumen, que todo lo dejo.


(Viaje, III, 20, p. 459)                


Así que aunando recuerdos y documentos varios, Ordóñez construye una autobiografía de dimensiones épicas, fijando en el lector la impresión de estar ante un ser excepcional, asombroso, como en efecto lo fue. Contribuye a ello en gran manera la forma providencialista de presentarse en el prólogo:

Tenía Dios gran deseo que su pueblo israelítico tuviese voluntad de conquistar la tierra de promisión, como se ve en el libro de los Números, cap. XIII, donde dice que su capitán Moisés envió exploradores que la viesen y paseasen toda, y, después de bien vista y paseada, trajeren la muestra de la fertilidad y abundancia de ella en algún fruto [...]. Fueron los exploradores y trajeron aquel racimo de uvas que, por ser tan en extremo fértil, fue necesario atravesarle en una gruesa lanza y traerlo en sus hombros.


(Viaje, I, Prólogo, p. 9)                


La referencia bíblica (Números, 13, 1-24) es exacta, si bien el autor la utiliza para ponerse él mismo en una situación paralela:

Desde edad de nueve años, queriéndolo así el divino Moisés, Cristo Jesús me envió por ese mundo en compañía de sus exploradores y por mínimo de sus humildes [...]. En los reinos de Guachinchina [...] cogí el racimo de la fruta más fértil, pues fue bautizar a la reina, virreyes, capitanes, soldados y otro gran número de gente42.


(Viaje, I, Prólogo, p. 10)                


Aunque no escasean las expresiones de humildad, vemos que Ordóñez cuenta su vida partiendo de un alto concepto de sí mismo (en el polo opuesto, en teoría, del «desengañado» Diego Duque de Estrada). Nótese que desde los preliminares del libro (soneto inicial) ya se autodenomina «clérigo agradecido», lo cual se reitera en el capítulo primero (I, 1: «Donde se da noticia de la patria y crianza del clérigo agradecido»), cuando hace un elogio de la gratitud, que él considera su principal cualidad43. Asimismo, pinta la liberalidad como otra de sus virtudes: su protector Alonso de Andrade le aconsejó ser dadivoso («Gasta y tendrás amigos, pues la mayor riqueza es el corazón de los tales», I, 14, p. 72) y él lo tuvo siempre en cuenta: cuando está en Túnez rescata a varios cautivos y con algunos de ellos va a Jerusalén, a su costa; los años de corso le suponen pingües ganancias que reparte entre los amigos44; su mesa está llena de comensales45, etc. A menudo insiste en su habilidad como restaurador o pacificador, ya sea en disputas entre particulares (se reconcilia con sus enemigos, los perdona y acaba entablando amistad con ellos46), ya sea en alzamientos de negros o indios: jornadas de los cimarrones (I, 15-16), de Urabá y Caribana (I, 19-23), de los pijaos y paeces (I, 26-30), de los quijos (II, 30-33)47, etc.

En treinta años recorriendo el mundo, los primeros de ellos como soldado, fueron muchas las batallas que tuvo que librar: hay descripciones de combates cuerpo a cuerpo, abordajes, emboscadas... No obstante, no abusa de estos episodios buscando un heroísmo fácil48, ni tampoco se olvida de encarecer el valor de otros compañeros suyos como Pedro de Lomelín o Marcos Ortiz. Antes que desbordar al lector con detalles bélicos, que no faltan, opta por algo más sutil como es detallar estrategias o ardides de guerra que, gracias al ingenio, les salvaron de graves peligros: por dos veces actúa como gran estratega en la represión de los indios pijaos (I, 28, pp. 137-39 y I, 29, p. 143); en las costas de Arabia, ante la inminencia de un abordaje, simulan la rendición para pillar desprevenidos a los corsarios y derrotarles por sorpresa (II, 28, p. 308); otra vez, en el Cabo de Buena Esperanza, una flota enemiga los acorrala y al llegar la noche los engañan arrojando al mar palos y boyas encendidas, mientras huyen (II, 28, p. 312)...

Ante tamaña actividad, se deslizan en el texto frases de autocomplacencia o impúdico autoelogio que Ordóñez no sabe (o no quiere) refrenar:

Fue necesario lo primero el favor del Altísimo y mi gran corazón para no desfallecer.


(Viaje, I, 10, p. 54)                


Hice mi visita, confederando los que no lo estaban y acabando negocios, haciendo amistades y ganando amigos y buena fama.


(Viaje, I, 24, p. 117)                


Fue escarmiento para que de allí adelante me dejasen y aprobasen todo lo que mandaba.


(Viaje, I, 28, p. 139)                


Con estar acabada la guerra, nos fuimos a Popayán, donde fui recibido con grandes demostraciones de alegría por la victoria adquirida.


(Viaje, I, 30, pp. 148-49)                


Pero por encima de este tipo de detalles, llama la atención cómo Ordóñez se pinta a sí mismo de clérigo casi de forma providencial. Su ordenación sacerdotal en Santa Fe de Bogotá es el hito que separa el libro primero del segundo; no explica las razones sicológicas o íntimas de tal decisión, pero en su fase de seglar ya anticipa varias veces su estado futuro, como si de un designio divino se tratase:

Levantose entonces el buen viejo y con una alegría espiritual me dijo: «Mira, si fueres sacerdote, tenla [caridad] con estos pobres indios en particular, defendiéndolos y curándolos». Yo me admiré de este dicho, acordándome de otro que me dijo un clérigo de Evangelio en Sevilla, queriendo contraer matrimonio con una hermana suya, que no había de ser casado sino clérigo, y con haberme de desposar aquel día se deshizo, porque lo que Dios tiene determinado sin duda ha de ser.


