Saltar al contenido principal

Dulce María Loynaz

Gabriela y Dulce María

Aldo Martínez Malo

Gabriela Mistral fue huésped de Cuba en tres oportunidades: 1922 en donde se le rindió homenaje en el Hotel Inglaterra, por los intelectuales Ramón A. Cala, Mario Giral Moreno, María Villar Buceta y Fina Forcade de Jackson. Ese año se había publicado por iniciativa de don Federico de Onís, Desolación, tal vez su más hermoso libro, que removió toda la poesía de nuestra lengua, sobre todo, con «Los Sonetos de la Muerte»:

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajare a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
Y que hemos de sonar sobre la misma almohada...

Poemas que no están labrados por artífice, sino creados por la sinceridad, por la genuina pasión, por el dolor visceral.

En 1938, invitada por don Gonzalo Aróstegui, Juan Marinello, Mariblanca Sabas Alomá y Ramón Grau San Martín, ofreció una conferencia original en el Instituto Hispanoamericano de Cultura, titulada «Comentarios», donde estudiaba su poética, que casualmente coincidía con la edición del poemario Tala, donde aparece su largo «Sol del trópico»:

Sol de los Incas, sol de los Mayas,
maduro sol americano,
sol en que mayas y queiches
reconocieron y adoraron,
y en el que viejos aimaraes
como el ámbar fueron quemados...

También visitó el Liceo de Guanabacoa, donde habló sobre José Martí, y en el Teatro La Comedia dictó otra conferencia sobre la mujer. En esta oportunidad Dulce María Loynaz había publicado su libro Versos escrito entre 1920 y 1938 y se lo envió a la chilena. Gabriela le respondió una carta en la que lamentaba que recibía el libro demasiado tarde -poco antes de su partida de la Habana- y ya no era posible conocerla personalmente. Tildó a la cubana de «orgullosa» por no haber divulgado antes su poesía. Dulce María en respuesta le explicó que no era orgullo, sino «timidez y que le atemorizaba la crítica adversa». En copia que conservamos de puño y letra de Dulce María dice:

Gabriela: Pocas cosas pueden darme ya la alegría que me dieron sus palabras. Y fue bueno el elogio responsable pero más bueno fue sentirla venir a mí a través de catorce años: los catorce años que la estoy queriendo sin buscarla...

Entre ambas hubo un intercambio epistolar corto pero enjundioso, digno de recogerse para la posteridad.

En 1951, Dulce María, en compañía de su esposo, el periodista canario Pablo Álvarez de Canas, Osvaldo Valdés de la Paz y la declamadora Aida Cuéllar, visitó Italia y se llegó a Rapallo para encontrarse con Gabriela en la casa de la calle San Miguel No 15, refugio modesto, de dos plantas, rodeado de un jardín sin flores. La ganadora del Nóbel de Literatura 1945, esperaba ansiosa la llegada de los cubanos.

«¡Mis queridos cubanos!»- repetía emocionada, y abrazaba a Dulce María, diciendo: -«Con la llegada de ustedes me parecen presentes todos los cariños que me han regalado en Cuba... Cuantos dulces cariños inolvidables!».

Sin dejar hablar a los demás, proseguía:

«Esta gran poetisa que es Dulce María me hace pensar mucho. En Cuba conocí su libro primero, Versos, y leí el «Canto a la Mujer Estéril», que es obra maestra. ¿Que hace ahora chiquita?...».

Pablo le respondió que los editores de Aguilar reclamaban otro libro de poemas en prosa. Gabriela frunció el seño con sincera alarma.

-«Qué estoy escuchando!... No dejen que Dulce María abandone la poesía por la prosa. Ella debe escribir solo poesía, pues en ella vive el talento lírico que se encuentra en plenitud de creación».

De nuevo Pablo tomó la palabra para contestarle:

-«Gabriela, nosotros recordamos de usted sus prosas magníficas que han contribuido también a su fama».

Ella ripostó malhumorada:

-«Cosas querendonas, que nunca han merecido ser escritas y divulgadas».

Y acercándose a Dulce María la abrazó.

