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La formación de la vanguardia literaria en Venezuela (antecedentes y documentos)

Nelson Osorio Tejeda



portada



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ArribaAbajoPresentación

En 1922 el reventón del pozo Los Barrosos confirma la conversión de Venezuela en país petrolero. A partir de entonces se acelera la dinámica colectiva y nuevos sectores sociales asumen papeles protagónicos. En 1925 el proletariado petrolero estrena en el Zulia el arma de la huelga y en 1926 los colegios federales -liceos de la provincia- se engalanan con centros estudiantiles y publicaciones culturales. En 1927 la solidaria voluntad de presencia de la nueva generación culmina en los claustros franciscanos de la vieja Universidad Central. Ese año renace el movimiento estudiantil universitario mediante la constitución de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) y la edición de una revista -«crítica y cuestionadora» en opinión de Osorio Tejeda- llamada La Universidad. Es el tiempo de afirmación de las revoluciones soviética y mexicana conforme a sus respectivas peculiaridades, del apogeo de las transnacionales petroleras y del régimen de Juan Vicente Gómez, del vuelo de Lindbergh a París y del reemplazo de los valores abatidos por la hecatombe de la Primera Guerra Mundial.

La fluencia del año 28 corre pareja con la progresiva irrupción de la Venezuela emergente. El 5 de enero la vanguardia literaria pone en circulación el primer y único número de la revista válvula, el 6 de febrero comienza la subversiva Semana del Estudiante con su militante acompañamiento de apoyo popular y el 7 de abril fracasa una novedosa insurgencia cívico-militar capitaneada por jóvenes «fevistas» y por jóvenes militares egresados de academias castrenses. En 1928 nacen a un tiempo el movimiento democrático y popular de la Venezuela contemporánea y la vanguardia artística de la literatura nacional.   —10→   Así, lo que pudiera llamarse el espíritu del siglo XX, tuvo que apelar en nuestro despotizado y esquilmado país a los recursos de las letras y las armas. De una parte, la estética vanguardista precipitó la ruptura de una tradición exangüe al reforzar la vinculación del ejercicio literario con los temas y formas propios de su contemporaneidad. De la otra, el élan o gana heterodoxa conduce a varios escritores de vanguardia a una integral «radicalización de actitudes» -prédica de válvula- que rebasa el ámbito literario y se traslada al plano de la lucha política. No es por azar que la gente adscrita a la vanguardia participa en las invasiones y alzamientos ocurridos durante el dramático bienio 1928-1929.

En La formación de la vanguardia literaria en Venezuela el doctor Nelson Osorio Tejeda estudia este período de la vida y la literatura venezolanas en el contexto del mundo de la primera postguerra. Con absoluto rigor metodológico el crítico chileno expone la situación internacional de la época -con especial mención de la expansión norteamericana en América Latina-, las características de la dictadura petrolera de Juan Vicente Gómez y los cambios sociales y políticos ocurridos durante el gomecismo, a fin de establecer su correspondencia con

el fenómeno internacional de la vanguardia, la literatura hispanoamericana de postguerra, la renovación postmodernista y la evaluación de la vanguardia venezolana de la década 1920-1930 como una manifestación concreta y específica. Su propuesta consiste en sostener que la vanguardia latinoamericana -y, por supuesto, la venezolana- no son un «injerto artificial» ni un mero «epifenómeno de la cultura europea» sino una manifestación del «profundo cambio cualitativo en su modo de inserción [de nuestros pueblos] a un sistema internacional». La solidez de esta y otras conclusiones está avalada por un copioso respaldo bibliográfico y hemerográfico manejado con sabiduría y con la disciplina del investigador vocacional al par que profesional. Tales méritos explican el triunfo de esta obra en el Premio de Historia de Venezuela (Mención Historia Cultural) otorgado en 1980 por el diario caraqueño El Nacional.

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Nelson Osorio Tejeda -graduado en la Universidad de Chile y doctorado en la Universidad Carolina de Praga- es una distinguida figura intelectual de la diáspora provocada por el neofascismo imperante en su Chile natal. Llegó a Venezuela en 1977, después de la inexorable pasantía carcelaria y la no menos inevitable ración de maltratos reservadas y administradas a los patriotas chilenos enfrentados a la barbarie. Su fecundo magisterio ha sido ejercido, a lo largo de un sexenio, desde la jefatura de la Sección de Literatura del Departamento de Investigaciones del «Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Ga1legos» y desde su cátedra de Teoría de la Literatura en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. En el Centro que tuve el honor de dirigir ha formado investigadores, fomentado fructíferos eventos sobre las letras hispanoamericanas y venezolanas, intervenido en la edición de la revista Actualidades -órgano de CELARG- y prestado el concurso de su experiencia y entusiasmo al logro de laudables iniciativas culturales. En la Universidad de Caracas ha proporcionado una valiosa contribución al rescate de las letras venezolanas para el estudio y comprensión de los estudiantes venezolanos. Su verdadera conciencia universal del arte y su arraigada vocación latinoamericanista coexisten armoniosamente con su respeto a las literaturas nacionales en función de su valor intrínseco y de su calidad de depósito y salvaguarda de las identidades de los pueblos.

La formación de la vanguardia literaria en Venezuela es el primer libro pero no el primer trabajo de Osorio Tejeda sobre la vanguardia venezolana. En 1978 publicó «La Tienda de Muñecos de Julio Garmendia en la narrativa de vanguardia hispanoamericana» y en 1979 «El primer libro de Uslar Pietri y la vanguardia venezolana de los años 20». La inclusión de esta obra en la Colección Estudios, Monografías y Ensayos de la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia enriquece la historiografía literaria de Venezuela y pone de resalto el sentido de modernidad prevaleciente en la docta Institución.

Caracas, junio de 1983.

MANUEL ALFREDO RODRÍGUEZ



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ArribaAbajoAdvertencia

Este trabajo tiene su historia. Comenzado en enero de 1978, tuvo originalmente el propósito pautado de servir como Prólogo a una edición facsimilar de la revista válvula (1928) que preparaba el Centro de Estudios Latinoamericanos «Rómulo Gallegos», para conmemorar el cincuentenario de dicha publicación de la vanguardia literaria venezolana. La investigación del contexto en que surge y su vinculación con las tendencias de la vanguardia en el Continente, hicieron que pronto el estudio rebasara su propósito inicial y se convirtiera en un libro sobre la formación de la vanguardia literaria en Venezuela.

A comienzos de 1979, el manuscrito y el material documental acumulado tenían ya el amenazante aspecto de un mamotreto de incierto destino. La iniciativa del Diario El Nacional de Caracas de convocar a un Concurso para trabajos inéditos dedicados al estudio de la historia nacional, uno de cuyos rubros era el de Historia Cultural, hizo que, estimulado por mis colegas y por el entonces Director del CELARG Manuel Alfredo Rodríguez, me decidiera a darle forma orgánica para presentarlo a la consideración del jurado. Largos meses después, en febrero de 1980, Óscar Sambrano Urdaneta, Jesús Sanoja Hernández y Alexis Márquez Rodríguez determinaron por unanimidad que el trabajo merecía el premio en la correspondiente Mención, otorgándome con ello un honor que como exiliado y peregrino de varios países no puede sino conmoverme y estimularme.

Las dificultades propias que toda empresa cultural tiene en nuestros países hicieron que su edición se retrasara hasta este año, en que gracias a la Academia Nacional de la Historia de Venezuela puede salir a la luz del día. Eso explica el que en este trabajo no se incorporen muchos materiales que he podido consultar posteriormente, y que no   —14→   haga mención de estudios que han sido publicados en estos últimos 2 o 3 años. La preocupación por la vanguardia literaria de los años 20 como fermento renovador de los inicios de nuestra literatura contemporánea se ha acrecentado en el último tiempo, como lo demuestran el espacio que le han dedicado publicaciones como Revista Iberoamericana de Pittsburgh (Nos. 118-119, enero-junio de 1982), Iberoamérica de Frankfurt (Nº 15, 1982), Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Nº 15, 1982, dedicado monográficamente al tema), etc. También en este lapso de tiempo yo mismo publiqué algunos artículos y una pequeña monografía: El Futurismo y la vanguardia literaria en América Latina (Caracas: CELARG, 1982).

En todo caso, estoy consciente de las insuficiencias de este trabajo, explicable no sólo por las dificultades que ofrece la pesquisa de los datos y el material documental sobre un período bastante conflictivo de la historia nacional, sino también por mis propias limitaciones y falta de dominio de la vida intelectual y cultural de un país al que me he ido integrando a partir de 1977. Creo, sin embargo, que a pesar de sus limitaciones puede tener alguna utilidad como contribución a futuros estudios sobre este período de inicios de la literatura contemporánea en Venezuela.

Por otra parte, hay dos cosas que pueden justificar la audacia que de mi parte significa un intento como éste: mi gratitud hacia el pueblo venezolano que ha dispensado generosa y fraterna acogida a miles de mis compatriotas obligados al exilio, y el estímulo de mis amigos y colegas que me alentaron y ayudaron en esta tarea.

Quiero hacer aquí especial mención del apoyo y la ayuda que me prestaron mis colegas del Centro de Estudios Latinoamericanos «Rómulo Gallegos», dentro de cuya propicia atmósfera se desarrolló esta investigación. Particularmente a Domingo Miliani, su fundador, y a Manuel Alfredo Rodríguez, su Director hasta 1981. También expreso mi agradecimiento a los entonces ayudantes becarios del CELARG, que cumplieron prolijamente la engorrosa tarea de ayudarme a recopilar y transcribir los materiales dispersos en las hemerotecas, en especial a María Dolores Ara, Luis Bruzual, Héctor León y Mirla Alcibíades, hoy profesionales ya de promisorias perspectivas. La lectura y revisión del manuscrito hecha por Mabel Moraña, Beatriz González y Hugo Achugar contribuyó a corregir muchos errores de su primera versión, y quiero expresarles aquí también mi gratitud.

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No quisiera dejar de mencionar la amable paciencia con que destacados integrantes de la vida intelectual venezolana, como Luis Beltrán Guerrero, Pedro Díaz Seijas, Fernando Paz Castillo y otros, atendieron mis frecuentes y a veces insólitas consultas. Del mismo modo quiero señalar la gentileza de colegas como Amaya Llebot, Jesús Sanoja Hernández, César Rengifo y otros, que pusieron sin reservas a mi disposición materiales de sus propias bibliotecas y archivos.

Por último, quiero testimoniar la importancia que ha tenido para mí el estímulo solidario y moral de mis alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, integrantes de esa nueva juventud latinoamericana que busca asumir sus raíces y su historia para construir nuestra identidad.

Caracas, septiembre de 1983.



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ArribaAbajoIntroducción

Mariano Picón Salas decía que el siglo XX en Venezuela empezaba después de la muerte de Gómez, después de 1935. Esta es una de esas frases que en cierto modo más que de la realidad a la que apunta, dice de la perspectiva desde la cual se está mirando esa realidad. Para toda una falange de intelectuales que vivieron su periodo de formación y adolescencia durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, se hacía necesario denunciar las ominosas condiciones de castrador aislamiento que un régimen oprobioso hizo vivir al país.

Desde una perspectiva contemporánea, sin embargo, es interesante estudiar otro aspecto de esa misma situación de conjunto: aquél que nos muestra cómo las contingencias negativas impuestas no pudieron impedir que los tormentosos y vitales vientos de la contemporaneidad fertilizaran los espíritus de la intelectualidad venezolana de esos años y cómo, pese a todo, no se rompió ni se congeló la dinámica de la historia cultural.

El estudio de la formación y desarrollo de las ideas de vanguardia literaria en Venezuela puede contribuir, en nuestros días, a demostrar que aun en las peores condiciones cada pueblo busca siempre los caminos no sólo para mantener la continuidad de su cultura sino también desarrollar la participación en el diálogo con la contemporaneidad histórica.

El trabajo que en estas páginas se ofrece pretende ser una contribución al conocimiento de ese aspecto de la historia literaria venezolana que revela la presencia del espíritu de renovación que significaron las vanguardias artísticas de postguerra en todo el mundo. Y pecando de ambicioso, pretende también sentar la tesis de que la formación y desarrollo de la vanguardia literaria en el país se vincula a motivaciones   —18→   nacionales y a condiciones que, de una u otra manera, homologan el proceso venezolano al del resto del continente.

No creo que, a estas alturas del desarrollo histórico, sea posible comprender un proceso cultural aisladamente. Comprender es tarea coronaria del estudio histórico y del estudio crítico, y comprender no debe reducirse a una simple intelección atomizada sino que implica establecer las conexiones de un hecho o de un proceso con los conjuntos mayores de que forma parte. La historia literaria y la crítica literaria deben entenderse, a mi juicio, como un proceso de comprensión, una actividad intelectual que vaya estableciendo la articulación de un hecho o un proceso literario con sistemas culturales y sociales más amplios en los que adquiere pleno sentido. No hacerlo así significaría simplemente reducir el estudio a un recuento descriptivo, a la elaboración de catálogos empíricos de datos, fechas, cifras.

El principio básico que subyace en este trabajo es el de que estudiar cualquier aspecto de la producción literaria en nuestro continente sólo puede legitimarse en la medida en que pretendo contribuir al conocimiento de nuestra realidad y a un diseño más objetivo y complejo de nuestra fisonomía.

En el caso de la literatura de vanguardia que se desarrolla después de la primera postguerra, la perspectiva de estudio que ha dominado en nuestro continente es la que busca establecer, a partir de los cánones de las tendencias vanguardistas europeas, la presencia de elementos futuristas, cubistas, expresionistas, dadaístas, etc., en las letras hispanoamericanas. El estudiar las vanguardias en América a partir de estos parámetros puede contribuir a establecer lo que de europeo pueda haber en nuestra literatura; pero lo que una crítica renovadora se debe proponer es determinar y organizar en un perfil de conjunto las diferencias más bien que -o por lo menos tanto como- las semejanzas.

De este modo, al examinar cómo se hace propia y diferenciada una determinada tendencia internacional, al establecer una sintaxis de las diferencias, por así decirlo, se hará posible determinar mejor aquellos elementos, factores y fuerzas que constituyen los nódulos de una personalidad histórico-cultural específica.

Metodológicamente el proceso de comprensión histórico-literaria -aparte de la puesta en relación del fenómeno literario con los factores   —19→   históricos generales y determinantes- implica intentar establecer la dialéctica de tres variables: la nacional (en este caso, la vanguardia venezolana), la continental (en este caso limitada a la hispanoamericana) y la europea (fundamentalmente por el peso y prestigio internacional que ha tenido).

Al prescindir de un modelo de «literatura de vanguardia» -dado que sólo se podría obtener por ahora a partir de la europea- se ha tratado de hacer un análisis inductivo de los elementos de reacción al Modernismo literario en Venezuela, para tratar de vincularlos entre sí y ver su potencial productivo en una perspectiva de desarrollo, y al mismo tiempo su eventual articulación con el conjunto del «arte nuevo», o la «nueva sensibilidad» que se estaba gestando en otros países del continente. Probablemente esto haga que el estudio tenga una marcada apariencia de sequedad erudita y documental; esto es producto por una parte de un intento de contribuir a establecer las fuentes que permitan la confrontación de las hipótesis y un eventual diálogo, y por otra del deseo de eludir la irónica observación del mismo Picón Salas que cuestiona el tono hímnico con que suele escribirse la historia.

Una última observación. Los límites del trabajo están señalados por su título. No se intenta aquí una historia de la vanguardia literaria en Venezuela; apenas sí contribuir al conocimiento de su formación, hasta 1928. A partir de entonces viene una nueva etapa, más rica, variada y compleja. La obra primera de Uslar Pietri, el (los) libro(s) de relatos de Nelson Himiob y Carlos Eduardo Frías, la poesía de Rojas Guardia y Barrios Cruz, la revista Viernes... Todo un panorama que amerita un estudio prolijo y comprensivo, para el cual este libro quisiera ser capítulo introductorio.





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ArribaAbajoPrimera parte

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ArribaAbajoCapítulo primero

La sociedad latinoamericana después de la Primera Guerra Mundial y las tendencias del vanguardismo



ArribaAbajo1.1. La guerra y las nuevas condiciones internacionales

Uno de los aspectos más interesantes y característicos que presenta la llamada «vanguardia» artística y literaria de los comienzos de este siglo es su condición de fenómeno internacional1. La dimensión internacional en que se realiza su existencia no es incompatible, sin embargo, con la variedad de formas concretas que puedan adquirir sus manifestaciones en las distintas realidades nacionales y culturales.

Esta dialéctica esencial del fenómeno plantea una de las primeras dificultades para su estudio, ya que al no ser tomada debidamente en   —24→   cuenta se corre el riesgo de caer o en una consideración empírica y descriptiva de su pluralidad -lo que hace perder de vista la integridad en beneficio de un catálogo taxonómico muchas veces irrelevante- o en una abstracta reducción generalizadora que dificulta el captar la riqueza y pluralidad concreta de sus múltiples variantes. Y si a veces los árboles impiden ver el bosque, también lo contrario suele suceder.

En Hispanoamérica, la tendencia historiográfica que ha dominado en el estudio de este fenómeno ha tenido un marcado carácter deductivo: tomando como medida y modelo las manifestaciones más prestigiadas de la vanguardia centroeuropea, y a partir de ciertas escuelas canónicas (Futurismo, Cubismo, Dadaísmo, Expresionismo, Surrealismo especialmente) y del registro de sus resonancias en algunas obras y autores del continente, se forma un catálogo al que se reduce el «vanguardismo» en nuestro medio2. Esto implica, en último término, una perspectiva ideológica no siempre explicitada que considera el Vanguardismo hispanoamericano como un injerto artificial, como un simple epifenómeno de la cultura europea, sin verdadera raigambre en condiciones objetivas de la realidad continental.

En los últimos años, sin embargo, y como parte de un cuestionamiento crítico de la historiografía literaria institucionalizada, han surgido propuestas que intentan corregir esta óptica y establecer la legitimidad y propiedad de las tendencias de Vanguardia en nuestra producción   —25→   literaria de los años 20-30. De lo que se trata es de comprenderlas globalmente en función del surgimiento en el continente -a partir sobre todo de la crisis de la Primera Guerra Mundial- de condiciones históricas nuevas, que no sólo afectan internacionalmente a los países latinoamericanos sino que además, en lo externo, significan un profundo cambio cualitativo en su modo de inserción a un sistema internacional.

