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ArribaAbajo XIII. El movimiento de los cielos

Si nos ofrece la observación de que el sol se acerca y se aleja (14:3), el autor del texto que estudiamos tenía algunos conocimientos de astrología, la ciencia de los movimientos e influjos terrestres de los objetos celestiales. En las obras cervantinas la astrología aparece muchas veces, y bien considerada. En el prólogo a la primera parte de Don Quixote, se la pone en el mismo rango que «las puntualidades de la verdad [...] las medidas geométricas [...] la retórica [...] [el] predicar» (I, 37, 7-11, I, prólogo). El autor del libro de caballerías ideal, según el canónigo toledano, «ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente» (II, 344, 13-14, I, 47); la necesidad de tales conocimientos se entiende a la luz de una opinión de Don Quixote, según la cual el caballero andante «ha de ser astrólogo» (III, 229, 25-26, II, 18). Grisóstomo, después de estudiar muchos años en Salamanca, y alcanzar «opinión de muy sabio y muy leído», lo que principalmente sabía (según decían) era «la ciencia de las estrellas», con la que daba consejos a los agricultores (I, 156, 26-157, 20, I, 12). Incluso Sancho aprendió esta ciencia «quando era pastor» (I, 263, 32, I, 20), y en La Galatea hay pastores «en la rústica astrología maestros» (II, 205, 29-31). Ya hemos citado el pasaje de «La   —74→   gitanilla» en que el viejo menciona con orgullo la astrología rústica de los gitanos79.

Lo que se critica es el mal uso de la astrología: «Otros hay cuyo entretenimiento y conversación es tratar de las estrellas [...] y persuaden a los hombres que crean lo que dicen de las cosas por venir, [...] porque hace demostración tal o tal astro o planeta, no considerando que el que los puso en el cielo, y las pisa y mide con sus pies80, altera como es servido sus inclinaciones81» (7:30-8:4). El mismo ataque, no a la astrología, sino a su simplificación y a su uso para pronosticar el futuro, se encuentra en Don Quixote (III, 323, 14-324, 5, II, 25) y en el Persiles (I, 91, 5-92, 1, I, 13). La astrología tiene tan mala fama por andar en manos de gente mentirosa e ignorante, «mujercillas, pajes y zapateros de viejo», echando a perder, así, su «verdad maravillosa» (Don Quixote, III, 323, 14-21, II, 25). «Ninguna ciencia, en quanto a ciencia, engaña: el engaño está en quien no la sabe, principalmente la del astrología», una ciencia difícil «por la velocidad de los cielos» (vid. el pasaje entero, Persiles, I, 91, 5-92, 1, I, 13).



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ArribaAbajo XIV. La Edad de Oro

Aunque Selanio haya identificado la que sería para él una vida deseable, se queda en la corte, donde es miserable. La explicación es que aquella vida no es practicable, pues no existe. Alguna vez, en las obras de Cervantes se admite que, a pesar de la superioridad moral del campo, los seres humanos son los mismos, y, por consiguiente, tampoco es posible en el campo una vida sosegada y moral. «La codicia humana, que reina y tiene su señorío aun entre las peñas y riscos del mar, y en los coraçones duros y campestres, se entró aquella noche en los pechos de aquellos rústicos pescadores» (Persiles, I, 89, 29-90, 1; I, 13)82. «Ésta [la codicia] siembra cizaña y discordia entre padres e hijos y hermanos, y la tiende en las populosas ciudades, sin perdonar las humildes chozas y cabañas de los pastores» (7:7-9)83. «La embidia también se aloja en los aduares de los bárbaros y en las chozas de pastores, como en palacios de príncipes», leemos en «La gitanilla» (I, 85, 6-9); para los gitanos, aunque viven fuera de las ciudades,   —76→   son necesarias medidas extraordinarias para que sus mujeres sean castas («La gitanilla», I, 78, 7-17). Según Sancho, «suelen andar [...] los no buenos deseos por los campos como por las ciudades» (IV, 342, 1-3, II, 67). «Ay, señor, señor», dice en el capítulo XLVI de la primera parte, «y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena, con perdón sea dicho de las tocas honradas»84. Los pastores verdaderos no se parecen a los de los libros: «aunque suele dezirse que por las selvas y campos se hallan pastores de vozes estremadas, más son encarecimientos de poetas que verdades» (Don Quixote, I, 389, 7-10, I, 27); incluso Bergança, entre los pastores, no halló ninguna «reliquia de aquella felizíssima vida» («Coloquio de los perros», III, 166, 16-17).

¿Qué fue aquella vida de la que no sobrevino reliquia? La respuesta está en el texto que examinamos: en contraste con el mundo actual, estragado85, «esta vida alegre, quieta y sosegada era [...] general en todo el mundo en aquella edad de oro» (13:13-15). Todo lector del Quixote conoce el anhelo de Don Quixote por aquella vida, que menciona repetidas veces en su intento de restaurarla: «yo nací por querer del cielo en esta edad de hierro, para resucitar en ella la de oro» (Don Quixote, I, 261, 17-19, I, 20); «me fatigo por dar a entender al mundo el error en que está, en no renovar en sí el felicíssimo tiempo donde campeava la orden de la andante cavallería; pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron   —77→   las edades donde los andantes cavalleros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos. [...] Los más de los cavalleros que agora se usan, antes les cruxen los damascos, los brocados y otros ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no ay cavallero que duerma en los campos, sugeto al rigor del cielo. [...] Agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes cavalleros» (Don Quixote, III, 45, 4-46, 13, II, 1) 86. Igual que la caballería andante, hay no sólo que imitar, sino «renovar» a la pastoral Arcadia (IV, 338, 17, II, 67).

Podría pensarse que la «edad de oro» es un lugar común que se halla en cualquier autor culto del Siglo de Oro. No es así. Aunque se halla mención escueta del concepto en muchas partes, las discusiones sobre tal concepto son contadas. De igual forma, el tratamiento del tema, tanto en las obras de Cervantes como en el texto que examinamos, se distingue de las menciones de otros autores: en los Diálogos de la phantástica philosophía de Francisco Miranda Villafañe (Salamanca, 1582, fol. 105r), se halla la mención de que en la edad de oro los hombres eran más religiosos que ahora, y en el Menosprecio de corte de Guevara ni siquiera estamos en la edad de hierro: «gozaron nuestros passados del siglo férreo y quedó para nosotros míseros el siglo lúteo»87. No aparecen en nuestro texto ni en las obras de Cervantes -en contraste con Ovidio, Juan del Encina, Agustín de Rojas y otros autores- la edad de plata ni la de bronce88, ni mucho menos   —78→   una asociación de la edad de oro con el nuevo mundo, frecuente en la época de Cervantes89. Tenemos simplemente una división tajante entre «la edad de oro», «aquellos felicíssimos tiempos», y nuestro detestable siglo.

Para acabar la presentación de los textos en que Cervantes elogia la vida del campo, vamos a señalar los paralelos que existen entre la famosa descripción de Don Quixote de la edad de oro, y la vida alegre, quieta y sosegada que según Selanio era general en todo el mundo en aquella época.

«A nadie le era necesario, para alcançar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alçar la mano y alcançarle de las robustas enzinas (11:14-17), que liberalmente les estaba combidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos (13:26-27), en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían (11:21-22). En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formavan su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a qualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcíssimo trabajo (13:2-5)90. [...] No avía la fraude, el engaño ni la malicia (1:14, 3:5), mezcládose con verdad y llaneza. La justicia se estava en sus propios términos, sin que la osassen turbar ni ofender los del favor y los del interesse,   —79→   que tanto aora la menoscaban, turban y persiguen (7:5-7). [...] Las donzellas y la honestidad andavan [...] por donde quiera [...] y agora, en estos nuestros detestables siglos (9:30), no está segura ninguna.» (Don Quixote, I, 147, 25-149, 19, I, 11.)

Hay, sin duda, dos diferencias importantes entre el mundo de la fantasía de Selanio y el de Don Quixote. En éste se ignoraban las palabras «tuyo y mío»; «eran en aquella santa edad todas las cosas comunes». También «no se avía atrevido la pesada reja del corbo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre» (Don Quixote, I, 147, 22-148, 13, I, 11). En nuestro fragmento se describe una vida de pastor, con autosuficiencia en las necesidades, sin codicia ni hambre de oro. Pero, a pesar de todo, el hombre hereda de su padre, «gastándolo como él lo gastó» (13:18)91, lo que implica la existencia de comercio y sistema monetario; de igual forma, se fabrican instrumentos con que cultivar la tierra (13:20-21), gracias a lo cual puede comer pan (11:20).

En nuestro texto, pues, se describe un mundo algo menos primitivo que el de Don Quixote. La explicación, creemos, reside en que Selanio no describe la edad de oro, sino «aquella edad de oro, en que los poetas dicen que gobernaba Saturno» (13:14-15). La insólita sugerencia de diversas edades de oro (como las diversas «vidas solitarias y de campo», 5:24) es otro paralelo con Cervantes, pues en Don Quixote, en el pasaje que citamos hace poco, se mencionan «las edades de oro» (III, 46, 12, II, 1)92.



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ArribaAbajo XV. El amor

El amor entre los dos interlocutores sigue y desarrolla una línea plenamente documentada en las obras de Cervantes. En otros prosistas del Siglo de Oro no se encuentran sino algunos puntos sueltos de esta concepción del amor93.

En primer lugar, la función del amor en la vida ideal del hombre es central. Los hombres del campo, como Lenio y Tirsi en La Galatea, o como Don Quixote y Vivaldo, «traban entre sí amorosas cuestiones, aprobando cada uno o reprobando lo que el otro propone, conforme a sus intentos y a los pensamientos que tienen» (12:2-3). Estos mismos hombres, como Don Quixote y el Cavallero del Bosque, o como los enamorados de Marcela y Leandra, «compiten sobre la hermosura y gracia de sus amigas,   —82→   unas veces llamándolas afables, otras enemigas y crueles, según que dellas son favorecidos» (12:2-5)94.

Pero al sabio Selanio no le interesan cuestiones ni competiciones amorosas. Satisfechas sus pocas necesidades corporales, su deseo es «gozar siempre de su vista» (14:18). Esta actitud corresponde bien a Cervantes, en cuyas obras, desde La Galatea al Persiles, sobresale el amor como foco de las actividades humanas. «Ha gozarse dos almas que son una... no ay contentos con que igualarse» (Persiles, II, 204, 10-12, IV, I). «¿Qué puede ser la más alegre vida, / sino una sombra de una breve noche, / o natural retrato de la muerte, / si en todas quantas horas tiene el día, / puesto silencio al congoxoso llanto, / no admite del amor la dulce risa? / Do vive el blando amor, vive la risa, / y adonde muere, muere nuestra vida» (La Galatea, I, 65, 7-14)95.