-«Tú tienes la gracia de la poesía. No huyas al dolor del parto, a veces luminoso del verso, yendo a la prosa con pretexto de descanso. Nuestro destino es cantar llorando...».

Se intercambiaron libros, Dulce María le obsequió Jardín, su novela lírica que al publicarse en España constituiría un acontecimiento inusual.

En aquella tarde, hora tras hora, la Mistral contó a la hermana poetisa su drama desde la juventud a los días actuales: la maestra rural de Ceruillos, cuyo primer enamorado se suicidó; el otro, cuyo nombre se llevó a la tumba y que le impedía retornar a Chile por no encontrarse con él; amor puro hacia el niño Chin-Chin, sobrino huérfano, que vino a vivir a su lado, y después de alegrarle la vida, murió envenenado, quedando todo en el absoluto misterio. ¡Tres amores, tres muertes!:

Soledades que me di,
soledades que me dieron,
y el diezmo que pague al rayo
de mi Dios dulce y tremenda...

Con fecha 7 de junio de 1952, Dulce María responde a una pequeña epístola de Gabriela, donde la chilena le decía que «Jardín ha sido el mejor 'repaso' de idioma español que he hecho en mucho tiempo», de esta manera:

Querida Gabriela:

Jardín ha tenido muchas dichas y la mejor de todas ha sido hacerse grato a usted.

Ya había reparado yo en esa sutil diferencia que me observa, o sea, la que existe entre la tierra y el jardín.

A mí me parece que ella pudiera provenir de que la tierra tiene para usted un profundo y hermoso sentido maternal o sea, que la tierra es femenina y el jardín es masculino.

Por leyes misteriosamente armónicas del idioma así lo es también de acuerdo con nuestra gramática, pero bien sabemos que no es la gramática la que así lo determina.

El jardín - el verdadero jardín - no el que esta pintada en un telón para retratar a los niños juiciosos -, el jardín, Gabriela, es un macho de no sé que especie, pero un macho terrible con todas las característica del sexo, absorbente, acaparador, invasor.

La tierra da y el jardín toma. La tierra se tiende y el jardín se yergue. Dicen los sabios que el hombre también busco su verticalidad hace millones de años, y entonces el jardín debe ser la tierra erguida y combativa.

Pero, quien puede saber estas cosas?... Dejemos la filosofía sobre mi jardín... De aquella tarde en Rapallo, la cena en una pequeña sala adornada de cerámica, y su voz serena como seria la de un árbol, guardo uno de esos recuerdos capaces de embellecer la vida por muchos años.

Pablo mi marido, besa a usted la mano con que escribe.

Suya. Dulce María.

De esta visita a Rapallo, nuestra compatriota había traído a Cuba un poema titulado «La ronda cubana», dedicado a las palmeras características del entorno isleño:

Caminando de este a oeste
con su arrastre de metales,
hacen la ronda de espadas
doce mil palmeras reales.
Entre cafés y algodones,
y entre los cañaverales,
avanza abriéndose paso
la ronda de palmas reales...

En 1953, conmemorándose el Centenario del Natalicio del Apóstol y guía de nuestra independencia, José Martí, arribó a Cuba Gabriela Mistral. Realmente venía a sustituir a la uruguaya Juana de Ibarbourou, que a última hora se negó a visitarnos. Mal momento había escogido la Mistral para su estancia en la Habana: Fulgencio Batista, con sus tanques, demagogia y represión trataba de desviar la atención con el homenaje.

El ambiente era tenso, y se fraguaba lo que sería la epopeya de los últimos tiempos: el asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, por un grupo de jóvenes comandados por el doctor Fidel Castro Ruz.

Gabriela, que admiraba profundamente a Martí, no vaciló en participar. Solo por esa causa había aceptado la invitación de un gobierno de fuerza que la nación repudiaba.