Por ser la literatura un fenómeno de la vida social -cuestión que si bien es frecuentemente soslayada nadie, que sepamos, pone en duda-, es legítimo el intento de tratar de examinar la relación que pueda haber entre este aspecto de las vanguardias literarias -es decir, su internacionalización y expansión mundial- con las nuevas condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que entra a vivir la humanidad a comienzos del siglo XX, condiciones que de una manera u otra, en mayor o menor grado, afectan a todos los países, incluidos los de nuestro continente. Y para el caso de América Latina, también es legítimo postular una relación entre la formación y desarrollo de un Vanguardismo hispanoamericano como parte de un fenómeno internacional, y la nueva etapa de «internacionalización» de las condiciones históricas de la vida del continente, etapa en la cual éste es integrado de un modo nuevo y específico al sistema económico mundial que se reordena y surge a partir de la guerra del 14.

La Primera Guerra Mundial, pese a que involucra directamente en el conflicto a sólo seis países, afecta profundamente a todas las naciones, patentizando así la existencia de un orden internacional orgánico e interdependiente. No es aventurado, por lo mismo, sostener que su desarrollo y consecuencias marcan de tal manera la fisonomía del mundo que es posible tomar ese momento (1914-1918) como referencia cronológica para el cierre de una etapa y el inicio de otra en la historia de la humanidad. Por eso puede decirse, en términos generales, que el verdadero comienzo de la contemporaneidad no está señalado por el límite cronológico de la centuria sino más bien por el hito que establece la guerra de 1914-19183, primera gran crisis de un sistema que se había venido formando en función del capitalismo internacionalizado.

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Hasta ese momento, bien o mal, el equilibrio del mundo se cimentaba en el predominio de las potencias de Europa Occidental en el control y manejo de los asuntos internacionales. Por otra parte, en la vida interna de las sociedades nacionales, la estabilidad se basaba en la hegemonía de los dueños de los medios de producción sobre el conjunto de la vida de un país, hegemonía que, cualquiera fuera la forma política que revistiera, no había logrado ser desplazada.

Son precisamente estos dos pilares los que se resquebrajan en esos años de la guerra. El primero de ellos, porque a raíz del conflicto bélico los Estados Unidos de Norteamérica comienzan a asumir un papel decisivo en la nueva organización de la hegemonía mundial, y las potencias tradicionales que hasta entonces lo detentaban, seriamente afectadas durante y después del mismo, se ven obligadas a participar en la nueva distribución bajo condiciones también nuevas. El segundo, porque en la lejana Rusia un movimiento revolucionario de obreros y campesinos pobres, en 1917, en plena guerra, toma el poder y se dispone a destruir la hegemonía de las clases dominantes y a construir una sociedad sin precedentes sobre bases nuevas que eliminaban la explotación patronal del trabajo asalariado4.

Las proyecciones y consecuencias de estos dos hechos marcan y determinan fundamentalmente el carácter del desarrollo del mundo contemporáneo.

El incremento y expansión del capitalismo que venía desarrollándose en el siglo pasado, su encauce en las formas imperialistas de dominio (sin que desaparezcan del todo, por otra parte, las formas coloniales del mismo), en fin, la internacionalización de los sistemas económicos a través de las diversas formas de dependencia (que implican, conviene no olvidarlo, una forma desequilibrada de interdependencia) internacionalizan también el conflicto, por más que inicialmente sólo comprometa en forma directa a seis de las tradicionales potencias europeas.

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A partir de la Primera Guerra Mundial, este proceso de internacionalización de la vida económica de las naciones que se había venido constituyendo y consolidando desde el siglo pasado (y que es precisamente lo que hace que esta guerra pueda ser calificado en propiedad de términos como «mundial»), entra en una nueva fase, superior y cualitativamente distinta. A esto se agrega el que los adelantos técnicos, especialmente los relacionados con los medios de comunicación y de transporte, contribuyen a consolidar superestructuralmente esta nueva fase que signa la contemporaneidad en nuestro mundo.

Por otra parte, las perspectivas que abre la revolución rusa de 1917 y la repercusión internacional que inmediatamente tiene, hacen brotar fermentos revolucionarios en las masas de trabajadores y en la intelectualidad progresista, no sólo en Europa sino en todo el mundo.

Por estas razones, en esos años no sólo se vive un período de crisis económica internacional sino que los conflictos y luchas sociales que ésta genera adquieren una dimensión política nueva y agresiva, y se empieza a vivir una etapa generalizada de cuestionamiento, de los sistemas económicos, políticos e ideológicos dominantes.

En estas condiciones, no es difícil comprender que en muchos países la rebelión artística y el cuestionamiento de los valores culturales existentes se vincula en mayor o menor grado a los impulsos de revolución social que movilizan a los sectores explotados. Esto es lo que hace que en el proceso de la renovación del arte y la literatura, la vanguardia artística (tradicionalmente encarnada por sectores minoritarios de las élites culturales) tuviera objetivamente la posibilidad histórica de encuentro y coincidencia con la vanguardia política y social representada por las clases y sectores contestatarios en ascenso. Probablemente pueda considerarse esta posibilidad -no siempre concretada y ni siquiera asumida conscientemente a menudo- como uno de los factores que facilitan el que la renovación vanguardista de esos años alcanzara una dimensión distinta, más amplia, profunda y hasta cierto punto «masiva» -en todo caso, menos elitesca-, lo que constituye un hecho prácticamente inédito en la historia de las renovaciones artístico-literarias.

Sin embargo, esta posibilidad de alcance de las vanguardias artísticas de esos años no se realiza plenamente en casi ningún país, y a menudo no se manifiesta sino en aproximaciones y coincidencias circunstanciales   —28→   o individuales5. Esto es lo que explica el hecho de que, si bien no puede hablarse de una general coincidencia entre los movimientos de vanguardia artística y los de la vanguardia política y social, muchos de los más destacados representantes de la vanguardia artística de esos años se incorporan -aunque en algunos casos esto sólo sea temporalmente- a la crítica del sistema social e incluso a las luchas por el socialismo. Están, entre otros, los ejemplos de Maiakovsky en Rusia, Vancura en Praga, Brecht, Weill y Grosz en Alemania, Aragon, Eluard en Francia, Attila József en Hungría, etc.6 Y en nuestro continente, los «estridentistas» mexicanos, Huidobro y Pablo de Rokha en Chile, el grupo de la Revista de Avance en Cuba, Oquendo de Amat en Perú, Luis Vidales en Colombia, Pío Tamayo en Venezuela, etc. Otra cosa, claro está, es la consecuencia y trayectoria posterior de ciertos escritores vanguardistas que se inician como contestatarios totales y terminan renegando de sus primeras rebeldías7; pero esto no invalida   —29→   el carácter de cuestionamiento generalizado, más allá de lo puramente artístico, que se encuentra en la base del impulso que nutre a las vanguardias.

En todo caso, lo que importa establecer es que las condiciones históricas que determinan la crisis de una época y el inicio de otra -que son las mismas que determinan en último término el surgimiento y carácter de las tendencias de vanguardia en ese período-, tienen una dimensión y un alcance internacionales. Un examen de la realidad latinoamericana de esos años puede mostrar que existen condiciones, tanto de índole subjetiva como objetiva, que legitiman y explican el surgimiento de un vasto aunque difuso movimiento renovador de postguerra, y que éste alcanza un espectro tan amplio que afecta todos los niveles de la vida social, aunque probablemente sea más visible en lo político y en lo cultural.

El carácter internacional tanto de esta crisis como del espíritu de cuestionamiento y renovación que fermenta en amplios sectores -una de cuyas manifestaciones, en el plano artístico, está constituida por las llamadas tendencias de vanguardia- explican el ámbito también internacional en que se despliegan las experiencias vanguardistas artístico-literarias.

Si se toman en consideración estos factores, es perfectamente valedero el sustentar la pertinencia y legalidad histórica de un Vanguardismo hispanoamericano, que puede ponerse en correspondencia, como una variable específica, con un fenómeno internacional más amplio.

Las maneras como este impulso general contestatario y renovador se manifiesta dentro del conjunto de la producción literaria posterior al Modernismo necesitan ser estudiadas en concreto y puestas en relación con las condiciones propias en que nuestras sociedades viven la crisis y los cambios generales de los inicios del mundo contemporáneo. Más específicamente, habría que considerar que las tendencias de vanguardia que surgen en la literatura hispanoamericana de esos años forman parte de un proceso más amplio de renovación artística con respecto al Modernismo y sus epígonos, proceso dentro del cual representan los impulsos de ruptura más agresivos y experimentales.

La puesta en relación de estas manifestaciones vanguardistas con su contexto -tanto el de la coyuntura histórica en que surgen como el   —30→   de la tradición estética que enfrentan- puede permitir no sólo una caracterización más rigurosa de la fisonomía de conjunto, sino también una valoración adecuada de su función histórica en el desarrollo cultural del continente.




ArribaAbajo1.2. La expansión de los Estados Unidos hacia América Latina

El conflicto bélico que entre los años 1914-1918 afecta al mundo tuvo para la América Latina consecuencias que inciden profundamente en la evolución posterior de la historia continental. De todas ellas, tiene particular relevancia la que se traduce en el desplazamiento de su eje de inserción al sistema económico mundial, proceso mediante el cual pasa a integrarse al área hegemónica de los Estados Unidos de Norteamérica8.

Hasta antes de la guerra, las potencias de Europa Occidental, especialmente Inglaterra, controlaban en la práctica todo el sistema financiero y el comercio internacional de las naciones hispanoamericanas. En el siglo pasado, las inversiones británicas en América Latina, que fueron las más importantes en volumen y en ubicación estratégica, tienen un acelerado desarrollo. A título de ejemplo se puede señalar   —31→   que en 1865 sumaban 80.9 millones de libras esterlinas, pero veinte años después ya eran de 246.6 millones, y en 1895 alcanzaban la cifra de 552.5 millones, lo que equivale a decir que en un período de treinta años se había septuplicado el monto de las inversiones9. El caso de América Latina no era singular, ya que sólo se trataba de uno más de los territorios sujetos a la influencia y control económico de Inglaterra, que era considerado a justo título como desempeñando las funciones de banquero del mundo entero. Al estallar el conflicto de 1914 el requerimiento de pago que hizo Inglaterra, unido a los trastornos en los sistemas de transporte marítimo10 y a las alteraciones en el comercio internacional, crearon una situación crítica para todas las naciones que de ella dependían económicamente.

Es esta la coyuntura que aprovechan los círculos financieros y gobernantes de los Estados Unidos para proponerse directamente hacia América Latina como metrópoli de reemplazo. Un hecho particularmente significativo para ilustrar este momento lo constituye el Primer Congreso Financiero Panamericano, realizado, a iniciativa de la administración Wilson, entre el 24 y el 29 de mayo de 1915 en Washington11.

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Esta reunión tiene como objetivo el plantear sin ambages a los gobiernos y financistas de América Latina (asisten representantes de 18 países), a partir de un crudo análisis de los efectos que produce la guerra en sus economías, el propósito norteamericano de convertirse en sistema económico de reemplazo. El vocal de la Junta de Reservas Federales, Paul M. Warburg, señala que «cuando comenzó la guerra, Inglaterra ocupaba una posición estratégica financiera sumamente ventajosa. Había desempeñado las funciones de banquero del mundo entero (...), pero luego que estalló la guerra, todos los países fueron requeridos para el pago de sus deudas»12, lo que provocó la crítica situación de esas naciones. En función de esto, los Estados Unidos ofrecen su proyecto: «estamos en situación de ayudar al comercio de otras naciones -dice Paul M. Warburg- y de desempeñar a este respecto el papel de banquero internacional que hasta hoy ha desempeñado casi exclusivamente Inglaterra»13.

Como consecuencia de la aplicación de este proyecto, «a partir de la postguerra, en América Latina, la situación condicionante es el proceso de integración del capitalismo periférico [el de América Latina] con el capitalismo hegemónico -especialmente el de los Estados Unidos-, a través del nuevo carácter que asumen las relaciones económicas internacionales en función de los cambios sustanciales en el funcionamiento del sistema capitalista mundial como consecuencia de la guerra en la economía norteamericana»14.

Toda esta nueva situación es la que hace que las soledades latinoamericanas se vuelvan extremadamente sensibles a las alteraciones y afecciones del sistema económico mundial, y en particular a las que se producen en los Estados Unidos (sin que esto, por otra parte, haya que entenderlo como un mecanismo meramente reflejo). Una de las consecuencias generales de este proceso que consolida bajo nuevos esquemas la internacionalización de las economías del continente, es el ingreso de América Latina a una nueva fase de su historia, fase en   —33→   la que las influencias foráneas no sólo van a ser cada vez más directas y decisivas en los cambios económicos, sociales y políticos, sino que -a diferencia del período anterior- se van concentrando en un solo núcleo hegemónico.

Esta relación de dependencia cada vez más estrecha con respecto a la metrópoli norteamericana y a través de ella del sistema económico mundial, esta «internacionalización» de la realidad latinoamericana implica, en el terreno económico y político, una rejerarquización de los factores locales (de cada país) con respecto a los factores supranacionales como agentes de cambios. Esta situación es la que hace que para la primera mitad del siglo XX puedan considerarse como hitos reales de una periodización del conjunto de la historia continental la Primera Guerra Mundial, la depresión económica del 29-30 y la Segunda Guerra Mundial.

En todo caso cabe advertir que la señalada importancia que adquieren estos hechos para el diseño del marco de conjunto no significa que su historia y las particularidades de su desarrollo puedan ser reducidas a una mera función refleja de estos factores. Como sostiene el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva,

los grandes acontecimientos de la historia mundial (primera guerra, gran depresión, segunda guerra) constituyen desde luego el marco obligatorio de referencia, puesto que nuestra historia está inserta en aquélla; pero cabe recordar que esta inserción no se da en forma pasiva sino con su propio dinamismo. En este sentido nos parecen extremadamente controvertibles aquellas posiciones teóricas que a partir de un hecho cierto, cual es la situación de dependencia, consideran que la historia de nuestras naciones es un mero reflejo, positivo o negativo, de lo que sucede fuera de ellas15.



Lo que importa destacar para este período es que el conjunto de los países latinoamericanos comienza a enfrentarse a un elemento común y homogéneo que actúa sobre su desarrollo y lo subordina. Este elemento, que es uno de los factores determinantes de nuestra evolución histórica en este siglo, está representado por la acción de los monopolios económicos norteamericanos, los que al actuar con el respaldo político e incluso militar de su gobierno configuran el sistema expandente del imperialismo.

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Por lo anterior se puede decir que el proceso histórico global de América Latina entra en una etapa de acentuación de su comunidad histórica, etapa que se caracteriza por las respuestas que sus diversos países desarrollan ante una condicionante común. Esto permite comprender el carácter relativo que comienzan a tener las diversidades nacionales y regionales, en un continente que progresivamente va pasando a depender de las mismas determinantes básicas, en la medida en que sus economías y su vida política y social ingresan al sistema hegemónico de los Estados Unidos.

Esta comunidad histórica, conjugada con la diversidad del desarrollo nacional y regional alcanzado hasta ese momento, es un factor de gran importancia para comprender la sintaxis del proceso histórico latinoamericano de este siglo. Por tal razón, si bien los hechos que marcan la realidad y la evolución de cada país no tienen una fisonomía homogénea pueden considerarse, sin embargo, esencial y legítimamente homologables.




ArribaAbajo1.3. Cambios sociales y luchas antioligárquicas

La crisis en las economías nacionales que se deriva de los trastornos que provoca la guerra en el comercio exterior es, en mayor o menor grado, común a todos nuestros países16, aún cuando las respuestas y el modo de enfrentarla presenten variables en función de las condiciones nacionales y regionales. En algunos países el grado de desarrollo alcanzado (en especial la existencia de un mercado interno y una base de producción capitalista) posibilita el que esta situación internacional sirva de estímulo al proceso de industrialización y al crecimiento de los llamados sectores secundario y terciario de la economía. Esto es lo que ocurre en países, como Brasil, México, Argentina, Chile y Uruguay17. En otros casos, como el de los países centroamericanos, o de Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, la falta de esta base de desarrollo entraba   —35→   el surgimiento de tal posibilidad, y se abre un período de crisis y estancamiento que sólo puede ser paliado con cambios en el interior de lo que se suele llamar el sector primario de la economía, sin que verdaderamente se produzca un significativo desarrollo de los sectores secundario y terciario.

En todo caso, cualquiera sea la respuesta que la crisis provocada por la situación internacional tenga en los distintos países, el hecho objetivo en que ésta afecta al conjunto e incide en el desarrollo y en la estructura social de cada uno.

Dentro de los cambios que la nueva situación produce en América Latina, nos interesa especialmente destacar la aceleración del crecimiento urbano, con la consiguiente alteración de las tradicionales clases y capas sociales de las sociedades latinoamericanas. Este proceso venía manifestándose algunos lustros antes de la guerra, pero las transformaciones económicas que ésta implica lo aceleran de un modo impresionante. Importa destacar que esta explosión demográfica urbana no obedece al ritmo propio de un desarrollo orgánico coherente, sino que está ligada al mismo proceso distorsionador del desarrollo nacional que imponen las metrópolis, pues -como señala José Luis Romero-:

fue ciertamente la preferencia del mercado mundial por los países productores de materias primas y consumidores de productos manufacturados lo que estimuló la concentración, en diversas ciudades, de una crecida y variada población, lo que creó en ellas nuevas fuentes de trabajo y suscitó nuevas formas de vida, lo que desencadenó una actividad desusada hasta entonces y lo que aceleró las tendencias que procurarían desvanecer el pasado colonial para instaurar las nuevas formas de la vida moderna18.



En aproximadamente los treinta años iniciales del presente siglo casi todas las ciudades importantes de América Latina duplican y triplican su población19 y se convierten en definitiva en el centro de la   —36→   vida financiera, política, social y cultural del país. Por otra parte, como lo sintetiza acertadamente M. Kaplan, «metrópolis y grandes ciudades nacionales se configuran como ejes y correas de transmisión de las relaciones con el sistema mundial»20.