La actividad central de Selanio, en este estado verdaderamente dichoso y feliz, en compañía de la mujer amada (14:16-18), sería inmortalizar a Cilenia en verso: «Todo mi estudio y cuidado pusiera en engrandecer y levantar, conforme a la rudeza de mi ingenio, a la dulce y amada señora y enemiga mía, sin que cosa alguna bastara a apartarme deste oficio. Que si conforme a la voluntad y deseo se alargara el caudal96, bien se puede de mí con verdad creer que la levantara sobre las estrellas, dejando eternizado su ser y nombre, conforme a su mucho valor y merecimiento» (14:10-16). Anselmo, «levantado a la más alta felicidad que acertara dessearse», «quería que no fuessen otros sus entretenimientos que en hazer versos en alabança de Camila, que la hiziesen   —83→   eterna en la memoria de los siglos venideros» (Don Quixote, II, 148, 10-15, I, 34).

Evidentemente Cilenia es físicamente hermosa (1:3, 1:21, 3:13, 5:12, 6:6, 13:14, 13:21, 15:3), y esta hermosura causó una impresión en el alma de Selanio, dispuesta como blanda cera (4:9-12)97. Sin embargo, la hermosura corporal no es una virtud, sino un regalo del cielo: «yo no escogí la hermosura que tengo, que, tal qual es, el cielo me la dio de gracia» (Don Quixote, I, 186, 22-24, 1, 14). Lo mismo en el texto que examinamos: «las perfecciones que el autor de la naturaleza y ella misma pusieron en vos tan a manos llenas» (4:9-10)98. Querer la hermosura, entonces, no tiene nada de excepcional: «Ha perdido conmigo mucho la calidad del amor con que yo pensé que a Galatea querías; porque, si solamente la quieres por ser hermosa, muy poco tiene que agradecerte, [...] porque la belleza, donde quiera que está, trae consigo el hazer dessear. Assí que a este simple desseo, por ser tan natural, ningún premio se le deve, porque, si se le deviera, con sólo dessear el cielo le tuviéramos merescido» (La Galatea, I, 194, 19-29).

El amor basado en la hermosura corporal exclusivamente, sólo es apetito, y, satisfecho, se acaba rápidamente99. Es típico de   —84→   los jóvenes100, y se permite su satisfacción dentro del matrimonio101. Los amantes que sólo atienden a la hermosura corporal, queriendo gozarla, serán aquellos a quienes, según Selanio, «se puede tener con razón mancilla, a quien, metidos y atormentados en amorosos tormentos, llama el mundo ciegos y guiados de ciego102, que tienen lo amargo por dulce, el mal por bien, el trabajo por descanso, hasta que viniendo a caer en la cuenta, se halla unido con nonada103, el tiempo perdido, la juventud acabada, y cargados con la cansada vejez, inútiles e impertinentes» (8:18-23)104.

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Selanio, sin embargo, es viejo, y probablemente próximo a la muerte, a la cual alude cuatro veces: «la fragilidad y miseria de la vida presente, con que descansara mi alma, viendo que la salida della había de ser principio de descanso» (14:7-8)105; «estoy dispuesto a cumplir lo que mandáredes, aunque pierda la vida, y deseoso de que fuera más temprano» (14:25-26)106; «mientras que mis ojos gozaran de la pura luz del sol, y los vitales espíritus, respirando, enviaran aire al corazón» (14:9-10); «si del todo [el sol] no se me acaba» (15:6)107. Como «el entendimiento [...] suele mejorarse con los años» (Don Quixote, III, 28, 7-8, II, prólogo), puede, por consiguiente, amar correctamente a Cilenia108.

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En el amor correcto, la hermosura corporal lleva a la consideración de lo celestial109, es decir, las virtudes del alma110. La hermosura corporal de Cilenia no es, así, centro de la atención de Selanio, quien no la describe, prescindiendo, naturalmente, de los «encarecimientos poéticos» (4:1-2)111.

«Ay dos maneras de hermosura», dijo Don Quixote, «una del alma, y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena criança [...] y quando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nazer el amor con ímpetu y con ventajas» (Don Quixote, IV, 232, 2-10, II, 58)112. Este amor, con ímpetu y con ventajas, es el de Selanio, quien pone la mira en la hermosura del alma de Cilenia, lo cual hizo «confirmarme y asentar con más profundas y arraigadas raíces en el alma lo que desde el punto que os conocí se imprimió en ella» (4:7-9).   —87→   En Cilenia «todas las virtudes en sumo grado resplandecen» (1:23)113, y se ofrece una lista típicamente cervantina de ellas: «honestidad, discreción y donaire, mansedumbre, templanza, caridad y misericordia» (21:21-22)114.

Pero el amor de Selanio va más lejos: tiene matices religiosos. No sólo quiere a Cilenia, sino que la adora; ella no es sólo «luz» (3:29), sino «cielo» (3:31) . Selanio le «tiene sacrificada la voluntad y el alma» (6:6); «yo, como el obediente Isaac, llevaré al monte la leña para que se haga el sacrificio, y con ella, después de encendido el fuego de mi corazón y con los carbones encendidos en que se convirtiere, purificar mis labios para más pura y sencillamente hacer y decir lo que mandáis» (6:8-11). Vuelve a expresar esta misma actitud al final: «estoy dispuesto a cumplir lo que me mandáredes, aunque pierda la vida, y deseoso de que fuera más temprano» (14:25-26).

El problema de la legitimidad de tal amor es muy conocido al lector de las obras de Cervantes. Ricardo dice que a Leonisa «no sólo la amé, mas la adoré y serví con tanta solicitud, como si no tuviera en la tierra ni en el cielo otra deidad a quien sirviesse ni adorasse» («El amante liberal», I, 140, 5-8); «los cavalleros andantes [...] se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción, como si ellas fueran su Dios: cosa que me parece que huele algo a gentilidad» (Don Quixote, I, 170, 26-171, 4, I, 13). El extremo a que llegó la pasión de Grisóstomo lo comprobamos en su deseo de ser enterrado donde vio a Marcela por primera vez, «como si fuera moro», con otras cosas que «parecen de gentiles» (Don Quixote, I, 155, 18-27, I, 12).

Pero el ejemplo máximo es, sin duda, Don Quixote. Éste no   —88→   sólo dio a Dulzinea «entera possessión de todo mi cuerpo» (II, 285, 30-31, I, 43), sino que la hizo «señora absoluta de su alma» (II, 284, 18-19, I, 43); «el cavallero andante sin amores era [...] cuerpo sin alma» (II, 55, 26- 28, I, 1). «Si no fuesse por el valor que ella [Dulzinea] infunde en mi braço [...] no le tendría yo para matar una pulga. [...] ¿Quién pensáis que ha ganado este reino [...] si no es el valor de Dulzinea, tomando a mi braço por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser» (II, 58, 24-59, 2, I, 30).

El amor de Don Quixote para Dulzinea se explica y se justifica considerando que ella es «archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y ultimamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que ay en el mundo» (II, 282, 25-28, I, 43). Lo mismo Cilenia: «os estremó Dios entre todas las demás, para que fuésedes verdadero depósito y archivo115 de todo lo bueno del mundo, y ejemplar y dechado de donde pueden sacar muestra y labores los que quisieren seguir el camino derecho de la virtud, como trasunto116 fiel della» (1:23-27)117.

En su vida ideal, Selanio podría gozar de la vista de Cilenia, «sin miedo y sobresalto de perderla» (14:18-19). Es constante en Cervantes el tema del temor a la pérdida de la mujer amada. A menudo comenta «la rabiosa pestilencia» y «la fría y temida lança de los zelos» («Las dos doncellas», III, 35, 3-4 y 18-19)118;   —89→   sólo en el Persiles se resuelve el tema, aclarando que «no ay ningún amante que esté en possessión de la cosa amada, que no tema el perderla; [...] puede aver amor sin zelos, pero no sin temores» (Persiles, II, 183, 20-28, III, 19); «es impossible vivir seguro, porque las cosas de mucho precio y valor, tienen en continuo temor al que las possee o al que las ama de perderlas, y ésta es una passión que no se aparta del alma enamorada, como accidente inseparable» (Persiles, II, 226, 25-30, IV, 4).

Mientras Selanio quiere apasionadamente a Cilenia, dispuesto a hacer o sacrificar cualquier cosa para ella, Cilenia no está dispuesta a hacer nada por él. Repetidas veces le retarda: «un poco más blanda la mano» (1:29); «que vais con tiento en este caso» (2:2). Querría que Selanio se hubiera «quitado de la fantasía119 esos términos y encarecimientos poéticos que el afición os hacía decir de mí» (4:1-2). Le advierte que no le entiende (5:25-26). Es decir, Cilenia se parece a otras mujeres cervantinas, tales como Preciosa («La gitanilla»), Constança («La ilustre fregona»), incluso Estefanía («El casamiento engañoso»), Dorotea y otras mujeres de Don Quixote: si no esquivas, a lo menos cautelosas y distantes. No es sólo «la dulce y amada señora» de Selanio, sino su enemiga (14:12)120.

La mujer dulce, amada y, a pesar de todo, enemiga, es una figura conocida, pero no podemos dejar de notar cuántas veces se encuentra en las obras de Cervantes. «La dulce mi enemiga» llama Don Quixote a Dulzinea (I, 173, 25-26, I, 13), «amada enemiga mía» en otra ocasión (I, 368, 4, I, 25); en el capítulo XXXVIII de la segunda parte se cita la copla que comienza con este epíteto121, añadiendo que tales agudezas «a modo de blandas   —90→   espinas os atraviessan el alma» (IV, 14, 5-7, II, 38). Además de estos ejemplos, a lo menos unas ocho veces se halla en las obras de Cervantes la combinación paradójica de la mujer deseable pero enemiga122. Por eso será, sin duda, que llame al amor una guerra123.

Lo que desea Cilenia es la amistad124: «la sabrosa y discreta compañía de un amigo tal como vos» (4:30-31); quiere «gozar de vuestra compañía, que tan agradable es para mí» (4:20-21). La amistad tiene para Cervantes importancia equivalente a la del amor. «Una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue [...] en tener muchos amigos» (Don Quixote, III, 302, 32-203, 4, II, 16). «Santa amistad, que con ligeras alas, / tu apariencia quedándose en el suelo, / entre benditas almas en el cielo, / subiste alegre a las empíreas salas, / desde allá, quando quieres, nos señalas / la justa paz cubierta con un velo» (Don Quixote, I, 390, 22-27, I, 27). Dios tiene «amistad» para los hombres (Don Quixote, II, 98, 10-13, I, 33).