(Viaje, I, 18, p. 88)                


Hasta tres veces, siendo soldado, tuvo que disfrazarse de clérigo y oficiar como tal con los indios, dado que las situaciones así lo requerían: «Me pidió el gobernador fuese en hábito de clérigo y asentase la paz [...]. Me ensayé a decir un responso y echarle agua bendita, haciéndole cruces y como mejor supe y había visto» (I, 19, pp. 94-95); «Dije al general que yo quería ir a hablar con los taironas y, puesto como clérigo, tomé una bandera de paz y fui» (I, 21, p. 103); «Me determiné con hábito de clérigo entrar en los pijaos, y lo hice y llevé grandes rescates y les di infinitas dádivas» (I, 26, p. 125). El objetivo final de abrazar los hábitos es difundir la religión católica por el mundo, y ese será su norte a lo largo de todo el libro segundo. Doctrinar, convertir, bautizar... son actividades que realiza sin descanso, tanto en su viaje hasta la Cochinchina como después en América siendo cura de Coca y Pimampiro. El clímax es el bautizo (en la Cochinchina) de la reina María y la fundación del primer convento de monjas de clausura.

El autor reitera su convencimiento de contar con el favor divino, beneficiándose de hechos milagrosos que le salvaron la vida en múltiples ocasiones: rescate del naufragio sufrido cerca de Bahamas gracias a la aparición de cinco piraguas que arrebataron a los indios (I, 11), elección correcta del camino a Tolú en el socorro de Urabá eludiendo emboscadas (I, 20), salida indemne de un gran diluvio (II, 4), etc. Todo su éxito en la Cochinchina lo considera un gran milagro (II, 7-24), igual que el haberse evitado un baño de sangre en la rebelión de las alcabalas de Quito (II, 36-37): «Parece que la Divina Providencia acude con sus misericordias a manos llenas, que vi milagros, si así se pueden nombrar» (II, 36, p. 359).

El estado clerical le confiere dignidad y firmeza en sus convicciones de buen cristiano. El ejemplo máximo se observa a su llegada a Cochinchina, en la ciudad de Picipuri, cuando es instado a arrodillarse ante el juez local: Ordóñez se niega a hacerlo y permanece de pie, argumentando que él solo se arrodilla ante el Dios verdadero (II, 7). Este acto, que bien pudo costarles la vida a él y a los suyos, se presenta como el arcaduz por el que conecta con la familia real, ya que tanto la reina como el tunquín de Cochinchina (su hermano, y autoridad máxima) tienen curiosidad por conocer a ese personaje que se muestra tan digno en tierras extranjeras. Y ya sabemos que de este contacto sobrevendrá la conversión de la reina María y otras personalidades de la corte. El tunquín no es tan proclive a abrazar la fe católica, pero Ordóñez cuando está con él no cede un ápice en su entereza: «Como sea negocio de mi ley, aunque muera mil muertes no dejaré de decir la verdad» (II, 8, p. 183); «Ya respondí al rey que en la fe no me contradijese, porque no había de torcer un punto de la verdad cristiana» (II, 9, p. 186). Su cerrada defensa de la fe le hace estar dispuesto al martirio, idea que ronda durante toda su estancia en la Cochinchina49 y que se hará explícita a su paso por Ceilán, al dejarse apresar para que el resto de compañeros puedan seguir libres (ver II, 26, pp. 296-98).

Por último, otro rasgo que enormiza a Ordóñez (quizás el más admirado por sus coetáneos) es su capacidad de renuncia, en una doble vertiente: de un lado, al hacer caso omiso de la propuesta de matrimonio de la reina María, está rechazando un trono; de otro, ella se le muestra como mujer enamorada, con la consiguiente tentación carnal, aspecto del que Ordóñez no menciona una sola palabra pero que el lector lo adivina bien. Así al menos lo interpretó su amigo Jiménez Patón, quien exclama rendido:

Pregúntenle a nuestro Ordóñez (pues vive, y viva muchos años) si en todas las aventuras, trances y acaecimientos en que se vido, con amigos falsos y enemigos verdaderos, se vio tan a peligro de hacer naufragio de su salvación como en el combate desta reina, que yo sé que dirá que las maldades de los fingidos amigos y las crueldades de los enemigos declarados no tenían que ver con la centena parte del peligro deste trance [...]. Nota, amigo letor, que parece hay tentaciones que las hace uno de los tres enemigos: a los vanos tienta y vence el mundo, a los flacos la carne, a los astutos el demonio. Mas aquí todos tres enemigos se juntaron y todos quedaron vencidos. El mundo le promete reinos, mandos y señoríos de superioridad y excelencia; la carne mujer moza, hermosa y reina, con millares de regalos; el demonio atiza todo esto con las ocasiones blandas y luego se vale de las amenazas. Mas todo nuestro Ordóñez lo atropella por Dios, ayudado de su divino favor50.