En estrecha relación con lo anterior, conviene también destacar que el auge de una economía monoproductora y dependiente de las grandes compañías imperialistas21 distorsiona la posibilidad de un desarrollo orgánico de los sistemas nacionales y provoca crisis en los sectores sociales tradicionalmente dirigentes. Los miembros de las viejas oligarquías se ven de pronto enfrentados a condiciones nuevas que no logran controlar, ya que quienes manejan los resortes económicos de la nueva realidad provienen de sectores hasta entonces no integrados como tales a los estamentos dirigentes y a los círculos tradicionales. Se trata del surgimiento, especialmente en las capitales, de una nueva burguesía cuyos miembros, en este proceso de cambios, lograron de modo progresivo «controlar simultáneamente el mundo de los negocios y el mundo de la política, y operaron desde los dos para desatar y aprovechar el proceso de cambio. Manejaron los centros de decisión económica fundando bancos o consiguiendo su dirección mediante operaciones a veces sinuosas, dominando la bolsa hasta donde pudieron, asociándose con los capitales extranjeros que operaban en el país a través de sutiles agentes»22. Si bien es cierto   —37→   que algunos de los herederos y descendientes de las tradicionales oligarquías se integran al proceso y pasan a formar parte de esta burguesía mercantil, financiera e intermediaria, la mayor parte de los miembros de ésta proviene de otros sectores: entre ellos, de una primera o segunda generación de nuevos inmigrantes que aportaban la experiencia en el comercio y manejo de negocios y los contactos internacionales; o de sectores ascendentes de una pequeña burguesía urbana y de capas medias enriquecidas.

Esta nueva burguesía se desarrolla en gran medida en estrecha vinculación con empresas y capitales extranjeros (crecientemente norteamericanos) y su presencia en la vida pública incorpora un nuevo especimen: el «hombre de negocios», que si no desplaza totalmente al menos compite con éxito en la estima social con los «generales» y «doctores».

Este proceso de sustitución hegemónica que se opera en el interior de las clases dominantes, se traduce políticamente en el incremento sobre todo en los años de la inmediata postguerra de una «oposición antioligárquica»; con ello se da una coyuntura que posibilita la creación de condiciones subjetivas para acrecentar la presencia nacional de sectores y clases que se han ido formando y fortaleciendo fuera de las clases dominantes: las capas medias y el proletariado urbano23.

Como apunta J. L. Romero, en este proceso de transformaciones económicas «las nuevas clases medias y ciertos sectores populares comenzaron a organizarse políticamente y a reclamar su derecho a intervenir   —38→   en la vida política del país. O en el seno de los viejos partidos o a través de partidos que trataban de constituirse, estas nuevas masas urbanas empezaron a exigir que se hiciera efectiva la democracia»24.

El fortalecimiento de nuevos sectores económicos, el crecimiento y concentración urbanos, la incorporación a la escena política del proletariado, son hechos de gran importancia en la transformación de la vida política, social y cultural que se produce en esos años.

Todo esto hace patente y agudiza el paulatino desplazamiento de los valores rurales y oligárquicos que dominaban en una formación anterior predominantemente agraria, resquebrajándose así la superestructura ideológica que amalgamaba las sociedades, con lo cual se abre un verdadero período de cuestionamiento y crisis en este plano.

Aunque es cierto que ya antes del hito que hemos señalado (la Primera Guerra Mundial) se manifestaban de diversos modos las contradicciones que surgían entre la estructura predominantemente oligárquica de las sociedades y las nuevas formas que surgían de las necesidades de su desarrollo industrial y comercial capitalista25, si descontamos la revolución en México, las nuevas fuerzas económicas y sociales no se manifiestan en una dimensión continental sino a partir de dicho momento. La revolución mexicana de 1910 fue un fenómeno relativamente singular, en que los sectores de la burguesía formada bajo el régimen de Porfirio Díaz, con un programa que buscaba unificar intereses con las capas medias y sectores populares (especialmente campesinos), impugnan la dominación oligárquica. El carácter pluriclasista de la oposición a Porfirio Díaz, y por lo mismo la diversidad de intereses (incluso regionales) que animaban las banderas de los revolucionarios, explican las diferencias y conflictos que surgen una vez logrado el objetivo táctico inicial: el derrocamiento del dictador. Ello no obsta para que esta empresa histórica represente el primer movimiento popular y de masas con repercusión continental en este siglo26.

  —39→  

La enorme resonancia que tuvo y la influencia que ejerce su experiencia en el resto del continente están relacionadas con la formación y crecimiento de los que pudiéramos llamar, en términos descriptivos exteriores, movimientos de «oposición antioligárquica».

El marco de relaciones determinado por un modo de producción fundamentalmente agrario (de gran propiedad rural) se hace estrecho para las nuevas condiciones de desarrollo económico que históricamente buscaban imponerse. La necesidad de liberación de la mano de obra, la centralización política en un Estado proteccionista, el imperioso crecimiento bancario ligado a las necesidades del comercio y la industria, las nuevas funciones del Estado al servicio de estas necesidades (como la modernización de vías de comunicación y sistemas de correos y telégrafos), etcétera, todo hacía imperativo romper la anquilosada organización institucional originada en función de condiciones distintas a las que ahora estaban surgiendo. Y esto es lo que hacía históricamente posible que el paso de los nuevos modos y relaciones de producción pudiera adquirir una forma progresista y reformista que comprometiera no sólo a los sectores de la burguesía, pequeña burguesía y capas medias, sino también a grandes sectores populares.

Esta situación permite explicar el hecho de que prácticamente en todos los países de América Latina surjan en esos años movimientos antioligárquicos y reformistas, que en casi todos ellos se fortalezca una «oposición antioligárquica» policlasista y que una ola de populismo (a   —40→   menudo honestamente inspirado, pero con frecuencia también demagógico) caracterice la vida política de ese momento y hasta el inicio de los años 30.




ArribaAbajo1.4. Los movimientos populares y la reforma universitaria

Como se señala en un reciente estudio, en el proceso de integración de América Latina al sistema económico europeo -proceso dominante en la etapa anterior a la guerra del 14 y que se cumple fundamentalmente a través del imperio inglés- «se ejerció una función de apoyo precisamente a las oligarquías nacionales, las cuales, con tal de que no se entrometiesen con los intereses británicos, eran libres de llevar la política interior que considerasen más adecuada»; esto determina que hubiera dos esferas de influencia en los últimos decenios del siglo pasado: una, más modernizante en términos relativos, cuyo poder económico procedía de los bancos ingleses, otra, más atrasada, que era el poder político detentado por las oligarquías nacionales. Esto determina una serie de desequilibrios que al agudizarse, sobre todo con el desarrollo de las burguesías nacionales y la crisis internacional de la guerra, desarrollan «las tensiones políticas, económicas y sociales que pusieron en entredicho el orden así establecido»27.

Por el desarrollo de tales tensiones es posible establecer que el período que se extiende desde la Primera Guerra Mundial hasta la crisis económica internacional de 1929, si en lo económico está signado por la integración al expandente sistema imperialista norteamericano, y en lo social por el crecimiento de la burguesía urbana, de las capas medias y del proletariado y sus organizaciones, se caracteriza en lo político por el auge de los movimientos antioligárquicos y populares, y por la incorporación activa en estas luchas de las capas medias y del proletariado en crecimiento. Todo lo cual contribuye al fortalecimiento y a una extensión masiva de las acciones por la democratización y por la ampliación de los derechos políticos y sociales, planteamientos que tendían a posibilitar el desplazamiento del poder de las oligarquías agrarias tradicionales.

  —41→  

El crecimiento cuantitativo y la incorporación política de nuevos sectores sociales conduce a la formación de los partidos políticos reformistas por una parte y de las organizaciones revolucionarias por otra, junto al crecimiento de las agrupaciones sindicales clasistas28.

Los componentes sociales de esta que hemos llamado «oposición antioligárquica» (burguesía y capas medias, con participación y presión de sectores populares) hacen que su tónica programática, por lo menos en sus momentos ascendentes iniciales, sea antioligárquica y antimperialista y adquiera un carácter de masas en un grado hasta entonces nunca visto. En este proceso de conjunto habría que insertar hechos como el triunfo del candidato radical Hipólito Irigoyen en 1916 en Argentina29, con un impulso reformista que se prolonga hasta el golpe militar de Uriburu en 1930; el triunfo de la Alianza Liberal con Arturo Alessandri en 1920 en Chile; el triunfo de Augusto B. Leguía en 1919 en Perú30;   —42→   el derrocamiento de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera en 1920 en Guatemala; la llamada «revolución juliana» de los militares jóvenes en Ecuador en 1925, etc. Casi sin excepciones, todos estos movimientos enarbolan las banderas del cuestionamiento de las estructuras oligárquicas del poder y recogen anhelos populares de reformas sociales y derechos democráticos. Casi sin excepciones también, al llegar al poder, sus núcleos dirigentes abandonan los aspectos progresistas de sus postulados y defraudan o directamente traicionan a los sectores populares en que se habían apoyado. Y en aquellos países donde se logran incorporar reformas sociales positivas a la legislación, estas fueron impuestos por la presión y lucha de las fuerzas populares.

En el plano de la vida cultural, tal vez el acontecimiento que mejor pueda ilustrar esta nueva situación que va forjándose en la América Latina de la primera postguerra sea el de la Reforma Universitaria.

Este movimiento que se inicia en 1918 en Córdoba (Argentina), en opinión de J. C. Mariátegui «se presenta íntimamente conectado con la recia marejada post-bélica», y en él se confirma la existencia de una condición común y compartida en casi todos los países del continente. Como observa el mismo Mariátegui, «el proceso de agitación universitaria en la Argentina, el Uruguay, Chile, Perú, etc., acusa el mismo origen y el mismo impulso. La chispa de la agitación es casi siempre un incidente secundario; pero la fuerza que la propaga y la dirige viene de ese estado de ánimo de esa corriente de ideas que se designa -no sin riesgo de equívoco- con el nombre de 'nuevo espíritu'. Por esto, este anhelo de la Reforma se presenta, con idénticos caracteres, en todas las universidades latinoamericanas. Los estudiantes de toda la América Latina, aunque movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen hablar un mismo lenguaje»31. «Tan hondo es el significado y tan grande es la idea que anima a la Reforma Universitaria -afirma otro autor-, que ella se extiende pronto por toda América Latina, desenvolviéndose como una serpentina de luz: primero fue Córdoba, después Buenos Aires, Santa Fe (1919), La Plata (1919-20), Tucumán   —43→   (1921), Lima (1919), Cuzco y Santiago de Chile en 1920; México (1921) y más tarde Montevideo, La Habana, Bogotá, Trujillo, Quito, Guayaquil, Panamá, La Paz, Asunción...»32.

El movimiento de la Reforma Universitaria en América Latina no se planteaba una simple modernización de los programas y métodos de la docencia; fue un movimiento de carácter integral que buscaba imponer una nueva concepción de la cultura y la enseñanza en función de los intereses populares, las necesidades nacionales y la transformación social. Fue básicamente antioligárquico y antimperialista, y a través de él se encauzó lo más radical y avanzado del movimiento popular que se veía mediatizado por la burguesía una vez que ésta asumía posiciones de gobierno.

Lo que Mariátegui describe como proceso de «proletarización de las clases medias» a consecuencias de la crisis de postguerra impulsa a los sectores estudiantiles (proveniente en su gran mayoría precisamente de estas capas sociales) a buscar una alianza con los trabajadores, radicalizando así sus propios planteamientos, a fin de imponer reformas sociales, políticas y económicas que las clases dirigentes vacilaban en aceptar. Esta misma situación refleja las contradicciones internas de lo que hemos descrito como la «oposición antioligárquica», cuyas capas dirigentes desembocan en una conciliación y alianza con los sectores tradicionales y el imperialismo. Esto último se explica por el carácter mismo de esta oposición, pues, como observa Halperin Donghi, si «examinamos lo realizado por los movimientos antioligárquicos en las ocasiones en que contaron con el poder político, veremos que su acción es más coherente que su ideología: aumentar la gravitación en el sistema político de los sectores que lo apoyan es su objetivo primero; mejorar mediante esbozos de legislación social y previsional la situación de esos sectores, su finalidad complementaria; en los rasgos básicos de la estructura económico-social que hallan no introducen en cambio, modificaciones importantes»33.

El carácter, la función y el desarrollo que tienen estas capas medias y la pequeña burguesía urbana en el proceso de lucha antioligárquica   —44→   de la primera postguerra se pueden comprender a partir de lo que un estudioso plantea como tesis de interpretación de su rol histórico:

Al haberse desarrollado paralelamente al sector de los servicios, las clases medias latinoamericanas acaban identificándose con los intereses económicos del sector dinámico de la economía, es decir, las inversiones extranjeras y la oligarquía exportadora. No obstante, dándose cuenta de que el desequilibrio social existente dependía de la diversidad existente entre el sector dinámico y el sector estancado de la economía nacional, vieron que una sustancial modificación de ese estado de cosas afectaría asimismo inexorablemente a sus intereses.

Este hecho, que a nuestro entender es básico para explicar el cometido político de este grupo, explica por qué la solución reformista llegó a ser la antorcha política de este grupo, y por qué en los momentos propicios para una ruptura del orden socioeconómico existente, acabaron siempre aliándose con la oligarquía, salvo en el caso de México34.



En último término, podría decirse que dentro del complejo de fuerzas sociales que actúan en este período, las que forman la antigua oligarquía y las de la nueva burguesía financiera, mercantil e intermediaria, presentan una contradicción contingencial, no básica, y en ningún caso ofrecen un antagonismo fundamental con respecto al sistema; su conflicto es un conflicto por la hegemonía en el interior de las clases dominantes, por el control político del sistema. Los sectores populares, particularmente el creciente proletariado, presentan, en cambio, un potencial antagonismo básico con ambos grupos de las clases dominantes, y, cualquiera fuere el grado de conciencia con que se incorporaban a las luchas, representaban virtualmente un proyecto histórico que no se detenía en el desplazamiento de la oligarquía. Eso es lo que hacía que a pesar de la confusión ideológica -principalmente alimentada por el reformismo y el populismo- la unidad de estos sectores antioligárquicos fuera más bien formal y contingencial, ya que no podían superar el esencial antagonismo ideológico que sus intereses de clase determinaban.

Si se toma en cuenta el complejo sistema de intereses que subyace en las manifestaciones políticas y culturales de ese período de la postguerra, es posible comprender el por qué, sobre todo en sus momentos ascendentes, el desarrollo artístico-literario del continente ofrece un panorama   —45→   tan rico y variado, tan complejo y contradictorio. Independientemente del grado de conciencia que pudieran alcanzar sus protagonistas, es posible sostener que esta etapa de cuestionamiento y búsqueda en dicho plano se vincula al proceso de transformaciones y cambios que vive el conjunto de la sociedad latinoamericana de la postguerra.




ArribaAbajo1.5. La crisis de 1929 y los golpes militares

Hacia 1930 se liquida institucionalmente en la mayor parte de América Latina el proceso que iniciara el impulso reformista antioligárquico, aún cuando ya en la práctica política de los sectores dirigentes este proyecto estuviera reducido a manifestaciones puramente formales.

Del mismo modo que la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial había alimentado y creado la coyuntura para el avance de fuerzas reformistas, la crisis económica mundial de 1929 repercute en todo el continente, clausurando una etapa inicial de la contemporaneidad y abriendo una nueva. «Mil novecientos treinta -dice Halperin Donghi- se llevó consigo, como el viento castillos de barajas, a más de una de las situaciones políticas latinoamericanas; de las que sobrevivieron a las primeras tormentas, pocas iban a durar todavía mucho. Pero este espectáculo abigarrado escondía cambios aún más importantes, cuyas consecuencias no se borrarían ya en Latinoamérica...»35.

Las transformaciones económicas que se producen en los dos primeros decenios del siglo XX no sólo significan el desarrollo y fortalecimiento de nuevos sectores sociales sino también importantes transformaciones en los sectores tradicionales. En la mayor parte de los países del continente se puede apreciar un proceso de adecuación de las oligarquías agrarias a las nuevas condiciones, sobre todo a través de la diversificación de sus inversiones y la formación de grupos económicos cuyos intereses ramificados enlazan las antiguas familias terratenientes con la nueva burguesía mercantil, industrial y bancaria y las empresas norteamericanas. Por otra parte, como en América Latina el desarrollo urbano no fue consecuencia orgánica de un desarrollo de la producción industrial y manufacturera (como ocurrió en la mayor parte de la Europa   —46→   central), tampoco se logra consolidar una burguesía nacional en condiciones de poder asumir por sí sola la hegemonía, desplazando a las fuerzas oligárquicas.

Las repercusiones directas de la crisis mundial que se inicia en 1929, dadas las condiciones de una economía exportadora y dependiente, se traducen en un descenso brusco de las exportaciones que es paliado por los sectores dominantes trasladando el peso de la crisis a los trabajadores, provocando desempleo, miseria y escasez. Para enfrentar la nueva situación que entonces se crea, estos mismos sectores fortalecen su alianza política y refuerzan su dominio mediante el recurso al golpe de estado militar, colocando a las instituciones armadas al servicio directo de la consolidación del poder clasista oligarco-burgués-imperialista.

De hecho, en el año 1930 en América Latina se producen 7 cambios «no regulares» de gobierno, 5 de ellos por alzamientos militares o con apoyo militar36; en el año siguiente se producen 6 de estos cambios «no regulares», 3 de ellos por golpes militares37.

En varios países en que no hay golpes militares o manifestaciones de masas, se producen cambios políticos que significan traspaso del gobierno a la oposición38.

  —47→  

Es cierto que los cambios de gobierno que se producen hacia 1930 no están todos signados por la misma orientación39, pero la notable acumulación de estos cambios en ese momento -y la tendencia predominante al recurso militar40- no pueden menos que llevar al observador a establecer su conexión con las repercusiones de la crisis económica internacional que afecta también al continente41.

A partir de la crisis mundial de 1929, América Latina comienza a vivir globalmente nuevas condiciones políticas, expresión de la búsqueda de respuesta defensiva del sistema a la nueva situación creada. En general se observa un fortalecimiento de las estructuras de poder clasista (hasta se ha podido hablar en algunas partes de un «nuevo   —48→   ciclo oligárquico») en el que las instituciones militares son utilizadas como principal fuerza de apoyo para la mantención de las relaciones económicas y sociales dominantes, las que a su vez se muestran cada vez más profunda y sustancialmente asimiladas a los intereses del imperialismo. Esta función de gendarme de la estructura clasista tradicional y de los intereses norteamericanos se desarrolla y generaliza hasta tal punto que un historiador conservador como José Belmonte puede constatar que «en vísperas de la segunda guerra mundial todos los países de Iberoamérica, a excepción de cuatro, tenían gobiernos militares»42.