Cervantes, incluso, es el autor de «los dos amigos» 125, a que   —91→   se llama, con término amoroso, «dulce nombre» (Don Quixote, II, 91, 30, I, 33)126. «Entre los amigos no ay cosa secreta que no se comunique» (Don Quixote, I, 339, 13-14, I, 24; también I, 183, 35-36, I, 14). Tanto como la mujer amada es la mitad del alma («El amante liberal», I, 150, 16-17), también lo es el amigo127; tanto los buenos casados como los buenos amigos tienen una sola voluntad128. Restando del amor el apetito lascivo, lo que queda es la amistad. Restado del mundo actual, estaríamos en la edad de oro, toda paz, toda amistad (Don Quixote, I, 148, 9-149, 17, I, 11)129.



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ArribaAbajo XVI. El diálogo

Como ya señaló Adolfo de Castro (vid. el apéndice), hay paralelos entre nuestro texto y la disputa entre Lenio y Tirsi en La Galatea, en la que los hombres del campo «traban entre sí amorosas cuestiones, aprobando cada uno o reprobando lo que el otro propone, conforme a sus intentos y a los pensamientos que tienen» (12:2-3)130. Sin embargo, el «Coloquio de los perros» se acerca más a este texto: un personaje que habla por estímulo de otro, la promesa de una inversión de papeles en una futura conversación, la forma, popularizada en España por Celestina131, incluso el tema de la corrupción de la sociedad. Pero son comunes a muchas obras cervantinas algunas características de nuestro texto: el cambio abrupto de un tema a otro, superficialmente sin   —94→   relación (recuérdese el aparente desorden temático de la primera parte de Don Quixote), el discurso en medio de la conversación132, la oposición ideológica de un par de personajes, examinada pero no resuelta en la obra, y sobre todo la manera de tratarse y hablar.

Selanio y Cilenia tienen unas enormes ganas de escuchar y de aprender. Selanio contará sus razones «por ver que tenéis o mostráis gusto de saber» (5:16), y comienza el coloquio diciendo que «con grandísimo deseo he vivido [...] de saber cómo os habeis hallado con la verdad» (1:3-4)133. En las obras de Cervantes hallamos retazos similares: «el desseo que todos tenemos de saber los sucessos de vuestra historia» (Persiles, I, 252, 21-22, II, 12) ; «los dos, que no desseavan otra cosa que saber de su mesma boca la causa de su daño, le rogaron se la contasse» (Don Quixote, I, 393, 8-10, I, 27); «mil impossibles prometiera, por saber lo que tanto desseava» («Las dos donzellas», III, 13, 22-23); «siempre le fatigavan desseos de saber cosas nuevas» (Don Quixote, III, 306, 15-16, II, 24)134.

Selanio, temiendo no gustar a Cilenia, quiere ser breve: «para venir al punto de lo que mandáis se vayan acortando envites, y se dé más presto en él, [...] me decid de cuál [vida] os parece y mandáis que se trate» (5:23-25). Cilenia, en cambio, como muchos personajes cervantinos135, no quiere que una conversación   —95→   agradable sea breve: «no [...] es tan poco el placer que recibe de oír vuestras agradables razones [...] que quiero que acortéis envites; antes, para que tengáis más espacioso campo donde se extienda vuestro buen entendimiento136, ha de quedar a vuestro albedrío el tratar las alabanzas de la vida del campo que más os cuadra» (5:25-32). Lo que tiene que decir ella es secundario: «que conforme a lo que dél [vuestro intento] entendiere proseguiré yo con el mío, si el tiempo nos diere lugar» (6:4-5)137.

Pero no sólo quieren Selanio y Cilenia aprender; se divierten simplemente con su «dulce y regalada conversación» (14:31)138; para Cilenia las agradables razones de Selanio son «más dulces para mis oídos que las que un poeta decía salían de la boca del viejo Néstor, que las compara al divino néctar y ambrosía que comen y beben los dioses» (5:27-29)139. Incluso la verdad halla   —96→   gusto en conversar: «tanto más le será agradable su descanso cuanto mayor ha sido su desventura, tomándole muy grande las veces que con vos se pusiere en pláticas» (3:15-16)140.

Señalemos dos nuevos aspectos en que el estilo se parece al cervantino. El primero es el creciente entusiasmo de Selanio con su materia, llegando a un clímax con su exclamación «¡Pluguiera a Dios, hermosa señora mía, que yo tuviera esta vida ufana, tranquila y quieta!» (13:21-22). El canónigo de Toledo criticando los libros de caballerías, Don Quixote exponiendo los atractivos de la vida según ellos, el muchacho de maese Pedro narrando la suerte de Gaiferos y Melisendra, Bergança describiendo los males que ha visto, se entusiasman y emocionan con su tema igual que Selanio.

El segundo aspecto es la manera en que Selanio se escucha y corrige e incluso censura a sí mismo durante el habla. «No sé cuál más dichosa, la verdad o vos. [...] Y mal digo, que sí sé» (1:14-15); «si no fuesse porque imagino, ¿qué digo imagino? sé muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al exercicio de las armas» (Don Quixote, I, 199, 18-21, I, 15) 141. «No metiendo la mano ni alargando la lengua a los hombres dedicados al servicio y culto divino, que déstos y de la perfección de su vida y ventura no puede, debo ni quiero tratar» (10:9-11); «no quiero yo dezir, ni me passa por pensamiento, que es tan buen estado   —97→   el de cavallero andante como el del encerrado religioso; solo quiero inferir [...] que sin duda es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso» (Don Quixote, I, 169, 22-170, 14; I, 13). «Aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio [...] a éstos no se pueden premiar, sino con la mesma hazienda del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dexemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras» (Don Quixote, II, 197, 19-31, I, 38).

En particular, Selanio se censura por llegar a los bordes de la sátira, por no aplicar a sí mismo los mismos cánones por los cuales critica a los demás. «¿Qué desvarío o desatino es el mío, o qué mal espíritu mueve mi lengua para tan libremente reprobar y condenar faltas ajenas, y no mirar la vida que está dentro en mi ojo, que me hace no echar de ver las muchas mías?» (10:5-8). En Don Quixote: «¿Qué locura, o qué desatino me lleva a contar las agenas faltas, teniendo tanto que dezir de las mías?» (IV, 15, 8-10, 11, 38)142. «¿Qué furor satírico ha movido mi lengua y engolfádola en piélago tan profundo? Para no quedar en él anegado, quiero, si pudiere, anudar el hilo de la tela que iba tejiendo» (7:14-16). Son muy frecuentes en Cervantes tanto los ataques a la sátira143, como la imagen de la narración comparada con hilos y tela144.



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ArribaAbajo XVII. La ambigüedad

Otro paralelo entre este texto y las obras de Cervantes es su ambigüedad.

Selanio es «un hombre cortesano», «criado toda la vida en la corte» (5:10-11), sitio que no le gusta. Aunque la vida del campo no es tan perfecta ni sosegada como en la edad de oro, para él sería preferible. Pero no se le ocurre, al parecer, mudarse al campo; casi diríamos que le gusta sufrir, soñando con lo que no tiene. Sería estado dichoso y feliz para él verse en compañía de la dulce y amada señora y enemiga suya, aunque fuese en una cueva (14:12-18). Es extraño que describa todo esto a su señora, y que no pueda hallar el contento deseado con ella en la ciudad donde se encuentran. No sólo extraño, sino lógicamente imposible es que Selanio describa conocimientos que no tiene (14:6-8)145.

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Pero la ambigüedad del texto no reside sólo en Selanio, sino en su autor. Es legítimo a Selanio adorar a Cilenia porque ella lleva dentro de sí la verdad, hija de Dios. ¿Qué provecho sacamos de esto? Que cada uno debe asimismo buscar la verdad, «tan contentadiza y afable que a qualquiera que la busque se deja hallar» (1:17-18) 146. Pero, ¿el provecho en cuanto a las relaciones entre los sexos? ¿En qué se nota que una mujer lleva dentro de sí esta verdad? La respuesta lógica sería que en su honestidad. Pero en Cilenia, al parecer, y desde el principio de la obra, «todas las virtudes en sumo grado resplandecen» (1:23). ¿Cómo cambió su vida, pues, este encuentro con la verdad? Pero si lleva la verdad dentro de sí tras encontrarla en el campo, y ha oído ya de la verdad misma y de Selanio el mal trato a que se la sujetaba en la ciudad, ¿por qué prefiere la vida urbana?

La respuesta de Cilenia (4:20-5:2) es que prefiere la compañía a la soledad. Para ella, al parecer, «campo» equivale a «despoblado» (4:26), donde hay asperezas y soledad (4:27)147. Sin embargo, en la explicación de Selanio, la vida del campo que él desea no es nada solitaria: viviría «entre la rústica gente» (13:23), y describe cómo esa gente -exclusivamente masculina, en su descripción- pasa el día hablando de sus amigas (11:30-12:7). La vida de Selanio en la corte es ya bastante solitaria; ausente Cilenia, «¡Cómo está sola esta ciudad llena de pueblo!» (3:26-27). Sin ella, «mientras más acompañados de pueblo, más solos de contentamiento y regalo» (3:31-32).

En la ciudad, pues, se puede estar solo, y en el campo se puede tener compañía. La única respuesta que ofrece Cilenia es que la compañía que se puede tener en el campo se goza en la ciudad «con diferente sentimiento y en mejores ocasiones» (5:2). Respuesta tan floja es de suponer que la desarrollaría cuando, «otro día», respondiera a los argumentos de Selanio en favor de la vida del campo.

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Pero es imposible que este debate lo gane Cilenia. Como máximo sería posible una simultánea refutación de los argumentos, como en los Diálogos de amor de León Hebreo. Inconcebible nos parece que la vida urbana aparezca como superior a la vida del campo, o que la posición defendida por una mujer resulte ser la más correcta. Pero hay aquí otra contradicción.

Cilenia es una mujer fuera de serie: lleva la verdad dentro de sí. Lo publican sus palabras y obras (2:5). Tiene «perfecciones [...] a manos llenas» (4:9-10) y un «claro entendimiento» (5:19). ¿Cómo, entonces, cae en un error tan de bulto, punto de vista, además, típico de las mujeres (5:34), en el que se muestra pertinaz (14:31)148?