La vida exagerada de Ordóñez de Ceballos: ficción y verdad histórica en el Viaje del mundo

Ordóñez es consciente de que hay varios factores (el punto de vista adoptado, rasgos de estilo... pero sobre todo lo desmesurado de los hechos que narra) que pueden evocar la idea de que su autobiografía incurre en exageración, prolongación fantasiosa o falta de veracidad. Y eso es precisamente lo que ocurrió -y ocurre- con los lectores de ayer y hoy, ante lo que él hace insistente protesta de que su relato se atiene a la verdad histórica. Desde la mentalidad de la época aduce, como prueba irrefutable de autenticidad, una certificación del Real Consejo de Indias que resume los servicios que él prestó a la corona, la cual reproduce íntegra:

Y para que no te parezcan cosas fabulosas las que leyeres en este libro, ni imposible haberle acaecido a una persona tanto y haber andado tantas tierras, lee la certificación del Real Consejo de las Indias, que vio y le constó todo lo susodicho, por informaciones auténticas secretas que contra mí hicieron la Real Audiencia y obispo de Quito, y pareceres que sobre ello dieron, que es como sigue:

[Se transcribe la certificación, firmada por el secretario Pedro de Ledesma].

Lo cual he puesto para que de ello te conste, prudente lector, que lo que en el libro pongo es cosa averiguada, cierta y aprobada por tan grande tribunal, que sobre todo hizo informaciones auténticas. En lo que hallares faltas, recibe mi buen deseo, que siempre fue acertar. Vale.


(Viaje, I, Prólogo, pp. 12-13)                


En otro pasaje, rememorando las penalidades pasadas, invoca a la experiencia de otros viajeros para que no duden en creerle: «Y los trabajos de tanto viaje del mar y tierra, como se habrá visto, y por experiencia los que los pasan los ven; y a los que no lo han visto, la razón les dará conocimiento de ellos» (II, 28, p. 371). En II, 5 se describe cómo encontraron, cerca de las Islas de los Ladrones (hoy Marianas), a un grupo de españoles cuya nave había naufragado allí hace más de cuarenta años. Los supervivientes se mezclaron con la población indígena (sobre todo con mujeres) y se formó una pequeña colonia, conservando entre ellos la religión católica, si bien muy estragada. Este episodio es rememorado en el Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China (1628), donde Ordóñez advierte de lo siguiente: «Dirá alguno que esto de islas y descubrimientos es algo dudoso»51, contraargumentando que no es tal, según se ha podido apreciar con los recientes casos del valle de las Batuecas y reino de Moscovia, lugares aislados e ignotos en los que también se ha mantenido el cristianismo. Y más abajo avisa de cómo estas cosas, aun a pesar de ser ciertas, pueden resultar increíbles para un lector poco viajado: «Pudiera decir de muchas [islas] en diferentes partes y cosas que hay en ellas, muy dificultosas para los que no han dejado el nido de su patria»52.

En el prólogo «Al lector» (escrito en verso) del Tratado de los reinos orientales (1629) vuelve a insistir en su apego a la verdad histórica:


Porque yo sólo quiero
decirte por entero
la verdad deste caso como ha sido,
para que dello estés algo advertido53.


Estas reiteradas protestas de veracidad tratan de contrarrestar la corriente de opinión nacida entre los lectores del Viaje del mundo, en el sentido de que Ordóñez fantaseó y exageró su vida, autoelogiándose más de lo que permite el decoro y el servicio a la verdad. Jiménez Patón, que conoció al jiennense espoleado por el asombro que le supuso leer el Viaje del mundo, no duda en creerlo todo a pies juntillas; así, en el «Prólogo al lector» de la Historia de Jaén dice: «Hallé cosas tan notables en historia verdadera y de nuestro tiempo [...]que [...] me dio que admirar», para añadir enseguida: «Su poca salud no le daba lugar a hacerle rostro a la envidia que en algunos pechos había causado su admirable historia». En el mismo prólogo se reproduce una carta de Ordóñez, con fecha de 30 de septiembre de 1616, abundando en esto: «No puedo negarle que la envidia de algunos ánimos casi me hiciera detener en ello, mas ésta con algunas consideraciones la he vencido; lo que no he podido vencer es la falta de salud, que importunamente me aflige y estorba mis deseos».

La admiración de los crédulos y la envidia de los incrédulos debieron provocar en Ordóñez de Ceballos sensaciones encontradas: por un lado, mantiene correspondencia con rendidos lectores suyos como Jiménez Patón o el arzobispo y conde de Tarantasia54; por otro, en distintas ocasiones se queja de los murmuradores y trata de conjurar el daño que le están haciendo:

  • En la dedicatoria del Tratado de los reinos orientales invoca a la Virgen del Buen Suceso, pues «siendo mi protectora en la defensa desta obra, las lenguas de los maldicientes se refrenarán»;
  • El Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China, Cochinchina y Champáa, se lo dedica a Jiménez Patón, su «mayor amigo», su «prudente y sabio amigo», a quien expone: «La invidia es tan infame vicio que ninguno quiere que se entienda está tocado dél. Huirán de murmuración por no ser conocidos por invidiosos y soberbios, y yo alcanzaré el deseo de mi mayor honra y reputación en haberlo dedicado a vuesa merced»;
  • Dirige la comedia de La nueva legisladora al arzobispo y conde de Tarantasia, de quien recaba su beneficioso influjo, ya que «siendo amparada de vuestra ilustrísima, los mordaces no la calumniarán y los doctos verán que el fin de haberse hecho y impreso es solo la obediencia para la honra y gloria de Dios»;
  • En la dedicatoria a la Tercera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido, vuelve a dirigirse a la Virgen del Buen Suceso y le suplica que «amparéis estas comedias y las defendáis de murmuradores»;
  • La Cuarta parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido está dedicada al beatísimo Padre San Juan de Dios, al que dice lo siguiente: «El deseo de algún provecho [...] me ha alentado a hacer versos, y siendo vos el protetor y amparo, no tengo temor de los murmuradores».