La revista La última hora, el mismo día de su llegada, 26 de enero, publicó en la página 19, un artículo de ella, «La palabra maldita», con una presentación de Juan Marinello, muy precisa:

Gabriela Mistral se encuentra entre nosotros y La última hora quiere hacer llegar inmediatamente a ella sus saludos de afectuosa admiración: el saludo del pueblo cubano, cuyos niños repiten en las escuelas sus versos infantiles y cuyos adultos le aplauden con entusiasmo sus resueltos pronunciamientos a favor de la causa de la paz. En los actos oficiales en los que habrá de tomar parte por devoción martiana, Gabriela Mistral andará en compañía inmerecida. Y no habrá de ser en ellos donde encuentre, pese a todo el amable oropel externo, que sin duda se le brindara, la comprensión profunda, el claro cariño y la hermandad espiritual que el pueblo puede ofrecerle. Ni será allí donde Gabriela tropiece con el honrado y fervoroso culto que ella misma rinde a Martí y que en Cuba solo puede hallarse en estos momentos lejos de las esferas gubernamentales. Con estas palabras a su llegada, La Última Hora, expresa a Gabriela Mistral la cálida acogida, de todo corazón que el pueblo cubano tiene para ella y en Martí la recibe y en Martí le estrecha la mano...

El premio Nóbel era mujer inteligente y astuta, muy pronto olfateó el ambiente, tratando por todos los medios de evadirse de protocolos, y se refugió en la casona de su amiga Dulce María Loynaz en la calle 19, esquina E, en el Vedado. La familia Loynaz Muñoz era opuesta al régimen.

Como de costumbre el Diario de la Marina, junto al rebuscado elogio, criticaba la actitud reservada y el retraimiento de la Mistral. En el Capitolio, el 28 de enero Gabriela habló sobre Martí de forma ejemplar.

Pero el pueblo, el verdadero pueblo estaba ausente y la incomprensión la rodeó.

Dos días después se presentó en el Ateneo de la Habana, invitada con el polígrafo José María Chacón y Calvo y acompañada por Dulce María Loynaz, que leería los últimos versos escritos por Gabriela para su libro Lagar. Pido permiso para recordar ese día como testigo que fui de tan alto acontecimiento cultural:

Fue la primera vez que vi personalmente a Loynaz, dando el brazo a Mistral. Alta, de tez rosada, con la mirada clara, distante, la chilena no cuidaba el vestuario ni su apariencia en general. La cubana era todo lo contrario, sonriente, frágil, elegante desde el peinado hasta el calzado.

Ubicado en un rincón pude observar y oír que Gabriela hablaba sin matices, como en salmodia (muy parecida a Neruda), mientras Dulce María, recitadora sin estridencias, triunfaba sobra las dificultades de la construcción y áspera veracidad de la poesía de la Mistral. En la trémula voz de la cubana los versos eran otra cosa:

Lo que corre de mi frente
a mis calenturientos;
esta Isla de mi sangre,
esta parvedad de reino,
yo la devuelvo cumplido
y en abrazada se lo entrego
al último de mis árboles,
a tamarindo y a cedro...

De vez en vez, Gabriela miraba al público y en sus finos, apretados labios dibujaba una fugaz sonrisa. Su frente amplia, leonina, iluminada, era el centro admirable de su físico.

El público que desbordaba el Ateneo aplaudió cálidamente a las dos grandes mujeres. El matrimonio Loynaz Álvarez de Cañas abrió las puertas de su casona del Vedado para recibir a la prensa de todos los istmos. Allí se encontraba a la derecha: Gastón Baquero representando al Diario de la Marina; Mariblanca Sabas Alomá del centro, y Mirta Aguirre con Ángel Augier de la izquierda, o sea, el periódico comunista Hoy. Tenemos testimonio gráfico de Gabriela, Dulce María y Mirta cogidas del brazo en franca armonía.

En esa oportunidad Ángel Augier le hizo una valiosa entrevista a Gabriela, preguntándole sobre José Martí que merece recordarse:

Es agradecimiento todo, en mi amor de Martí, no solo al escritor, también del guía de hombres terriblemente puro, que la América produjo en él, como un descargo enorme de los guías sucios que hemos padecido, que padecemos y que padeceremos todavía. Muy angustiada me pongo a veces cuando me empino desde la tierra extraña a mirar hacia nuestros pueblos... y les toco la injusticia social, que hace en el continente tanto bulto como la cordillera misma, las viscosidades de la componenda falsa, el odio que lo tijeretea en todo su cuerpo y la jugarreta trágica de barrio a barrio nacionales...