  —49→  

ArribaAbajoCapítulo segundo

América Latina y la Venezuela de la dictadura de Juan Vicente Gómez



ArribaAbajo2.1. Venezuela: postguerra y petróleo

Dentro de este contexto general, esbozado en el capítulo anterior, la situación de Venezuela ofrece algunas particularidades que vale la pena destacar. La especificidad de su desarrollo histórico en este período está marcada por dos elementos, en lo económico y en lo político, que permiten comprender el modo cómo los fenómenos comunes a nivel continental se manifiestan en el país. En la vida político-institucional se encuentra la dictadura de Juan Vicente Gómez, que abarca desde fines de 1908, cuando toma el poder, hasta fines de 1935, cuando muere y le sucede su Ministro de Guerra el general Eleazar López Contreras; en lo económico está el auge de la producción petrolera que, sobre todo a partir de 1920, se impone como factor dominante del conjunto de la vida nacional.

Aunque la primera exportación de petróleo en Venezuela tuvo lugar en el año fiscal 1917-1918 (21.194 toneladas métricas)43, el verdadero auge petrolero sólo comienza algunos años más tarde, con el reventón del Pozo Los Barrosos, el 19 de diciembre de 192244. Este enorme auge de la explotación petrolera afecta profundamente el conjunto de la vida nacional y marca todo el desarrollo futuro de la sociedad venezolana45.   —50→   Con respecto al plano socio-económico, el historiador Ramón J. Velásquez observa que «hasta la década de los años 20, la vida nacional se desarrollaba en un ambiente semi-rural sin complicaciones mayores (...) la vida económica del país se encontraba reducida a la venta de ganados, a la importación de mercaderías y a la exportación de café»; en tales circunstancias «la aparición del petróleo y su inmediata explotación por parte de los trust inglés y americano empieza a complicar la vida del país y a crear problemas de gobierno y administración totalmente desconocidos. La pugna por las concesiones, las intrigas por la modificación de leyes, el respectivo aumento en las entradas del Presupuesto Nacional, el abandono de los campos andinos por parte de los trabajadores que marchaban al Zulia atraídos por la leyenda dorada, la aparición de las primeras concentraciones obreras, son factores que van a modificar a grandes pasos la dormida y casi paralítica vida nacional»46.

En función de este auge de la explotación petrolera, Venezuela se transforma «de país agropecuario que exportaba reses y caballos a las islas antillanas, cacao y café a Europa, cueros, caucho, sarrapia, oro y plumas de garza al mundo, en mercado ideal para la importación y el consumo. De ese modo el dinero pagado al fisco por las compañías extranjeras que exportaban el petróleo regresaría a las arcas de aquellas, bajo la forma de compra de bienes y enseres»47.

  —51→  

Desde las modestas cantidades registradas para 1917-1918, que la colocaba entre los últimos rubros del comercio de exportación en Venezuela, la producción petrolera experimenta un desarrollo de tal magnitud que en pocos años pasa a dominar completamente la actividad económica del país. Según Rómulo Betancourt, en el quinquenio 1918-1923 el volumen total de exportaciones del país alcanza la cifra de 945 millones de bolívares, de los cuales sólo el 5.5 % correspondía al petróleo y sus derivados; diez años más tarde, para el quinquenio 1928-1923, la exportación total es de 6.160 millones de bolívares, de los cuales el 85 % correspondía al petróleo y sus derivados48.

Este hecho nos muestra un acelerado desplazamiento del eje de la economía nacional desde la producción agraria a la producción petrolera, paso que se cumple «en el año 1925-1926 en que el petróleo se coloca en primer lugar como producto de exportación»49.

Sin embargo, este enorme aumento del volumen de las exportaciones, basado en el incremento de la explotación petrolera, no se tradujo en un mejoramiento consecuente de las condiciones generales de vida en el país -salvo, lógicamente, para pequeños sectores privilegiados-, ya que su control estaba en manos de monopolios extranjeros. Según un documento oficialista de la época (la Memoria del Ministerio de Agricultura y Cría de 1936), entre julio de 1919 y junio de 1936, de todo el inmenso volumen de la riqueza petrolera el Fisco percibió solamente 612 millones de bolívares, lo que significa un 7 % de los ingresos brutos de las Compañías durante ese mismo lapso50. Y estos mismos menguados   —52→   ingresos fiscales tampoco se proyectaron en una política de inversiones en función del desarrollo y modernización del país. Como afirma Héctor Malavé Mata, el aumento de la capacidad fiscal del Estado venezolano «no se tradujo en inversiones que transformasen la estructura de la economía conforme a objetivos precisos de desarrollo, sino principalmente en gastos burocráticos y contractuales que más enriquecían a los usufructuarios políticos del régimen. Los ingresos de divisas petroleras, lejos de constituir un recurso financiador de las importaciones de bienes de capital, causaron mayores deformaciones en la actividad económica del país»51.

En todo caso, la nueva situación económica surgida por este desplazamiento del eje de la economía del sector agropecuario al petrolero genera alteraciones y cambios en el conjunto de la estructura social del país, cambiando esencialmente la fisonomía y correlación de las clases y capas tradicionales de la sociedad venezolana, ya que al mismo tiempo que debilita ciertos sectores fortalece otros y abre paso al necesario surgimiento de sectores nuevos. Concretamente este hecho se traduce en el fortalecimiento de una burguesía y una pequeña burguesía urbanas, y en un significativo crecimiento de las capas medias y el proletariado52. Al referirse a este aspecto, Salvador de la Plaza sostiene que

en la medida en que la explotación del petróleo, la ejecución de obras públicas en diferentes regiones del país y la creación de   —53→   nuevos servicios absorbían la mano de obra e incrementaban el éxodo campesino hacia los «campos petroleros» y centros urbanos, fueron apareciendo en la evolución de la sociedad venezolana masas asalariadas, relativamente numerosas y concentradas que devendrían en el inmediato futuro la clase obrera y, así también, que al no contar con la suficiente mano de obra servil de la que extraían su renta, los grandes propietarios de tierras que aún atendían directamente sus haciendas y hatos, fueron desistiendo de ampliarlos e incrementarlos53.



En este aspecto, lo que en la mayoría de los países del continente en este período significó dentro de las clases dominantes la sustitución de la hegemonía de la oligarquía agraria por la de la burguesía local, en Venezuela se manifestó fundamentalmente como una transformación de esa oligarquía en burguesía dependiente de acuerdo a los nuevos parámetros económicos. Como observa Salvador de la Plaza en el trabajo antes citado, de la irrupción del petróleo «derivaron provecho buena parte de los propietarios de tierras, entrando a formar parte de la alta burguesía o del mundo de los 'hombres de negocios' -contratistas de obras, gestores de concesiones, etc.-, enriqueciéndose a base de las más sucias y deshonestas manipulaciones», por lo que «ese sector enriquecido de la clase dominante fue transformándose cada vez más en el principal agente de la mediatización económica y política del país»54.

Si el auge de la riqueza petrolera significó para Venezuela la transformación de grandes sectores de la oligarquía terrateniente en miembros de una burguesía dependiente, fortaleciéndose así este sector económico sin mayor enfrentamiento interno ni graves conflictos políticos, el mismo fenómeno provoca también, en el otro extremo del espectro social, algunas alteraciones no menos importantes. Porque también «con la explotación petrolera comenzó a desarrollarse la clase obrera. Primero en los mismos campos petroleros y luego en las ciudades vecinas a ellos y en la capital de la república en donde, como consecuencia de la circulación de los ingresos fiscales provenientes de la explotación petrolera, el número de trabajadores asalariados fue aumentando»55.

  —54→  

A pesar de las condiciones particularmente desfavorables para su desarrollo orgánico como clase, este proletariado, junto con otros sectores populares y de trabajadores, protagoniza tempranamente importantes luchas por reivindicaciones económicas56, y en su crecimiento va pasando poco a poco -aunque con algún retraso cronológico con respecto a países como Argentina o Chile, por ejemplo- a proyectarse políticamente en alianza con otros sectores sociales oprimidos.

De este modo, con las variantes concretas propias de las diferencias de desarrollo nacional, entre 1915 y 1930 aproximadamente, Venezuela sufre un proceso de transformaciones económicas y sociales que muestran en lo esencial una objetiva analogía con lo que ocurre en el conjunto del continente latino.




ArribaAbajo2.2. La dictadura petrolera de Juan Vicente Gómez

Probablemente una de las particularidades más interesantes que ofrece este período para un análisis de conjunto sea el hecho de que si bien hay una relación consecuente entre los cambios en la base económica y las alteraciones de las clases y capas sociales, esto no se traduce en una transformación de la superestructura política institucional que permita visibilizar en este plano el paso a una nueva situación. Todo este proceso se cumple enmarcado políticamente en la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez, y es precisamente esta dictadura la que funciona como elemento de control general que hace posible que no haya un proceso de sustitución de uno de los sectores dominantes por otro -como en la mayor parte de los países de América Latina-, ya que   —55→   sirvió de puente para una transformación interna de las clases dominantes en función de las nuevas condiciones históricas.

(De todos modos, aunque no haya un cambio de gobierno, un examen más detenido del período en que gobierna Gómez podría mostrarnos que el proceso en que se cumple el cambio básico tiene su reflejo en el modo de ejercicio del poder. Como observa el investigador Naudy Suárez, no se llega al gomecismo autoritario de una sola vez, sino que «hay todo un proceso de concentración de poder que discurre cuando menos entre 1908 y 1922», y sólo a partir de entonces se convierte en «dictador sin tapujos, con afanes de perpetuidad y visos dinásticos», por lo que «irá apretando progresivamente el cerco a toda posibilidad de disidencia, quitando oxígeno a cualquier manifestación política que no tuviera como objeto el acatamiento y defensa de su régimen»)57.

Lo que se ha llamado la «dictadura petrolera» del general Gómez, no sólo es una de las más prolongadas sufridas por un pueblo latinoamericano sino también una de las más brutales y omnímodas, y ejerce durante su vigencia un férreo control sobre la totalidad de la vida del país. Durante el mandato del general Gómez (período en el cual a menudo la presidencia nominal fue ocupada por alguno de sus validos) se termina de estabilizar una estructura político-administrativa centralizada y se acaba en lo fundamental con el caudillismo plural y anárquico, característico de la vida política inmediatamente anterior.

El gobierno de Juan Vicente Gómez se inicia cuando el general Cipriano Castro debe marchar a Europa por razones de salud (24 de noviembre de 1908) y lo deja en su reemplazo temporalmente. Pocos días después (el 19 de diciembre) Gómez se apodera del poder y se hace proclamar presidente, terminando así con un gobernante que se había enajenado el apoyo del país por su arbitrariedad, despilfarro y corrupción, amén de entrar en conflicto con casi todas las potencias extranjeras de esa época58. A partir de entonces, como explica Rodolfo Quintero,   —56→   «Juan Vicente Gómez, apoyado política y militarmente por los Estados Unidos (...), inicia su actuación como fiel servidor de los intereses extranjeros. Cancela las deudas y sus intereses, persigue brutalmente a los opositores y monta una maquinaria de terror gubernamental que funciona hasta los últimos días de 1935»59.

La llegada de Gómez al poder cierra las puertas a las posibilidades de evolución hacia un capitalismo industrial autóctono y acentúa el carácter dependiente del extranjero de la economía venezolana. La centralización del Estado unipersonal, apoyado sobre todo en el ejército, al que se ha preocupado de reorganizar, equipar, modernizar y poner bajo el mando de hombres de su estricta confianza, junto a una hábil política de halagos y nombramientos dirigida a los sectores de la Intelligenzia de la época60, le permiten fortalecer un régimen autocrático.

Estas medidas que toma Gómez, a las que hay que agregar las deportaciones, asesinatos y prisiones de sus enemigos reales o potenciales, logran prácticamente anular y desmantelar a la oposición, sujeta como estaba entonces a una táctica en función de figuras públicas y caudillos. Sólo veinte años más tarde, sobre todo con el desarrollo del proletariado y las capas medias, la oposición se afirma al afincarse poco a poco en una política de masas.

Si en otros países del continente uno de los factores que contribuyen a acelerar el desarrollo de la conciencia social fue el fermento estudiantil revolucionario, en Venezuela esto quedó frustado formalmente, ya que a partir de los disturbios estudiantiles de diciembre de 1912 la Universidad Central permanece clausurada hasta 192061. Algunos intentos   —57→   importantes de alzamientos contra la dictadura, como el de enero de 1919, alimentado por las manifestaciones populares y estudiantiles de fines del año anterior, fueron rápidamente sofocados y sólo sirvieron de pretexto para aumentar las prisiones y la represión62. Manejando a su amaño un Congreso designado por él mismo, modificando la Constitución cuantas veces lo creyó necesario para fortalecerse en sus planes de perpetuación en el poder, contando a discreción con el apoyo de las compañías norteamericanas que se beneficiaban de las pingües concesiones petroleras y la liberación impositiva y aduanera, el gobierno de Gómez se mantuvo en el control del país hasta la muerte del dictador, el 17 de diciembre de 1935.

La repercusión de la crisis mundial de 1929 no se tradujo para Venezuela, como había ocurrido en la mayoría de los países del continente, en un cambio de régimen, aunque esto no implica que su economía no se viera también severamente afectada. Las oligarquías y las burguesías del resto de América Latina pudieron en la mayoría de los países salvar su dominio recurriendo a la dictadura militar y a la incorporación política abierta de los ejércitos. Pero ésta era una situación que en cierto modo ya existía en Venezuela para el momento de la crisis, y ello explica el modo particular como se manifiesta en el país el fenómeno general de los cambios de gobierno en esos años. Como apunta Manuel Alfredo Rodríguez, «en 1931 se sienten en Venezuela los efectos de la crisis económica mundial y esta circunstancia proporciona pretextos para una intriga política que culmina con la destitución de Pérez»63. En efecto, en 1929 Gómez había hecho elegir por el Congreso al abogado Juan   —58→   Bautista Pérez como Presidente del período 1929-1936, pero conservando personalmente el mando y el control del ejército. Las manifestaciones de protesta que se desatan por la situación económica derivada de la crisis tuvieron por respuesta la salida de J. B. Pérez de la presidencia y Gómez «acepta» terminar el período, pero conservando siempre el control directo del ejército. De este modo se reafirma formalmente una situación de hecho y se da una apariencia de cambio que pueda tranquilizar a ciertos sectores.

Es evidente que las condiciones políticas determinadas por la dictadura gomecista singularizan muchos aspectos de la situación de Venezuela en ese período. Pero también es cierto que si en muchos de los estudios nacionales sobre esa época se advierte la tendencia a querer explicar la situación a partir de la figura de J. V. Gómez, se impone cada vez más la necesidad de proceder a la inversa, es decir, de explicar la dictadura de Gómez en función de las condiciones económicas y sociales objetivas que la sustentan y mantienen. Y en este aspecto la vertebración sustantiva está dada por el desarrollo de la explotación petrolera en manos de los consorcios internacionales.




ArribaAbajo2.3. Cambios sociales y políticos en la Venezuela del gomecismo

El paso de la hegemonía de un sector a otro de las clases dominantes, a diferencia de otros países, como se ha señalado, se realiza en Venezuela sin grandes conflictos de intereses en el interior de estas clases, y en ello desempeña un papel decisivo el régimen autocrático de Juan Vicente Gómez, cuyo fortalecimiento -producto en gran medida del apoyo que logra de los monopolios norteamericanos-64, posibilita la traslación.

  —59→  

Esto mismo es lo que permite explicar que, diversamente a lo que ocurre en este período de postguerra en la generalidad del continente, no se alienten aquí movimientos populistas y reformistas antioligárquicos, y el proletariado permanezca aislado de otros sectores sociales durante un largo período.

Es necesario insistir, sin embargo, en el hecho de que estas particularidades no significan -como a menudo se sostiene- que en esencia Venezuela siga un desarrollo aparte y diverso al del conjunto continental. Si se observa con cierto detenimiento, en lo económico (control de los monopolios extranjeros, principalmente norteamericanos) y en lo social (fortalecimiento y desarrollo de las capas medias urbanas y del proletariado) se cumplen procesos homólogos. En lo político-institucional, como expresión formal de estos cambios, es donde se produce la diferenciación, aunque no tanto como para que no se produzca el traspaso de la hegemonía desde el sector de la oligarquía agraria a la nueva burguesía desarrollada en función de la economía dependiente.

Hacia la segunda mitad del decenio de 1920 comienzan a agudizarse las contradicciones entre una superestructura político-institucional anquilosada, surgida a partir de condiciones económicas y sociales anteriores, y las nuevas fuerzas sociales que se desarrollan como expresión de los cambios económicos65. Y el agudizamiento de dichas contradicciones es lo que permite explicar, en último término, el que a fines de ese decenio la oposición al régimen de Gómez adquiera una fuerza, una forma y un sentido que la diferencian esencialmente de la anterior. Por una parte, algunos de los nuevos sectores de la burguesía y especialmente de la pequeña burguesía ascendente, como también las crecientes capas medias, necesitan para su desarrollo de un marco político más flexible, menos rígido, ya que el pleno despliegue de su potencialidad histórica era incompatible con un sistema político anquilosado y con la coersión policial y autocrática en que se sustentaba formalmente. Por otra parte, un proletariado en pleno crecimiento cuantitativo y en creciente fortalecimiento de su conciencia se veía desprovisto de toda posibilidad institucional   —60→   de presencia en los organismos del Estado para defender sus mínimos derechos.

La dictadura de Gómez, especialmente a partir del decenio de los años 20, se consolida -en función de los intereses de clase- como «una dictadura feudal, burguesa y proimperialista, sostenida por un ejército mercenario»66. Representa, de este modo una alianza de diversos sectores de las clases dominantes en concomitancia con el capitalismo extranjero. Por lo mismo, «las clases contra las cuales se ejercía la dictadura eran el proletariado, en primer término; la gran masa campesina (semisiervos y peones agrícolas), en el segundo; las clases medias urbanas (artesanos, pequeños propietarios, pequeños comerciantes y buena parte de los profesionales y estudiantes), en tercer lugar; luego la incipiente burguesía industrial; y, por último, los medianos y pequeños terratenientes, expropiados en beneficio de la familia gobernante. Todas estas clases sufrían las consecuencias de la política gubernamental, que favorecía exclusivamente a los feudales, a los burgueses mercantiles y a los imperialistas»67.