Ya hemos dicho que Alonso Remón se inspiró en el Viaje del mundo para subir su vida a los escenarios en dos comedias; pues bien, en la dedicatoria desliza este aviso:


No hago caso de murmuradores,
que a veces estos llamo los mejores;
digo mejores porque son amigos
y son fieles testigos,
dan noticia a la gente
y compra libros hasta el que está ausente:
cuál por lo propio, cuál por enterarse
del dicho del mordaz y no cansarse
en la imaginación si fue mentira,
cuál con pasión y ira55.


De todas las correrías vividas por Ordóñez, el lance que más suspicacias levantó fue el de su paso por la Cochinchina, rechazando a una reina por esposa. La morosidad con que se narra este suceso es síntoma de la importancia que le asigna el autor, dedicándole un total de dieciocho capítulos (Viaje, II, 7-24). Una oportuna cita de Lope de Vega refleja muy bien cómo se interpretó en España tan exótico episodio: «La Cochinchina, tierra donde dicen que se halló Pedro Ordóñez de Zavallos, natural de Jaén, y convirtió una infanta, bautizando más de ducientas mil personas, y hizo muy bien, y Dios se lo pagará si fue verdad, y si no, no» (La desdicha por la honra, novela incluida en La Circe con otras rimas y prosas, 1624)56. Observamos aquí dos cosas: la primera, que aunque el Fénix no toma partido, deja claro que existen serias dudas entre creer o no la historia del jiennense; la segunda, que el relato del Viaje corre por los mentideros madrileños («dicen que...») y se ha magnificado, pues si bien Ordóñez informa de múltiples conversiones, nunca esgrime la desorbitada cifra de doscientas mil personas.

¿Qué credibilidad nos merece hoy este suceso? ¿Cabe seguir asignando a sus aventuras por las Indias Orientales «el sello de fantásticas» como hiciera Serrano y Sanz hace un siglo?57 Pienso que no, y pienso también que Ordóñez refiere, en esencia, la verdad: aduce para ello el nombre de muchos testigos y compañeros de viaje que nunca lo contradijeron. Sabemos que hacia 1615-1616 se entrevistó en el Consejo de Indias de Madrid con el obispo de Macao, fray Juan de la Piedad, quien no solo ratificó la veracidad del caso en un memorial a Felipe III, sino que trajo cartas de la reina María y de su hermano el rey de la Cochinchina pidiendo su regreso; este mismo obispo le nombró vicario general de los reinos de Cochinchina, Champáa, Cicir y Laos. Nuestro personaje anota el dato varias veces y resulta inaceptable que se trate de una invención suya, pues sería demasiado temerario para la época58. Con todo, la prueba más contundente nos la aporta su amigo Jiménez Patón (que fue un alto funcionario del Santo Oficio de la Inquisición)59, quien declara sin ambages:

El obispo dende luego le nombró por su provisor, juez y vicario general en todos aquellos reinos, y le dio sus veces muy cumplidas, como consta del título original que como notario apostólico, rescrito en el archivo de la Curia Romana y de la Inquisición, doy fe que he visto, con la copia del memorial, y la tengo en mi poder60.


Algún detalle puntual contribuye asimismo a reforzar nuestra credibilidad, tal por ejemplo su mención del marino portugués Diego Belloso, que servía al rey de Camboya. En el Viaje, II, 25, se describe cómo Belloso retuvo a la fuerza a Ordóñez y los suyos en una pequeña isla de la costa camboyana que él utilizaba de cuartel general (24 enero-4 febrero de 1592); solo se dignó a soltarles cuando obtuvo los dineros que él pretendía. La figura de Belloso es histórica, con todos los elementos anejos de servir al rey de Camboya y disponer en solitario de una isla-refugio donde recalar su flota61. Creo, pues, que hay que reivindicar la figura de Ordóñez de Ceballos como uno de los navegantes pioneros que surcó el Pacífico en los últimos años del siglo XVI62. En su perjuicio está el que no fue un descubridor de fuste, pero su viaje le hace acreedor a un poco más de atención por parte de los historiadores del Mar del Sur; en cualquier caso, si lo comparamos con otros navegantes ligeramente posteriores tipo Fernández de Quirós o Váez de Torres, no se merece el silencio absoluto al que le someten estudiosos modernos como Carlos Prieto o Carlos Martínez Shaw63.

Con lo dicho hasta ahora se puede deducir que a la memoria de Ordóñez de Ceballos no le ha dañado tanto el silencio o desconocimiento de su vida, cuanto la sombra de duda -o flagrante negación- sobre la verdad de lo que cuenta. Tras las murmuraciones de sus coetáneos, los historiadores modernos detectan tales dosis de exageración e hipérbole en el Viaje que han optado por seguir manteniendo su desconfianza. Desgrano aquí algunas opiniones significativas:

Difícil es averiguar cuánto hay de verídico y cuánto de fabuloso [...]. Sí que deben ser ciertas en líneas generales, no en detalles, las aventuras del autor por América a fines del siglo XVI; pero llevan el sello de fantásticas las sucedidas en Cochinchina [...]. Otros varios episodios refiere, si no absurdos, por lo menos inverosímiles [...]. Sospechosos son los viajes que realizó por Europa juntamente con el marqués de Peñafiel, llegando hasta la Tierra Verde (Groenlandia)64.


Un Elcano con sotana, o el cristiano errante, sería quizá entre aquellos dinámicos, multiformes y admirables aventureros que llevaron el habla y las hazañas españolas a todos los continentes y por todos los océanos, el más admirable de ellos si la verdad se casara con la mitad siquiera de las páginas de su Viaje del mundo65.