¿Es necesario que demostremos que tal ambigüedad sea característica de la escritura cervantina? No tenemos que andar muy lejos. Don Quixote es un cuerdo loco, el porro Sancho, un gran gobernador. Los libros de caballerías son a la vez detestables y deleitosos; la vida de Diego de Miranda, santa y aburrida. La vulgarísima Aldonza Lorenzo convertida en Dulcinea, pero sólo en la imaginación; Cide Hamete, moro mentiroso, aunque flor de los historiadores149.



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ArribaAbajo XVIII. Otros paralelos

Agrupamos aquí, en el orden en que aparecen en el texto, otros paralelos con las obras de Cervantes que no encajan con los ya tratados.

Una persona «entapizada» de virtudes (1:21). «Tuve lugar de ponerme en el hueco que hazía una ventana de la mesma sala, que con las puntas y remates de dos tapizes se cubría, por entre las quales podría yo ver, sin ser visto, todo quanto en la sala se hazía» (Don Quixote, I, 401, 26-31, I, 27); «el traduzir de una lengua en otra [...] es como quien mira los tapices flamencos por el rebés, que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen» (Don Quixote, IV, 295, 12-17, II, 62); «la virtud es un manto con que tapa / y cubre su indecencia la estrecheza» (Parnaso, 57, 4-5); «bien es verdad que soy algo malicioso y que tengo mis ciertos assomos de vellaco; pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mía» (Don Quixote, III, 113, 31-114, 2, II, 8) 150.

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«Mi poca capacidad no podría sustentarse con tanto bien» (2:19-20). «Assí mata la alegría súbita como el dolor grande» (Don Quixote, IV, 174, 21-22, II, 52).

«Quedan en tierra estéril y desierta» (3:30). «Ya no ay ninguno que [...] pise una estéril y desierta playa del mar» (Don Quixote, III, 45, 26-27, II, 1).

«Los subidos y perfectísimos quilates de vuestro valor y merecimiento» (4:5-6). «Te huviera hecho señor y legítimo possessor de un finíssimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviessen satisfechos quantos lapidarios le viessen» (Don Quixote, II, 102, 27-30, I, 33); «los quilates de su bondad» (Don Quixote, II, 95, 22-23, I, 33); «quiero que Camila [...] se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y solicitada» (Don Quixote, II, 96, 10-12, I, 33). «Su hermosura, a la qual subía de puntos y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho» (Don Quixote, III, 140, 9-11, II, 10); «el merescimiento de Elicio era de mayores quilates que el suyo [de Erastro]» (La Galatea, I, 8, 6-7); «mas porque todo el mundo vea el valor de los quilates de la voluntad y fe con que te quise» («El zeloso estremeño», II, 258, 11-13).

«No me parece que estáis bien en lo que es mi intento» (5: 25-26); «primero que deis en el punto de vuestro intento, podréis proponer [...] de los intentos de algunos en general» (5:32-6:2). «Con tan contrarios intentos unos de otros» (6:14). «Traban entre sí amorosas cuestiones, aprobando cada uno o reprobando lo que el otro propone, conforme a sus intentos y a los pensamientos que tienen» (12:2-3).

Es tan frecuente en las obras de Cervantes hablar del intento, de la intención y de la voluntad que no podemos citar sino unos ejemplos. Cervantes nos dice que su «intento ha sido poner en la plaça de nuestra república una mesa de trucos» (Novelas exemplares, I, 22, 16-17, prólogo), y el narrador califica de «desvariado intento» el desafío de Don Quixote a los leones (III, 215, 28, I, 17). Don Quixote recomienda a Sancho que, para ser buen gobernador, «siempre tengas intento y firme propósito de acertar» (Don Quixote, IV, 63, 16-17, II, 43). Según Loaysa, dirigiéndose   —105→   a las mujeres de la casa de Carrizales, «nunca mi intento fue, es, ni será otro, que daros gusto y contento en quanto mis fuerças alcançaren» (II, 224, 5-7)151, y Don Quixote pide a Cardenio que le cuente su historia «si es que mi buen intento merece ser agradecido con algún género de cortesía» (Don Quixote, I, 333, 30-334, 1, I, 24). En la edad de oro, las doncellas andaban «sin temor que la agena desemboltura y lascivo intento le menoscabassen» (Don Quixote, I, 149, 14-16, I, 11); Ricote se refiere a «los ruines y disparatados intentos que los nuestros [los moriscos] tenían» (Don Quixote, IV, 192, 31-32, II, 54). «Por poco fueran los de Calipso los regalos y passatiempos que halló nuestro curioso en Venecia, pues casi le hazían olvidar de su primer intento» («El licenciado Vidriera», II, 83, 3-6)152.

«Porque no sea proceder en infinito» (6:2). «No os quiero dezir, señores, porque sería proceder en infinito, los términos, las trazas y los modos por donde el duque y yo venimos a conseguir [...] los desseos» («La señora Cornelia», III, 87, 30-88, 4).

«S[on] tan varias las voluntades y diferentes los gustos de los hombres, y tirar cada uno por su camino, guiados de su inclinación» (6:12-14). «Los que, siguiendo el diverso gusto de su inclinación natural [...] Son [...] tan differentes las humanas difficultades, y tan varios los fines y acciones» (La Galatea, I, xlvii, 7-8; I, xlviii, 24-26). «Llevado desta mi natural inclinación» (Don Quixote, I, 129, 29-30, I, 9); «si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de cavallerías, lea en la Sacra Escritura el de los Juezes; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes» (Don Quixote, II, 363, 12-17, I, 49); «la natural inclinación» (Persiles, I, 114, 23, I, 18)153.

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Se usa «natural» como sustantivo: «hay unos a quien su natural inclina a ir y venir» (6:20-21; también 9:1). Sancho tiene «buen natural» (III, 262, 24-25, II, 20; IV, 63, 13, II, 43); Isabel, la española inglesa, «era de tan buen natural» (II, 6, 14-15), y Preciosa, la gitanilla, alcanzó «más de aquello que mi edad promete, más por mi buen natural, que por la esperiencia» («La gitanilla», I, 56, 4-6). «Tenemos un natural distinto» («Coloquio de los perros», III, 154, 5-6); «mi buen natural» («Coloquio de los perros», III, 184, 11-12); «yo de mi natural soy compasivo y bien intencionado» (Don Quixote, IV, 268, 25-26, II, 60).

«Las trazas y designios que mucha parte de la gente lleva» (6:13-15). El proyecto de Doña Estefanía de reunir a su hijo Rodolfo con la abandonada Leocadia se llama «traza» (La fuerça de la sangre», II, 137, 11) y «designio» (II, 140, 11)154. Sancho «sabía que la transformación de Dulcinea avía sido traça y embeleco suyo» (III, 196, 25-26, II, 16); «todo este mundo es máquinas y traças, contrarias unas de otras» (Don Quixote, III, 366, 32-367, 1, II, 29) 155.

«Para poder vivir vida quieta y sosegada, [...] para con mayor y más segura tranquilidad gozar de vida sosegada y quieta» (6: 16-19). «Se retiró a vivir a una aldea suya, y allí con recato, y con honestidad grandíssima, passava con sus criados y vassallos una vida sossegada y quieta» («La ilustre fregona», II, 344, 21-24). «Avía muerto en él la gana de bolver al inquieto trato de las mercancías156, y parecíale que, conforme a los años que tenía,   —107→   le sobravan dineros para passar la vida, y quisiera passarla en su tierra y dar en ella su hazienda a tributo, passando en ella los años de su vejez en quietud y sossiego» («El zeloso estremeño», II, 154, 7-13). «Quietud y sossiego» (Don Quixote, II, 173, 13, I, 36).

«Tener envidia a su estado y tranquilidad de su ánimo» (10:13); «con el ánimo quieto» (12:28-29). Don Quixote recibe la noticia de su muerte próxima con «ánimo sosegado» (IV, 397, 7, II, 74). «Aviendo besado los pies al Pontífice, sossegó su espíritu» (Persiles, II, 294, 8-9, IV, 14); «con esto que pensó Sancho Pança quedó sossegado su espíritu» (III, 133, 3-4, II, 10): «aviendo con las nuevas del cirujano sossegado algún tanto su alborotado espíritu» («La fuerça de la sangre», II, 132, 6-7); «mientras callé, en sossiego estuvo mi alma» (Persiles, II, 274, 6-7, IV, 11).

Se alcanza esta quietud y sosiego deseados en el buen sueño: los hombres felices «duermen a sueño suelto, con quietud y sosiego» (12:12-13)157. Frecuentísimo en las obras de Cervantes es elogiar el sueño, el cual, como el amor y la muerte, iguala a las personas y las aproxima a Dios158; al sueño, como al amor, se llama «dulce» (La Galatea, II, 206, 3, II, 255, 2; Don Quixote, II, 126, 3, I, 34; La casa de los zelos, Comedias y entremeses, I, 201, 4). El bueno de Sancho, cuando aprendió que «las riquezas que se ganan en los tales goviernos son a costa de perder el descanso y el sueño» (IV, 196, 23-25, II, 54), «durmió a sueño suelto» (Don Quixote, IV, 348, 20, II, 68; también IV, 363, 30,   —108→   II, 70)159; al mozo que encuentra durante su ronda, quien le explica cómo el sueño no puede ser forzado, le desea que «Dios os dé buen sueño» (Don Quixote, IV, 132, 3-4, II, 49). Leonora, en brazos de Loaysa, durmió «a sueño suelto» («El zeloso estremeño», II, 246, 3-4), mientras Carrizales, por sus celos, no tuvo sino «ligero sueño» («El zeloso estremeño», II, 200, 21; también II, 226, 30). El único defecto de la felicísima vida de las almadrabas, descrita al principio de «La ilustre fregona», es «no poder dormir sueño seguro» (II, 269, 25-26).

Unos rodean el mundo, buscando en el agua las perlas, sufriendo inclemencias de cielo y suelo; otros abren las entrañas de la tierra para topar los minerales de plata y oro, sufriendo trabajo corporal y espiritual (6:20-29). «Con ella [la libertad] no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre» (Don Quixote, IV, 224, 13-14, II, 58).

«Ni teniendo por hallarlo [el oro] en nada aventurar la honra, que se debe estimar más que la vida» (6:29-30). «Desprecio la hazienda, pero no la honra» (Don Quixote, III, 390, 27, II, 32); «si yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto» (Don Quixote, II, 98, 25-27, I, 33); «aprieta, cavallero, la lança, y quítame la vida, pues me has quitado la honra» (Don Quixote, IV, 318, 10-12, II, 64).

«Abatiéndose a cosas indignas de su profesión» (6.30). El canónigo dejó de escribir su libro de caballerías, «por parecerme que hago cosa agena de mi professión» (II, 346, 24-25, I, 48).

