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Juan Pérez de Montalbán

Sinopsis de las comedias del primer volumen de Montalbán

Sinopsis de Amor, privanza y castigo (edición de Josefa Badía Herrera)

Acto primero

La obra comienza con la entrada en escena del emperador Tiberio, Seyano, Druso, Otavio y Astolfo. Desde el primer momento destaca el trato preferente de Tiberio hacia Seyano por encima de las atenciones a su propio hijo, lo que provoca los celos de Druso. Tiberio solicita que se le dé traslado de los sucesos acontecidos y Seyano asume la función de relator, convirtiéndose en la voz que testimonia los hechos protagonizados por Druso en Panonia.

Cuando quedan a solas, Seyano desvela a Otavio las verdaderas intenciones que han motivado sus palabras y hechos ante Tiberio, y declara su plan para tener a las tropas reunidas por si las necesitase. El diálogo con su criado pone de manifiesto la doblez de Seyano, retrata su ambición, su altivez y su propósito de mejorar en la privanza. En ese momento, irrumpe la mujer de Seyano en escena. Laura se muestra celosa, afea el comportamiento de su marido, que no le presta las debidas atenciones, y manifiesta sus temores ante la posibilidad de que tenga una amante. Seyano le recrimina su actitud y le recuerda que no es el mismo que antes debido a su valimiento. A solas, Laura maldice a Seyano y le desea la muerte, pero se arrepiente y vuelve sobre sus propias palabras en un discurso paralelístico-antitético que se cierra con su declaración del amor.

Se produce un cambio de cuadro y asistimos al diálogo entre Germánico y Astolfo, que critican el comportamiento de Tiberio por favorecer a Seyano, a quien ha convertido en verdadero dueño del Imperio. Germánico se muestra favorable a que los reyes tengan privados, pero considera que el privado debe comportarse como un amigo y se espera de él que sea obediente, entendido, diligente, con nobleza natural, leal sirviente y consejero prudente. El juicio de Germánico se concreta sobre las tablas en el despacho de asuntos de gobierno: el castigo a las mujeres deshonestas y la prohibición de las comedias son asuntos en los que Tiberio asume las ideas de Seyano, pese a las observaciones que Germánico y Druso le hacen para que reconsidere su posición. Cuando quedan a solas, Druso castiga a Seyano propinándole un bofetón por su comportamiento, que califica de infame e imprudente, y por considerar que sobradamente vuelas / y es bien cortarte las alas (vv. 852-853). Seyano se considera deshonrado y, en su monólogo final, anticipa su deseo de tomar venganza.

Acto segundo

La discusión conyugal entre Seyano y Laura, en la que media su hija, abre el segundo acto. En ella se retrata la violencia contenida de un personaje que arremete con una daga contra su mujer sin tener más motivo que la molestia que esta le ocasiona para convertirse en amante de Livia, la mujer de Druso, según el plan de venganza que ha ideado. El retrato del perfil en el ámbito privado de Seyano se completa en su vertiente pública después de que Laura y la niña se marchen. En una escena de despacho entre Seyano y Otavio, desvela sus planes para acabar con la vida de Germánico, el destierro de Druso y el alejamiento de Tiberio de Roma, mediante su envío a Capua.

Conocedores de las órdenes de Seyano, Druso y Germánico denuncian que Tiberio haya dejado el Imperio en manos de un traidor que los envía al Ilírico y a Esclavonia. Tiberio, que los ha escuchado a escondidas, pese a considerar que las palabras de Germánico y Druso son fruto de la envidia, deja traslucir sus dudas e incertidumbres sobre si las acusaciones a Seyano tendrán verdadero fundamento.

Por su parte, Livia y Nisena comentan la partida de Druso. Tras un encuentro fortuito con Otavio y, posteriormente, con Laura, las dos mujeres entablan un diálogo en clave amorosa sobre Seyano, que permite contrastar su actitud y comportamiento. Laura, que se muestra muy respetuosa con Livia, intenta razonar sobre la imposibilidad de que una mujer que está casada ame a otro que no sea su marido, al tiempo que confiesa que siente envidia de ella porque la han amado dos y, en cambio, a ella, Seyano no la ama y la desprecia. Pese a los intentos por parte de Nisena para aconsejarle prudencia a Livia cuando quedan a solas, Livia manifiesta sus deseos de que Seyano olvide a Laura y la ame solo a ella, y se muestra dispuesta a lo que sea necesario para conseguir a Seyano.

El acto se cierra con una escena en la que se produce la salvación de Tiberio por parte de Seyano tras el derrumbe de una cueva. De nuevo, se pone de manifiesto la hipocresía de Seyano mediante el contraste entre lo relatado ante Tiberio y la declaración de sus verdaderas intenciones que hace en aparte: A morir me atreví, determinado, / mi vida aventuré leal y amigo / para que esté seguro y confïado, / que aunque la vida me dispuse a darle, / fue por tener después más que quitarle (vv. 1841-1845).

Acto tercero

La reacción por la muerte de Druso marca el inicio del tercer acto, que se abre con una escena en la que se retrata el poder controlador de Seyano, que recrimina a un poeta las críticas que ha vertido sobre su persona en su obra literaria. Los celos de las mujeres se convierten en un eje fundamental de este cuadro, en el que Laura presencia el abrazo simbólico que sella el amor de Seyano con una Livia ataviada de viuda por muerte de su marido.

En su destierro, Tiberio se lamenta ante Celio de que nada le divierte. Su temor y desconfianza ante Seyano se confirmarán con la presencia y declaración de Laura, que retrata a Seyano como un privado soberbio, ambicioso y lisonjero. Desvela la traición que pretende llevar a cabo Seyano contra Tiberio para hacerse con el Imperio y relata su participación en el envenenamiento de Druso, así como las órdenes que dio para matar a Germánico y apartar a sus hijos, encarcelando a uno y desterrando a otro. Por ello, solicita a Tiberio que acabe con Seyano para preservar su vida y la de ella. Con ayuda de Sertorio, que se presenta como leal, prudente e ingenioso, Tiberio planea el castigo de Seyano.

En Roma, Seyano confiesa sus premoniciones y temores, que se resolverán con su arresto por parte de Graciano. En las escenas finales se pone énfasis en dos aspectos: la dignidad con la que Seyano afronta la muerte y su amor hacia Livia. Con el relato, por parte de Sertorio, de su ajusticiamiento y del suicidio de Livia, y con la sentencia de Tiberio para que sean enterrados en un mismo sepulcro se cierra el drama.

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