Pedro Ordóñez de Ceballos, aventurero mayor y conquistador menor, monta su vida sobre el escenario giratorio del relato y, entre un despliegue de papagayos y de aromas exóticas, ya anima para nosotros sus muñecos de titiritero, ya, con ingenua solemnidad de ventrílocuo, llama como testigos a la negra Polonia o al viejo y retobado mohán de los indios pijaos o a la amulatada reina María de Cochinchina, su enamorada imposible [...]. Ante los ojos y ante la imaginación del espectador desfilan las más sencillas y disparatadas escenas de su vida aventurera66.


No cabe duda de que algunos de los episodios contados por Ordóñez son sospechosos en sí mismos [...]. Pero esto atañe más a los detalles o circunstancias meramente accesorias que a lo sustancial de los hechos [...]. Toda la parte que precede a la ordenación es demasiado pulcra y ejemplar si tenemos en cuenta el ambiente en que entonces -y siempre- se movía por fuerza un hombre entre el ajetreo de los tercios y los tripulantes de las galeras [...]. Nos da una versión de la primera parte de sus andanzas tan limpiamente recortada de todo lo que no fueran los trabajos de Marte, que apenas si es creíble67.


Nótese que estos autores no niegan la mayor, no contrarrestan con datos históricos ninguna afirmación de peso de Ordóñez, más bien encarecen lo «inverosímil» y «disparatado» de su vida, «que apenas si es creíble». La magnificación épica del yo narrativo en el Viaje del mundo provoca esa sensación, pero de ahí a la falta total de veracidad resta todavía un largo trecho. Además, un lector moderno bien podría extraer similar idea de exageración al recorrer las autobiografías de otros soldados y aventureros del Siglo de Oro como Alonso de Contreras, Miguel de Castro, Jerónimo de Pasamonte o Diego Duque de Estrada. Son casos de vidas desbordantes, desmesuradas, exageradas..., en efecto, pero exageradas por sí mismas, por la propia naturaleza de los tiempos, no necesariamente reñidas siempre con la verdad. Volviendo a Ordóñez, cabe aducir de nuevo el autorizado testimonio de Jiménez Patón, quien precisa la existencia de documentos probatorios de la autenticidad de sus hechos mayores:

Todo lo cual consta y parece por cuatro informaciones de oficio y parte, y cuatro pareceres de la Real Audiencia, Obispo y Provisor de Quito, Gobernador y Capitán General de los Quijos, y los Consejos Reales de Castilla y de las Indias, que han visto sus papeles y le han mandado poner en el memorial con partes y servicios68.


El hallazgo de estos papeles es reto abierto a los investigadores de hoy, con pistas a seguir como las del Archivo General de Indias, el Museo Naval de Madrid o Archivos de la Inquisición. Sesenta años después de ser emitidas, estas palabras de Emiliano Jos siguen teniendo plena vigencia: «El doctorando que quiera emplear muchos meses en un estudio crítico y documentación de la vida y obras de este cristiano errante, aquí encontrará un espacio oceánico para importante memoria»69. El valor historiográfico del Viaje del mundo es muy relativo, pero en modo alguno desdeñable: ya hemos reivindicado su utilidad para entender mejor la presencia española en el Pacífico y en el sureste asiático; con todo, mayor interés tiene su paso por América, adonde viajó en tres ocasiones, viviendo allá muchos años. Molina Martínez destaca «la atención prestada a los aspectos sociales, económicos y morales de la población aborigen. Gran observador de la naturaleza, brinda excelentes descripciones del paisaje, de la fauna y de la flora»70. En el libro II, caps. 36-37, ofrece su personal visión de la rebelión de las alcabalas que tuvo lugar en Quito (julio de 1592-abril de 1593). Federico González Suárez, en su magna Historia general de la República del Ecuador (Quito, Imprenta del Clero, 1890-1893, 4 vols.), ya maneja a Ordóñez como fuente, si bien en grado mínimo: se limita a citar su elogio del obispo quiteño Luis López de Solís71. Mayor aprecio se detecta en Descalzi, que se vale del Viaje para explicar mejor los citados disturbios de las alcabalas72.




La maravillosa cronología interna del Viaje del mundo

Descontando la acumulación de lances y episodios que pueden llegar a hacer «inverosímil» la autobiografía de Ordóñez, hay dos problemas mayores que afectan a una lectura del Viaje del mundo en clave histórica: la presencia del elemento maravilloso y la vaguedad cronológica en la que acontecen los hechos.

En general, todo lo referente a la conversión de la reina María se pinta como ejemplo de las maravillas que Dios obró en esta mujer; más tangible es la cruz de Malipur (India), que según la tradición hizo el apóstol Santo Tomás con sus manos y que Ordóñez tuvo la oportunidad de adorar (II, 26)73. Descendiendo al territorio de lo humano, en II, 35 describe con primor a una mujer india de monstruosa estatura y fealdad, para concluir que «había fama que en una provincia de los omaguas la parió una grandísima osa» (p. 354). Entrado ya en materia maravillosa, en el mismo párrafo apostilla: «Mucho he visto, así de animales como pescados y aves que si no se ven no se creerán, como es el águila de Cochinchina, de tanta grandeza que se lleva a un oso o elefante por el aire; la abada [rinoceronte], que por haberla visto muchos no diré de ella; la ballena y sierpe y culebra de la mar». La sorprendente realidad del Nuevo Mundo estimula su percepción de lo maravilloso: habla del pecarí como un puerco que tiene la barriga y el ombligo arriba; dice que la granadilla es la fruta más sabrosa del mundo y apunta el misterio de su flor (pasiflora, paycururu o rosa de la pasión), interpretada en la época como símbolo de la Pasión de Cristo (II, 38, pp. 367-68).