«Si [...] se apura el fundamento de su saber, [se] le hallarán colgado en el aire, sin columna ni cimiento sobre que estribe» (7:27-29). «Sobre el cimiento de la necedad no assienta ningún discreto edificio» (Don Quixote, IV, 62, 12-13, II, 43)160.

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«Sus palabras y obras» (8:1); «vestidos de cordero sobre corazón, obras y palabras de lobo» (8:26-27). «Sus palabras y sus acciones» (Don Quixote, IV, 154, 12, II, 51) ; «tengo conocido y calado por muchas buenas obras y por más buenas palabras» (Don Quixote, III, 107, 4-6, II, 7). «Ningunas palabras creo, y de muchas obras dudo» («La gitanilla», I, 56, 18-19).

«Otros hay, mi señora, cuyo fin y blanco enderezan a la inmortalidad y a eternizar su fama, y con heroico valor, procurando engrandecer y levantar su nombre, y dejar a su posteridad memoria de sus hazañas, unos por la milicia y ejercicios militares, poniendo sus personas y vidas a evidentes peligros e innumerables trabajos, otros por las letras y estudio dellas, tan validas en esta era» (8:10-15). «Dos caminos ay [...] por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras, otro, el de las armas» (Don Quixote, III, 96, 29-31, II, 6). Se nota en el pasaje citado la preferencia de Selanio por la vida de la milicia; huelga señalar los paralelos con el discurso en el cual Don Quixote comenta la superioridad de los «trabajos» y «peligros» de la vida del soldado sobre el del letrado, mencionando el «fin» y el «blanco» de las dos carreras, y sus posteriores elogios de los caballeros andantes, comparados con los caballeros cortesanos161.

«Aunque tocan los unos y los otros en ambición, es loable y de estimar los que la tienen, pues proceder de tener ánimo y valor para no contentarse con pocas cosas» (8:15-17). «Yo, señor cavallero, aunque soy gitana pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva» («La gitanilla», I, 55, 26-29). «Ambición es, pero ambición generosa, la de aquel que pretende mejorar su estado sin perjuizio de tercero» («Coloquio de los perros», III, 174, 27-29). «Muchas veces la nobleza del linaje pone alas y esfuerça el ánimo   —110→   a levantar los ojos adonde la humilde suerte no osara jamás levantarlos» (La Galatea, I, 22, 10-13).

«El que tiene envidia, que le roe como carcoma las entrañas» (8:27-28). «¡O embidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!» (Don Quixote, III, 113, 18-19, II, 8); «la embidia, enemiga mortal de la sossegada vida» (La Galatea, I, 22, 24-25). La envidia que según Selanio se puede tener para la vida del campo (10:13, 10:21), se explica a la luz de las dos envidias que menciona Cervantes en el prólogo a la segunda parte de Don Quixote, de las cuales «yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada» (III, 28, 9-13, II, prólogo).

«No les sacarán de sus propósitos frailes descalzos» (9:4-5). «No le harán creer otra cosa frailes descalzos» (Don Quixote, II, 26-27, I, 32). «No dexaré de embarcarme si me lo pidiessen frailes descalzos» (Don Quixote, III, 359, 23-24, II, 29).

«El otro, que con su demasiada codicia se vuelve un rico avariento, que no echará un real de su casa si pensase con él ganar el cielo» (9:18-20). «En entrando el real en su poder [del morisco], como no sea senzillo, le condenan a cárcel perpetua y a escuridad eterna» («Coloquio de los perros», III, 233, 2-4); «el rico no liberal será un avaro mendigo» (Don Quixote, III, 96, 12, II, 6)162.

«No dice palabra que no tiene dos sentidos» (9:27). «Con éstas fue ensartando otras razones equívocas, conviene a saber, de dos sentidos» (Persiles, II, 194, 11-12, III, 21). «Nunca a lo que le preguntamos [el diablo] responde a derechas, sino con razones torzidas y de muchos sentidos» («Coloquio de los perros», III, 214, 20-23).

«El otro que es en su conversación libre, sucio y no sufrible ni tratable entre gente honesta y de lustre, le tienen por gracioso, desenfadado y desenvuelto. Y está tan estragado el mundo que realmente le tienen por tal, y se solemnizan con risa sus desvergüenzas, canonizándolas por agudezas y discreciones» (9:28-10:2).   —111→   «El error que tuvo el que dixo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas por sus propios nombres, como si no fuesse mejor, ya que sea forçoso nombrarlas, dezirlas por circunloquios y rodeos, que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres. Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escrive» («Coloquio de los perros», III, 183, 9-16).

«Aquel cuyas descuidadas plantas pisan sin sobresalto ni congoja la verde hierba de los prados» (10:22-23). «Que lo que sus plantas pisavan, por dura y estéril tierra que fuesse, al momento produzía jazmines y rosas» («El licenciado Vidriera», II, 95, 4-6).

«Ni le tiene [temor] a las olas y fortunas del poblado» (10:28). «No le aprieta[n] ni congojan las revueltas de las ciudades, ni por odio, amor ni interés se inclina a los bandos que hay en ellas, ni le trae desatinado y ciego la pasión y ambición con que solicitan cátedras y oficios en la república» (12:21-25). «Sobre algunas differencias del govierno del pueblo vino a poner entre ellos cizaña y mortalíssima discordia; de manera que el pueblo fue dividido en dos parcialidades» (La Galatea, I, 22, 25-28). La «cizaña y mortalíssima discordia» («la cruda y la mortal zizaña» en Los tratos de Argel, Comedias y entremeses, V, 53, 31) recuerda la «cizaña y discordia» mencionada en nuestro texto (7:7).

«Cada credo mejorando su estado» (12:29-30). «En un credo las haré» (Don Quixote, I, 372, 7, I, 25); «en menos de dos credos dio con todo el retablo en el suelo» (Don Quixote, III, 334, 2-3, II, 26); «aviendo hecho este ademán por espacio de un credo» (Don Quixote, III, 320, 12-13, II, 25).

«Bien se puede de mí con verdad creer que la levantara sobre las estrellas» (14:14-15). «La belleza de Costança sobre los mismos cielos levantava» («La ilustre fregona», II, 281, 22-23); «siempre que [...] se hablava de las gracias de Periandro, ella las subía y las levantava sobre los cielos» (Persiles, I, 154, 26-28, I, 23). «Tu fortuna [...] será por mí levantada sobre el cerco de la luna» (Don Quixote, III, 258, 23-26, II, 20): «si él fuera hidalgo y bien nacido, él las pusiera [las señoras] sobre el cuerno   —112→   de la luna. [...] Le pondré yo [el rucio de Sancho] sobre las niñas de mis ojos» (Don Quixote, III, 419, 20-26, II, 33); «si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre las más señaladas de cavallero andante» (Don Quixote, III, 60, 15-17, II, 3); «de los buenos [poetas] siempre dixo bien y los levantó sobre el cuerno de la Luna» («El licenciado Vidriera», II, 95, 9-11).

El texto acaba con la palabra «Finis», igual que la primera parte de Don Quixote. No es tan frecuente que no merezca notarse; sólo lo hemos encontrado en la Diana enamorada.

Por último, hallamos que el texto de este fragmento está «sacado en limpio» (15:11) . Se halla esta expresión a lo menos diez veces en las obras de Cervantes: «no se pudieron sacar en limpio, ni enteros, más destas tres coplas» (Don Quixote, I, 377, 1-3, I, 26); «los versos [que] se pudieron leer y sacar en limpio» (Don Quixote, I, 401, 32, I, 52); «sacando [...] en limpio esta verdad que te digo» (Persiles, I, 298, 14-17, II, 18); también Don Quixote, I, 232, 12, I, 18; I, 309, 32, I, 22; IV, 351, 2, II; 68; Persiles, I, 278, 32, II, 15; Pedro de Urdemalas, Comedias y entremeses, III, 139, 9; «La ilustre fregona», II, 313, 12. «Preguntó don Diego a su hijo qué avía sacado en limpio del ingenio del huésped, a lo que él respondió: "No le sacarán del borrador de su locura quantos médicos y buenos escrivanos tiene el mundo"» (Don Quixote, III, 231, 17-22, II, 18). La expresión «sacar del borrador» también se halla en «La ilustre fregona» (quiso Carriazo «sacarse del borrador de pícaro y ponerse en limpio de cavallero», II, 270, 27-28) y Don Quixote («la fortuna sacó del borrador de su bajeza», Don Quixote, III, 87, 30-31, II, 5).



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ArribaAbajo XIX. Cervantes, autor de este texto

Por todo lo expuesto, estamos convencidos que Miguel de Cervantes escribió este texto. Desde que en 1874 se publicó por primera vez, nadie ha sugerido a ningún otro posible autor.

Si nos encontráramos ante un poema, cabría la posibilidad de alguna duda, pues la poesía del Siglo de Oro es todavía bastante desconocida: muchas obras inéditas, muchas perdidas (de Pedro Laínez y Aldana, por ejemplo, mientras sólo nos han llegado «algunas obras» de Garcilaso). La poesía épica del Siglo de Oro, por su parte, merecedora de tan solo un estudio de conjunto, forzosamente limitado a las obras cumbres. ¡Y tanta poesía de la época que nadie estudia ni lee! Lo mismo podría decirse con respecto a la comedia.

Pero el hecho de ser éste un texto en prosa hace la atribución a Cervantes mucho más segura. ¿Es posible que un texto tan rico en ideas y estilo sea obra de un desconocido que no nos ha dejado ningún otro escrito? ¿Es tan mal conocida la ficción en prosa del Siglo de Oro que pudiera haber un autor capaz de escribir este texto y sea para nosotros desconocido163? Por su influencia posterior,   —114→   la ficción en prosa es la parte más estudiada y mejor conocida de la literatura de la época. Quedan pocas obras inéditas o no descritas por nadie. Conocemos la literatura postcelestinesca, las novelas llamadas pastoriles y picarescas, las traducciones del extranjero, los diálogos; la literatura caballeresca la hemos estudiado nosotros.

Antes de redactar este trabajo, nos hemos puesto a buscar a otro autor en cuyas obras se halle tanto parecido léxico, estilístico y temático. Hay alguna semejanza con la prosa de Fray Luis de León, con los Coloquios satíricos de Torquemada y con La constante Amarilis de Suárez de Figueroa, autores todos a los que Cervantes había leído, y en éste último caso, autor que imitaba a Cervantes, según confiesa en El pasagero. Apenas hay autor del Siglo de Oro con quien no se pueda hallar algún punto de contacto164.