Por estos antecedentes podemos determinar también cuáles son, a grandes rasgos, las fuerzas sociales que van a diseñar la fisonomía de la oposición que a fines de ese decenio supera y reemplaza a las anteriores, fundadas en alzamientos caudillistas básicamente.

Esta oposición, como puede fácilmente desprenderse de su análisis, enfrenta al régimen desde diferentes perspectivas programáticas, de acuerdo a sus intereses de clase. La lucha contra la dictadura hacia fines del decenio posibilita e impone una contingencial unidad de acciones, pero su propia dinámica va haciendo aparecer las diferencias de objetivos68, y después de los sucesos del año 28 se hace evidente que una oposición   —61→   pluriclasista no puede mantenerse mucho tiempo sin que entren en conflicto sus diferentes estrategias, concepciones e intereses69.

Todos estos factores no impiden sino más bien fertilizan y le dan el nuevo rostro a la oposición al régimen de Gómez, sobre todo por la presencia en ella de un modo activo de las masas trabajadoras, dentro de las cuales jugaba un papel muy importante el proletariado petrolero70. Eso explica que cuando en 1927 se tolera la reconstitución de la Federación de Estudiantes de Venezuela, sus actividades, que en un comienzo no iban más allá de «promover el bienestar y la cultura de los estudiantes»71, se orientaran rápidamente hasta convertirse en un instrumento para encauzar no sólo la rebeldía de los estudiantes sino de todo el pueblo oprimido.

Son, por consiguiente, estos cambios producidos en las condiciones sociales los que explican el carácter que asume el movimiento estudiantil de 1928, y es adecuada la caracterización y valoración de estos sucesos que hace Juan Bautista Fuenmayor cuando afirma:

Para valorar debidamente el movimiento del 28 hay que partir del hecho que fue el primer movimiento político de masas contra   —62→   la dictadura, puesto que los movimientos anteriores habían sido intentonas cuartelarias o diminutas sublevaciones de caudillos locales. Lo que hay de nuevo y de extraordinario en 1928 es la participación, activa y en primer plano, de las masas populares y el carácter civilista del movimiento, que fue espontáneo, sin organización de ninguna clase, sin programa alguno72.



El somero examen que hemos intentado hacer de la realidad venezolana en relación con el conjunto de América Latina, legitima el caracterizar la década 1920-1930 en el país como un período «de tránsito a la contemporaneidad», para emplear los términos de Elías Pino Iturrieta, cuya tesis sobre este período nos permite resumir los rasgos fundamentales que hemos buscado señalar. Según este historiador, el período contemporáneo se distingue por la presencia de las siguientes variables:

desarrollo de una economía dependiente, fundamentada en la explotación de hidrocarburos por compañías extranjeras; surgimiento y organización del proletariado; crecimiento y predominio de la clase media y de las burguesías financieras e industrial; desarrollo de la banca; surgimiento del proceso de urbanización; nacimiento y tecnificación del ejército nacional; perfeccionamiento de los órganos y servicios del Estado; nacimiento y consolidación de los partidos reformistas y marxistas; replanteo de las posiciones nacionalistas; diversificación de las corrientes socialistas y surgimiento de grupos revolucionarios armados; desarrollo de un pensamiento crítico y de la 'izquierda cultural'; crecimiento y tecnificación de los medios de comunicación de masas73.



Como se puede apreciar, la mayor parte de estas variables surgen en el decenio de 1920-1930, y también en Venezuela, mutatis mutandi,la mayor parte de ellas coinciden con lo que ocurre y se manifiesta en el resto de los países del continente. Porque aunque la forma en que se manifiesta tenga caracteres peculiares, determinados en gran medida por el férreo marco de la dictadura de Juan Vicente Gómez, el proceso de transformación de la realidad económica y social que implica para América Latina su ingreso al sistema económico mundial en condiciones de dependencia de los monopolios norteamericanos se cumple también en Venezuela. El desplazamiento de las potencias europeas (aquí principalmente los capitales anglo-holandeses)74 por la hegemonía norteamericana;   —63→   la transformación de una economía agropecuaria en productora de materias primas; el consecuente cambio en la correlación de las clases y capas sociales, caracterizado por el fortalecimiento de una burguesía urbana ligada a los intereses imperialistas y al comercio, el desarrollo de nuevos sectores de capas medias75 y el crecimiento del proletariado76; la aparición de los primeros brotes de un pensamiento revolucionario y de las primeras organizaciones políticas y gremiales de los trabajadores; etc.; son expresión en el país de fenómenos que de una u otra manera, con diferencias temporales relativas, caracterizan el proceso de conjunto de la América Latina de la postguerra.





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ArribaAbajoCapítulo tercero

La literatura hispanoamericana de postguerra: renovación y vanguardia



ArribaAbajo3.1. Literatura post-modernista: mundonovismo y vanguardia

El examen realizado sobre la América Latina de la primera post-guerra permite sostener que ingresa entonces en una nueva fase de su desarrollo económico dependiente, sujeto ahora a un mismo y progresivamente más exclusivo marco de influencia exterior, en función de lo cual, muchas de las diferencias entre las diversas sociedades nacionales se explican por el grado de desarrollo alcanzado en la fase inmediatamente anterior. Porque esta relación de dependencia cada vez más estrecha con respecto a la metrópoli norteamericana, y a través de ella del sistema económico mundial -esta «internacionalización» de la realidad latinoamericana-, implica también una relativización de la importancia de los factores estrictamente locales en la gestación de cambios históricos sustantivos, todo lo cual conlleva la aparición de un cada vez más amplio conjunto de fenómenos de carácter latinoamericano o hispanoamericano, que son índices de esta nueva condición histórica común.

Por otra parte, este proceso de «internacionalización» de las economías locales que se vertebra cada vez más monocéntricamente desde entonces, altera profundamente la fisonomía y correlación de las clases y capas sociales existentes en la preguerra. El necesario proceso de sustitución de importaciones que provoca la guerra fortalece a los sectores más dinámicos de las economías nacionales -la creciente burguesía mercantil e industrial-, al mismo tiempo que las alteraciones del comercio de exportación debilitan el sector representado por la oligarquía agraria tradicional.

Como una de las consecuencias de esta alteración del eje económico nacional hay que considerar la aceleración del desarrollo urbano y el   —66→   enorme crecimiento que experimentan las ciudades, principalmente las capitales, en este período. Todos estos cambios que produce la nueva situación implican para la mayoría de los países del continente el cumplimiento de la primera etapa de consolidación orgánica del proletariado moderno y el ingreso a la escena política de los nuevos sectores de capas medias que se han ido formando y creciendo numéricamente, al mismo tiempo que fortalecen e impulsan el crecimiento urbano y ponen en discusión problemas y necesidades que anteriormente no alcanzaban trascendencia social77. Todo esto, de algún modo, contribuye a patentizar y agudizar el resquebrajamiento de la superestructura ideológica que amalgamaba las sociedades y se inicia un período de cuestionamiento y crisis más o menos generalizado.

El tratar de puntualizar así la cronología no significa desconocer el hecho de que con anterioridad a esta fecha se pueden encontrar una serie de manifestaciones en este mismo sentido; sólo que es difícil considerarlas como algo más que hechos aislados, anticipaciones si se quiere, pero que por lo mismo no logran imponerse como una tendencia discernible dentro del conjunto dominante. Sólo a partir de la guerra -y no está de más recordar que la muerte de Darío ocurre en 1916- esta nueva actitud comienza a perfilarse como un proceso generalizado de las nuevas promociones de escritores, quienes entran en conflicto polémico con los epígonos del Modernismo literario e impulsan una renovación y la búsqueda de nuevos rumbos.

Aunque son evidentes las dificultades para precisar límites cronológicos estrictos en los hechos histórico-literarios -y por cierto la periodización literario tampoco pretende ni requiere de limitaciones estrictamente puntuales-, es posible advertir ya en los años anteriores a la guerra del 14 una declinación del Modernismo como sensibilidad poética dominante. En estos años, por otra parte, en el propio interior del Modernismo surgen voces de cuestionamiento implícito o explícito78, destacando   —67→   entre estas últimas el olímpico ademán del soneto de Enrique González Martínez: «Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje...», incluido en su libro Senderos ocultos de 1911. Pero solamente después de los años de la guerra estas manifestaciones aisladas empiezan a catalizarse y van asumiendo el aspecto de una ruptura crítica y una renovación generalizada.

No es fácil llegar a una caracterización del conjunto de este período, ya que su fisonomía parece a primero vista no sólo compleja sino aun contradictoria, puesto que -como veremos más adelante- los impulsos de superación del Modernismo no se encauzan por una sola vía. En la producción literaria de este período post-modernista79 se encuentran tanto las obras del llamado Mundonovismo regionalista y rural como las más agresivas creaciones de un vanguardismo urbano y cosmopolita. Como ya se ha dicho, la renovación que en esos años surge presenta una gama muy amplia y difusa que amerita un examen menos deductivo que el que hasta ahora la ha enfocado.

Explicar, por otra parte, el surgimiento de una renovación como ésta en función del «agotamiento» de las formas del Modernismo es apenas   —68→   dar cuenta de un aspecto fenoménico de su nacimiento: el rechazo -frontal o elíptico- a un lenguaje y una temática retorizados. No es su aspecto de negatividad lo que define realmente una renovación sino las propuestas positivas que contiene y busca imponer. Y este aspecto no puede ser comprendido a cabalidad sino en función de las condiciones históricas que determinan tanto el agotamiento de un código anterior como las modalidades de configuración del proyecto de reemplazo.

Por eso, las búsquedas renovadoras de las jóvenes promociones de postguerra están comprendidas en un proceso global de reajuste ideológico-cultural que entonces exigen las nuevas condiciones históricas. Y es esto lo que puede explicar tanto las limitaciones que encuentra en el código Modernista la nueva sensibilidad en fermento, como las orientaciones y características que el nuevo proyecto renovador adquiere y que van a diseñar la fisonomía de conjunto de ese período.

En último término, de lo que se trata es de «leer» las manifestaciones renovadoras -entre ellas las de vanguardia- como síntoma de un reajuste más general que tiene sus raíces últimas en el surgimiento de las nuevas condiciones históricas que marcan la contemporaneidad latinoamericana.

Este cambio en la situación histórica global, como ya hemos dicho, se traduce en el plano de la producción literaria por el fin de la vigencia del Modernismo como código dominante y el surgimiento de una compleja serie de impulsos renovadores de diverso alcance. Por eso, el período que se abre a partir de la Primera Guerra Mundial, desde la perspectiva de los nuevos autores que se incorporan a las letras está signado por una búsqueda renovadora de amplio espectro, en la cual se manifiesta la necesidad de superar las limitaciones de un Modernismo cada vez más retorizado.

Un examen del conjunto de la producción literaria de estos autores en el período que va aproximadamente de 1918 a 1930, nos muestra que paralelamente a las tendencias que se han llamado nativistas, regionalistas, criollistas o mundonovistas, aparecen y se desarrollan las variadas manifestaciones polémicas y experimentales de lo que se conoce como Vanguardismo artístico. Pero este mismo examen nos mostraría que estas dos tendencias, consideradas en puridad, no logran compartimentar la totalidad de la literatura que entonces se produce (pensemos, a mero título de ejemplo, en la obra de Roberto Arlt, Felisberto Hernández,   —69→   José Gorostiza, etc.), por lo que más que agotar el panorama de conjunto pueden ser consideradas como los polos extremos entre los cuales se despliega el amplio abanico de la renovación artística.

Por eso mismo parece más ajustado a la realidad el definir esta etapa post-modernista en Hispanoamérica como un proceso renovador de amplio espectro, cuyos cauces más definidos se pueden determinar por tendencias a primera vista polarizadas, pero que no hacen sino establecer los límites dentro de los cuales se mueve una variedad concreta de manifestaciones cuya taxonomía no es fácil de elaborar. Estas dos polaridades serían el criollismo o mundonovismo, por una parte, y los diversos brotes vanguardistas por la otra. Entre ambos polos, ora aproximándose a uno ora al otro, oscila y se concreta la producción literaria de la primera postguerra.

La primera de estas tendencias no implica en su renovación una ruptura plena y un rechazo directo del Modernismo, sino más bien un rechazo parcial y la búsqueda de profundización y desarrollo de uno de sus aspectos. Porque más allá de una visión manualesca de este movimiento, habrá que reconocer que no todo él se reduce a búsquedas estetizantes, simbolismo elitesco, cosmopolismo y torre de marfil. No debe olvidarse que en el mismo Azul (1888) de Rubén Darío, que es todo un símbolo del movimiento, se encuentra un relato como «El fardo», en el que los lancheros de Valparaíso desequilibran el mundo de princesas, ninfas y gnomos, y que un escritor estrictamente coetáneo de Darío, el chileno Baldomero Lillo (ambos nacen en 1867), jerarquiza a 1a inversa la misma temática Modernista, ya que si bien en su obra más difundida, Sub Terra (1904), el universo poético lo pueblan los mineros del carbón, en el volumen de intención simétrica, Sub Sole (1907), no escatima los palacios, las princesas y las flores. Habría que tener presente que en el crisol del Modernismo no sólo se produce la fusión del simbolismo y el parnasianismo sino también del naturalismo. Y gran parte de su producción no podría comprenderse a cabalidad sin esta filiación. Es este aspecto del Modernismo lo que ha llevado a que algunos estudiosos, como Arturo Uslar Pietri, distingan un «modernismo criollista» dentro de ese conjunto80. Esta misma razón es la que en cierto modo subyace en la   —70→   distinción de las «dos etapas» del Modernismo que postula Max Henríquez Ureña81.

A partir del reconocimiento de este aspecto de la producción Modernista, no es difícil comprender que se puedan encontrar en él las raíces de una de las tendencias que desarrolla la literatura inmediatamente posterior, aquella que acentúa la preocupación por la realidad nacional especialmente en sus aspectos rurales, y que Francisco Contreras denominara con el término «Mundonovismo»82.

La otra tendencia que polariza el conjunto de la literatura de postguerra se articula con el espíritu y desarrollo internacional de las tendencias vanguardistas, y está representada por las diversas manifestaciones polémicas del Vanguardismo hispanoamericano. En ella se encauza una línea nueva y agresiva de ruptura, prodigada en revistas, manifiestos y otras publicaciones a menudo efímeras y de escasa circulación. No siempre la actitud manifiesta de esta vanguardia es consonante con su producción concreta, pero en todo caso busca definirse por su actitud polémica y de radical ruptura con la tradición, representada en este caso por los Modernistas y sus epígonos. Y si la polaridad Mundonovista orienta sus preferencias temáticas hacia los ambientes rurales y busca por medio del lenguaje «objetivar» la perspectiva de la enunciación   —71→   poética, la polaridad Vanguardista se caracteriza por su preferencia por los motivos urbanos y el buceo en la subjetividad.

Pero estas dos tendencias así esquematizadas, como se ha dicho, no representan sino dos extremos de un conjunto abigarrado y plural, cuyo espectro permite situar entre una y otra polaridad las manifestaciones concretas de la producción literaria de ese período. Porque resulta difícil reducir estrictamente a una de ellas la obra renovadora que realizan en esos años, por ejemplo, César Vallejo o Roberto Arlt, Fernando Paz Castillo, León de Greiff, Felisberto Hernández, Julio Garmendia, José Gorostiza, Arturo Uslar Pietri, Jorge Carrera Andrade, etcétera83.

Por el mismo hecho de tratarse de abstracciones teóricas y metodológicas, no tiene tampoco sentido tratar de adscribir estrictamente a una u otra tendencia todas y cada una de las obras que entonces se escriben, ya que la misma contemporaneidad y la comunidad de circunstancias históricas hacen que haya una contaminación recíproca, por lo que en la producción concreta estas tendencias deben considerarse más como una jerarquización de preferencias que como exclusiones irreductibles.

Por ello, para lograr una comprensión más integral del conjunto de la producción literaria hispanoamericana de este período, se hace necesario reconocer la condición jánica de su fisonomía histórica. En ella, si bien una de sus caras representa la solución de continuidad en la superación renovadora del Modernismo, la otra, en actitud de proclamada ruptura, anticipa embrionariamente un proyecto que mucho más tarde va a desembocar en la literatura de los años sesenta.

Tal vez esta misma condición es lo que explica el que la historiografía tradicional -sobre todo la que se impone a partir del proceso de restauración conservadora que en lo político se manifiesta después de la crisis del 29-30-, atraída por lo que estaba más próximo temática y lingüísticamente a los gustos dominantes, haya peraltado la producción regionalista y a partir de ella se haya definido el conjunto, relegando a un ámbito marginal o subterráneo la producción que no se ajustaba a dichos cánones, hasta el punto que la denominación Post-Modernismo ha venido   —72→   a ser casi sinónimo de literatura regionalista o criollista. Pero el descuido en que se ha mantenido el estudio de la producción literaria más ligada al vanguardismo no empece el que tenga una robusta existencia, y en la actualidad, particularmente por el auge que ha tenido la llamada «nueva narrativa» de los años 60, se hace cada vez más necesario el conocerla y reconocer la importancia fertilizadora que tiene para la evolución de las letras hispanoamericanas de la época contemporánea.

Esto último, también es verdad, no podrá apreciarse en su verdadera dimensión mientras no se amplíen las investigaciones sobre este aspecto «vanguardista» del período post-Modernista. Y sobre todo, mientras se continúe considerando implícitamente el Vanguardismo hispanoamericano como un hecho postizo, como un simple epifenómeno de los movimientos europeos, es decir, mientras sólo se consideren como «vanguardistas» aquellas manifestaciones que se correspondan con los «ismos» europeos de la época. Esta perspectiva hace que se pierda la posibilidad de ver lo que hay de hispanoamericano en nuestro Vanguardismo y sólo se pueda dar cuenta de lo que tenga de europeo.

Por eso sostenemos que en el estudio del Vanguardismo en nuestra literatura de esos años estas tendencias no sólo deben considerarse en función de una legítima homología con respecto al conjunto de la vanguardia internacional, ligadas como están a un proceso de universalización de las condiciones históricas que influyen en su aparición, sino que se hace necesario también no perder de vista las peculiaridades y diferencias que le dan una fisonomía propia dentro del conjunto, como búsqueda de expresión de nuevos sectores emergentes y como búsqueda de respuesta a la nueva situación que se desarrolla en el continente sobre todo a partir de la postguerra.