Son tantos los prodigios que ha visto o leído, que les dedica un capítulo entero (III, 19): «En que se hace relación de algunas cosas maravillosas del mundo». Conviene precisar que en este apartado Ordóñez no inventa, o, por mejor decir, no más que cualquiera de sus contemporáneos; esto es, él habla de acuerdo con la mentalidad de la época y con el horizonte de expectativas de un europeo del siglo XVI. Igual que Francisco de Xerez vio a las amazonas en el río Marañón, nuestro autor considera que la Patagonia «es tierra de gigantes y donde se han visto muchos» (III, 21, p. 465), o que las sempiternas nubes que coronan el cerro de Potosí las puso la divina providencia para avisar a los españoles de que «Aquí es la riqueza» (III, 6, p. 397). Con todo, Ordóñez es un hombre experimentado y se vacuna convenientemente ante posibles reparos:

Algunas cosas hay que, como de ordinario no son vistas, suelen causar dificultad en creerlas, mayormente los bisoños y gente que ha visto poco, y así suelen decir que de longas vías se suelen decir grandes mentiras. Así es ello y tal confieso, pero para que se entienda que no tan a carga cerrada se ha de entender que todo es invención, sino que hay muchas cosas verdaderas y que todo lo que puede hacer Dios y que hace algunas por sus ocultos secretos, haré aquí relación breve de muchas que hay, y he visto algunas de ellas.


(III, 19, p. 453)                


Aclara que «lo más de lo que he referido lo he visto, y lo que no, en las mismas provincias y reinos me lo han referido personas de fe dignas» (III, 19, p. 456). De aquí nace la variedad del enfoque que se da a ciertas noticias, pues junto al «yo he visto» o «fui testigo de vista», encontramos el «dicen» o «se dice que», nueva prueba de su empeño en demostrar que se ajusta a la verdad.

El segundo aspecto que hemos mencionado es el de la cronología. Ordóñez es poco amigo de aportar fechas concretas en su relato; muchas veces apunta que era el día de tal o cual santo, pero sin especificar el año. En el libro primero no se facilita dato cronológico alguno, ni siquiera para el momento cumbre de su ordenación. Semejante vacío no exime al texto de algún problema, según apreciamos en I, 26: «De la jornada de los pijaos y paeces», cuando se vincula el alzamiento de los indios a la muerte del obispo de Popayán, fray Agustín de la Coruña (OSA). Es el caso que este obispo falleció el 25 de noviembre de 1589, pero el episodio de los pijaos ha de ser anterior en varios años. Una posible explicación es que el jiennense confundiera (desde la lejanía temporal y espacial en que escribe) la ausencia de este obispo por razón de exilio (estuvo en Quito durante 1582-1587)74 con su muerte: de ser así, el periodo 1582-1587 se avendría mejor con los hechos narrados.

El lector debe llegar al capítulo 5 del libro II para dar con una fecha concreta y enterarse de que Ordóñez está en una isla vecina de las Marianas a finales de 1589: «Tuve allí la Navidad del año de 1589, habiendo poco más de un año que había salido de Quito, y más de dos meses del puerto de Acapulco» (Viaje, II, 5, p. 170). Tan valiosa información hay que contrastarla con lo que nos cuenta en el capítulo anterior:

Había sede vacante por muerte del señor obispo fray Pedro de la Peña; proveyeron a fray Miguel de San Miguel, obispo de Chile, y llegó hasta Riobamba, y allí murió. Hízosele un entierro, el más suntuoso que jamás he visto, porque conté trescientas y treinta cruces y otros tantos estandartes de los pueblos cercanos a Quito, de indios. Iban todos los conventos y clérigos, cofradías, la Audiencia y Cabildos, con luto. Sintiose mucho, porque tenía nombre de grande santo; era fraile francisco. Quedó por provisor el arcediano don Francisco Galavis, que era uno de los cautivos que se libraron con quien hice el viaje a Jerusalén, como queda referido. Mandome partiese con la hacienda del señor obispo muerto a España, porque quedó él por albacea.


(Viaje, II, 4, p. 165)                


En efecto, el segundo obispo de Quito, fray Pedro de la Peña, murió en Lima el 7 de marzo de 1583; fue nombrado sucesor el franciscano Antonio de San Miguel y Solier, quien no llegó a poner los pies en Quito, pues falleció durante el trayecto, en Riobamba. Descalzi apunta que el cadáver fue embalsamado y conducido hasta Quito para recibir sepultura en la catedral. Establece la fecha de su muerte el 7 de diciembre de 1590; al quedar la sede vacante, el 20 de diciembre se nombró vicario de la misma al arcediano Francisco Galavis75. Si retomamos el Viaje del mundo se observa cómo Ordóñez presenció el sepelio del obispo y cómo este Galavis, su amigo, le encarga que vaya a España con sus bienes, cosa que él hace: pasa por Panamá, Chagres y Nombre de Dios, hasta llegar a Cartagena a tiempo de coger los galeones hacia la metrópoli: «En ella [Cartagena] hallé poderes del arcediano provisor de Quito y provisiones de las Reales Audiencias para que el dinero del señor obispo muerto lo entregase y fuese por cuenta de su majestad» (II, 4, pp. 165-66). Emprende la navegación y en Cuba, cerca del Cabo de San Antonio, naufraga y lo pierde todo: «Sucediome allí una desgracia grandísima, donde me hallé sin dinero, así del mío como del ajeno, y fue que descubriendo el Cabo de San Antonio encalló el navío» (II, 4, p. 166).