  —115→  

La principal influencia sobre el texto, no obstante, está clara. Se trata de una línea filosófica que comienza con el neoplatonismo de San Agustín, quien hizo la verdad centro de su teología165. De ahí pasa por Petrarca, en cuyo Secretum la verdad, en forma de mujer, baja del cielo y conversa con el autor y San Agustín166; y posteriormente, por autores hispánicos de inspiración petrarquesca: Fernando de Rojas, Garcilaso, Fray Luis.

La influencia de San Agustín ha sido tan grande, y la de Petrarca, por su parte, tan incompletamente estudiada, que no podemos decir qué es lo que Cervantes tomó directamente de cuáles autores, y qué le ha llegado a través de intermediarios. Sí podemos decir que San Agustín era su lectura favorita entre los padres de la iglesia167 (como también lo era de Petrarca y del agustiniano Fray Luis). Llamó a Celestina, en los preliminares de Don Quixote, I, «libro, en mi opinión, divi-, / si encubriera más lo huma-» (I, 44, 11-12). De Fray Luis dijo, en el «Canto de Calíope», que le «reverencio, adoro y sigo» (II, 230, 28).

Pero de todos estos autores, el que más influyó en Cervantes fue Garcilaso. Según José Manuel Blecua, Garcilaso fue «una de sus mejores admiraciones». «No fue un entusiasmo juvenil y pasajero, sino todo lo contrario. El eco de las lecturas garcilasistas resuena por toda la obra cervantina, desde la elegía a la muerte de Isabel de Valois hasta el Persiles, pasando por el Quijote y las Comedias. Casi podríamos asegurar que Cervantes sabía de memoria lo mejor de Garcilaso.»168.

  —116→  

No es, por consiguiente, nada sorprendente que en este texto que hemos estudiado se hallen dos citas de la penúltima estrofa de la Égloga primera de Garcilaso169, versos que también resumen mucho de su filosofía:



    Divina Elissa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudança ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y verme libre pueda,
       y en la tercera rueda,
       contigo mano a mano
       busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
       ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?



«El que los puso en el cielo, y las pisa y mide con sus pies» (8:3); «gozar siempre de su vista, sin miedo y sobresalto de perderla» (14:18-19).



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ArribaAbajo XX. Contenido de las Semanas del jardín

Teniendo en cuenta las muchas alusiones al pasado y al futuro narrativo que se hallan en el fragmento, podemos hacer una reconstrucción parcial de las Semanas del jardín.

«La verdad», hija de Dios, ha aparecido en este mundo como una persona, pues con ella se puede tener «vista, trato y comunicación» (1:6, 3:32); en este trato se ve su «virtud, sinceridad y limpieza y verdadera sencillez» (3:7-8). Selanio ha tenido la suerte de conocer a la verdad, aunque «pocas veces» la ha visto «por su casa» y, al parecer, hace mucho tiempo (2:16-17). Por la comunicación que tenía con ella, había dejado de usar «términos y encarecimientos poéticos» (4:1-2).

También por el contacto con la verdad Selanio vio «el engaño en que había vivido, teniendo por gente sencilla, verdadera y casi santa a quien dentro de sí encerraba tan enormes fraudes y engaños como la verdad descubre» (1:6-9; 3:2-5; 3:32). Selanio, por cierto, quiere limitar sus comentarios a «lo que es de las tejas abajo» (10:12), pero su mención de «los hombres dedicados al servicio y culto divino» y «la perfección de su vida y ventura» está llena de emoción (10:10-11). Como dichos comentarios se atribuirían no a Selanio sino a «la verdad», esta gente sencilla y casi santa, y al mismo tiempo encubridora de enormes fraudes y engaños, tendrían que ser los miembros de algunas órdenes religiosas. Suponemos que serán los mismos «que con hipocresías fingidas   —118→   se quieren hacer estimar por virtuosos, caritativos y santos, y que les da grandes aldabadas el deseo de la virtud, y que todos la sigan. Y con este fingimiento y apariencia abren mayor puerta a sus vicios, yendo caminando, en lo secreto, por ellos adelante, con mayor seguridad y más ocasión de no salir dellos» (8:6-10); éstos se distinguen de los que buscan fama por las armas y las letras (8:10-15).

Por su «mucha bondad», no podía «la malicia humana» tolerar el tener la verdad consigo (1:13-14), y hacía a ésta pasar por «persecuciones y calamidades» (3:13). La verdad, entonces, abandonó la ciudad, dejando a Selanio desolado y confirmando esta tierra como un valle de lágrimas. Alguien -no está claro- pensó que la verdad había vuelto al cielo -de donde había venido-; tal conclusión, sin embargo, no era compartida por todos170.

Durante uno de los diálogos de esta obra, Selanio contó a Cilenia, y probablemente a las otras damas (5:9) o a «los demás» (2:3), sus experiencias con la verdad y su actitud hacia ella, resultado de lo cual fue su «crédito de verdadero». En quien más efecto hacía era en Cilenia, pues ella «de oídas» y «por relación» le cobró afición y amor (1:4; 2:10-11). Aunque la imaginaba en el cielo (2:31), Cilenia salió en su búsqueda (2:10), y tuvo que buscarla largo tiempo, pues había estado ausente «tanto tiempo» (3:24). La halló cuando «no pensaba ni podía imaginar» y «al tiempo que más desconfiado estaba» (2:10-13)171, evidentemente «en el despoblado, desierto de todo bien» (4:26)172.

  —119→  

Habrían también otros temas de discusión. Otro día, después de volver o recién vuelta Cilenia, estaban comparando la vida de la ciudad con la del campo, y para asombro de las mujeres, Selanio había defendido la superioridad de ésta, sin explicar sus motivos. En el fragmento, a petición de Cilenia, se los explica. Queda para un capítulo posterior la crítica de la soledad y una defensa de la superioridad, en el mundo actual, de la vida urbana.

Nos parece probable, considerando las otras obras de Cervantes y la mención de los «términos y encarecimientos poéticos» de Selanio (4:1-2), que la obra incluyera versos y discusión literaria. Como en otras obras se ve el gusto de Cervantes en incluir «novelas y cuentos ajenos» en su obra, es probable que en alguno o algunos de los días de las Semanas se habrían escuchado éstos, pero es imposible precisar cuándo ni de qué habrían tratado. A lo menos, Cilenia habría contado, a petición de Selanio, «la narración de sus persecuciones [de la verdad] y malos tratamientos que el mundo y los que en él viven la han hecho» (3:10-11), las «pláticas» en que «refer[ía] sus trabajos» (3:16-17).



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ArribaAbajo XXI. El tema del tiempo

Selanio menciona tres fuentes de la sabiduría: la verdad, «el tiempo» y «el movimiento de los cielos» (4:3). Ya hemos discutido la importancia para Cervantes del movimiento de los cielos como indicador de la grandeza divina, pero nos falta examinar el tema del tiempo que Cilenia, más limitada en sus conocimientos que su amigo, también había señalado junto con la verdad como origen del conocimiento (3:32-4:1). Aunque sólo se menciona incidentalmente en este fragmento, creemos probable su desarrollo en la obra. Para tal aserción nos basamos en la importancia del tiempo en las restantes obras de Cervantes, así como su aparición en forma paralela y en relación evidente con un tema principal: la verdad.

No hay un estudio integral del tiempo en las obras de Cervantes -no se menciona en El pensamiento de Cervantes-, pero sí una serie de estudios parciales173, y muchos datos que nos dejan   —122→   entrever cómo era fundamental en su pensamiento. Se pueden citar, por ejemplo, la diferencia trazada y discutida (III, 295, 20-297, 3, II, 23) entre el tiempo experimentado por Don Quixote en la cueva de Montesinos, y el de los demás personajes durante el episodio, o la creencia de Sancho de haber servido a su amo ocho meses (II, 396, 28-29, I, 52) y, después, pedirle salario (III, 355, 6-21, II, 28) por haberle servido veinte años. Se comenta también en el texto la insuficiencia del tiempo narrativo que separa las dos partes del Quixote por la publicación de la primera parte (III, 60, 8-15, II, 3), y muchos otros comentarios sobre la subjetividad con que el hombre siente el paso del tiempo174.

  —123→  

Hay en Don Quixote un poema dedicado al tiempo, al que tendremos ocasión de referirnos. En el Persiles hay un museo del futuro: «un museo el más extraordinario que avía en el mundo, porque no tenía figuras de personas que efectivamente huviessen sido ni entonces lo fuessen, sino unas tablas preparadas para pintarse en ellas los personages illustres que estavan por venir, especialmente los que avían de ser en los venideros siglos poetas famosos» (Persiles, II, 242, 29-243, 4, IV, 6). En vista de lo cual, y para ilustrar la manera en que este fragmento puede ayudarnos a entender la obra de Cervantes en general, vamos a bosquejar una teoría cervantina del tiempo, relacionándola con las Semanas175. El tiempo natural e inevitablemente produce cambios. «No es posible que el mal ni el bien sean durables» (Don Quixote, I, 244, 5-6, I, 18); «todas las cosas se passan; las memorias se acaban, las vidas no buelven, las lenguas se cansan, los sucessos nuevos hazen olvidar los passados» («Coloquio de los perros», III, 220, 2-27). Así el «cristiano filósofo [...] [tiene] las cosas por venir como presentes, y las presentes como pasadas» (10:14-18)176.

  —124→  

Aunque pueden ser favorables o neutrales177 los cambios que el tiempo produce en los aspectos del mundo, por lo general son negativos: «la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas» (Don Quixote, I, 128, 16-17, I, 9) ; «más fuerça tiene el tiempo para deshazer y mudar las cosas que las humanas voluntades» (Don Quixote, II, 300, 15-17, 1, 44). Las cosas buenas se estropean con el tiempo; la felicidad no dura: «passáronse estos días [los de la boda] bolando, como se passan los años en que están debaxo de la jurisdicción del tiempo» («El casamiento engañoso», III, 139, 2-4); «teme y tema el buen enamorado las mudanças del tiempo» (La Galatea, I, 229, 9-11)178.

Esto es especialmente cierto en cuanto a la vida del hombre, que es una carrera (Don Quixote, I, 177, 20, I, 13): «la vida [...]   —125→   corre sobre las ligeras alas del tiempo» («Coloquio de los perros», III, 212, 5-6); «puesto que el tiempo parece tardío y pereçoso a los que en él esperan, en fin corre a las parejas con el mismo pensamiento, y llega el término que quiere, porque nunca para sí sossiega» («El zeloso estremeño», II, 212, 10-14). «Las cosas humanas no [son] eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin» (Don Quixote, IV, 396, 4-6, II, 74)179.