ArribaAbajo3.2. Vanguardismo hispanoamericano y vanguardias europeas

La mayor parte de los investigadores están contestes en que el Vanguardismo artístico y literario en la América Hispana comienza a generalizarse como tendencia polémica después del término de la Primera Guerra Mundial. Como esta misma circunstancia puede servir de hito cronológico para señalar la declinación definitiva de la vigencia del Modernismo hispanoamericano, es justo considerar el desarrollo de   —73→   las tendencias literarias de vanguardia como una parte del conjunto de la literatura Post-Modernista. Este Vanguardismo, si nos desprendemos del esquema procustiano de sus escuelas canónicas europeas (Futurismo, Cubismo, Dadaísmo, Expresionismo y Surrealismo especialmente), se manifiesta como un abigarrado y polifacético cuestionamiento de las normas y funciones de la producción artístico-literaria vigente84.

Sus manifestaciones en Hispanoamérica y Brasil85 se corresponden con fenómenos homólogos de otros países, especialmente europeos, por lo que es posible considerarlos como manifestaciones en el plano continental de una situación de carácter internacional. Esta última constatación y la escasa o nula consideración de los cambios generales en el contexto histórico-social en que el fenómeno se manifiesta, ha llevado a que muchos estudiosos sobrevaloren o consideren en forma exclusiva dicho aspecto, con lo que se ha llegado en consecuencia a estimar el Vanguardismo hispanoamericano (y sus diversas expresiones nacionales) sólo como epifenómeno de una moda europea86. En los últimos años, sin embargo, hay cada vez mayor conciencia de la necesidad de superar esta perspectiva, y tratar de establecer también las particularidades que le dan un rostro propio y lo naturalizan culturalmente en Hispanoamérica, aquello que le da propiedad como hecho integrante de   —74→   nuestra realidad y de su evolución. Determinar, en otros términos, su perfil propio en cuanto variable concreta de un fenómeno internacional.

El dar paso a una perspectiva de estudio nueva y a una comprensión histórica más cabal del Vanguardismo y su función en nuestro proceso cultural, hace necesario el reconsiderar y superar ciertas nociones heredadas que funcionan, a menudo implícitamente, en la historiografía tradicional cuando aborda el tema. Y probablemente una de las primeras cosas que habría que empezar por cuestionar y superar sea la arraigada tendencia a caracterizarlo deductivamente en función de las escuelas canónicas de las vanguardias europeas, presumiendo de partida su condición de epifenómeno, de manifestación ancilar, eco o reflejo de búsquedas que corresponden a otra realidad y a otras necesidades, lo que lleva a considerar el Vanguardismo literario en el continente como producto ligeramente artificial de una modo impuesta, sin mayor vinculación con la realidad y las condiciones concretas en que se manifiesta.

Sin dejar de tomar en cuenta la influencia que ejercen y la importancia que tienen en muchos aspectos de la elaboración programática del Vanguardismo en nuestro medio, no es objetivo ni tiene fundamento científico el reducir lo que pueda considerarse vanguardismo en América Latina sólo a las manifestaciones estrictamente asimilables a las escuelas europeas. Porque si bien hay una comunidad de impulso y son comunes los sentimientos de crisis y de insurgencia antirretórica, las manifestaciones del Vanguardismo hispanoamericano se encuentran vinculadas a un proceso más amplio de cuestionamiento crítico y de ascenso de nuevos sectores sociales en América Latina.

El carácter internacional que tiene el Vanguardismo de la postguerra está relacionado con la internacionalización de una crisis que condujo a la guerra, pero el mundo hispanoamericano vive de un modo específico esta situación. En nuestro continente esta crisis pone de manifiesto la anquilosis de las estructuras de una sociedad oligárquica, las que entran en contradicción con las necesidades de desarrollo de las nuevas realidades y fuerzas sociales.

Como se puede desprender del examen de las condiciones históricas de la postguerra en América Latina, esta situación se traduce en el crecimiento de una oposición antioligárquica, alimentada por una gama muy amplia de sectores y fuerzas sociales, que abarca desde la burguesía industrial, mercantil y bancaria, hasta el creciente proletariado urbano.

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El proceso de desplazamiento de las oligarquías tradicionales del poder se cumple como un reemplazo de sectores hegemónicos en el interior de las clases dominantes87. Sin embargo, a nivel de lo que se llama la superestructura social hay un parcial resquebrajamiento y un proceso de reajuste del sistema ideológico dominante y del aparato institucional que lo sustenta, lo que da lugar a un cuestionamiento crítico abigarrado y multiforme. En esta coyuntura, la misma pluralidad social e ideológica de la oposición antioligárquica explica la multiformidad de las tentativas críticas que surgen, en las que, si bien puede encontrarse -sobre todo en el primer decenio de postguerra- comunidad en la actitud cuestionadora, no hay coincidencia en las respuestas, que son variadas, multifacéticas y hasta contradictorias.

Este cuestionamiento del sistema de valores institucionalizados y tradicionales en mayor o menor grado se proyectaba a todas las esferas de la vida social, y un ejemplo de ello podemos verlo al examinar el carácter que adquiere la Reforma Universitaria que se inicia en 1918. Pero en el terreno del arte y la literatura, especialmente en el período inmediatamente posterior a la guerra, se dirigía sobre todo a la superación crítica del Modernismo. La producción literaria de los epígonos del Modernismo devenía cada vez más retórica y su lenguaje y preferencias se sentían artificiales y ajenos a la nueva sensibilidad correspondiente a las realidades de postguerra. Las nuevas promociones, coincidentes en la cancelación de un sistema y código literarios, no coinciden, sin embargo, programáticamente en las vías de esta superación, y la elaboración de respuestas se abre en un amplio abanico de búsquedas88.

Uno de los polos de esta búsqueda está constituido por el Vanguardismo hispanoamericano.

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A partir de estos elementos, es posible comprender que el surgimiento de manifestaciones vanguardistas en la producción literaria del continente se vincula a condiciones objetivas de carácter social y cultural, y que el Vanguardismo hispanoamericano se articula con el modo y las condiciones en que se vive la crisis internacional de la postguerra en esta parte del mundo. Por tales razones -y sin desestimar la influencia de culturas que han ejercido una tradicional atracción sobre nuestros intelectuales y artistas-, para una comprensión y caracterización más rigurosa del Vanguardismo literario hispanoamericano, se hace necesario establecer sus nexos con las condiciones propias del continente, en particular con el desarrollo de nuevos sectores sociales urbanos, especialmente capas medias e intelectuales89, que en lo político y social vivían activamente el proceso de cuestionamiento antioligárquico que marca la inmediata postguerra, con toda la ambigüedad y las debilidades, contradicciones e inconsecuencias que ese mismo movimiento social tuvo.

Un estudio más ceñido podría mostrar los estrechos vínculos que existen entre las manifestaciones vanguardistas en la literatura y la incorporación de estos nuevos sectores sociales urbanos al activismo crítico de la postguerra. Como expresión de dichos sectores, las manifestaciones de la Vanguardia hispanoamericana tienen su legitimación histórica y muestran aspectos propios que no son fácilmente reductibles a los cánones del vanguardismo europeo90.



  —77→  

ArribaAbajo3.3. Espacio nacional y espacio continental de la literatura vanguardista

Hay otro aspecto importante que se hace necesario tomar en cuenta para un intento de caracterización del Vanguardismo hispanoamericano: la necesidad de intentar el examen de su producción considerándola como un conjunto continental y no sólo como una simple suma informativa de manifestaciones nacionales aisladas. Se trataría, en último término, de un diseño teórico del «espacio intelectual» configurado por la vanguardia, concebido como el sistema de relaciones en que están imbricadas cada una de sus realizaciones concretas. Para ello habría que establecer las correspondencias que, con o sin contacto directo se pueden encontrar entre las manifestaciones grupales o individuales de distintos países, a fin de poder determinar un marco referencial en lo literario que permita una comprensión de las variables nacionales que adquiere un proceso que abarca todo el continente91.

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Esto se hace tanto más necesario cuanto que hasta ahora cada una de las manifestaciones particulares se suelen estudiar poniéndolas directamente en relación con el vanguardismo europeo y no con un conjunto hispanoamericano. Es indudable que el Vanguardismo de entreguerras es un fenómeno internacional, pero no es menos cierto que en nuestro medio el primer nivel de esta «internacionalidad» lo constituye el conjunto continental, y a él debieran ser referidos inicialmente los fenómenos locales. Una perspectiva como ésta no sólo posibilitaría una comprensión más plena de muchas obras y autores que se vinculan a esta tendencia -y que de no estudiarlos así aparecen como hilos sueltos, casos raros y singulares, desintegrados del conjunto nacional92-, sino también posibilitaría comprender mejor el carácter y significación del Vanguardismo hispanoamericano como parte del perfil artístico de un período, y su función en el proceso evolutivo de nuestra vida cultural contemporánea.

El principal obstáculo para este examen de conjunto reside en la arraigada tendencia historiográfica y crítica que lleva a considerar la literatura hispanoamericana no como una síntesis diferenciable, como un espacio propio, sino como una sumatoria mecánica de literaturas nacionales, cada una de las cuales obedece a un principio evolutivo inmanente o, a lo más, a impulsos de índole estrictamente local93. Para superar este esquema ideológico es necesario considerar que en la medida en que los hechos económicos, sociales y políticos van unificando la condición histórica, se internacionalizan también sus manifestaciones superestructurales,   —79→   y la literatura, que es una de ellas, funciona también como fenómeno supranacional.

Ya el surgimiento mismo de la literatura vanguardista en Hispanoamérica se nos presenta como una floración múltiple, puesto que aparecen brotes casi simultáneos en la mayoría de las ciudades importantes sin que exista un núcleo irradiador preciso o una concertación programática. Tendrá que ser tarea y responsabilidad de la crítica el poner en relación y organizar el sentido de esta presencia multiplicada que hasta ahora ha sido más bien vista, como fenómeno marginal, en un registro atomizado. El dilucidar el concierto implícito que surge de esta proliferación crea una perspectiva que permite el estudio de los brotes aislados ya no como «islas» sino como parte de un verdadero «archipiélago» continental, como habitantes de un espacio propio y supranacional en el que entran en relación, dialogan y se jerarquizan.

En los hechos, los mismos escritores de la vanguardia sentían su quehacer funcionando en un espacio distinto al nacional, ya que si bien a ese nivel eran expresión de un proyecto minoritario no lo eran tanto en función de un impulso continental del que se sentían partícipes. En último término, conscientes o no de esta dimensión, a través de revistas y otras publicaciones mantuvieron un diálogo de afinidades que los enlaza como proyecto por sobre las fronteras.

El examen de algunas de las revistas de la vanguardia es revelador de esa consanguinidad continental -y universal- en la que se reconocían sus integrantes. Y si se piensa que la antología más importante del inicio de la poesía vanguardista, el Índice de la nueva poesía americana (1926), es preparada por el argentino Jorge Luis Borges, el peruano Alberto Hidalgo y el chileno Vicente Huidobro94, tendremos alguna idea del sentido que adquiría este espíritu. Por otra parte, el modo en que era enfrentado este problema puede ser ilustrado por uno de los comentarios a esta antología que se publica en Hangar, Nº 2:

por primera vez en un libro desde la civilización del hombre americano se cita todo el pensamiento del continente - destruyendo los límites creados por la fauna zoológica que infectó el orbe cuyo olor a cadaverina se siente en lugones   —80→   - chocano - valencia - jaimes freire -etc-etc-etc-etc-etc-etc-etc-etc-etc aquí en américa todos somos americanos - la necedad de fronteras - un mito - no es cierto imbéciles patrioteros?95



En general, las publicaciones dentro de la órbita de la vanguardia en Hispanoamérica, especialmente a su primera época tuvieron un marcado carácter supranacional, no sólo porque la composición de sus impulsores y colaboradores revela esta alimentación continental de sus páginas sino también por la índole de su proyecto e inquietudes96. Ejemplos paradigmáticos de esta orientación pueden considerarse las dos más trascendentes publicaciones periódicas de fines de ese decenio, la Revista de Avance (Cuba, 1927-1930) y Amauta (Perú, 1926-1930), editadas en los extremos geográficos del continente.

Un examen, por somero que fuera, de la diversidad de manifestaciones de esta literatura de vanguardia, de este «arte nuevo»97, nos permitiría   —81→   establecer una gran correspondencia y una profunda consanguinidad estética entre escritores de las más diversas latitudes del continente. Esto es particularmente llamativo en la etapa inicial, el momento más polémico y agresivo del vanguardismo, que alcanza hasta el final de los años 20. Esta consanguinidad hace que no sólo se reaccione contra los mismos valores sino que se haga casi en los mismos términos. No es extraño que, por ejemplo, en un artículo de 1924 Mariátegui critique el «pasadismo» de la literatura peruana de la época98 y que Jacinto Fombona Pachano califique al Modernismo de «pasatismo»99; el término fue impuesto por los futuristas italianos a partir del Manifiesto de 1910 de Marinetti «ControVenezia passatista»100. Pero sí parece extraño y llama la atención un ejemplo que nos muestra una reacción en los mismos términos en tres lugares diferentes, lo que hace pensar en una crítica similar generalizada. En el «Manifiesto de Martín Fierro» se declara que «MARTÍN FIERRO sabe que 'todo es nuevo bajo el sol' si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo»101. Este «todo es nuevo bajo el sol» de los   —82→   vanguardistas argentinos responde a la misma objeción que enfrentan los renovadores en La Habana: «Contra la pretensión de los jóvenes que clamamos por un arte nuevo, se opondrá siempre, con ademán poderosamente escéptico y peligrosa fuerza de simpatía, la vieja convicción de que nihil novum sub sole. ¿Cómo contestarla?»102. Y en esos mismos términos se expresan en la Caracas de 1928 los jóvenes que inauguran la primera revista vanguardista, válvula, donde se lee:

Sabemos que la rancia tradición ha de cerrar contra nosotros, y para el caso ya esgrime una de esas palabras suyas tan pegajosas: Nihil novum sub sole. Como luchadores honrados nos gusta conceder ventaja al enemigo; aceptamos a priori que no haya nada nuevo, en el sentido escolástico del vocablo, pero en cambio, y quien se atreverá a negarlo, hay mucha cosa virgen que la luz del sol no ha alumbrado aún. ¡Queda en pie la posibilidad del hallazgo!103



Sin que sea necesario abundar en ejemplos, creemos que hay una indudable comunidad de actitud y de espíritu que enhebra el conjunto de las manifestaciones particulares de la vanguardia en Hispanoamérica y le da una cierta fisonomía unitaria y diferenciada. Por eso mismo, la caracterización y comprensión de cada una de sus realizaciones hace necesario que se tome en cuenta el conjunto al que se integran, ya que estas obras se sitúan más significativamente dentro de un espacio literario supranacional que en el sistema literario dominante en cada uno de los países en que surgen en esos años.




ArribaAbajo3.4. Los géneros literarios y la vanguardia

Parece importante agregar una tercera y última observación sobre los problemas de tipo teórico-metodológico que han entrabado y dificultado una caracterización más objetiva del Vanguardismo literario en el continente. Se trata de un lastre ideológico que es tanto   —83→   más deformante cuanto que casi todos explícitamente lo dan por superado. Nos referimos a la división de la literatura en «géneros»104.

En el caso concreto del período a que nos referimos, la historiografía tradicional, aquejada como se halla por esta taxonomía heredada, divide para su estudio a la literatura en poesía (poesía lírica), narrativa (novela, cuento) y teatro (literatura dramática). Pero en verdad ni siquiera se queda en esto, que ya es una deformación, sino que termina por clasificar no la producción literaria sino a los autores en géneros. Con esto se produce una doble distorsión, ya que al encasillar a cada autor en un género (poeta, narrador o dramaturgo), además de aplicarse un criterio deductivo extrapolado de otras realidades culturales, se termina por no considerar de su obra sino aquello que corresponde al casillero en que se le encierra, relegándose a un segundo o tercer plano al resto de su producción.

A partir de esta deformación metodológica se produce una más grave deformación de la imagen de conjunto de la producción literaria. Sobre todo para el período a que nos referimos, los ejemplos son abundantes y graves en sus consecuencias histórico-literarias. César Vallejo, v. gr., ha sido encasillado en la poesía lírica; por consecuencia, su obra   —84→   narrativa105 o no es tomada en cuenta o apenas si se la menciona subsidiariamente; y ni siquiera ha habido mayor interés en examinar su producción dramática dispersa106. Por otra parte, como se le considera exclusivamente poeta (es decir, poeta lírico) y no cuentista o novelista, en los capítulos correspondientes dedicados a la narrativa de la época tampoco se le toma en cuenta.

Otro tanto es lo que sucede con Vicente Huidobro. Si se examina la última edición de sus Obras Completas (1976), de aproximadamente 1600 páginas de textos literarios poco más de 600 corresponden a su obra lírica en sentido estricto, y la mayor parte, excluyendo textos críticos y programáticos, es narrativa y dramática, hasta donde puedan seguir utilizándose elásticamente estas denominaciones. Este ejemplo, aun en su grosera dimensión cuantitativa, debería llamar la atención sobre el descuido deformante en que se mantiene -sobre todo para la caracterización del Vanguardismo literario hispanoamericano- una parte fundamental de la obra de uno de los escritores de mayor influencia en las letras de la época.

Como hasta ahora la historiografía tradicional, al referirse a las tendencias de vanguardia en nuestra literatura, ha tomado casi exclusivamente en cuenta la producción lírica, no es extraño que se observen fallas notables en la apreciación real de su fisonomía histórica de conjunto.

Por eso, la necesidad de superar esta limitación de enfoque debe llevar necesariamente a una superación tanto de la taxonomía heredada de los «géneros» como de la historia literaria ordenada por autores107.   —85→   Esto permitiría incluso en nuestro caso ajustarse más al espíritu mismo que impulsaban las vanguardias, que era de búsqueda creadora rompiendo moldes y casillas. Sólo así, además, dejarán de incomodar textos como Escalas melografiadas (1923) de César Vallejo, País blanco y negro (1929) de Rosamel del Valle, «E utreja» (1927) de Arturo Uslar Pietri, «Una historia extrañamente sentimental» (1925) de Jorge Zalamea, Mío Cid Campeador (1929) de Vicente Huidobro, las «novelas» de Macedonio Fernández, los «poemas» de José Antonio Ramos Sucre, etc., para sólo mencionar algunos casos de los años 20.

