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Dulce María Loynaz

Retrato de tres huéspedes

[...] Entre los huéspedes que realmente recibió estuvo Gabriela Mistral. De ella me cuenta que había estado en Cuba cuatro veces o quizás cinco, y que en la primera ocasión en que visitó nuestro país fue asediada por numerosos poetas y poetisas. Ella prefirió no acercarse a la ilustre visitante, simplemente le hizo llegar un ejemplar de su libro Versos. Esto fue alrededor de 1938 0 1939, no lo recuerda bien.

Gabriela no leyó el libro en ese momento, lo hizo después de su partida y le respondió a Dulce María a través del correo que le había resultado una maravilla, pero que le parecía que la autora era muy orgullosa porque no se había dejado ver y que tenía muchos deseos de conocerla.
Fue así que a su regreso a Cuba se hospedó realmente en su casa [...]
Insisto nuevamente en que me relate sus impresiones de Gabriela. Acepta.

Una de las cosas más curiosas de Gabriela es que ella no tenía conciencia de su propio valor. Por ejemplo, ella obtuvo nada menos que el Premio Nobel de Literatura y decía que se lo habían dado por casualidad, porque había una discusión entre quienes querían otorgárselo a Pablo Neruda y a Alfonso Reyes y entonces se transaron por ella, para no dárselo ni a uno ni al otro. Una persona que dice eso no se está dando su propio valor: eso es el colmo de la modestia. [...]

Suponía que todo cuanto pudiera saberse o decirse de ellos ya estaba dicho y ante esa situación decidí iniciar la conversación por el poeta mayor.

Federico no vino a La Habana por mí, sino por mi hermano Enrique. Él vino por los trabajos de mi hermano que se estaban publicando en España, los míos no se habían publicado aún y de los otros dos hermanos no se conocía nada.
Chacón y Calvo era un gran admirador de la obra de Enrique, también lo fue de la mía, pero mucho más de la de él y por esa razón los había puesto en contacto epistolar. Ya Federico y Enrique se escribían, sin conocerse, uno allá y el otro aquí, pero se conocían. Por eso viene Lorca a La Habana.

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