La vida corporal pasa rápidamente, acabando en la eterna muerte, y la inmortalidad del alma (4:13) no parece haberle ofrecido mucho consuelo a Cervantes. En sus obras se buscan maneras de sobrevivir: «otros hay, mi señora, cuyo fin y blanco enderezan a la inmortalidad» (8:10-11). Medio de alcanzar esa inmortalidad por la que Cervantes no se entusiasmaba mucho, al parecer, son los hijos, raras veces presentados favorablemente en sus obras180.

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Estar en la tierra «segur[o] [...] del tiempo mudable» (La casa de los zelos, I, 142, 4) equivale a «eternizar su fama» (8:11)181, y se alcanza esta fama eterna no por lo que uno es (pues las almas todas son iguales, Persiles, I, 115, 10, I, 18; «La gitanilla», I, 110, 3-6), sino por lo que uno hace182.

Casualmente se mencionan algunos caminos menores para alcanzar la fama deseada: según el consejo de Don Quixote a Sancho citado en la nota 176, el buen gobernador tiene fama eterna, y, por las ordenanzas que hizo, en Barataria Sancho es conocido «hasta hoy» como «el gran gobernador» (IV, 166, 29, II, 51). Existe también el crimen183, las «insolencias» de Roldán, «dignas de eterno nombre y escritura» (Don Quixote, I, 353, 20-21, I, 25), y las «locuras [...] de lloros y sentimientos» de Amadís, con las que «alcançó tanta fama como el que más» (Don Quixote, I, 353, 29-30, I, 25). Aunque para Cervantes, un medio predilecto fuera el acabar hechos de armas.

En efecto, uno eterniza su fama al «dejar a su posteridad memoria de sus hazañas» (8:12-13). Don Quixote no sólo tenía el fin a que se refiere Selanio, sino que adoptó este medio: «me trae por estas partes el desseo [...] que tengo de hazer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra» (I, 351, 2-6, I, 25); «todas estas, y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama que los mortales dessean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen» (III, 116, 18-22, II, 8)184. Ejemplos son Carlos V (Don Quixote, II, 212, 21-25,   —127→   I, 39), los caballeros famosos nombrados por el canónigo de Toledo (II, 363, 12-27, I, 49) y Don Quixote (III, 116, 5-18, II, 8), y «las hazañas de la en aquellas partes invencible nación portuguessa, dignas de perpetua alabança en los presentes y venideros siglos» (Persiles, II, 69, 8-11, III, 6).

Las mujeres no alcanzan esta fama inmortal por hazañas, aunque según Don Quixote, Dulzinea «pelea» en él (II, 59, 1, I, 30). La fama la ganan por su belleza, sea corporal o espiritual, y se inmortaliza en los versos en que los hombres las celebran: «todo mi estudio y cuidado pusiera en engrandecer [...] a la dulce y amada señora y enemiga mía, [...] dejando eternizado su ser y nombre» (14:10-15); «quería que no fuessen otros sus entretenimientos que en hazer versos en alabança de Camila, que la hiziessen eterna en la memoria de los siglos venideros» (Don Quixote, II, 148, 12-15, I, 34): «de tal manera escrivió el famoso licenciado Poço, que en sus versos durará la fama de la Preciosa, mientras los siglos duraren» («La gitanilla», I, 130, 30-32)185.

La palabra escrita tiene para los hombres la misma función que para las mujeres. La fama sólo conservada en la memoria dura poco («no ay memoria a quien el tiempo no acabe», Don   —128→   Quixote, I, 201, 26-27, 1, 15), y se limita a las cosas modernas186. Aunque los materiales duros, «mármoles y bronces» 187, son «émulas a la duración de los tiempos» (Novelas exemplares, I, 25, 5, dedicatoria) 188, las hazañas se olvidan sin la escritura. Todos los ejemplos de guerreros famosos citados por el canónigo de Toledo   —129→   se encuentran en libros, cuya lectura recomienda. Sin la palabra escrita se hubiera olvidado a Eróstrato, y sin Don Quixote, irónicamente, el potencial asesino de Carlos V, pues según los anotadores la anécdota referida no consta en otra fuente. La historia es otra «émula del tiempo» (Don Quixote, I, 132, 30, I, 9).

Por eso los personajes cervantinos desean tanto aparecer en libros189, preferiblemente impresos190, y reciben tanto gusto cuando lo alcanzan191: confiere una forma de vida y se triunfa sobre «las aguas negras del olvido»192. Lograrlo en vida es mejor todavía, pues uno goza de la seguridad de sobrevivir, en un sentido, a la muerte: «una de las cosas [...] que más deve de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; dixe con buen nombre: porque siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara» (Don Quixote, III, 62, 14-20, II, 3)193.

Llegamos, pues, a la figura del autor, sea historiador o poeta, quien da inmortalidad al sujeto de su obra, ganándola éste al mismo tiempo para sí194. Naturalmente no todos los autores la   —130→   alcanzan195, y hay «ingenios qu'el tiempo ha ya desecho» (La Galatea, II, 222, 25). Pero con todo eso, los casos de Homero y Virgilio, famosos después de miles de años, parecen haberle impresionado mucho a Cervantes196. Idéntica suerte puede ser la de un autor moderno, como Juan de la Cueva, Juan Rufo, o un cierto Luxán197. Si los autores siguieren el arte y reglas, «pudieran guiarse y hazerse famosos [...] como lo son [...] los dos príncipes de la poesía griega y latina» (Don Quixote, II, 346, 10-12, I, 48)198; la obra literaria puede vivir «siglos infinitos»199. El olvido puede ser simplemente falta de escritos200, que son los hijos del entendimiento201.

La vida en la fama que se alcanza por la escritura es, sin embargo, perecedora. Virgilio, por sus escritos, «vivir [á] [...] por todos los siglos venideros», pero únicamente «hasta que el tiempo se acabe» (La Galatea, II, 209, 7-8 ) ; otro autor tendrá «gloria y honor mientras los cielos duran» (La Galatea, 218, 12) y la fama de Preciosa durará «mientras los siglos duraren» («La gitanilla»,   —131→   I, 130, 31-32). Se acabarán el tiempo, los cielos y los siglos con el fin del mundo y el juicio final: «Todas estas, y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama que los mortales dessean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los christianos, católicos y andantes cavalleros más avemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcança; la qual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado» (Don Quixote, III, 116, 18-30, II, 8)202.

Antes de examinar la solución de Cervantes al fin del mundo, conviene decir dos palabras más sobre la memoria. No sólo fracasa ésta como recurso para conservar el pasado: mientras para nosotros la memoria puede ser agradable por conservar recuerdos bellos, para Cervantes era una carga, acordando las alegrías perdidas. «Mi cansada memoria, que jamás sirvió sino de acordarme solas las cosas de mi desgusto» (La Galatea, I, 171, 28-30); «buelv[e] la memoria a combatirme, representándome las passadas cosas» (La Galatea, I, 181, 23-25); «aquexado de la memoria de mis desventuras» (La Galatea, II, 119, 9-10). Cardenio llama a la memoria «cruel» y «enemiga mortal de mi descanso» (Don Quixote, I, 402, 37-31, I, 27), y Don Quixote, cuando las «tobosescas tinajas» le traen «a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura», recuerda el famoso verso de Garcilaso, «O dulces prendas, por mi mal halladas» (III, 225, 14-18, II, 18).

En efecto, «siempre se alaban los passados tiempos» (Ocho comedias, prólogo, I, 9, 13-14) y se desea volver al pasado feliz203. Desde luego, este deseo es irrealizable, como se declara en un poema dedicado al tiempo, la glosa de Lorenço de Miranda, tan elogiada por Don Quixote: «Bolver el tiempo a ser / después que una   —132→   vez ha sido, / no ay en la tierra poder / que a tanto se aya estendido. / Corre el tiempo, buela y va / ligero y no volverá / y herraría el que pidiesse / o que el tiempo ya se fuesse, / o bolviesse el tiempo ya» (III, 233, 27-35, II, 18). Pero aun si pudiéramos hacer que el tiempo volviese -es decir, que andase en sentido contrario- no se aliviaría nuestra miseria. La copla glosada -que no era, como se suele decir, ya muy conocida204- lo declara.

Diego Clemencín, anotando la glosa, declaró la copla «inanis sine mente sonus». Pero cambiando ligeramente la puntuación, el sentido está claro. «Si mi fue tornasse a es, sin esperar más, será» (III, 233, 1-2, II, 18). Es decir, aun si fuera posible hacer que el tiempo andara al revés, tampoco nos sería posible captar el pasado, pues cuando nos llegase ya habría ido. En vez de desear la vuelta del pasado, desearíamos entonces que llegara el futuro: «¡O viniesse el tiempo ya de lo que será después!»

Hay un problema textual en estas líneas. En la copla hallamos «O viniesse el tiempo ya», y en la glosa «O bolviesse el tiempo ya». Estaba prohibido cambiar una palabra así al glosar. No se trata de un error autorial: en el mismo capítulo Don Quixote diserta sobre «las leyes de la glosa», y elogia mucho la glosa de Miranda. Cervantes había ganado el primer premio en una competición de glosas, en 1595, así que estaría enterado de las reglas fundamentales del género. Podemos concluir que la discrepancia entre la copla y la glosa fue producto de un compositor que o leyó mal, o no entendió el sentido complejo. Si restituimos a la copla la palabra de la glosa, para que se lea «O bolviesse el tiempo ya, de lo que será después», cuadra mejor con el sentido. Si el tiempo andara al revés, desearíamos no sólo la llegada, sino la vuelta del futuro.

En la ficción de Cervantes, hay una obra en que el tiempo anda al revés, o mejor dicho, anda en los dos sentidos simultáneamente.   —133→   En un trabajo importante (vid. n. 170), Kenneth Allen estudia las referencias en el Persiles a acontecimientos externos, y halla que el tiempo externo de la obra marcha hacia atrás. Mientras el tiempo narrativo avanza por el período de un año, los acontecimientos contemporáneos aludidos en la primera parte de la obra son de comienzos del siglo XVII, pero al final de la obra son de antes de 1550. En el Persiles, el tiempo anda al revés, y de una manera regular.

Según Allen, y la cifra es suya, en el Persiles pasan, al revés, 70 años. Allen se queda perplejo ante el significado de ello, pero la solución parece evidente. Los 70 años son la vida de un hombre, y el período temporal del Persiles -desde poco antes de 1550 hasta comienzos del siglo XVII- corresponde a la vida de Cervantes. El autor es Dios en su universo literario, concepto que encontramos en Don Quixote. Como Dios, controla completamente el tiempo de sus personajes.