Un intento objetivo de establecer el carácter, aporte y significación del Vanguardismo literario de la primera postguerra no puede -no debe-, por otra parte, dejar de estudiar y valorar en esa dimensión obras como El habitante y su esperanza (1926) de Pablo Neruda, El Café de Nadie (1926) de Arqueles Vela, Sebastián Guenard (1925) de Isaac de Diego Padró, Escritura de Raimundo Contreras (1929, circula en el 44) de Pablo de Rokha, Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet, La casa de cartón (1928) de Martín Adán, Novela como nube (1928) de Gilberto Owen, Dama de Corazones (1928) de Xavier Villaurrutia, etc.

A esta enumeración dispersa -referida exclusivamente a los años 20- habría que añadir también la obra de escritores cuya producción total o parcial se alimenta de este mismo impulso renovador y antirretórico del Vanguardismo, como Pablo Palacio (Ecuador, 1906-1947), Julio Garmendia (Venezuela, 1898-1977), Juan Emar (Chile, 1893-1964), Eduardo Zalamea Borda (Colombia, 1907-1963), Enrique Bernardo Núñez (Venezuela, 1895-1964), etc.

Considerando un escueto y desprolijo muestreo como el anterior, es legítimo sospechar que un examen más detenido de la producción literaria real de la vanguardia no puede reducirse a la poesía lírica, y que el criterio mismo de organizar la literatura por géneros no contribuye a una comprensión adecuada del período. Por eso mismo, superar las limitaciones con que ha trabajado la historiografía vigente ha de significar necesariamente no sólo la posibilidad de tener una dimensión   —86→   más plena del Vanguardismo hispanoamericano, sino también el poder valorar en un contexto más adecuado una serie de obras que aún siguen figurando -cuando figuran- como apéndices de excepción o casos singulares en la literatura de esos años.

Como puede desprenderse del somero examen que hemos tratado de realizar sobre las condiciones y el carácter de la producción vanguardista de la primera postguerra, nos enfrentamos a un aspecto extraordinariamente rico y descuidado de nuestra historia literaria. Aunque se han hecho algunos valiosos aportes sobre ciertos puntos específicos y sobre algunas obras y grupos literarios, las necesidades de una más adecuada valoración de los inicios de nuestra literatura contemporánea hacen cada vez más imperioso el emprender un examen de conjunto de este primer período de Vanguardismo hispanoamericano.

El descuido en que se ha mantenido y el superficial tratamiento que ha tenido en nuestra historiografía, sin embargo -y esta es otra conclusión que debería desprenderse del examen realizado- no pueden atribuirse livianamente a desconocimiento o a falta de capacidad por parte de críticos e historiadores. Las fallas y debilidades que pueden apreciarse en el estudio de estas manifestaciones obedecen más bien a las limitaciones de la ideología historiográfica dominante que a deficiencias personales de sus usuarios. Por eso, una revisión de las características y la significación del Vanguardismo hace necesario que se superen al mismo tiempo algunas de las limitaciones más evidentes que plantea la historiografía literaria actual.

El dejar de considerarlo como un simple epifenómeno de las vanguardias europeas para tratar de comprenderlo como respuesta a condiciones históricas concretas, el superar el enfoque atomista de la literatura por países para visualizar su espacio continental, y el dejar de reducirlo a sus expresiones en la poesía lírica para incorporar la totalidad de sus manifestaciones son sólo algunas de las tareas de superación de un enfoque limitante que se hacen hoy día necesarias para una adecuada caracterización del Vanguardismo hispanoamericano.

Desde la perspectiva que proponemos, las tendencias de la vanguardia en Hispanoamérica deben ser comprendidas dentro de un proceso más amplio de renovación que se generaliza a partir del término de la Primera Guerra Mundial en el continente. El Vanguardismo pasa a ser entendido así como un aspecto de la renovación postmodernista.   —87→   Pero este mismo proceso de renovación que comprende al Vanguardismo, debe a su vez ser comprendido dentro de un proceso de cuestionamiento crítico más general, que se relaciona tanto con la crisis por la que se atraviesa en ese momento como con el ascenso de nuevos sectores sociales que buscan incorporarse críticamente a la vida económica, política y cultural del continente.

Este marco general en que se inserta el florecimiento de las tendencias vanguardistas se prolonga aproximadamente en las mismas condiciones hasta 1930, que es el momento en que repercute con toda su fuerza en América Latina la crisis económica mundial de 1929. Las condiciones generales cambian y el desarrollo de las tendencias vanguardistas sufre también un cambio, que es lo que permite reconocer un segundo momento o período que se prolonga hasta los inicios del 40 o el comienzo de la Segunda Guerra. Por eso mismo, el estudio del segundo período dentro de la evolución del Vanguardismo hispanoamericano amerita un estudio en capítulo separado que permita también comprenderlo dentro de las nuevas condiciones históricas en que se desarrolla.





  —89→  

ArribaAbajoCapítulo cuarto

El movimiento de 1928 en Venezuela



ArribaAbajo4.1. Antecedentes del movimiento del 28

En la historiografía literaria venezolana, la aparición de la vanguardia se sitúa en directa relación con el movimiento estudiantil y popular que estalla en 1928. Se habla incluso de «la generación del 28» como la generación de la vanguardia. Al tratar de caracterizar el vanguardismo literario del 28 se puede establecer que, en relación a otros países hispanoamericanos, éste se presenta con algún retraso cronológico y ofrece una fisonomía menos marcada, menos radical, menos agresiva si se quiere. Estas constataciones -que no dejan de serlo, aunque no pasen de ello- pueden servir como punto de partida para tratar de comprenderlas y explicarlas en función de las particularidades de desarrollo de la vida nacional.

Si, como hemos tratado de establecer, hay una esencial relación entre los cambios producidos tanto en las condiciones internacionales como en la sociedad latinoamericana de la postguerra, es legítimo postular que la aparición y desarrollo de estas tendencias en Venezuela se integran a este proceso de conjunto. Se trataría, en este caso, de la expresión nacional de un fenómeno hispanoamericano y mundial. Esta misma línea de pensamiento nos lleva a tratar de comprender las modalidades de su fisonomía, tanto como las particularidades de su aparición y desarrollo, en función de las condiciones en que se desenvuelve la producción literaria del país durante esos años.

Como se ha visto en páginas anteriores, el proceso histórico venezolano de entreguerras puede leerse como una variable específica dentro del proceso general de América Latina; también la formación y manifestaciones del vanguardismo artístico y literario muestran particularidades   —90→   que, si bien no significan una independencia del conjunto, establecen rasgos que registran las condiciones propias en que se vive este proceso en el país.

En América Latina, la literatura Post-Modernista, y particularmente las tendencias vanguardistas, registran una gran correspondencia con el proceso emergente de las capas medias urbanas y el proletariado industrial. Este desarrollo emergente adquiere su ritmo orgánico más decisivo a nivel continental en los años siguientes al término de la primera guerra. En Venezuela, las circunstancias ya examinadas en capítulos anteriores108 determinan un ligero desfase temporal con respecto a otros países del continente, y es así como este proceso se mantiene casi larvado por un tiempo, hasta el momento de su eclosión alrededor del año 1928. Este año, en el que se acumulan acontecimientos de toda índole, marca, por consiguiente, tanto el momento de irrupción de estos nuevos sectores sociales en la vida pública y la política venezolana como la aparición beligerante de los jóvenes escritores de la vanguardia en la vida cultural y artística.

Para comprender el ritmo más lento que adquiere la maduración de este proceso en Venezuela y el carácter mismo con que se manifiesta, es necesario tomar en cuenta las condiciones en que se desenvuelve en el país la vida social, política y cultural durante el gomecismo.

Tomando un sólo aspecto, si se considera que uno de los centros en que fermentaban en esa época en América Latina las ideas renovadoras, tanto en lo político como en lo cultural, estaba constituido por las universidades nacionales, importa recordar que la Universidad Central de Venezuela fue clausurada a raíz de los disturbios estudiantiles de 1912, y no se reabre sino hasta 1921. Y junto con la Universidad se clausura también la Asociación General de Estudiantes, que se había organizado a la caída de Cipriano Castro109.

  —91→  

Sin embargo, y a pesar de todas estas limitaciones, es posible advertir la presencia actuante de las fuerzas nuevas, y de un modo u otro las protestas y acciones de trabajadores y estudiantes principalmente -esa nueva oposición que surgía buscando apoyarse en las masas y desdeñando a los caudillos tradicionales- se fueron abriendo paso en esos años, fertilizando y nutriendo las bases de una oposición de caracteres diferentes. Como ha podido señalar un autor, «las protestas estudiantiles contra el gobierno continuaron en 1917 y 1919, a pesar de que la Universidad Central estaba clausurada y las escuelas de nivel universitario estaban desconectadas unas de otras, ya que funcionaban en locales separados y distantes, de tal modo que no había contacto entre estudiantes de las diversas ramas. El grupo de estudiantes era encabezado por Salvador de la Plaza, Gustavo Machado y Pedro Zuloaga. En 1919 fueron los estudiantes de Derecho los que protagonizaron las acciones»110.

Esta última frase alude a uno de los momentos más importantes de esta etapa de la lucha antigomecista. En diciembre de 1918, poco después de finalizada la guerra, aprovechando el onomástico del Rey de   —92→   Bélgica, se producen manifestaciones populares contra la dictadura, dirigidas por los estudiantes, muchos de los cuales van a parar a la cárcel. Y en enero de 1919 se descubre un intento de alzamiento organizado por estudiantes y oficiales jóvenes. Estos sucesos registran la presencia de una promoción juvenil que en lo literario se conoce como la «generación del 18», denominación con la que se engloba a un conjunto de nuevos escritores que buscaban reaccionar contra el Modernismo111.

También en 1921 los estudiantes tienen una importante participación junto a los trabajadores, al apoyar con sus manifestaciones la huelga de los tranviarios, apoyo que acarreó también represión y cárcel112.

Todos estos antecedentes muestran que si bien no se encuentra en esos años en Venezuela un movimiento orgánico que encauce la presencia crítica y renovadora de los nuevos sectores sociales que se están desarrollando, hay suficientes antecedentes como para afirmar la existencia de un fermento social y político que sólo la represión y el terror sistematizado podían sujetar113. Pero estos mismos diques de contención se desbordaron con los sucesos que se inician en la celebración de la Semana del Estudiante en 1928, año en que se inaugura una etapa cualitativamente distinta de la participación de estos nuevos sectores sociales en la lucha contra el despotismo.

El año 1928 marca en Venezuela el momento de irrupción en la vida política y cultural de un nuevo contingente social; es cuando surge   —93→   de estos estudiantes jóvenes provenientes de las capas sociales urbanas, el grupo que se ha llamado «generación del 28», con lo que se abre paso histórico un proyecto ideológico que con los años se impone como dominante social en la construcción de la Venezuela contemporánea114. Como se ha señalado, «no son los típicos 'hijos de la Oligarquía agraria', pero tampoco son el pueblo o el proletariado llegado a la universidad. Son una manifestación del nacimiento de un nuevo estrato social medio urbano-petrolero. Por tanto una élite social unida fundamentalmente por la educación común y por la postura conjunta frente al régimen imperante»115.

El acontecimiento que identifica y contribuye a aglutinar al grupo de jóvenes que se conoce como de la «generación del 28»116 en Venezuela es la celebración de la Semana del Estudiante, en el mes de febrero de ese año.




ArribaAbajo4.2. La semana del estudiante y la nueva oposición

La Semana del Estudiante es una celebración que programa la recientemente organizada Federación de Estudiantes de Venezuela -presidida entonces por Raúl Leoni-, destinada a reunir fondos   —94→   para la Casa del Estudiante. Como señala un testigo de la época, «en sus comienzos la Semana no tuvo ningún carácter político. Su única finalidad era levantar fondos para la fundación de La Casa del Estudiante, que llevaría por nombre Casa Andrés Bello, y estaba destinada a prestar todo género de facilidades a la juventud estudiantil, especialmente a la procedente de la provincia, que no tenía familiares en la capital»117. Sin embargo, el calor del entusiasmo juvenil y utilizando al máximo la coyuntura de respiro que esta celebración ofrecía, fue transformándose en un movimiento de protesta colectiva que estalla a nivel nacional cuando algunos de los dirigentes estudiantiles son reducidos a prisión por orden de la dictadura.

La celebración se inicia el lunes 6 de febrero con un desfile por las calles de Caracas, desde el antiguo local de la Universidad Central (frente al Palacio Legislativo) hasta el Panteón Nacional, llevando una ofrenda a la tumba de Simón Bolívar, para seguir luego hasta la casa natal de Andrés Bello. En el Panteón Nacional, después que la Reina de los Estudiantes, Beatriz Peña Arreaza, Beatriz I, deposita la ofrenda floral, habla el estudiante Jóvito Villalba y su discurso es un apenas encubierto llamado a la libertad y denuncia de la tiranía118: «Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el Libertador porque ha llegado para él precisamente, inminentemente, la hora de volver a ser»; se refiere a la resurrección de los sueños de Bolívar que se revela «en la inquietud de nosotros, que es la inquietud del gesto que ha de venir»; la incitación rebelde se descarga en la invocación para que el recuerdo de Bolívar «en la oscuridad de esta hora, les alimente la pupila a todos   —95→   los que en la patria venezolana la conserven intacta, diáfana, transparente de haber estado de cara al sol durante veinte años»119.

Esto último no puede ser una alusión más directa al gomecismo.

El paso siguiente, la ofrenda floral en la casa natal de Bello, da lugar a un discurso de Rafael Angarita Arvelo, quien será también uno de los activistas de la polémica en defensa de la vanguardia literaria. Luego, en la Plaza Ribas, en el homenaje a José Félix Ribas, habla el estudiante de Derecho Joaquín Gabaldón Márquez, otro de los escritores de la vanguardia.

Esa misma tarde se realiza la velada en el Teatro Municipal donde se corona a Beatriz I, Reina de los Estudiantes. Allí, además de las intervenciones de Juan Bautista Oropeza y de Jacinto Fombona Pachano120, lee su poema titulado «Homenaje y demanda del indio», el joven poeta revolucionario Pío Tamayo, posteriormente encarcelado por Gómez y castigado por agitador comunista121. El poema, en un lenguaje fresco y renovador es un llamado a la lucha por la libertad; el indio tocuyo demanda a la Reina por su novia perdida, y sus versos finales dicen:

  —96→  
Pero no, Majestad,
que he llegado hasta hoy.
Vos, sonriente promesa de encendidos anhelos,
y el nombre de esa novia se me parece a vos:
se llama LIBERTAD!
Decidle a vuestros súbditos
-tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
que salgan a buscarla.
Vuestra justicia ordene,
y yo, enhiesto otra vez,
-vibrante el junco en silbo de indígena romero-
continuaré en marcha
con la confianza antigua de los de antigua raza.
Pues con vos, Reina nuestra,
juvenil en su trono se instala el porvenir!122

Al terminar la lectura del poema, como registra un testigo de la época, «el viejo Teatro Municipal se sacudió de arriba a abajo; la juventud que colmaba la sala ovacionaba al poeta lanzando sus boinas sobre el escenario; pasaron muchos minutos antes de que pudiera continuar el acto. Fue la primera chispa que había de torcer el rumbo de las futuras manifestaciones»123.

Al otro día se realiza en la tarde un desfile en automóviles por la ciudad, siguiendo la acostumbrada ruta de los carnavales; allí surgen las primeras manifestaciones abiertas contra la dictadura, a través de gritos de los estudiantes. El miércoles 8 se realiza en el Teatro Rívoli de la capital un recital poético para el que se anuncia la participación de varios de los poetas que forman en las filas de la vanguardia: Miguel   —97→   Otero Silva, Fernando Paz Castillo, Jacinto Fombona Pachano, Pío Tamayo, Antonio Arráiz, etc. Un estudiante veinteañero, Rómulo Betancourt, pronuncia el discurso de clausura, en el que se dirige a la Reina, llamándola «muchacha agreste, nacida en un pueblo de estos llanos nuestros, donde los nietos de los montoneros derrapados y libérrimos gritan su admonición de rebeldía que nadie oye», para rendir en ella un homenaje a la mujer venezolana:

Cuántas veces un venezolano de estos tiempos, después del minuto de prueba colectiva, ya alejado de la multitud que recibiera sobre su frente el rudo latigazo de la barbarie insolente, fue a refugiar en la intimidad piadosa del hogar su rabia amordazada; y fueron entonces manos de mujer las que recogieron en su palma ahuecada el dolor de una lágrima, donde cristalizaron como dentro de un prisma de amarguras todos los dolores de un pueblo, que después de haber estado a la cabeza de América en su más alta ocasión gloriosa, ha venido cumpliendo a paso de sacrificios los ciclos de una larga expiación!124



La reacción gubernamental contra el inesperado rumbo que empieza a tomar una celebración estudiantil originalmente insospechable no se hizo esperar. El día 9 de febrero se sustituye al Rector de la Universidad Central Diego Carbonel por Juan Iturbe. El presidente de la Federación de Estudiantes, Raúl Leoni, es llamado por el Gobernador para hacerlo responsable de cualquier manifestación contra el gobierno. Posteriormente se realizan varios cambios a nivel de Gobernación y de Prefectura de Policía. El segundo factor que desencadena la reacción popular y juvenil es la prisión que se ordena de cuatro de los principales sindicados como responsables de los actos antigubernamentales de las fiestas: Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Pío Tamayo y Guillermo Prince Lara125.