En el capítulo siguiente (II, 5) se repone del golpe: va a México y Guatemala y gana bastante dinero mercadeando con añil; en Acapulco se compra un pequeño galeón, hace gente e inicia el regreso a Quito, pero las pertinaces tormentas los internan cada vez más en el Pacífico hasta llevarlos cerca de las islas Marianas. Ha pasado un año desde que salió de Quito con los bienes del obispo fallecido: Ordóñez nos dice que es la Navidad de 1589, lo cual no comparece con los datos de Descalzi, pues si el obispo murió en diciembre de 1590, sería la Navidad de 1591 cuando llegó a las Marianas. Dicho esto, debe notarse que no hay unanimidad entre los estudiosos a la hora de fijar la muerte del obispo San Miguel: Carmona Moreno coincide con Descalzi, pero Albuja Mateus se decanta por el 7 de septiembre de 1591, si bien hace constar que otras fuentes la retrasan un año más76. Ninguna fecha se aviene con Ordóñez, pero desde luego las de 1591 y 1592 resultan imposibles de todo punto, como se verá.

Volviendo a nuestro texto, la incursión por el Pacífico y el Índico se contiene en los capítulos 5-28 del libro II. El relato se demora mucho en la estancia en Cochinchina y -cosa infrecuente en Ordóñez- se dan fechas concretas: allí pasó la mayor parte del año 1591, si bien hay un par de imprecisiones que delatan fallos de memoria (¿o erratas?) en el autor: en II, 10 se dice que está hablando con la reina María el día de año nuevo de 1591, pero luego en II, 11 se afirma que es el 13 de enero de 1592, cuando apenas han transcurrido dos semanas; en II, 15 se ubica la acción el 12 de junio de 1591, para decirnos en el capítulo siguiente que es el 15 junio de 1592, pero tan solo han pasado tres días y debe ser el 15 de junio de 159177. Su salida de Cochinchina se produjo el 20 de enero de 1592 y casi todo ese año lo invierte en la navegación de regreso, pasando por India, Arabia, costa este de África y Cabo de Buena Esperanza hasta llegar a Brasil a finales de noviembre. En II, 28 concluye que «tardamos en el viaje casi tres años» (p. 314); si a esto le sumamos que pasó otro más entre la salida de Quito, marcha a Cartagena, naufragio en Cuba y compra en Acapulco de un galeón, resulta que Ordóñez habría invertido cuatro años en dar la vuelta al mundo: el hito inicial es la muerte del obispo San Miguel y el final la rebelión de las alcabalas de Quito, de las que dice ser testigo en su tramo final (diciembre de 1592 y enero-abril de 1593). Tenemos, en fin, que si fray Antonio de San Miguel y Solier murió en diciembre de 1590, como parece, el Viaje de Ordóñez ha de comprimirse en dos años en vez de los tres o cuatro que él refiere. Hasta que no aparezca un documento irrefutable que marque la fecha exacta de la muerte del obispo San Miguel en Riobamba, habrá que suponer que Ordóñez incurre en un fallo de memoria y que sus dos años navegando por el Pacífico y el Índico los dilata a tres; para que casen los datos de su relato sería preciso que el obispo hubiese fallecido en diciembre de 1588.

Donde sí se nota un claro desajuste cronológico es en los capítulos siguientes a su regreso a América: en II, 29-35 cuenta la jornada de pacificación de los indios quijos y en II, 36-37 su intervención en la revuelta de las alcabalas de Quito. Para que la cronología interna del texto funcione es preciso trocar el orden de los episodios: primero habría estado en los disturbios de Quito y después saldría para la provincia de los Quijos. Sabemos que fue llamado por el oidor Pedro de Zorrilla y el provisor Francisco Galavis (II, 35, p. 353 y II, 36, p. 355) para acudir a Quito. La rebelión de las alcabalas alteró la vida quiteña entre julio de 1592 y abril de 1593, entrando en su punto álgido en diciembre de 1592, hasta la Semana Santa sangrienta de 159378. Cuando el jiennense aborda el tema ya advierte al lector que escribe «lo que me contó el oidor» (II, 36, p. 355), y nos pone en antecedentes con la prisión de Moreno Bellido (29 de septiembre de 1592). Pero la tensión máxima se concentró en diciembre de ese año, con la llegada de Pedro de Arana y sus soldados a las inmediaciones de Quito, con el cruce de cartas entre los quiteños y Arana79, y con la muerte de Hernando Lagarto, sobrino del oidor; para aliviar la tensión Francisco Galavis tuvo que pasear la Eucaristía entre los contrincantes: todos deponen su actitud, se arrodillan y adoran la custodia (noche del 28 al 29 de diciembre de 1592). Estos últimos lances Ordóñez sí que los describe como testigo de vista, lo cual fue posible, en efecto, pero ajustando al máximo -quizás en exceso- la cronología: a finales de noviembre arriba a Pernambuco, baja a Buenos Aires e intenta pasar por el Estrecho, sin conseguirlo, regresa a Buenos Aires y se dirige por tierra a Quito, adonde llegaría en plenos disturbios. La revuelta concluye en abril de 1593, entrando las tropas de Arana en Quito y ajusticiando a los principales cabecillas.