Pero Dios es «autor» nuestro, según una conocida imagen del siglo XVI. Literatura aparte, quien no está sujeto al tiempo es Dios; es Dios quien manda en él. Ha creado el tiempo, dividiéndolo en pasado, presente y futuro, y también ordenándolo, es decir, quitándole la subjetividad con que el hombre lo experimenta; todo esto lo hace «dando movimiento a los cielos» (vid. 14:2-3). Por eso «Dios [...] es sabidor de las cosas que han de suceder» (Don Quixote, III, 143, 30-31, II, 11) ; «a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay passado ni porvenir, que todo es presente» (Don Quixote, III, 323, 6-9, II, 25)205. Estaremos en Él en «el otro siglo», después del fin del mundo y del tiempo, cuando se levanten los muertos (Don   —134→   Quixote, II, 199, 27-29, I, 38) y se acaben las mentiras (Don Quixote, II, 312, 15-16, I, 45).

También la verdad está fuera del poder del tiempo. Una verdad, pues no es una cosa, fue, es y será. Una verdad -la verdad- es eterna. Por consiguiente, la verdad es divina: «donde está la verdad está Dios, en quanto a verdad» (Don Quixote, III, 69, 13-14, II, 3). Así se entiende mejor la oposición de Cervantes a los escritos falsos. Por una parte se opone a las historias falsas, pues «la historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera» (Don Quixote, III, 69, 12-13, II, 3) ; a algunas de ellas, los libros de caballerías fingidas, llenos de imposibles temporales206, se oponía el cura Pero Pérez, «tan buen christiano y tan amigo de la verdad» (I, 99, 27-28, I, 6)207. Por otra parte Cervantes se opone a las comedias deficientes, primero las históricas, igualmente llenas de anacronismos (Don Quixote, II, 349, 10-350, 9, I, 48), sin más que «atribui[das] verdades de historias» (Don Quixote, II, 350, 5-6, I, 48), pero especialmente las divinas, llenas de milagros falsos, «en perjuizio de la verdad y en menoscabo de las historias» (Don Quixote, II, 350, 22-23, I, 48).

Nos parece que las Semanas del jardín fueron concebidas, en parte, para comunicar las ideas de Cervantes sobre el tiempo. Que la verdad, antítesis del tiempo, es personaje de la obra, ya lo hemos visto. Un jardín, con sus flores que nacen y se marchitan, y sus frutas y nueces que maduran anualmente, es imagen literaria frecuentísima para representar los efectos del tiempo208. Incluso se nos comenta que el hombre feliz, que vive como cristiano filósofo,   —135→   goza, «en tiempo debido, [de] variedad de flores» (12:30-32), y «es para él entretenimiento gustoso ver crecer y menguar el río en su tiempo, y de oír cantar las cigarras y grillos en el suyo» (13:1-2)209.

¿Cuántas semanas pasarían en la obra? Considerando la larga ausencia de Cilenia, unas pocas no bastarían para separar su partida de su vuelta; deben haber pasado meses. Esto nos lleva a sugerir que el tiempo de la obra sería un año, igual que el del Persiles. Con un año se puede obtener una imagen de la vida humana en el paso de las estaciones -primavera hasta invierno-, pero también cómo en éstas hay una renovación que el hombre no consigue en este mundo. «Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado. Antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin, ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse, sino es en la otra que no tiene términos que la limiten. Esto dize Cide Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente y la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido» (IV, 178, 4-19, II, 53)210.



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ArribaAbajo XXII. Fecha de composición

Es imposible determinar cuándo Cervantes habría comenzado la composición de las Semanas. Sólo se menciona en los preliminares de sus últimos libros (Novelas exemplares, Ocho comedias, Persiles); sin embargo, no se menciona el Persiles antes de las Novelas exemplares, y con todo se supone que alguna parte de la obra se escribió no sólo antes de 1613, sino antes de 1605211. Lo que no vacilamos en afirmar es que el texto que tenemos es tardío, de los últimos años de Cervantes y contemporáneo a las menciones de las Semanas. El rechazo de la fama, el tema del tiempo, la orientación religiosa, las menciones de la muerte, todo está conforme con la parte tardía de Don Quixote.

El escenario del fragmento sólo puede ser madrileño, donde Cervantes vivía durante los últimos años de su vida. Se menciona la corte, donde Selanio ha sido criado toda su vida (5:10-11), excluyendo así a Valladolid. Evidentemente estos personajes se encuentran todavía en la corte, entendida generalmente en la época como una referencia a Madrid212.

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Tienen cierta semejanza con el ambiente de nuestro fragmento dos citas del Parnaso. Selanio vive en una «casa», en un «aposento» (2:17-19), que se parece algo a la «antigua y lóbrega posada» madrileña de esta obra (119, 16). La ambigüedad sobre el valor de la vida actual del campo, comparada con la civil y cortesana, y la posibilidad de experimentar en ésta los mismos gustos que en el campo, se reflejan en este pasaje ambiguo: «A Dios, dixe a la humilde choça mía, / a Dios Madrid, a Dios tu Prado y fuentes, / que manan néctar, llueven ambrosía. / A Dios, conversaciones suficientes / a entretener un pecho cuidadoso, / y a dos mil desvalidos pretendientes. / A Dios, sitio agradable y mentiroso» (Parnaso, 16, 18-17, 2).



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ArribaAbajo XXIII. Quién hizo esta copia

Parece inevitable concluir que su mismo autor la hizo. Para afirmarlo nos basamos, no en la letra, sino en las correcciones. Según se nota en las reproducciones, el manuscrito tiene palabras tachadas, palabras en los márgenes, palabras añadidas entre líneas. Cualquiera puede rehacer, refundir, corregir un texto escrito por otro; abundan los ejemplos. Pero, ¿cambiar en la copia, ya hecha, «quitan» a «han quitado» (4:34), «muy crecido» a «tan crecido» (2:27), «por adarmes» a «a adarmes» (2:23-24), añadir «y arraigadas» a «profundas raíces» (4:8), quitar las palabras «y goce della» (3:2)? Este proceso tiene un nombre: revisión estilística, y revela la mano del autor.

Dicho esto, apuntemos que la ortografía y la letra se parecen a la del autógrafo con que lo hemos comparado, la carta a Antonio de Eraso213. Claro que no se parecen en todo: por ejemplo,   —140→   este texto literario tiene más y más variada puntuación. Pero a base de este texto autógrafo, cuya lectura es más difícil de lo que parece a primera vista, se entiende, por ejemplo, por qué el autor de comedias Rodrigo Osorio especificó que las comedias contratadas a Cervantes tuvieran que entregarse «escritas con la claridad que convenga» (Astrana, V, p. 29). Viendo como confundía Cervantes las letras «c», «e» y «o»214, se entiende cómo, en el prólogo a las Novelas exemplares, «eliodoro» podría imprimirse como «Cliodoro» o, en el escrutinio de la librería, «Monserrate» como «Monserrato». Incluso se puede entender, si ésta es su letra, cómo un compositor leyó «quatro ciertas» en vez de «quatrocientas» (El juez de los divorcios, Comedias y entremeses, IV, 16, 15) y «ceremonias» en vez de las «cirimonias» de Sancho (Don Quixote, III, 406, 30, II, 32).

Existen autógrafos literarios de Lope, Calderón, Quevedo, Herrera, Gracián, Diego Hurtado de Mendoza, Fray Luis y Santa Teresa. ¿No puede haber uno de Cervantes? Y de aparecer un manuscrito autógrafo cervantino, ¿qué lugar más verosímil para hallarlo que Sevilla, «que se ufana de ser la ciudad cervantina por excelencia»215? De Sevilla procedía el famoso manuscrito de Porras de la Cámara. Es en la Biblioteca Colombina donde José María Asensio halló el manuscrito con la «Canción desesperada» y las quintillas a la muerte de Felipe II216, y en ella se conserva todavía un manuscrito de la discutida «Tía fingida»217.



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ArribaAbajo XXIV. Nuestra edición

La forma en que debía editarse este texto ha sido objeto de no poca reflexión.

Suponemos que se examinará con dos propósitos. Para el estudio fonético y ortográfico, ofrecemos una reproducción del manuscrito.

Para la lectura y el estudio ideológico del texto, ofrecemos una edición regularizada y modernizada. La ortografía, división de palabras, puntuación y mayúsculas son modernas, y se han resuelto tácitamente todas las abreviaturas. Advertimos que han sido corregidas también las contracciones, con unas pocas excepciones como «della» y «estotro», las vocales átonas, las combinaciones de consonantes y alguna vocal tónica.

Los cambios siguientes se hacen sin anotarlos:



b > u: en las palabras çibdad(es) (3:26, 4:24, etc.), çibdadanos (12:24);

b > v: bozes > voces (2:5); mobiles > móviles (7:33);

ça, çu > za, zu: esperança > esperanza (2:18); dulçura > dulzura (3:9);

çe, çi > ce, ci (cci): neçesario > necesario 2:20); afiçionadisima > aficionadísima (2:31); contradiçion > contradicción (6:7);

se añade h: a > ha (1:4); aora > ahora (6:12); elados > helados (11:28);

ll > l: tranquillidad > tranquilidad (6:19; 10:13); tranquilla > tranquila (13:22; 14:19); mill > mil (7:23): ynutill >   —142→   inútil (8:23); teniendo en cuenta estos ejemplos: çillenia > Cilenia (1:2);

nb, np > mb, mp: mansedumbre tenplanza > mansedumbre templanza (1:22);

qua > cua: quando > cuando (2:11);

rr inicial > r: rrazon > razón (1:27);

u consonántica > b, v: caruones > carbones (6:10) uerdad > verdad (1:4); yerua > hierba (10:23; 11:9);

xa, xe, xi, xe, xu > ja, je, ji, jo, ju: dexando > dejando (2:7); suxeta > sujeta (5:5); texiendo > tejiendo (7:16); lexos > lejos (2:29); xuramentos > juramentos (7:5);

xe, xi > ge, gi: coxe > coge (11:15); naufraxios > naufragios (6:25);

y vocálica > i: yrme > irme (2:23);

ze, zi > ce, ci (cci): sinzeridad senzillez > sinceridad sencillez (3:7); satisfazion > satisfacción (4:19).



Todas las demás correcciones y modernizaciones se anotan, por lo que se verán inmediatamente las diferencias fonéticas y ortográficas entre el lenguaje del texto y el castellano actual. En las notas constan también las lecturas variantes que se hallan en las ediciones de Adolfo de Castro («C») y Francisco López Estrada («L»)218.

Con la excepción de un lugar que hemos corregido (4:9), no hemos alterado la sintaxis, dejándola con alguna frase elíptica y con sus vacilaciones entre singular y plural, como también se hallan en las obras de Cervantes219.







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