(Revista Bohemia. Año 45-No. 5. La Habana. Febrero 1 de 1953)

Todavía me pregunto cómo se logró una simpatía recíproca entre mujeres de caracteres tan diferentes, porque tengo entendido que la Mistral era «difícil y áspera» y «decía lo que pensaba sin preocuparse si hería a su interlocutor. Era muy directa en sus apreciaciones», y Dulce María Loynaz decía que «nuestra afinidad venía del amor a la belleza, de nuestra fe religiosa. Aunque en ella había una dureza de carácter que en mí no hay».

En varias oportunidades Loynaz me habló de la coincidencia en gustos literarios, poniéndome por ejemplo el siguiente:

Una tarde dedicada a estos temas, le pregunté que cuál era, en su opinión, el mejor poeta de América Latina. Gabriela sin titubear me respondió: «Rubén Darío», lo cual me llenó de sorpresa, pues él era algo pomposo, dado a la grandilocuencia. Y seguidamente, de manera capciosa fue Gabriela quien me preguntó: «Ah, y la poetisa?». Palidecí y ella salvándome del aprieto me dijo: «No vaya a cometer la simpleza de decir que soy yo». Entonces dueña de mí le conteste con el genio vivo: «No voy a poner a otra a su lado, pero voy a decirle otra verdad que tal vez no le parezca tan simple: Si otra de nosotras, como dice usted hubiera vivido los años suyos no sería usted la primera poetisa de América, sino Delmira Agustini. «Gabriela, sin inmutarse, contestó: «también coincido con usted».

La presencia de la célebre escritora fue pretexto propicio para la organización de encuentros con intelectuales, cenas, ágapes de homenaje.

En el hogar de la Loynaz coincidía lo más ilustre de las letras y la burguesía habanera, lo que a la invitada le era indiferente, no le interesaban aquellas cortesías sociales. La anfitriona no le entendió en ese sentido. Incluso la amistad se quebró porque Gabriela le hizo una acción inesperada cuando dejó plantado a un grupo de personalidades que le rendirían honores durante un almuerzo. Dulce María habló sobre el encuentro, que creyó muy importante, porque hasta el embajador de Chile estaría presente. Pero Gabriela acompañada de la periodista Mariblanca Sabas Alomá se fue a la playa. Dulce María las llamó repetidas veces al Club donde sabía que estaban, y las palabras de la Mistral, firmes y escuetas, fueron: «No quiero ver el feo rostro de Chacón y Calvo. Prefiero mirar el mar».

El almuerzo se dio sin ella en medio de una silencio total. El desaire era evidente. Pero Dulce María se sintió ofendida: Cuando Gabriela llegó entrada la noche, halló una nota en su cuarto donde la anfitriona le decía que puesto que en la casa no parecía sentirse cómoda, podía marcharse a otro sitio. Al día siguiente la chilena se trasladó a un hotel...

Tiempo después ambas aseguraron que fue un mal entendido. No volvieron a verse pero sí a escribirse.

Esa actitud mía -reconoció posteriormente Dulce María- la he lamentado muchas veces. No sé como no pude entender que a Gabriela aquellos homenajes la tenían sin cuidado. Era la personificación de la modestia, tan es así que en más de una vez, en íntimo coloquio, me confesó que el Premio Nóbel se lo habían dado por casualidad. Estoy convencida de que no sintió orgullo de su fama, aunque reitero que no era mujer dulce, tampoco nunca la vi encolerizada. No era sensible a la lisonja. Pero era un genio.

Cuando el 10 de enero de 1957 Gabriela Mistral falleció, la cubana se sintió en deuda con la amiga y en el Liceo de la Habana dictó una conferencia titulada «Gabriela y Lucila», que fue todo un reto. Dicha con una emoción tan grande que ante un número considerable de personas, Dulce María no pudo contener las lágrimas. Lloraba a su amiga una vez más, como si fuera un ajuste de cuentas.

El 8 de enero de 1996 el embajador de Chile en Cuba colocaba en el pecho de la Premio Cervantes 1992, la medalla Gabriela Mistral.

Subir