La noticia de la detención de los cuatro jóvenes se extiende y comienzan las manifestaciones de solidaridad. Los miembros de la FEV deciden presentarse a los cuarteles y entregarse prisioneros (el gesto   —98→   es cumplido por más de doscientos de ellos, que fueron enviados al Castillo Libertador en Puerto Cabello). Comienza un período de agitación en Caracas y otras ciudades del país, con paros de los empleados de comercio, de los tranviarios, bancarios, de los trabajadores portuarios; se suceden las manifestaciones callejeras en diversos sitios y las fuerzas represivas se ven desorientadas ante este multiplicarse de una oposición que brota por todas partes. Los telegramas que envían las autoridades a Gómez revelan este desconcierto y el temor que provoca una situación hasta ayer inconcebible. El gobernador Velasco da cuenta que «la situación está tomando caracteres hasta cierto punto graves, pues grupos de señoras y señoritas han salido a excitar a las casas de comercio y centros sociales a cerrar» (24 de febrero); al día siguiente el general Willet participa: «Hoy se ha carecido de servicios de teléfonos por haberse declarado en huelga los empleados (...). Tampoco ha habido servicios de tranvías. He hecho custodiar las plantas y estaciones de luz eléctrica para asegurar la luz que está prestando sus servicios. Esta mañana hubo una manifestación de mujeres...». El 26 el Gobernador cablegrafía: «En la Parroquia San José, los agitadores reunidos en número como de 800, atacaron con piedras y algunos tiros de revólver a la policía»126.

Como se puede apreciar, la importancia de los acontecimientos de febrero de 1928 no reside tanto en la protesta estudiantil sino en la reacción de masas que ésta desencadena y que significa el surgimiento de una nueva etapa de las luchas antigomecistas127. Y en este aspecto lo más alarmante para Gómez era, indudablemente, la participación organizada de los trabajadores. En esos días todos los precarios medios de que disponía la población se pusieron a funcionar, y salieron panfletos, octavillas, manifiestos y declaraciones en todos los sitios del país revelando la amplitud social de las fuerzas antigomecistas128.

  —99→  

Los venezolanos del exilio reciben con entusiasmo las noticias de este momento, aunque no todos logran captar el carácter de la nueva oposición que surge, que es de masas y no caudillesca129. El general Román Delgado Chalbaud escribe desde el exilio en París a Pocaterra:

Ya tengo detalles de lo ocurrido en Caracas. Ha sido un golpe moral tremendo para la tiranía. Los Gómez saben ya a qué atenerse y han podido valorar el profundo odio que el país les profesa. Me dicen de Caracas que la manifestación del pueblo fue grandiosa, en ella tomaron parte las mujeres, los hombres, los niños, a los gritos de: ¡Abajo el tirano! ¡Hasta cuándo Gómez! (...) Supongo que usted sabrá que el Colegio de Abogados, con excepción de cinco sinvergüenzas, protestó y fue para la cárcel. La Escuela de Cadetes solidarizó con los Estudiantes y fue reducida a prisión. La universidad de Mérida íntegra salió en camiones para Caracas a hacer causa común con los estudiantes y fueron detenidos en el camino130.





  —100→  

ArribaAbajo4.3. La agitación política del 28

La etapa de las protestas, prisiones y manifestaciones solidarias en relación con la Semana del Estudiante marca el inicio de una cadena de acontecimientos que agitan todo el año 1928. Como señala un testigo contemporáneo, «nunca pensó Juan Vicente Gómez cuando envió a la cárcel a los estudiantes de 1928, cómo asistíamos así a la primera Universidad de la vida que pudimos visitar»131. Otro contemporáneo comenta: «Esta corta prisión, que puso a la juventud universitaria en contacto con muchos detenidos, cambió el rumbo de la vida de algunos de ellos, haciéndolos mirar con interés lo que hasta entonces les había sido indiferente. Comenzaron y se mantuvieron en contacto (sic) con los desafectos al régimen»132.

Es una nueva oposición la que se inaugura. Como ha señalado Ramón J. Velásquez:

en febrero de 1928, Gómez va a enfrentarse a una nueva oposición en la cual figuran los hijos de muchos de sus amigos y colaboradores. Es otra generación, un nuevo estilo. Es una generación que no ha conocido la guerra civil, ni la división del país en liberales amarillos y godos o nacionalistas. Y va a protagonizar el movimiento estudiantil y político más importante de toda la primera mitad del siglo XX venezolano. Empiezan a conocerse los apellidos de los cabecillas del movimiento universitario: Villalba, Betancourt, Leoni, Otero Silva, Zuloaga Blanco, Palacios, Jiménez Arráiz, Gabaldón. Nombres que continuarán repitiéndose cuarenta años después, cuando de la vida política venezolana se trate. A la presencia de esta nueva oposición responde la dictadura con sus métodos tradicionales: cárcel y destierro. Cárcel y destierro que terminarán de conformar la fisonomía revolucionaria de este nuevo grupo de dirigentes del país. Cárcel y destierro que los pondrán en contacto con las nuevas doctrinas políticas y sociales, nuevas en Venezuela aislada del mundo y viejas para el resto del universo civilizado133.



Una vez que las manifestaciones populares y las acciones de solidaridad lograron la libertad de la mayoría de los detenidos en febrero,   —101→   algunos de los dirigentes buscan pasar a un nivel superior de acción. Entran en contacto con oficiales jóvenes de la Guarnición de la capital y preparan un levantamiento cívico-militar que estallaría en la madrugada del sábado 7 de abril en Miraflores y en el Cuartel San Carlos. En el proyecto estaban involucrados tanto estudiantes como militares y trabajadores, cuya nota común era la juventud y la actitud de rechazo a la dictadura. Sus propósitos concretos consistían en tomarse el cuartel y repartir en el pueblo los cinco o seis mil fusiles. Y el parque que allí se guardaba para transformar esta acción en un levantamiento popular contra el régimen134.

El intento del 7 de abril significa también la vinculación de los jóvenes opositores del 28 con los antigomecistas del exilio. Para estos efectos llega a Caracas el poeta Alfredo Arvelo Larriva, enviado del general Román Delgado Chalbaud y del grupo de exiliados de Europa, cuya misión es tratar de coordinar las acciones con el objeto de lograr un levantamiento concertado y en todos los frentes. El complot de abril fracasa por una delación y la mayor parte de los comprometidos son enviados a prisión o deben huir al exilio.

Pese a que militar y policialmente el gobierno de Juan Vicente Gómez logra en todos estos casos finalmente controlar la situación, el régimen muestra evidentes síntomas de deterioro y comienzan a manifestarse las disenciones internas. A mediados de abril es destituido José Vicente   —102→   Gómez, hijo del dictador y Vicepresidente de la República, además de Inspector General del Ejército, en medio de rumores de considerársele sospechoso de participación en los sucesos señalados anteriormente135. En el mes de mayo el Congreso Nacional sanciona la quinta reforma constitucional ordenada por Gómez, mediante la cual se elimina la Vicepresidencia y además se incorpora el famoso Inciso Sexto, que prohíbe la propaganda comunista y declara traidores a la patria a quienes la realicen136. Durante todo este tiempo continúan las persecuciones y detenciones de reales o presuntos opositores137. Posteriormente hay un frustrado intento de alzamiento en Coro, propiciado por Rafael Simón Urbina. En septiembre el general José Rafael Gabaldón dirige una carta que constituye un verdadero programa de reformas al General Gómez, carta que no tiene acogida y significa su aislamiento por sospechoso de simpatizar con los rebeldes138.

A comienzos del mes de octubre los estudiantes promueven una nueva manifestación de protesta. La FEV, con fecha 2 de octubre, dirige   —103→   al general Gómez una carta en la que se hace presente su «enérgica protesta contra los atropellos que se están cometiendo por su gobierno en multitud de venezolanos decorosos y patriotas». Se reclama en ella por la prolongada privación de libertad de un numeroso grupo de ciudadanos, algunos de los cuales, como el poeta Pío Tamayo, estaban en la cárcel desde el mes de febrero, y exigen la libertad de todos ellos139. Los firmantes de la carta son detenidos y enviados a la prisión de Las Colonias, junto con los que acto seguido fueron solidarizándose con ellos. Un enorme número de jóvenes va a parar a las prisiones, y algunos de ellos son enviados a cumplir trabajos forzados140. Las manifestaciones populares de solidaridad agitan de nuevo el país y el día 12 de octubre se realiza en Caracas una gigantesca demostración que es dispersada violentamente por la policía.

La casi totalidad de los detenidos, pese a múltiples gestiones - entre las que se cuenta una carta dirigida a Gómez en vísperas de Navidad, firmada por el Nuncio Apostólico de Caracas y los Arzobispos y Obispos católicos-, permanecen en prisión hasta 1929.

Como puede apreciarse, un somero y por cierto incompleto examen de la agitación política y popular del año 1928141 muestra la acción predominante de una oposición que tiende a adquirir fisonomía de masas, sin que desaparezcan totalmente los intentos personales. Esto es lo que ha permitido sostener que «los sucesos del 28 indican el paso a un nuevo modo de lucha para combatir el gobierno y acceder al poder (...)   —104→   La generación del 28 no se define sólo por su antigomecismo, por diferente que éste sea de la oposición caudillista a Gómez. Hay también un elemento común positivo, un proyecto unificador de este grupo, una idea del sistema que debe implantarse en Venezuela». Este sistema sería el «modelo democrático-liberal, típico de una sociedad en proceso de 'desarrollo' económico hacia la industrialización y la creación de las capas medias urbanas y el proletariado»142.

Como señala Juan Bautista Fuenmayor, «el año de 1928 marcó el comienzo del movimiento democrático y popular de Venezuela. Allí tuvieron nacimiento los hombres que más tarde, al madurar, encabezaron y organizaron los partidos políticos actuales»143. Es evidente que los   —105→   cambios que se producen en la estructura económica del país, pese a las condiciones impuestas por la dictadura, dan origen a la formación y consolidación de nuevos sectores sociales que buscan encauzar su expresión histórica tanto en lo político como en lo cultural. De allí que también sea ese año el momento más importante en la expresión pública de las tendencias de la vanguardia artística en el plano de la literatura.




ArribaAbajo4.4. Las fuerzas sociales en dos novelas sobre el año 28

Probablemente en Venezuela sea posible observar con mayor claridad que en otros países del continente la esencial conexión que existe entre la irrupción de las tendencias vanguardistas en arte y literatura y el crecimiento de los nuevos sectores sociales urbanos provocado por los cambios en la estructura económica. Los nombres de los impulsores del movimiento de protesta estudiantil y los de los polemistas de la vanguardia son en gran medida coincidentes, lo que nos muestra que la búsqueda de renovación estética puede también ser leída como una de las facetas de un movimiento de mayor envergadura y calado.

En septiembre de 1928, comentando el libro Barrabás y otros relatos, de Arturo Uslar Pietri, Rafael Angarita Arvelo, en un párrafo que, dadas las condiciones de la época, es bastante revelador, dice:

Somos la vanguardia (juventud, frescura, limpidez de propósitos, propósito de arte y de la patria). Somos los dueños de nuestra literatura, menospreciada por las mayorías derechistas. Y los revisores. (Subrayado por N.O.T.)144.



Las expresiones subrayadas permiten sostener que en los vanguardistas -o por lo menos en muchos de ellos- de alguna manera apuntaba la conciencia de ser su búsqueda renovadora parte de una renovación mayor y estar vinculada a un proceso político-ideológico.

Porque también en este último plano (el político-ideológico) se manifiesta el impulso renovador, ya que en muchos sectores se abre paso la idea y la conciencia de que la lucha antigomecista era sólo la forma política   —106→   contingente que asumía un proyecto necesario y de mayor trascendencia: un cambio en el sistema mismo, más raigal y más profundo que el de la persona del dictador. Hay numerosas evidencias de que para los «contestatarios» del 28 su protesta no se identificaba con el antigomecismo de los caudillos tradicionales ni se quedaba en la sustitución de Gómez, sino que buscaban -tal vez sin mucha claridad- una apertura que diera paso a una sociedad inédita.

Algo de lo anterior es lo que se puede observar, por ejemplo, en algunos párrafos de una carta que a fines de 1928 (el 12 de octubre) escribe Joaquín Gabaldón Márquez a Raúl Leoni, refugiado a la sazón en Bogotá:

Debemos, sobre todo nosotros, los que formamos la juventud de hoy, preferir unos cuantos años más de inmolación aparentemente estéril a un cambio de gobierno que deje las cosas como estaban antes, como sucedió con la absurda y acomodaticia reacción contra Castro que, al sustituir una persona por otra, dejó completamente inmóvil la sustancia del viejo régimen político. No es un cambio en la forma de Gobierno, ni un cambio en las personas de los Gobernantes lo que debe constituir la aspiración de los venezolanos honrados y conscientes: es un cambio radical en la esencia misma de los sistemas políticos pasados. No debemos confundir la reacción con la revolución, que son dos cosas completamente distintas145.



Si bien es cierto que no puede hablarse de una real conciencia política revolucionaria, sobre todo en los sectores estudiantiles que participan en el movimiento, no puede dejar de establecerse el carácter clasista que signa el conjunto y le confiere una fisonomía diferenciada con respecto a lo anterior. Como se ha dicho más arriba, son sectores de las capas medias emergentes y amplios sectores populares y de trabajadores organizados los que constituyen el motor de la oposición que insurge en ese año 28. Latentes se encuentran diversas posibilidades, tanto revolucionarias como reformistas, y sólo con lo años siguientes comienza a decantarse la hegemonía política de los sectores medios que imponen su propio proyecto al conjunto de la oposición146.

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Esta doble vertiente de clase y consecuencialmente los dos proyectos ideológicos que con mayor o menor conciencia de sus protagonistas se encuentran en la raíz del movimiento democrático popular y los sucesos del 28, han quedado registrados en algunas obras de ficción escritas con posterioridad por quienes protagonizaron estos mismos hechos.

Tal vez las dos novelas más importantes sobre los sucesos y el clima de ese año 28 escritas por integrantes del movimiento son Fiebre, de Miguel Otero Silva, publicada en 1939, y Todos iban desorientados, de Antonio Arráiz, publicada en Buenos Aires en 1951. En ambas obras el elemento protagónico es un estudiante, pero en ambas también se encuentra incorporado un elemento temático que si bien no tiene carácter de agente primario en la estructura de la obra, tiene una enorme importancia como incorporación de una perspectiva diferente de ideas y valores al mundo de la novela: se trata de la presencia de personajes que son dirigentes obreros y sindicales.

En el Capítulo VIII de la novela de Miguel Otero Silva se narra el primer contacto que se produce entre los complotadores estudiantiles y los representantes obreros. Ante las perspectivas de apoyo a un movimiento militar contra el dictador, Figueras, el dirigente obrero más consciente patentiza sus reservas, porque -señala- «yo creo que los alzamientos de cuartel no son el mejor camino» (p. 155) y porque «la clase obrera tiene sus métodos propios de lucha» (p. 157). En esta discusión sobre un eventual apoyo al alzamiento militar que se gesta (que tiene como obvio referente el intento del 7 de abril de 1928) se muestra una amplia gama de actitudes, que en cierto modo ejemplifican las actitudes y tendencias que virtualmente se daban en la situación real de ese año. Los dos polos básicos de los sectores ideológicos están esbozados por el estudiante de Derecho Saldaña y el obrero fabril Figueras. Y ambos, mutuamente, se reconocen en diversidad de posiciones. Para el primero, «los obreros con humos de maestro de escuela me revientan. Ese Figueras padece de una indigestión de libracos de la Editorial Maucci, Barcelona, una peseta cincuenta»; para el segundo, «ese abogadito Saldaña que me soltó las ironías, por ejemplo, es hijo del amo de la fábrica donde yo trabajo». Entre estos dos sectores se sitúan, tanto social como ideológicamente, los integrantes de la nueva oposición contra la dictadura147.

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La novela de Antonio Arráiz Todos iban desorientados se publica en 1951, aunque es lícito pensar que ya estaba escrita hacia 1941. En la monografía sobre Arráiz que publican Orlando Araujo y Óscar Sambrano se entregan antecedentes que legitiman razonablemente esta hipótesis148. De tal manera que puede considerarse, en cuanto a fecha de composición, muy próxima a Fiebre.

En ella, a partir del arribo clandestino de un estudiante de Caracas al pueblo de Aldovea, comienza a fraguarse un complot sobre la base de una serie de equívocos, y en este intento comienzan a vincularse los diversos sectores de la oposición para actuar al unísono en apoyo de un supuesto alzamiento nacional. Los «godos» y los «liberales», tradicionalmente enemistados, deponen sus históricos rencores al calor del entusiasmo esperanzado, y se preparan para conducir las acciones; pero al movimiento también se incorpora el sector popular con sus propios dirigentes.

El obrero Santiago García, que organiza a los trabajadores y da charlas sobre sindicalismo, es el líder de un contingente formado por «obreros, peones de las haciendas vecinas, campesinos, dependientes de ciertos negocios, los empleados del aseo urbano, los matarifes y verduleros del mercado» (p. 177), en fin, como dice otro personaje, «los obreros y toda esa gente» (p. 181). Este sector tiene entre sus dirigentes a personas con vocación política clasista: discuten sobre los problemas de los bolcheviques, por ejemplo (p. 61), y guardan sus distancias críticas con respecto a los sectores tradicionales («Tú sabes: estos burgueses nunca hacen las cosas a tiempo (...). Siempre se dan su cuarta de vara de tono», p. 208). Aunque a través de ellos la perspectiva dominante de la novela contribuye también a diseñar su imagen de general desorientación, no deja de mostrar la existencia de un sector social que plantea   —109→   perspectivas distintas y un proyecto diferenciado: la posibilidad de transformar el alzamiento en una revolución social. En un momento, Santiago García, pensando en la posibilidad de apoderarse de los trescientos fusiles del cuartel observa que «un fusil en las manos de cada obrero es la garantía de la revolución social, dijo Lenin» (p. 209)149.

No es necesario abundar en ejemplos para establecer que la renovación vanguardista en literatura que hace eclosión en 1928 está ligada a un proceso de cambios mucho más hondo, y que este proceso tiene como fuerzas motoras las nuevas clases y capas sociales que se fueron formando por el desarrollo de una economía que reemplaza a la anterior, básicamente agraria. Del mismo modo como no se puede comprender el surgimiento de una nueva oposición, cualitativa y cuantitativamente distinta, por un simple desgaste o por la conciencia de la ineficacia de los modos anteriores sino por la presencia de nuevos sectores y clases sociales en emergencia, tampoco la búsqueda de renovación artística y literaria puede explicarse por un mero agotamiento de los Códigos literarios anteriores. Son las nuevas fuerzas sociales en ascenso que buscan desarrollar caminos propios las que tratan también de superar y romper con los modos dominantes de producción artística al igual que en lo político con el marco anquilosado de una dictadura que impide su realización histórica y su participación social.





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