A este episodio sucedería la jornada de los indios quijos, que Ordóñez antepone en la narración (II, 29-35). Tras referir detalles de su primer alzamiento (1578-1579), que no presenció80, pasa a tratar del segundo, para el cual fue comisionado como pacificador: «Me nombró el provisor don Francisco Galavis, mi amigo, por cura y beneficiado del valle de la Coca y demás indios que poblase, y la Real Audiencia me dio poderes para que entrase gente conmigo para apaciguarlos» (II, 30, p. 323). Acata la orden y, según él, la cumple con total éxito, diciéndonos también que «tardé en dar vuelta y convertir los más de estos indios un año y siete meses» (II, 33, p. 339). Si nuestra lectura es correcta, esto ubicaría el levantamiento de los quijos hacia la segunda mitad de 1593 y todo el año de 159481. Una errata evidente se detecta en el epígrafe del capítulo 34, que reza así: «De las veces que estuve en grandes riesgos en todos los seis años y siete meses que estuve por estas provincias» (es claro que Ordóñez no pudo estar tan largo periodo entre los quijos, debiendo ceñirnos al año y siete meses apuntado más arriba).

En el desempeño de esta tarea pasa Ordóñez algún tiempo en Quito conduciendo a varios indios sublevados ante la Audiencia; allí «fui a besar las manos de su señoría el señor obispo don fray Luis López de Solís, un gran cristiano, que era recién llegado» (II, 32, p. 336). Este obispo, el cuarto que tuvo Quito, entró en la ciudad el 15 de junio de 1594. Ejerció su ministerio hasta 1606, lapso durante el cual convocó dos sínodos diocesanos, uno en Quito en 1594 (empezó el 15 de agosto) y otro en Loja en 159682. Ordóñez elabora un encendido elogio de este prelado (II, 37, p. 362), refiere su trato familiar con él y cómo lo premió personalmente en pago por sus esfuerzos:

Me dijo que la mejor doctrina de su obispado era Pimampiro, y que me fuese a ella, pues yo estaba malo, que había dos años que de los grandes y excesivos trabajos de los quijos tenía abiertas las ingles, y la barriga y piernas con llagas de los mosquitos, y las espaldas con mil señales de los gusanos, que me duró esta prolija enfermedad cinco años.


(Viaje, II, 37, p. 362)                


A resultas de esto, Ordóñez deja de ser cura de Coca y pasa a serlo de Pimampiro, donde permaneció ocho años83, probablemente entre 1595 y 1602, regresando luego a España. La documentación que sobre este destino hemos podido contrastar así lo verifica: en agosto de 1594 el cura beneficiado de Pimampiro era todavía Juan Antonio de Rueda, y en calidad de tal concurrió al sínodo de Quito84. Poco después, en 1597, Ordóñez ya estaba en Pimampiro, citándose su nombre como clérigo que conoce la lengua de los nativos (el quechua), lo cual es correcto85. Al año siguiente sigue en Pimampiro, según señala Esteban Marañón, presidente de la Audiencia de Quito, en una «Relación de la renta que hay en la catedral de Quito y obispo y prebendados de ella, y de las que hay vacas; de los curatos y doctrinas que hay en este obispado y de las personas que lo sirven» (30 de marzo de 1598): aquí se declara que «Pimampiro vale 490 pesos. Estaba proveído por el rey nuestro señor en Juan Antonio de Rueda, clérigo; no la sirve, que está en otra. Sírvela Ordóñez, clérigo»86. Las cosas permanecían inalterables en 1600, con Ordóñez todavía en Pimampiro, según la «Relación de los beneficios y prebendas que están a cargo de sacerdotes y clérigos [...] en el obispado de Quito»87. El panorama cambia en 1603 (10 de abril), cuando el cura de Pimampiro vuelve a ser Juan Antonio de Rueda88, desapareciendo el nombre de Ordóñez de los documentos, lo más seguro porque había vuelto a España.

Hay un pequeño detalle que disuena un poco con lo relatado por Ordóñez: él nos habla de su proximidad con el obispo López de Solís y cómo lo premia con la «mejor doctrina» de su obispado; pero es el caso que Albuja Mateus reproduce tres documentos donde este prelado manda al rey tres listados de personas beneméritas de la diócesis, que a su juicio merecen cargos y oficios más altos. En ninguno de ellos se cita a Ordóñez de Ceballos, lo cual sería esperable; por contra, en todos aparece Juan Antonio de Rueda como clérigo que «merece más premio»89.

Cabe decir, en conclusión, que hay que tomar algunas precauciones a la hora de leer el Viaje del mundo en clave histórica, pues el autor incurre a veces en inexactitudes, provocadas bien por fallos de memoria (escribe con bastante retraso respecto a los acontecimientos) o bien por su tendencia innata a colocarse en el centro de los hechos como sujeto agente, cuando en más de una ocasión apenas sería mero espectador. Dicho esto, hay que reivindicar que Ordóñez no falta a la verdad en las líneas maestras de su relato, aunque en detalles se equivoque. El Viaje del mundo es una autobiografía real que da cuenta de hechos históricos vividos por él, solo que al aplicar en exceso el foco de la acción sobre su persona produce el efecto de cierta deformación o magnificación de lo narrado, hasta el punto de parecer su vida inverosímil. Pero no es así del todo, muchos de sus datos son verificables hoy en día y los historiadores del siglo XVI deben recuperar el Viaje del mundo como una fuente más de estudio, en la seguridad de que cuanto mejor conozcamos la época, mayor peso específico irá adquiriendo la figura de Pedro Ordóñez de Ceballos.





 
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